#Si Sostenido
Una canción para todos los niños tristes. Un texto de Eduardo L. Marceleño García
A Jorge Saldaña y Anabella Cartolano,
ellos saben por qué…
Dentro del cuarto suenan Las Ligas Menores. El baile de Elvis recuerda dolorosamente la pérdida pero también pone de buenas. A veces las cosas malas también ponen de buenas, hay tanto horror en ellas que después de un rato uno le encuentra el gozo, masoquismo le llaman los degenerados. El pesimismo es el gemelo malvado del optimismo, y a ese siempre le salen bien las cosas que nunca espera. La perdí a ella antes de que sonaran Las Ligas en el cuarto. Ahora solo sé que intento, aunque sin saber bien cómo, llegar a ser alguien importante, suficientemente importante para no tener que volver a hablar de pérdidas, porque cuando lo sea ni una pérdida vendrá a visitarme, todas serán batallas ganadas. Y espero que por cada una de ellas me otorguen una merecida medalla.
Me gustaría decir que fui yo quien no quiso que las cosas siguieran, pero la verdad es que fui yo el que no pudo evitarlo. Mi psiquiatra me prescribió Clonazepam para disminuir mis niveles de ansiedad. Primero de a cuartitos, luego de a mitades, después la rueda entera y esta tarde, antes de que Las Ligas Menores sonaran en el cuarto de hotel en el que llevo hospedado tres días, me ha medicado dos ruedas más. Algo me dice que ya no las necesito, ese algo es un cosquilleo en mi espalda. A todos o les gustan las cosquillas o las cosquillas les torturan con extraña alegría; el problema es que a mí ni una cosa ni la otra, a mí me fastidian. Se lo atribuyo a las clonas. Por eso nada de cuartitos, mitades ni ruedas dobles. Solo Las Ligas Menores quiero escuchar hoy y siempre.
Sin las canciones no seríamos un carajo de nada. Billy Idol rechazó el papel del androide T-1000 en Terminator el Juicio Final precisamente por las canciones. Estaba tan a gusto cantando Eyes without a face que la idea de un androide malvado que cambia de rostro a voluntad le pareció espantoso. Dicen que en los años ochenta uno podía ser de todo lo que uno quisiera ser, ya fuera actor de películas de acción o pornográficas, y al mismo tiempo ser cantante pop o una estrella de rock, y hasta salir en comerciales de refrescos. También dicen que todo el mundo se cogía con todo el mundo y todos ellos lo sabían pero guardaban, en siniestro silencio, el secreto de sus perversiones.
El hotel se llama California, como la canción. Si soy sincero esa canción me da asco. También hay canciones que dan asco, hay canciones que producen todo tipo de sensaciones y la del Hotel California a mí me hace que me den ganas de correr al baño a vomitar. A ella sí le gustaban esas canciones de mierda, o bandas mierda como Pink Floyd. Eran lo más para ella. A mí, francamente, me gustan más las canciones de Las Ligas Menores o el loquito de Ariel Pink. No creo que sea una cuestión de modas, más bien es una cuestión personal. Hay cosas que le suenan suyas a uno y hay otras que no, aunque la gente te diga lo contrario.
Cuando me dijo que teníamos que separarnos, el hotel California fue el único que tenía habitaciones disponibles y baratas, sobre todo baratas. Como no tengo trabajo no puedo andarme con sensibilidades idiotas de buscar el mejor hotel. Así que este hotel California está a la altura de mi miseria, a qué negarlo.
Desde mucho antes de la separación, yo ya tenía todo listo. Mi ropa, mis tenis, mis libros y mi reproductor musical con doscientas mil canciones diferentes. Estaba puesto a la guerra o a cualquier asunto de la vida. A veces uno se cree muy listo para las cosas del mundo y luego resulta que no lo es, pero esta vez yo tenía mis cosas y mis canciones conmigo. Así que lo que fuera que viniese a embestirme, yo al menos lo esperaría vestido y con tenis y el par de audífonos sonando fuerte. Puede que yo no estuviera listo para la guerra, pero qué más daba, yo tenía mis pantalones puestos y la música sonando en mis orejas.
Philadelphia es una buena película. Trata de un marica que enferma de sida y nadie en la puñetera ciudad de Filadelfia quiere ayudarlo, ni escucharlo, ni verlo, ni nada. A veces la gente es tan mierda que pierde los cinco sentidos. Solamente un abogado negro, interpretado magistralmente por Denzel Washington, se lanza al ataque de las cortes, y defiende al pobre enfermo. Fuera de esa trama, que a mis ojos es bellísima, hay dos momentos que se me han grabado en el corazón y que tienen que ver con las canciones. El primero es el último baile que el personaje de Tom Hanks, el infectado, se regala a sí mismo con una ópera de María Callas de fondo. El momento tiene gran belleza, es como si viviera dentro de esa canción y todo el sida, y las cortes y la gente mierda y la estúpida ciudad de Filadelfia no existieran. Es como estar dentro de un buen sueño, de esos, los pocos, que le tocan a uno estar en la vida. El abogaducho salvador tan solo puede observar desde la entrelazada mezcla de admiración y lástima, esa que solo otorga el pesimismo.
El segundo momento es tan perfecto que no hace falta mayor explicación, y ese es la canción ganadora del Óscar en el certamen del 93, Streets of Philadelphia, interpretada por el hombre de hombres, Bruce Springsteen. No ha habido un mejor tema para una película en años y probablemente nunca más la vuelva a haber. Tampoco creo que esta vida vuelva a darnos a un hombre de hombres como Bruce Springsteen.
Ahora, si me lo permiten y antes de continuar hablando de ella, quiero dedicarle una canción a todos los niños tristes y tontos del mundo que esperan a que sus mayores vengan a enderezar lo torcido que se han puesto las cosas hoy día; no porque sean niños ni mucho menos tontos, sino porque ya no nos quedan mayores que se encarguen de limpiar la mierda. Listo, esa es mi canción.
Nina Simone tenía toda la verdad en esa canción de Ain’t got no, I got life. Cuánto de verdad había en Nina cantando y cuánta vida tenía el mundo en sus canciones, aunque la vida que se tenía por entonces era proporcional a la furia que se sentía por entonces, no lo digo yo, ya lo decía Nina cantando sus canciones.
En el cuarto del California suenan Las Ligas Menores, ella se fue y yo estoy triste. A qué negar que me encantaría romperle una botella en la cabeza a todo aquel que le esté haciendo reír ahora mismo. El problema es que a mí me gana, y por mucho, la risa de ella, venga de donde venga. Y las cabezas rotas no le hacen nada, pero nada de gracia, a una chica tan preciosa como ella. Entonces, supongo, tendré que quedarme con las ganas.
#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
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