noviembre 23, 2024

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Columna de Victor Meade C.

Verdad, a pesar del Estado | Columna de Víctor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO.

Desde la campaña presidencial de 2018, Andrés Manuel López Obrador y su equipo —en particular, Olga Sánchez Cordero— reconocieron en diversas ocasiones que, dado el fenómeno de violencia que ha azotado al país desde hace varias décadas, México requiere con urgencia de mecanismos de justicia transicional. Como hemos discutido en este mismo espacio,  la justicia transicional se trata de procesos y mecanismos de pacificación que buscan atender fenómenos de violencia a gran escala para conocer con certeza los hechos que ocurrieron, que se identifique a los responsables, se les sancione y también se repare a las víctimas de violaciones graves a derechos humanos. Estos mecanismos de pacificación suelen consistir en amnistías, reformas constitucionales profundas, medidas de reparación o mecanismos para la búsqueda de la verdad, entre otros.

Ante el contexto de gran urgencia y la presión ejercida por los colectivos de víctimas y la sociedad civil organizada, el gobierno de López Obrador incluyó, tanto en el Plan Nacional de Desarrollo como en el Plan Nacional de Derechos Humanos, diversos compromisos y estrategias para emprender mecanismos de justicia transicional. Sin embargo, los intentos por ponerlos en marcha han dado muy escasos resultados, como la Ley de Amnistía y el decreto de liberación de personas privadas de la libertad, publicado el pasado agosto.

El más reciente mecanismo impulsado por las víctimas y echado a andar por la presidencia es una Comisión de la Verdad. Las comisiones de la verdad y memoria histórica, como su nombre lo indican, tienen por objeto esclarecer y alcanzar un entendimiento claro de qué fue lo que pasó durante un periodo de violencia; si no existen datos ni documentaciones precisas de quiénes hicieron qué y a quién, la memoria colectiva y la historia del país estará incompleta, mientras que las víctimas y sus familias permanecerán reducidas a un plano casi fantasmal.

Las comisiones de la verdad, entonces, son instrumentos regulados por objetivos y directrices claras para conocer la verdad detrás un periodo violento del pasado y poder reconciliar a las partes involucradas; por su parte, la justicia penal pasa a un plano complementario y se enfoca solo en los principales responsables de las atrocidades cometidas. Además, las comisiones suelen estar conformadas por funcionarios nacionales y por expertos neutrales provenientes de la sociedad civil, nacionales e internacionales. Países como Colombia, Sudáfrica, Timor Oriental y Perú han echado mano de este instrumento después de sus periodos de conflicto interno y los resultados han sido clave para transitar a una nueva etapa en la vida nacional.

Durante la tarde del 6 de octubre de este año se publicó en el Diario Oficial de la Federación el “Decreto por el que se crea la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990”. Esto es una gran noticia para los colectivos de víctimas y organizaciones de la sociedad civil que han estado presionando desde hace años para la creación de un mecanismo de esta naturaleza, pues, como recordarán, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP) iniciada por Fox en 2002 fue un fracaso monumental. En contraste con la FEMOSPP, esta nueva comisión de la verdad nace desde abajo y desde las exigencias de la ciudadanía.

Sin embargo, el Decreto abre muchas preguntas sobre la operación de la Comisión. Primero debemos preguntarnos sobre su temporalidad. ¿Por qué de 1965 a 1990? Dado que el Decreto no lo menciona por ninguna parte, solo podemos inferir que el acontecimiento que marca el inicio de este periodo de tiempo es el ataque al Cuartel Militar de Madera, en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965. A este acontecimiento se le conoce como la primer acción de insurrección guerrillera del México moderno, lo cual significó el inicio de distintos movimientos guerrilleros en el país; de la fecha de este suceso es de donde tomó su nombre la Liga Comunista 23 de septiembre, por ejemplo.

A partir de ahí, el Estado mexicano adoptó una política de exterminio de lo que consideraban enemigo interno. A este fenómeno de violencia se le conoce en la historia nacional como la Guerra sucia y definitivamente no logro ver que ésta haya terminado en 1990 con la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. A mi parecer, el sexenio de Calderón marca un parteaguas en la historia de la violencia de nuestro país, por lo que casi de manera natural podemos ver dos fenómenos de violaciones graves a derechos humanos: la violencia ejercida por el Estado mexicano en contra de guerrillas y opositores políticos, de 1965 a 2006; y aquella ejercida como producto de la «guerra contra las drogas», de 2006 hasta nuestros días. Por estos motivos, no comprendo la temporalidad elegida para esta comisión. ¿Por qué dejar fuera 16 años? ¿Por qué dejar fuera, incluso, 4 años del sexenio de Salinas, que terminó en 1994? ¿Habrá otros mecanismos para lo sucedido de 2006 a la fecha?

Una segunda gran preocupación es la imparcialidad de la Comisión. Como lo dice su artículo segundo, la comisión estará conformada por los titulares de la Secretaría de Gobernación, de Relaciones Exteriores, de Hacienda, del Archivo General de la Nación, de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) y de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNB). A este grupo de seis funcionarios se les sumará un grupo de cinco expertos independientes. Sin embargo, llama la atención que el grupo de cinco expertos tendrá que designar a un único representante con un solo voto. Es decir, seis votos del gobierno federal y un solo voto de la ciudadanía. Además, el papel tan preponderante de la SEGOB levanta serias dudas sobre la independencia de la Comisión. Por una parte, la CNB es un órgano desconcentrado que pertenece a SEGOB; por otra, las juntas de gobierno de la CEAV y del Archivo General son presididas por la misma SEGOB, quien además será la encargada de presidir ésta Comisión de la Verdad.

En cuanto a su operación, parece que la Comisión de la Verdad tendrá pocos dientes para alcanzar sus objetivos, que, por como están enunciadas las facultades de la Comisión en el artículo tercero del Decreto, parecen poco concretos. El resultado de la Comisión será un informe que contenga toda la información proporcionada por las víctimas, las investigaciones y análisis realizado por sus integrantes, así como una serie de recomendaciones para el gobierno. Este informe, según dice el Decreto, será puesto a disposición de las autoridades competentes para que, en su caso, se abran los procesos penales correspondientes. Sin embargo, con la funesta y vergonzosa Fiscalía General que tenemos y la manera en que entiende su autonomía, sumado a la desafortunada nueva Ley Orgánica de la FGR que aprobaron en la legislatura pasada, es posible que estos procesos penales nunca lleguen a buen puerto. Además, el Decreto no menciona por ninguna parte a los cuerpos militares ni los obliga a abrir sus expedientes. Este me parece uno de los más graves errores del Decreto, dado que las fuerzas armadas fueron las grandes responsables de muchos de los delitos cometidos en la Guerra Sucia. Además, han sido históricamente renuentes a entregar sus documentos a las instancias de investigación de delitos, como ha sucedido en el caso Ayotzinapa.

Con todo, hace un par de días se anunciaron las personas seleccionadas para conformar el grupo de cinco expertos independientes. Hay que reconocer que el proceso de selección fue transparente, abierto y plural. Además, las personas seleccionadas tienen perfiles muy interesantes y cuentan con la suficiente autoridad moral e independencia para el cargo que desempeñarán. La lista está integrada, por una parte, por Abel Barrera Hernández, defensor de derechos humanos, y David de Jesús Fernández, ex rector del ITESO y la Universidad Iberoamericana, así como ex director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez. Por otra parte, están Eugenia Allier, profesora-investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM; Aleida García, especialista en represión política del pasado reciente en México; y Carlos Pérez Ricart, profesor-investigador del CIDE, especialista en temas de seguridad, justicia y crimen organizado.

Ciertamente, el anuncio de las personas seleccionadas para conformar el grupo de expertos independientes viene muy bien para despejar, al menos, algunas de las muchas dudas que prevalecen sobre la manera en que va a operar este mecanismo. Sin embargo, el camino para alcanzar la reconciliación y el esclarecimiento de la verdad, así como la imputación de las responsabilidades penales correspondientes, aún se ve muy cuesta arriba. Los problemas y deficiencias estructurales de nuestras instituciones, me temo, no se resuelven con comisiones temporales y contingentes a la voluntad de la cúpula en el poder. Es notable el involucramiento y la inclusión que por momentos ha brindado el gobierno federal a distintos colectivos de víctimas, pero no podemos dejar de observar las promesas de justicia que ya han dejado vacías en el camino. Está en el mejor interés de toda la sociedad mantener una participación activa y un seguimiento permanente, crítico y minucioso al desarrollo de esta Comisión. Con la crisis extenuante de víctimas y el gran hueco en nuestra historia nacional y memoria colectiva, la búsqueda de la verdad no puede esperar ni detenerse, aun a pesar del Estado.

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Encarcélalo y luego averiguas | Columna de Víctor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO.

Bien dicen que para conocer a un país, un buen lugar para comenzar es leyendo su código penal. Sirve como un indicador medianamente certero para saber cuáles son las problemáticas o fenómenos que le aquejan a la sociedad.

Pues bien, sexenio a sexenio, los presidentes de la República deciden adoptar alguna problemática social importante y convertirla en la bandera con la cual guiarán una buena parte de su acción y discurso político. La problemática social elegida, entonces, marca la pauta con la cual se habla, se legisla y, particularmente, se encarcela.

Por alguna razón, las personas solemos pensar que muchos de nuestros malestares sociales terminan —o al menos se atenúan— metiendo a prisión a todo aquel que huela a culpable. De manera muy notoria, podemos identificar como ejemplo de este fenómeno a la administración de Felipe Calderón, cuya gran bandera de gobierno fue la lucha contra el narco y todo lo que ésta conlleva: posesión, transporte, producción y uso de estupefacientes, secuestro, homicidios, trata de personas y más. Su gobierno, entonces, utilizó todos los medios a su alcance para crear una narrativa en la cual el Estado mexicano efectivamente le estaba plantando la cara al crimen organizado; no es complicado recordar la propaganda en televisión que daba cuenta de las múltiples bandas de secuestradores supuestamente desarticuladas, o los spots del Partido Verde promoviendo la (inconstitucional) cadena perpetua para secuestradores. La prisión como respuesta a las problemáticas sociales, al parecer, consigue muchos votos.

Una buena parte de esta estrategia consistió en aplicar una supuesta política de cero tolerancia, robusteciendo el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa —es decir, que con la mera acusación del Ministerio Público te meten a prisión sin mayor trámite mientras te investigan y juzgan— y castigando con más años de cárcel los delitos relacionados al crimen organizado. En la realidad, contrario al discurso triunfalista del oficialismo, esta política se tradujo en mandar al carajo la presunción de inocencia, saturar al sistema carcelario, impunidad rampante y en la consolidación de una cultura punitivista que, lejos de abandonarse con este nuevo gobierno de “izquierda”, se ha recrudecido.

La actual administración tiene la osadía de mirarte a los ojos y, sin ningún empacho, jurar que la corrupción es cosa de ayer y que las escaleras se han barrido correctamente de arriba para abajo.

Ésta, la corrupción, fue la gran bandera que la 4T alzó para guiar su discurso, sus políticas y su manera de encarcelar a las personas: en los tres años de gobierno se han añadido otros nueve al catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa (enriquecimiento ilícito, ejercicio abusivo de funciones públicas, uso de programas sociales con fines electorales, huachicol, etc.).

A la par, esta administración promulgó la Ley de Amnistía y en agosto del año pasado publicó un Acuerdo que tiene por objeto preliberar a personas encarceladas que cumplan ciertos requisitos para que puedan terminar de purgar su pena fuera de prisión. La Ley de Amnistía solamente ha logrado la liberación de poco más de una decena de personas, mientras que el Acuerdo ha sido completamente inoperante: a más de cinco meses de su publicación, aún no se emiten las reglas que permitirán su operabilidad. Es decir, los esfuerzos de despresurización de las prisiones son prácticamente letra muerta y ahora se encarcela más que antes (sin sentencia).

Hace un par de semanas, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se preguntó en el Ampar o en Revisión 315/2021 —litigado por la Defensoría Pública Federal— si es procedente revisar la duración de la prisión preventiva oficiosa a los dos años, tal y como lo prevé el artículo 20 de la Constitución.

La Corte respondió lo que es más que evidente: la Constitución dice de manera muy clara que la prisión preventiva oficiosa no podrá durar, en ningún caso, más de dos años, a menos de que su extensión se deba al ejercicio del derecho a la defensa de la persona acusada. De esta manera, las personas encarceladas bajo esta medida cautelar que demuestren dilaciones injustificadas por parte de la autoridad para no emitir una sentencia podrán acudir con un juez o jueza y solicitar que se revise la idoneidad de esta medida. En su caso, las personas privadas de la libertad podrán salir de prisión y llevar su proceso penal bajo alguna otra medida cautelar menos restrictiva.

La Corte recuperó argumentos que ya habían sostenido previamente: “no se podrá determinar la necesidad de la prisión preventiva con base en la alarma social que genera el delito […] ya que son juicios que convierten a la prisión preventiva en una pena anticipada”. Además, la Corte utilizó razonamientos y criterios sostenidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, quien ya ha manifestado que la prisión preventiva oficiosa es abiertamente contraria a la Convención Americana de los Derechos Humanos (obligatoria para México). Sobre este particular, el Ministro González Alcántara se pronuncia sutilmente e indica que, en su opinión, la prisión preventiva oficiosa debería de removerse de nuestro sistema jurídico; sin embargo, esa no era la litis, es decir, el problema jurídico a resolver en esta sentencia.

Conviene resaltar la gran paradoja de que, precisamente en materia de medidas cautelares para el proceso penal, el Código Nacional de Procedimientos Penales prevé un catálogo amplio de medidas que se pueden utilizar para garantizar la investigación sin tener que llegar a la prisión preventiva. A las personas acusadas se les pueden embargar sus bienes, congelar cuentas bancarias, emitir órdenes de restricción a ciertas personas o lugares, incluso se pueden colocar localizadores electrónicos. No obstante, es bien sabido que, sumado a la incompetencia del legislador, la Fiscalía General de la República suele preferir la fabricación de pruebas para echar mano de un recurso extraordinario como la prisión preventiva. Ahí está el caso de Rosario Robles, por ejemplo, a quien le confeccionaron una segunda licencia de conducir falsa y con ello lograron justificar su prisión preventiva.

En fin. Una buena noticia es que la Suprema Corte haya generado un precedente obligatorio para todos los jueces y juezas del país, en un tema que ha generado más daños que beneficios para la sociedad mexicana.

Desgraciadamente, así ha tenido que suceder en los años que corren: la Corte es la que debe declarar inconstitucionales todo el montón de tonterías que nos regala el legislador. Ahí están el caso de la interrupción legal de embarazo, el uso lúdico de la marihuana, el matrimonio igualitario, entre otros. Sin embargo, ninguno de estos cambios resueltos por la Corte servirán de mucho sin políticas públicas adecuadas. ¿Cuándo transitaremos a un modelo de justicia penal diseñado para conseguir verdadera reparación del daño para las víctimas? ¿Cuándo dejarán de ser las personas más vulnerables las más afectadas por el punitivismo penal aplicado por gobierno en turno?

**A propósito de la mano dura que este gobierno aplica a la corrupción: El sábado pasado se entregó a la Comisión de Vigilancia de la Cámara de Diputados el informe sobre la Fiscalización Superior de la Cuenta Pública 2020. La Auditoría Superior de la Federación encontró irregularidades por varios miles de millones de pesos en los ventiladores, compra de vacunas, Tren Maya, INSABI, Bancos del Bienestar, la rifa del avión, Sembrando Vida, Dos Bocas, etc, etc, etc. ¿Cuántos funcionarios y funcionarias federales se irán a prisión preventiva por ejercicio indebido de la función pública o por enriquecimiento ilícito? Haga sus apuestas.

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#4 Tiempos

El respeto a nuestros muertos | Columna de Víctor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO.

 

En noviembre del 2000, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Guatemala por la tortura y desaparición forzada del Sr. Efraín Bámaca Velázquez. En la sentencia, la Corte resolvió que Guatemala debe localizar los restos mortales del Sr. Bámaca, exhumarlos y entregarlos a su viuda y su familia. Este punto de la sentencia es particularmente relevante dado que en los expedientes del caso se encontraba un archivo oficial que contenía tres teorías sobre el paradero del Sr. Bámaca: I) que estaba enterrado bajo una base militar; II) que un helicóptero se lo había llevado y tirado al mar; o III) que había sido llevado a la Ciudad de Guatemala, en donde habría sido torturado, estrangulado y cortado en pedazos.

La sentencia narra que, antes de que el caso llegara al tribunal interamericano, la familia del Sr. Bámaca solicitó al gobierno guatemalteco que realizara distintas exhumaciones de restos mortales que podrían ser los de Efraín, sin embargo, no hubo éxito en ninguno de los intentos. Esta falta de verdad y de justicia causó severos agravios y angustias a la familia del Sr. Bámaca —pertenecientes a la cultura maya— pues hasta la fecha no han tenido la posibilidad de dar la debida sepultura a su ser querido según sus tradiciones, ni tampoco de contar con un lugar sagrado en donde puedan velar por “el vínculo activo que une a los vivos con los muertos”. Ante estas violaciones a la integridad psíquica y moral de los familiares del Sr. Bámaca, la Corte les consideró como víctimas directas de las violaciones perpetradas por el Estado.

Recuerdo el caso del Sr. Efraín Bámaca Velázquez, no especialmente por los trágicos hechos de su desaparición, sino por este razonamiento que hace la Corte sobre el respeto al vínculo entre los vivos con sus muertos, así como a la oportunidad de dar sepultura de acuerdo con sus tradiciones. Sobre este tema en particular, el juez Antônio Cançado Trindade formuló para la sentencia un brillante voto razonado, cuyas reflexiones, me parece, son necesarias de tener presentes en los tiempos que corren.

Con la preocupación de que la sentencia de la Corte no se ocupó lo suficiente en desarrollar la discusión sobre el vínculo entre los vivos y los muertos, el Juez Cançado Trindade aclara en su voto que, a pesar de que los derechos y obligaciones de las personas terminan con la muerte, los restos mortales continúan siendo protegidos por el derecho. Esto es así porque “el respeto a sus restos mortales preserva tanto la memoria del muerto como los sentimientos de los vivos a él ligados por lazos de afecto”, dice Cançado Trindade. Es decir, el respeto a los muertos debe verse materializado en los restos mortales, pero también en los vivos que ha dejado atrás.

Conocer con certeza cuáles fueron los hechos violatorios de derechos humanos es fundamental para las familias de los muertos. Cançado Trindade sostiene que “el derecho a la verdad, en última instancia, se impone también en señal de respeto a los muertos y a los vivos”. El ocultamiento de los restos mortales de una persona desaparecida amenaza con romper el lazo espiritual que vincula a los muertos con los vivos y atenta contra la solidaridad que debe guiar los rumbos del género humano. Por lo tanto, el derecho a la verdad “constituye el punto de partida para la liberación, así como la protección del ser humano; sin la verdad (por más insoportable que esta pueda ser) no es posible libertarse del tormento de la incertidumbre, y tampoco es posible ejercer los derechos protegidos”.

Las consideraciones del juez Cançado Trindade ofrecen claridad en estos momentos en los que faltan las palabras a causa del horror, la pena y la consternación por lo sucedido en un centro penitenciario de Puebla la semana pasada. Los hechos son sencillamente horrorosos.

Tadeo, de apenas tres meses, falleció a causa de problemas intestinales y fue enterrado por sus padres en un panteón de Iztapalapa.

Algunos días después trascendió la noticia de que un bebé con una cicatriz en la panza y con un brazalete con unos apellidos fue encontrado muerto en un contenedor de basura al interior del Centro Penitenciario de San Miguel, en Puebla. Los padres de Tadeo escucharon la noticia y se alarmaron, dadas las coincidencias de los apellidos y la cicatriz que tenía su hijo, producto de las operaciones a las que se tuvo que someter por su condición intestinal. Acudieron al panteón y se encontraron con que su tumba había sido profanada. En efecto, el bebé ingresado clandestinamente al centro penitenciario y luego botado a la basura era Tadeo.

La noticia se difundió a nivel nacional varios días después de que ocurrieron los hechos, en buena medida, gracias a la atención que llamaron las organizaciones de la sociedad civil, a quienes el gobernador Barbosa incluso ha tenido la desfachatez de amenazar. Precisamente por esta presión mediática que ha realizado la sociedad civil, las investigaciones y coordinación entre autoridades ha podido avanzar mucho más de lo que seguramente lo harían si este caso hubiese permanecido en el silencio. Sin embargo, aún restan cientos de preguntas por resolver, y muchas responsabilidades por deslindar.

Por una parte, a la persona que dirige el centro de reclusión no se le puede despedir ni procesar penalmente. Esto porque la prisión está acéfala; no tiene director desde hace más de siete meses, dado que fue encarcelado por su participación en la fuga de un interno. Un absoluto desgobierno. Las investigaciones al resto del personal de la prisión, informa la Fiscalía, hasta ahora no han arrojado información relevante salvo la identificación de la persona que dejó al bebé en la basura. No se precisó si se trata de personal de la prisión o de alguna persona privada de la libertad. De las autoridades encargadas del panteón de Iztapalapa, la Fiscalía de la Ciudad de México aún no ha informado nada. Por otra parte, aún es completamente desconocido quiénes fueron las personas que exhumaron a Tadeo y lo ingresaron al penal. Tampoco se sabe cuáles eran sus fines y motivaciones. Insisto: un completo horror.

Las autoridades tienen la obligación y responsabilidad de conducir las investigaciones de manera pulcra; no hay margen para errores. Las acusaciones penales, a su vez, deben de concluir con sentencias condenatorias que sancionen debidamente a las personas responsables. Sin embargo, los años de prisión no bastarán para remediar este desastre, los gobiernos de Puebla y de Iztapalapa deben reconocer su responsabilidad y tomar las acciones necesarias que garanticen que hechos así no volverán a ocurrir. Es insostenible esta degradación al tejido de una sociedad que, ante la cotidianidad de lo brutal, poco a poco pierde la capacidad de escandalizarse. No se equivoca el juez Cançado Trindade al señalar que “la negligencia y el irrespeto con los restos mortales de las víctimas de violaciones de derechos humanos, y la imposibilidad de rehaberlos […] me parecen configurar una malaise de nuestros tiempos, revelando la espantosa pobreza espiritual del mundo deshumanizado en que vivimos”. Ojalá que Tadeo pueda por fin descansar, que su familia encuentre tranquilidad, verdad, justicia y reparación, y que el vínculo espiritual que les une se mantenga activo.

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#4 Tiempos

Más ciencia, menos obediencia | Columna de Victor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO.

A la Comunidad del CIDE.

En 1848, Henry David Thoreau, escritor y filósofo estadounidense, dictó su conferencia “Los derechos y obligaciones del individuo en relación con el gobierno”. Años después, esta fue publicada como libro y bajo el título con el que hasta ahora se le reconoce: Civil Disobedience—o Desobediencia Civil—. En ella, Thoreau expone los principios básicos de lo que él llama «desobediencia civil» y posteriormente narra su experiencia aplicándolos en su propia vida: decidió no pagar sus impuestos como una manera de expresar su rechazo a distintas políticas del gobierno estadounidense —que en aquel entonces aún no abolía la esclavitud y se encontraba en guerra con México—, lo cual le llevó a ser arrestado y encarcelado por algunos días.

En sus reflexiones, Thoreau se pregunta hasta cuándo estamos obligados a obedecer al gobierno cuando consideramos injustas sus leyes o políticas; hasta cuándo se justifica la resistencia. En pocas palabras, Thoreau sostiene que, ante las injusticias del Estado, lo correcto es emprender un tipo de participación política —siempre pacífica y con un respeto general al marco jurídico— consistente en protestas, violación de la ley y denuncias de la injusticia ante las instituciones legales correspondientes. Las enseñanzas de Thoreau luego se convirtieron en un manual para guiar distintos movimientos de resistencia pacífica alrededor del mundo. La obra de Thoreau viene bien en los tiempos que corren.

Como ya he mencionado anteriormente en este espacio, la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, con la aquiescencia del presidente de la República, ha emprendido una serie de ataques y embates en contra de la comunidad científica del país. Denuncias de delincuencia organizada en contra de científicos, severos recortes presupuestales, detrimento a condiciones laborales y amenazas frontales a la libertad de expresión, así como despidos injustificados en pequeños Centros Públicos de Investigación son solo algunos ejemplos de los absurdos actos de persecución e intimidación que ha realizado María Elena Álvarez-Buylla durante su triste gestión al frente del CONACYT.

Contra el Centro de Investigación y Docencia Económicas(CIDE), el CONACYT hizo lo posible por provocar la renuncia de su Director General para así poder colocar a un director interino a modo. Este interino, José Antonio Romero Tellaeche, rápidamente desató una crisis al interior de la institución, destituyendo arbitrariamente a personas que solamente realizaron su trabajo de acuerdo a la normatividad, insultando a estudiantes y administrativos e incluso amenazando frontalmente y sin ningún empacho a la plantilla docente.

El interino pronto fue nombrado Director General de manera definitiva en un procedimiento de designación completamente ilegal, ya que se realizó sin contar con la participación de la comunidad del CIDE y sin permitir la votación de su Consejo Directivo. Tal es el tamaño de la ilegalidad que el CONACYT ni siquiera ha hecho pública el acta notariada de la sesión de designación que exige la ley ni tampoco la videograbación de la misma; solamente transmitieron en redes sociales las palabras vacías de Álvarez-Buylla y el discurso triunfalista del director espurio, José Romero.

Ante tales hechos, la comunidad del CIDE hemos decidido desobedecer las arbitrariedades e injusticias de la autoridad y resistir frente a sus ataques. De manera natural, personal académico, administrativo, egresados y alumnado nos unimos como nunca antes, no para resistirnos al inevitable cambio que ocurre en las instituciones públicas con el paso del tiempo, sino para defendernos de los despidos anunciados, de los planes de trabajo construidos con base en prejuicios y mentiras, del desprecio de las autoridades a la participación estudiantil y de la notoria ineptitud tanto de quien nos pretende dirigir en casa como de quien dirige atodo el sector.

Son pocos los momentos de la vida en los que nos enfrentamos a decisiones sencillas. En esta ocasión, la decisión que tomamos fue clarísima desde el primer momento; permitir el atropello al CIDE simplemente no era opción. Con esta irremediable convicción, siempre de manera pacífica y con respeto al marco legal, optamos por no callar frente a la arbitrariedad y buscar que se escuchen nuestras demandas, que desde el primer momento han sido también muy claras

(https://bit.ly/32J9hqp). Ante la cerrazón de las autoridades, nos hemos visto obligados y obligadas a, como diría Thoreau, desobedecer.

A través de las instituciones consagradas por nuestro Estado democrático y constitucional, tanto alumnos como profesores hemos acudido a los tribunales a presentar diversas demandas de amparo y procedimientos administrativos en contra de la designación ilegal de Romero Tellaeche. También, hemos protestado en las calles de distintas ciudades del país y hemos hecho que miles de mexicanos y mexicanas escuchen una de nuestras más fundamentales demandas: Más ciencia, menos obediencia.

El CIDE es nuestra casa de estudios y en ella encontramos educación pública de la más alta calidad en ciencias sociales; en ella nos formamos y desarrollamos nuestras habilidades para trabajar por un país más justo y menos desigual. Sin embargo, desde el 29 de noviembre —hace precisamente un mes— las y los estudiantes, en legítimo ejercicio de nuestro derecho a la libre reunión y a la libre manifestación de las ideas, decidimos darle un nuevo significado a los espacios físicos de la institución: hicimos del CIDE nuestra casa, también en el sentido literal de la palabra. Las aulas en las que aprendemos ahora son también cuartos en donde pasamos las frías noches del poniente de la Ciudad de México; las oficinas de la División de Administración Pública son ahora un espacio para comer, descansar y distraernos; sus explanadas ajardinadas son nuestro lugar para reunirnos, consensuar y planear los siguientes pasos.

La desobediencia civil, dice Thoreau, es también un medidor importante de la solidez democrática de las sociedades. A lo largo de estas semanas hemos sido testigos de cómo los medios de comunicación cercanos al régimen han tergiversado y sacado de contexto los hechos. Hemos vivido el silencio abrumador de las autoridades, hemos sido estigmatizados desde Palacio Nacional y nos han dejado plantados en la mesa de diálogo en varias ocasiones. Ahora, en un intento frontal de intimidación, José Romero ha cambiado el servicio privado de vigilancia del CIDE por el Servicio de Protección Federal, creado por Genaro García Luna y que acumula más de 1 500 denuncias y quejas por abuso de autoridad, maltrato, acoso sexual y demás.

A pesar de ello, la Comunidad del CIDE —docentes, administrativos, alumnos y exalumnos— se mantiene unida en una expresión de resistencia, dignidad, valentía y defensa de nuestros derechos frente a los intereses perversos de una camarilla.

Con la firmeza de nuestras convicciones, y con lo inadmisible que resulta en un Estado democrático querer cooptar a la libertad académica, hemos reunido el valioso apoyo y solidaridad de decenas de instituciones y de miles de científicos, académicos y demás simpatizantes repartidos por todo el mundo.

A pesar de todo lo que ha sucedido y a pesar de todo lo que falta, ya hemos triunfado en la más importante de las batallas, librada en el campo de la razón.Hemos desobedecido antes, lo hacemos ahora y lo seguiremos haciendo siempre ante la arbitrariedad, la injusticia y la tiranía.

Así las cosas, dedico mi último texto de este año a toda la Comunidad del CIDE, de la que me honro profundamente de ser parte, y le reitero mi más sincera admiración, respeto y cariño.

Feliz resistencia y Próspera desobediencia.

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