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Un reloj atómico al que lo mueve la fe | Entrevista con William Daniel Phillips
El Premio Nobel de Física en 1997 habló cómo un hombre de ciencia puede ser al mismo tiempo un hombre de fe
Por: Jorge Saldaña
Creer en el Génesis mientras se congela un átomo. Es William Daniel Phillips el científico que cree en Dios pero no lo observa con telescopio. El hombre que considera más poderosa a la poesía bíblica que a la prosa científica y la entiende como una metáfora mucho más cierta que una verdad literal del plano físico.
Es doctor en física y sus contribuciones específicamente en el campo de la refrigeración del átomo para su mejor estudio y observación, le hicieron ganar el Premio Nobel en 1997.
A la par, es un cristiano metodista comprometido, un hombre de fe miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias que cree en Dios gracias a la ciencia y no, como ha declarado antes, “a pesar de ella”.
El escenario es el Centro Cultural Bicentenario en San Luis Potosí y el contexto es la conferencia que el premio Nobel dictó a un millar de jóvenes estudiantes como parte del programa de los festejos del centenario de la autonomía de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, institución que además le otorgó un doctorado Honoris Causa en el año 2009.
La entrevista está planeada para las 8 y media de la mañana en punto pero por cuestiones de logística y demoras del entrevistador, tuvo que posponerse para el final del evento.
Los organizadores advierten que habrá que esperar tres o cuatro horas para llevar a cabo el encuentro y aunque parece bastante tiempo, este transcurre de prisa sobre todo después de entender su relatividad, misma que fue explicada de forma muy sencilla durante la conferencia de William Daniel titulada “Time, Einstein and the coolest stuff in the universe”.
Finalmente y tras responder medio centenar de preguntas de los asistentes y ser testigo de honor en la entrega de reconocimientos a miembros de la academia potosina, se lleva a cabo una entrevista breve, risueña, a momentos paradójica y con “relativamente” algo de prisa porque el invitado tenía que retirarse.
El físico premio Nobel es un hombre de pelo cano, de caminar sin prisa que responde pausado con voz baja y tranquila, lo que contrasta con su actitud con destellos de humor y casi traviesa por lo risueño y accesible de sus respuestas.
Una personalidad galardonada por sus conocimientos pero que disfruta seguir cuestionando al cosmos.
A salvo la barrera del idioma gracias a la traducción del investigador Eduardo Gómez, la entrevista se centró en la antigua paradoja respecto a la ciencia y la religión. ¿Cómo un hombre de ciencia puede, al mismo tiempo, ser un hombre de fe? ¿Cómo ignorar el método científico con el que rige su vida profesional y creer en Dios del que no existe una prueba de su existencia?
Tras la presentación y un muy breve protocolo de cortesía, comenzaron las preguntas.
-La Orquesta (LO): Doctor, es usted un hombre laureado en ciencia y también un hombre de fe.
-Dr. Phillips: (DP): Sí, la fe es importante para mi, pero yo no soy importante para la fe.
LO: ¿Usted se explica la fe, la religión, a Dios, a través de la ciencia? ¿o a la ciencia a través de sus creencias?
DP: No, ninguna y lo explico: yo creo que la ciencia y la fe plantean diferentes tipos de preguntas. La ciencia hace preguntas sobre nuestro universo físico y la fe plantea preguntas espirituales tales como nuestra relación con Dios y sobre lo que espera de nosotros.
LO: Como científico usted necesita pruebas empíricas y comprobaciones de las cosas. ¿cómo hace para creer en Dios sin tener una sola prueba de su existencia?
DP: Es cuestión de fe y en este momento solo puedo pensar en las escrituras, en el libro de los Hebreos que dice que “La fe es la sustancia de lo que uno espera y la evidencia de las cosas que uno no ve” Ojalá se escribiera así…
La ciencia ofrece evidencias que responden a la física temporal de las cosas y la fe por otro lado ofrece una forma diferente de evidencias (sobre la existencia de Dios) pero, quiero enfatizar en que de cualquier manera, sí hay evidencias.
Me refiero a que la ciencia es lo que vemos y comprobamos en el laboratorio, son las cosas que observamos a través de telescopios, mientras que con las cosas espirituales se trata más de las cosas que sentimos en nuestro corazón. Cosas que observamos en el comportamiento de las personas y la relación entre unos y otros.
LO: La Ciencia y los avances tecnológicos ¿Nos acercan más como seres humanos o con sus usos y avances nos aleja del prójimo?
DP: (Risas) Hay una gran diferencia… así como la fe y la ciencia plantean cuestiones diferentes, los avances en la tecnología son sin duda importantes para nuestras vidas y para nuestro mejor entendimiento, pero no son centrales para las cuestiones de la fe.
Quiero enfatizar un poco más: Antes de la ciencia moderna, la gente atribuía a Dios o a dioses, las cosas que no podían comprender sobre la naturaleza. Hoy ya podemos entender muchas cosas más que antes y por eso, algunas personas piensan que ya no necesitan de Dios y esa es una manera equivocada de pensar …sobre Dios.
Dios no está ahí para explicarnos las cosas que no entendemos, está ahí para ayudarnos a comprender cosas de nuestra vida espiritual y no sobre nuestra vida física.
LO: Pero la ciencia trata de conocer o descubrir la verdad…y con Dios es un acto de fe del que no hay ninguna prueba.
DP: Depende a qué le llames prueba.
LO: ¿Ve en los átomos o en las estrellas la presencia de Dios?
DP: Seré muy cuidadoso en cómo responder (pausa). Cuando veo la física en lo particular, yo veo muy simples y muy bellas ecuaciones que pueden describir mucho de lo que entendemos en el mundo físico, y es difícil ver por qué como todo eso puede ser cierto sin que hubiera sido hecho por alguien inteligente que estuviera detrás de ello… Pero al mismo tiempo, y enfatizo, no creo que la belleza de la física sea una prueba de la existencia de Dios… pero pienso que la belleza de la ciencia es consistente con la idea de su existencia…
LO: La energía en el universo, llevándola a nuestra charla … ¿Cree que esta energía universal sea, como algunos plantean, se trate del amor, que la energía del universo es ese poder superior que algunos llamamos Dios?
DP: No. Como nos dice la Biblia, Dios es espíritu y desde mi punto de pensar, Dios no es identificable en un mundo físico. Dios es la base del mundo físico y Dios es la base del mundo espiritual…
El primer capítulo del Génesis nos da una lección muy importante, nos dice que todo esto que vemos en la naturaleza y en el mundo es la creación de Dios…y nosotros no somos Dios.
LO: La Biblia también dice que el mundo fue creado en 7 días y la Ciencia ha comprobado que no fue así.
DP: La Biblia nos enseña un mensaje espiritual. Si empezamos a cuestionar la biblia sobre las cosas que están separadas de los asuntos espirituales no tendría sentido, pero quiero continuar con el asunto de la creación que (corrige al entrevistador) –No fue en 7 días, fue en 6 porque el séptimo descansó.
El Génesis, es poesía. Es Metáfora. Es poderosa por eso, porque la poesía es más poderosa que la prosa.
No esperamos que la poesía se literalmente la verdad o cierta.
Una de las cosas que me han preguntado constantemente es si la biblia es literalmente cierta y la respuesta es “no…es mucho más cierta que eso…”
LO: En este momento ¿En qué se encuentra trabajando en cuestión de ciencia y en qué está trabajando en cuestiones de fe?
(Más risas)
DP: Estoy tratando de comprender como podemos aplicar cuestiones de mecánica cuántica en sistemas muy interesantes que hemos visto en el laboratorio y en mejores aplicaciones, más sofisticadas sobre mecánica cuántica para comprender sistemas y materiales mas complejos observando sistemas simples como los átomos.
LO: ¿Y en cuestión de fe?
DP: Trato de entender como aplicar las enseñanzas de la Biblia y las enseñanzas de Jesús y de grandes pensadores así como la historia de la religión a la complicada situación que enfrentamos hoy en día…
LO: Y ¿Cuál esa situación o mayor problema que tenemos actualmente?
DP: Es difícil de decir… el cambio climático parece ser un problema existencial y me parece una falla en la responsabilidad que nos da el Génesis de ser cuidadores de la tierra.
Así fueron las respuestas del Doctor William Phillips, paradójicas y hasta aparentemente contradictorias. Nada menos se esperaba de un hombre de fe, que habita en un hombre de ciencia con una visión espiritual profunda y una inteligencia privilegiada.
El científico jugó durante su conferencia con el chascarrillo de moda sobre los relojes Rolex y Casio. Para el premio Nobel y doctor Honoris Causa de la UASLP una descripción mas justa sería la de un reloj atómico movido por la fe.
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP
La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento
Por: Redacción
La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.
El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.
El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.
La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.
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