octubre 6, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

Somos radicales… eso ¡lo serás tú! | Columna de Óscar Esquivel

Publicado hace

el

Andrés Manuel López Obrador

Desafinando

 

La mayoría de las veces tenemos algo escondido muy dentro de nosotros, en otras ocasiones se nos ofrecen bondades y nos hacemos aficionados a ello y nos arrastra para lograr un fin. Existen personas que buscan el confort, la comodidad de forma secreta. En aquella búsqueda de verdad individual descansan las acciones que realizan, de ahí nace la necedad que no se entiende.

Sujetos que pareciera encontraron la “santa paz de su alma” solo si los caprichos y voluntades se realizan a su gusto y conveniencia. Si sucediera lo contrario, prestos se volverían entes alterados, enojados o depresivos, según el caso.

La diversidad de pensamientos generan opiniones distintas dejando ver discordias desde las raíces de la familia, amigos, vecinos cercanos, no se diga en la política, la religión; Entre devotos obstinados y los radicales ateos, pero la medianía no cabe, ¿eres o no eres? La pregunta a la indefinición.

Los diversos pareceres son tan antiguos, desde la creación del universo, la materia y antimateria, el hoyo negro y la luz universal. Perros y gatos, al final todos convivimos en un mismo lugar pero cuando la radicalidad impera, el mundo se convulsiona. Las revoluciones son un ejemplo, las transformaciones políticas radicales solo han dejado desolación, pobreza y violencia; los ejemplos son muchos que encontraremos en minúsculos cotos de poder. Lo expreso como minúsculo porque aquel que piensa en grande y en contra de los monstruos creados es normalmente pisoteado para acallar las voces de equilibrio.

Así como la imagen de la justicia: ciega, espada de implacable y una balanza, de esta forma debería ser el mundo ideal.

LA MUERTE DIGNA, CON DOLOR INSOPORTABLE

Hace uno días con la corona de laureles por delante y la espada de la justicia, sabios de la comuna (o sea los senadores), aprobaron, según ellos, una reforma al artículo 4º de la constitución que incorpora cuidados paliativos para enfermos terminales, limitados o que amenacen la vida ¡imagínense! Entonces todo este tiempo, por años, los enfermos terminales con dolores terribles ¿no tenían medicamentos para mitigar su dolor? Ahora resulta que los enfermos tendrán derecho a utilizar medicamentos controlados, para mitigar su pena, ¡pobres inútiles! El “chiquito” senador Mancera, fue promotor de esta infamia legislativa “toda persona tiene derecho a la protección de su salud en condiciones de dignidad” es obvio, hasta los que no están en etapa terminal solo dese una vuelta a las clínicas del IMSS o centros de salud, a ver si están atendidos con dignidad.

En la reforma, si se le puede llamar así, se lee: los cuidados paliativos constituyen un planteamiento que mejora la calidad de vida para paciente y familiares. Alivia el dolor, no los síntomas… al no existir posibilidad de curación, los cuidados paliativos son la mejor opción.

Pues los senadores se quedaron cortos, muy chiquitos su planteamientos, no es “vida digna” es sufrimiento constante y bárbaro, un puñado de insensatos decide por los que sufren.

Con esta reforma solo al paciente se le suministrarán inyecciones y drogas que lo mantendrán 23 horas dormido, esto es perpetuar el dolor físico y emocional.

¿Qué no se entiende? Un paciente en estado terminal no quiere morir, pero en su sufrimiento angustiante desea la muerte, el cual es el mejor camino. Lo que menos quiere en continuar en esa circunstancia vergonzante y ver a su familia desgarrándose por el viacrucis de su enfermo que se retuerce de dolor.

El paciente ya no desea continuar con la vida, él quiere bien morir. Reclaman tener derecho a decidir su muerte, el final de sus días. El paciente terminal en conciencia ya sea por su religiosidad o su ética sufre el decidir aplicarse la eutanasia, es decir que le ayuden a “bien morir” no a sobrellevar la enfermedad. El hartazgo con agonía es su principio común.


Los senadores solo voltearon a ver de reojo el tema de la eutanasia y confundieron el bien vivir con el bien morir con dolor.

LOS RADICALES

“Somos radicales” dijo Andrés Manuel López Obrador, presidente de todos los mexicanos, en su discurso del 1º de julio, día que la izquierda mexicana se alzó con el triunfo, que aplastó al monstruo capitalista, que su única aportación en más treinta años es haber generado pobreza, marginación y violencia. Una izquierda que con la espada de fuego acabaría con la corrupción y la impunidad en 7 meses.

“Falta mejorar el sistema de salud, debe crecer la economía y mantenemos los mismos niveles de violencia que heredamos del antiguo régimen” y sí, es verdad innegable. Solo algunos detalles en salud le dio por consolidar compras de medicamentos, recortar apoyos a médicos residentes y se ordenó que la Secretaría de Hacienda se hiciera cargo de todas las adquisiciones del sector, incluyendo IMSS e ISSSTE y, nada más absurdo: desmantelaron la precaria economía de estas instituciones saqueadas por Hacienda para aplicarlos en otros rubros. El antiguo régimen así lo hacía pero en esta ocasión no se midieron; fueron radicales.

En economía se mantienen buenos resultados. Los niveles macroeconómicos impecables, el dólar estable, la bolsa de valores creciendo, nivelación de la inflación, pero radicalidad las empresas han comenzado a desocupar personal. No fluye el dinero a las pequeñas empresas y mucho menos las micros. Se estancó la industria de la construcción, no existe inversión gubernamental, los grandes proyectos están detenidos, como aeropuerto, refinería Dos bocas, tren maya. Para evitar la corrupción mejor me siento a ser radical.

La violencia, disparada como nunca: asesinatos, robos, secuestros, ¡herencia maldita de los regímenes anteriores!, ¡putrefactos!, ¡saqueadores!, todo eso se merece la derecha, pero ¿y la Guardia Nacional?, ¿el paro de policías federales?, ¿la disminución de presupuesto en seguridad pública?… ¿esto también es herencia? O somos radicales.

Insisto, el presidente López Obrador tiene muchas razones, pero las famosas “herencias del pasado” no le permiten continuar o pensar adecuadamente. Ya basta de culpar, hay que actuar, pero con gente con sentido común. Como él bien dijo “no es gran ciencia gobernar, es de sentido común” y debería estar analizando en pagarles, barato claro, clases motivacionales de “sentido común” a la gran mayoría de sus colaboradores. Si desea ver un México feliz, entonces a trabajar, sí con radicalidades, pero pensadas, no con el “quiétate que ahí te voy”.

Soy radical, soy anarquista, poco creyente pero sé lo que hago.

Nos saludamos pronto

También lee: 1 de julio, entre dios y el hombre | Columna de Óscar Esquivel

#4 Tiempos

Pena de muerte | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

Imagine que un día, mientras se baña, descubre en alguna parte de su cuerpo –por ejemplo, en la planta del pie izquierdo, aunque bien podría ser en cualquier otro lugar- unos números tatuados que nunca antes había visto. ¿Cómo es que aparecieron allí? Hace usted memoria: ¿quién pudo haberle jugado una broma tan pesada? Y, sobre todo, ¿cuándo y a qué hora, que usted no se dio cuenta?

Como quiera que sea, trata de averiguar el significado de aquella cifra misteriosa. Lee una vez y luego otra vez: 290614. Doscientos noventa mil seiscientos catorce. ¿Y qué quiere decir? Piensa usted en las cantidades de dinero que debe e, incluso, en el saldo de su cuenta bancaria. ¡No, imposible! Por más que ha tratado de ahorrar, nunca le ha sido posible reunir una suma semejante. ¡Ojalá tuviera esa cantidad! Pero no: sospecha que, por lo menos aquí, no se trata de dinero. ¿Y si hubiera que leer la cifra de otro modo, es decir, no de corrido sino por partes? 29-06-14. Así la cosa está más clara. Parece una fecha. ¿Veintinueve de junio del año dos mil catorce? Ahora imagine que, de pronto, lo invaden ciertas sospechas. ¿Y si esa fecha fuera la de su futura muerte?

Sí, eso es: usted ha desentrañado un misterio: esos números que nadie pudo haber tatuado -por la sencilla razón de que, si alguien lo hubiese hecho, usted se habría dado cuenta- son una revelación, algo así como un mensaje. Usted se morirá, pues, el veintinueve de junio del año dos mil catorce. Y cuando ha caído en la cuenta del significado de los números misteriosos, éstos desaparecen y no vuelven a dejarse ver nunca más. Fueron como un relámpago en la noche, sí, y, sin embargo, usted ya sabe…

¿Cómo sería la vida de los hombres si Dios, valiéndose de estos avisos o de otros, nos hiciera conocer el día de nuestra muerte? ¡Que sencillamente no podríamos vivir! Cada mañana nos despertaríamos con la boca pastosa pensando que la fecha fatídica está hoy más cerca que nunca. ¿Cómo vivir en semejantes condiciones?, ¿cómo no pegarnos entonces un tiro en la cabeza? Pero no. Dios, aunque conoce el día y la hora de cada uno, se la calla. Al crearnos, no nos puso en ningún ángulo del cuerpo nuestra fecha de caducidad. ¿Para qué conocerla? ¿Para vivir aterrorizados? Sin embargo, lo que ni Dios se ha atrevido a hacer, los humanos sí que lo hacemos, y hasta con una naturalidad que habría que llamar mejor ensañamiento. Nosotros sí, para castigar a los culpables, los condenamos a muerte y hasta les decimos, armados con el código penal, el día en que deberán ser ejecutados. ¿No es esto salvaje e inhumano? Imaginemos, en efecto, la vida de un hombre que deberá morir el 29 de junio del año 2014… ¿Cómo transcurrirían las horas de este hombre?

Bien, Víctor Hugo (1802-1885), el gran escritor francés, trató de imaginarlo escribiendo una novela publicada en 1829 que llevaba por título El último día de un condenado a muerte. En ella aparece un hombre acusado de asesinato al que la ley está a punto de dar el último golpe. ¿En qué piensa este hombre al saber que sus días están contados? ¿Qué ideas concibe mientras la fecha se aproxima y los minutos vuelan?

Para enterarnos es preciso leer la novela. Yo, por mi parte, sólo quiero detenerme allí donde el prisionero, en su celda, se pone a observar las paredes con curiosidad. ¡Va a morir, él va a morir! ¡Y cuantos ocuparon esta misma celda antes que él están ya muertos, y bien muertos, desde hace tiempo! Sin embargo, antes de irse de este mundo escribieron algo en las paredes que era como su último adiós. Se puso a leer…

«¿Qué hacer con la noche cuando aún no despunta el día? Se me ocurrió una idea. Me levanté y paseé mi lámpara por las cuatro paredes de la celda. Están llenas de frases, de dibujos, de extrañas figuras, de nombres que se mezclan y se tapan unos a otros. Parece como si, aquí al menos, cada condenado hubiera querido dejar su huella. Con lápiz, con tizón, con carbón, letras negras, blancas, grises, con frecuencia profundas hendiduras en la piedra, por doquier caracteres oxidados, como si estuvieran escritos con sangre… A la altura de mi cabeza hay dos corazones inflamados, atravesados por una flecha y, por encima, la leyenda: Amor para toda la vida. El desgraciado no se comprometió por mucho tiempo. Al lado, una especie de tricornio con una figurita groseramente dibujada por debajo y estas palabras: ¡Viva el emperador!. Y luego otros dos corazones inflamados con esta inscripción: Amo y adoro a Mathieu Danvin. Jacques. En la pared de enfrente se lee este nombre: Papavoine. La p mayúscula está bordada con arabescos y adornada con esmero»…

La celda que describe Víctor Hugo es la celda de los condenados, sí, y, sin embargo, antes de tomar el camino del cadalso unos hombres dibujaron corazones y escribieron unas cuantas palabras de amor. Amo y adoro a Mathieu Danvin. ¿Quién era este Jacques que, a escasas horas de morir, resumía así las andanzas y quehaceres de toda una vida? Antes de irse de este mundo, Jacques había escrito las palabras decisivas; palabras que nunca leería Mathieu Danvin, pero que él se sentía en el deber de dejar grabadas para siempre. ¡A punto de ser llevado a la guillotina, Jacques declaraba su amor en la distancia a Mathieu Danvin! Por ahora no quiero leer más. Y cierro la novela de Hugo pensando en esto: que acaso lo único que hemos venido a hacer a este mundo es decir unas cuantas palabras de amor, unas pocas, para luego irnos un poco así como los barcos se pierden en la lejanía del mar durante la noche. ¿Que no somos correspondidos? Eso no importa. ¿Que no dio nunca nadie importancia a nuestro afecto? Eso importa menos aún. Nosotros hemos amado, lo hemos dicho y con eso nos basta.

Cuando hemos pronunciado las palabras esenciales, cuando hemos escrito nuestra declaración de amor en una de las paredes de la vasta prisión que es este mundo, ya nada nos falta. ¡Hemos dicho ya lo único que importa decir! Que venga entonces el carcelero: nosotros tendemos las manos hacia él y lo acompañamos a donde quiera llevarnos…

También lee: Monólogo del hijo único | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El secuestro de 7 vidas al barranco | Crónica de Jorge Saldaña

Publicado hace

el

CRÓNICA

Por: Jorge Saldaña

Todos perdieron. En San Luis, a veces la justicia no llega por la puerta grande de los tribunales, sino por la rendija torcida del rencor. Cuatro adolescentes, todavía con el olor a niñez pegado en la piel, decidieron convertirse en verdugos de otro recién salido de la adolescencia. Lo subieron a un Mazda gris como si se tratara de un ritual iniciático: una venganza disfrazada de justicia.

El nombre del capturado era Fidel. Lo golpeaban dentro del auto, le gritaban lo que creían que era verdad: que había embarazado a una amiga, que la golpeaba, que la humillaba y que dejó junto a su hijo a la deriva. Ellos, convencidos de ser vengadores, eran apenas muchachos con un arma de balines que parecía real. Creían portar justicia, pero cargaban sólo una farsa de poder.

En la huida desesperada, Fidel se arrojó del vehículo. No era valentía ni cobardía: era instinto de supervivencia. Saltó, y el destino lo arrojó todavía más abajo, al barranco. El golpe contra las rocas fue la sentencia que ninguno de los adolescentes imaginó, pero todos firmaron con ese acto.

El saldo es un inventario de pérdidas: Fidel perdió la vida en la caída. Los cuatro jóvenes perdieron la libertad, y con ella, cualquier atisbo de futuro. La muchacha, centro invisible de la tragedia, perdió al padre de su hijo y a los amigos que quiso como vengadores. Se quedó sola, con un bebé en brazos y la sombra de un muerto sobre la cuna.

El niño crecerá huérfano de padre, y su madre, huérfana de red. No hay vencedores: sólo cenizas.

La historia parece sacada de una novela de Arriaga: adolescentes que creen en la épica de la violencia, que juegan a dioses con armas falsas, que hacen justicia con las uñas sucias del odio

. El final es tan brutal como inevitable: cuando la violencia se hereda, los hijos juegan con ella.

El barrio El Aguaje se quedó con una postal difícil de olvidar: sirenas iluminando la noche, un cuerpo roto en el fondo del barranco, y cuatro chamacos esposados, con la mirada aturdida de quien no alcanza a comprender que la adolescencia terminó en un segundo.

Nadie hablará de ellos en la sobremesa. Nadie los pondrá en canciones. Pero ahí está la historia, un espejo áspero que refleja a al del país entero: un lugar donde la justicia se busca a golpes, donde la violencia se hereda como apellido, y donde hasta los niños cargan con la fatalidad de ser verdugos o víctimas.

En esta tragedia, no hubo malos ni buenos: sólo cinco adolescentes devorados por un mismo monstruo, el de la violencia que crece como plaga en los rincones donde el Estado no llega, pero sí llega Netflix y todas las plataformas con series donde se exalta la violencia como único camino, y la justicia por propia mano como un acto de valentía en una selva que no tiene otra ley que el ojo por ojo y diente por diente.

La pregunta queda flotando como un eco incómodo: ¿A quién le importa?
Simplemente es una corriente y cruda historia más, en la que nadie gana.
Un reflejo del barranco en el que todos estamos al borde.

También lee: Crónica de una extraña calma: El informe de Galindo | Crónica de Jorge Saldaña

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El sueño que parecía imposible | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Publicado hace

el

TESTEANDO

 

Durante décadas, el fútbol mexicano ha vivido con una deuda pendiente, la de encontrar a ese jugador distinto, capaz de cambiar un partido con una sola jugada, de desatar emociones colectivas y de encender la esperanza de millones. Y de pronto, en medio de la rutina de un campeonato que pocas veces sorprende, aparece un adolescente llamado Gilberto Mora para recordarnos que el sueño sí puede ser real.

Con apenas dieciséis años ya hizo historia. Debutó en la Primera División con Xolos y no fue un relleno, no fue una anécdota, se convirtió en protagonista, dio una asistencia, marcó un gol y rompió el récord de precocidad. Desde entonces, cada vez que pisa la cancha transmite esa sensación de que algo diferente va a ocurrir. Es el tipo de jugador por el que uno prende la televisión o se sienta en la tribuna con la ilusión de ver magia.

Lo extraordinario de Mora no es solo su juventud ni sus estadísticas. Es la manera en que juega con naturalidad, como si la presión no existiera, como si la cancha le perteneciera. Ve espacios que los demás ignoran, inventa caminos en lugares cerrados, toma decisiones que parecen dictadas por un instinto superior. Y lo más impresionante es que ya lo hace con la Selección Mexicana, donde su talento no se disfraza entre adultos, sino que se multiplica. En la Copa Oro lo vimos asistir, competir, atreverse, y ganar un título con una madurez que contrasta con su edad.

El horizonte para Mora es tan prometedor como inédito. Si el proceso se maneja bien, no solo podría disputar el Mundial Sub-17 —ese que corresponde a su categoría natural y donde sería la estr ella indiscutida—, sino que incluso está en condiciones de aspirar al Mundial Mayor

, en un salto que pocos futbolistas en el planeta pueden presumir. Imaginarlo jugando ambos torneos, en paralelo, sería confirmar que estamos frente a un fenómeno.

México ha tenido buenos futbolistas, jugadores de época, líderes de vestidor o símbolos nacionales. Pero pocas veces hemos sentido tan cerca la posibilidad de tener a alguien con el aura de un Messi o un Maradona: un joven que no solo juega, sino que transmite la sensación de que su historia puede transformar la del fútbol mexicano. Por eso cada partido suyo parece más grande que el marcador. Porque lo que está en juego es la ilusión de un país entero que lleva generaciones esperando a “ese” futbolista que cambie todo.

Claro, el riesgo existe. La presión mediática, los clubes europeos que pronto tocarán la puerta, la exigencia desmedida de una afición que no suele tener paciencia. Pero si Mora encuentra el entorno adecuado, si logra madurar sin perder la magia, entonces podemos estar al inicio de la historia que tanto tiempo se nos negó.

Gilberto Mora es hoy más que un jugador: es la encarnación de un sueño que parecía imposible. Si mantiene el rumbo, no estaremos hablando solo del más joven en debutar, anotar o asistir. Estaremos hablando del crack que México llevaba décadas esperando, capaz de unir en un mismo calendario el Mundial Sub y el Mundial Mayor, para después escribir la página que nos acerque, por fin, a la eternidad futbolística.

También lee: Redefinir lo perdido y pelear lo que resta | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco CP 78220
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 2440971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados