noviembre 22, 2025

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#4 Tiempos

Manto de Gemas: una película que se siente más de lo que se entiende | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Manto De Gemas es una película que me dejó confundido, intrigado y un poco frustrado. No recuerdo haber tenido tanto problema para decidir si una película me había gustado o no en un buen tiempo. Todo el contenido de esta película parece representar precisamente lo contrario a lo que he aprendido sobre cómo debería ser una experiencia cinematográfica. Es como si estuviera diseñada para desafiarte, para que te quedes rascándote la cabeza en lugar de disfrutarla; existe para desafiar a la audiencia más que decir algo en específico o entretener a alguien. Es una película que simplemente existe por el hecho de existir, pero eso no necesariamente está mal.

            Tampoco es que eso necesariamente este bien.

            Esta es una película de drama mexicana producida después de 2012. Esto quiere decir que, OBVIAMENTE es una película acerca del narcotráfico y cómo afecta la vida de la gente en el país. ¿Existe otro tema en el cine mexicano? ¿Tenemos algo más de qué hablar?

            Supuestamente, la película sigue a tres personajes principales, tres mujeres que se ven inmiscuidas en un caso de desaparición forzada y cómo tratan de lidiar, a su manera y con sus posibilidades, con la violencia del día a día que las alcanzó. Suena como algo relativamente prometedor, aún con todas las tonalidades de tristeza y desesperación cocinadas en el mero centro de la idea misma. Y, pues, digamos que lo intenta.

Lo primero que hay que decir es que nunca había visto algo como esto. Quizá allá afuera hay cientos de películas que usan un estilo similar, pero yo no las conozco, así que mis respetos a la producción por entregarnos una experiencia audiovisual única. Es una de esas cintas que no ves para entender o disfrutar, sino para sentir. Es una película que se sufre más que se disfruta, que te obliga a cuestionarte todo lo que está pasando frente a ti mientras intentas, sin éxito, descifrar el mensaje.

En lugar de contarte una historia, Manto De Gemas es más como un collage de momentos que apenas se conectan entre sí para transmitir una sensación. No es un ejercicio de narrativa, es un experimento cinematográfico. Todo lo que se muestra está escondido tras varias capas de contexto que necesitas haber vivido para captar. Aquí no se explica nada, todo se insinúa. Las ideas nunca se desarrollan del todo; más bien son casi dos horas de “desenlaces” que solo entiendes si has crecido escuchando historias de violencia en México. Si no tienes ese bagaje, muchas cosas te parecerán desconectadas o incluso sin sentido.

La mayoría de las secuencias, si no es que todas, se graban desde puntos ajenos a las conversaciones, enfocándose en elementos mundanos en vez de en las personas que los viven. Son pocos los momentos en los que se siente como una película pensada para ser estrenada en salas de cines. En casi todo momento sientes que estás viendo una película que está siendo proyectada en las paredes de un cuarto oscuro en algún museo de arte contemporáneo.

Si escuchamos a una madre hablar de cómo siente que su hija se está distanciando, no vemos sus expresiones, vemos cómo batallan sus manos para servir ensalada en sus platos. Cuando están cuestionando a una mujer por su posible participación en un secuestro, la querella está en tercer plano, con el sonido casi muteado, para enfocarnos en cómo unos niños están consumiendo hongos alucinógenos. Es casi como si todo lo interesante, lo relacionado a la supuesta trama de esta cinta, estuviera escondida en los ruidos de fondo a los que ni siquiera los subtítulos les ponen atención. Y eso es, como dije, algo que nunca había visto antes.

Esa es la magia y, a la vez, la principal ruina de esta película. Nada se resuelve, nada concluye. Empiezas en medio de algo y, después de dos horas, terminas en otro punto que también se siente como otro punto medio de la misma situación. Los personajes empiezan sufriendo y terminan sufriendo peor.

Lo que termina descosiendo a la película desde el interior, en mi opinión, es que no tiene una narrativa cohesionada. Aunque logra transmitirte desesperanza, lo hace más porque te preguntas: “¿Y si esto me pasara a mí?” en lugar de sentir empatía por los personajes. En términos sencillos, alejándonos de la propuesta artística y enfocándonos en los elementos puros de la película: durante los primeros minutos no pasa casi nada. Es apenas en los últimos quince minutos en donde la película recuerda que estaba queriendo decir algo y atiborra las escenas restantes de toda la acción que nadie supo acomodar en el resto de la cinta. En cuestión de un corte de escena a otro pasamos de metáforas audiovisuales medio densas a balazos, persecuciones, asesinatos y familias destrozadas.

Y todo esto estaría muy bien si fuera creíble. No solo hablo del aspecto estructural, sino del nivel de la actuación. Se nota que la mayoría del elenco no son actores. Supongo que la intención era darle un aire naturalista, pero hay escenas que se sienten tan amateurs que parece que estás viendo a un niño de dieciséis años estrenando su nueva cámara al pedirle a su familia que recite diálogos bien rebuscados en una posada. Ok, entiendo que fue una decisión creativa, y ha habido y habrá películas donde funcione de maravilla, pero no deja de ser una distracción en esta en particular.

Aún así, con todo lo bueno y cuestionable que puede ofrecernos la película, hay un solo elemento que me pareció terrible. Uno de los personajes “principales”, aquella que parece que es la verdadera protagonista de la cinta por la cantidad inhumana de minutos que aparece en pantalla en comparación con las otras dos, es un ser tan irrelevante, tan falto de carisma y personalidad, que no entiendo por qué se le dio tanta importancia. Y esto es completamente culpa del guión (o la falta de uno), y nada tiene que ver con la actuación de la actriz que encarna a este papel tapiz con forma humana.

En un escenario relativamente rural, donde seguimos a personas que claramente son parte de la comunidad y conocen perfectamente qué pasa ahí y cómo funcionan las cosas, Manto De Gemas nos obliga a seguir la “historia” de una mujer rica que se mete a la fuerza en la trama. Si soy honesto, nunca entendí por qué demonios deberíamos preocuparnos por ella. Es otra víctima de la violencia —eso está claro—, pero parece que anda buscando problemas porque sí, y luego se espera que sintamos lástima por ella.

No me malinterpreten, lo que le pasa es terrible y nadie debería vivirlo, pero su forma de actuar es tan torpe, tan fuera de lugar, que no pude conectar con ella. Intenta ser una especie de heroína, pero sin ayuda, sin plan, y con la pura idea de que su privilegio blanco la protegerá porque pues sí. Eso me resultó irritante, porque en lugar de agregar algo valioso a la historia, solo sirve como un saco de golpes para que el público se sienta mal.

Las otras dos mujeres tienen historias un poco más interesantes porque lo que hacen está dictado por circunstancias que no pueden controlar. Pero el arco de la mujer rica es, básicamente, darse cuenta de que ser blanca no te salva de la violencia. Ok, es una lección válida, pero ¿de verdad valía la pena arriesgar la vida para aprender algo tan básico? Y la cantidad de tiempo que pasamos siguiéndola es tanto que casi parece que la historia se cuenta desde su punto de vista.

Si su parte de la película hubiera estado mejor escrita, la película habría sido mucho más impactante. En su lugar, parece una más de las películas sobre cómo las familias ricas sufren a manos del mundo todo pedorro y horrible de los pobres, como si la pobreza fuera una elección malvada que arruinó su mundo perfecto. O sea, básicamente, Manto De Gemas sería OTRA película dramática mexicana sobre narcotráfico vista desde la mirada whitexican que tanto permea a la media de nuestro país.

Y México ya tiene suficiente de esas historias.

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#4 Tiempos

CONCACAF 2026: una eliminatoria que dejó heridas

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TESTEANDO

La eliminatoria rumbo al Mundial 2026 dejó a Centroamérica enfrentándose a una realidad incómoda, la región quedó rezagada, incluso en un formato que otorgaba más margen que nunca. Pero dentro del golpe generalizado hay dos historias que llaman la atención por un matiz muy particular: Costa Rica y Guatemala, dos selecciones que depositaron su confianza en cuerpos técnicos mexicanos, y aun así terminaron sin lograr el objetivo.

Costa Rica, acostumbrada a ser el referente de la zona, apostó por la experiencia mundialista de Miguel Herrera. El proyecto prometía solidez táctica y un recambio generacional más ordenado, pero el equipo tico terminó atrapado entre la transición y la urgencia. Hubo partidos en los que se notó el intento de reconstrucción, de darle al equipo un sello reconocible; aun así, los errores puntuales, la falta de contundencia y la presión acumulada hicieron que el proceso no alcanzara para sostener la clasificación.

El contraste con su historia reciente, esa en la que la identidad costarricense parecía inquebrantable, se volvió más evidente con cada partido. Y aunque el trabajo del cuerpo técnico mexicano aportó claridad, la estructura que lo rodeaba simplemente no acompañó.

Por su parte, Guatemala vivió una ilusión distinta. Su selección, dirigida por Luis Fernando Tena, llegaba con el impulso de procesos juveniles más visibles, estadios llenos y un entusiasmo que no se veía desde hacía tiempo. El entrenador buscó ordenar el juego, potenciar la intensidad y darle continuidad a una generación que prometía competir de igual a igual. Durante varios momentos pareció posible: se jugó con valentía, se propuso, se soñó.

Pero otra vez, cuando llegó la hora decisiva, el proyecto se quedó corto. La falta de profundidad en el plantel, la ausencia de una estructura sólida que sostuviera la idea y algunos errores en partidos clave terminaron apagando una posibilidad histórica. Dolió especialmente porque, por primera vez en mucho tiempo, Guatemala parecía estar a un paso real de dar el salto.

Los dos casos, diferentes en matices pero similares en desenlace, plantean una reflexión inevitable: los entrenadores pueden cambiar intenciones, pero no pueden corregir solos la falta de una estructura profunda. México exportó cuerpos técnicos preparados, con propuestas claras y trabajo serio, pero se toparon con federaciones que arrastran inestabilidad, con ligas de nivel irregular y con proyectos que no siempre se sostienen más allá del resultado inmediato.

Mientras tanto, otras selecciones del resto de la confederación, particularmente varias del Caribe, han entendido la importancia de profesionalizar sus procesos. Semilleros más organizados, continuidad en los banquillos, inversión en atletas jóvenes y una visión a futuro que ya empieza a dar frutos. El contraste explica mucho del presente centroamericano.

Lo sucedido rumbo al 2026 no es un simple fracaso deportivo, es un síntoma.
Costa Rica tendrá que reencontrarse con su esencia y permitir que su proyecto sea más grande, reconstruir incluso su liga y voltear a sus fuerzas básicas para volver a exportar jugadores.
Guatemala tendrá que transformar su ilusión en un plan sólido que no dependa de inspiraciones aisladas, así como intentar invertir en infraestructura que fomente la práctica profesional del deporte.

El Mundial 2026 se jugará en la zona, pero Centroamérica estará ausente, tan solo Panamá representará a la región, en un momento que parecía histórico, casi todos quedaron a deber.

La pregunta no es por qué fallaron esta vez, sino cuánto tardarán en reconstruirse para volver a competir de verdad.

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#4 Tiempos

La IA, periodismo, y la coartada perfecta | Apuntes de Jorge Saldaña

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riesgos de legislar sobre IA

““Vivimos bajo tormentas de datos que no construyen verdad sino ruido”. La información, desanclada de la confianza, se vuelve atmósfera. Y en atmósfera turbia, cualquiera puede gritar “fuego” y llamar a los bomberos, o “deepfake” y zafarse de la comisión de un delito”

Por: Jorge Saldaña

Hay épocas en las que la tecnología acelera más rápido que la ley en una carrera en pista sinuosa, de esas con curvas tan cerradas que hasta el volante tiembla.

Estamos ahí. La inteligencia artificial (IA) ya es capaz de imitar una voz al grado de confundir a tu mamá, de injertar un rostro en un cuerpo ajeno con precisión perfecta, de producir un “comunicado oficial” con sellos y sintaxis idénticos a los originales. Qué peligroso.

No obstante, lo que de veras me quita el sueño (y eso que soy dormilón) no es solo lo que la IA puede fabricar, sino lo que su misma sombra puede desmentir, es decir, que lo verdadero sea tirado a la basura señalándolo a la ligera como “irreal”.

Dicho en pocas palabras: sí temo a la mentira hecha con IA, pero temo más que la IA se vuelva la coartada perfecta para negar la verdad. ¿Me explico?

Pienso en un audio que exhibe una extorsión, en una foto que capta a un político con un criminal, en un contrato auténtico que documenta un desvío.

Con la reforma aprobada en San Luis Potosí (con tan solo 10 días de análisis) que tipifica el “uso indebido” de IA para provocar alarma, alterar la paz social, o dañar la imagen de un tercero, creo que nos pone a todos, pero aún más a los que nos dedicamos al periodismo, en un altísimo riesgo de que la primera reacción del involucrado no sea la responder al fondo, sino señalar al mensajero: “Eso lo creó la IA”, y entonces deberá ser el reportero, y no el delincuente exhibido, el que deberá de demostrar que su evidencia no es sintética o artificial, o se va al bote.

Invertimos la carga de la prueba: del hecho al emisor; del culpable al periodista.

No exagero: Artículo 19 ya advirtió lagunas de precisión en conceptos como “alarma pública” o “paz social” (que son ambiguos y propensos a la interpretación) y un riesgo de discrecionalidad que podría alcanzar desde la crítica política hasta la edición creativa.

Es cierto, la iniciativa del diputado Héctor Serrano, incorpora exclusiones para fines periodísticos, académicos, artísticos y de parodia “siempre que no exista dolo y se indique expresamente ese carácter”. Bien intencionado, sí. ¿Suficiente? No, porque el campo de juego queda resbaladizo y no hay árbitro judicial ni peritos especialistas en el tema.

Las modificaciones al Código Penal producto de la iniciativa de regulación a la IA, no define con precisión cómo demostrar el dolo, qué es alarma y, sobre todo, quién y cómo lo acredita.

Byung-Chul Han lo dijo en su libro Infocracia, (que me gusta mucho citar): “vivimos bajo tormentas de datos que no construyen verdad sino ruido”. La información, desanclada de la confianza, se vuelve atmósfera. Y en atmósfera turbia, cualquiera puede gritar “fuego” y llamar a los bomberos, o “deepfake” y zafarse de la comisión de un delito.

Nuestro tiempo es el de la sospecha permanente, la duda como política de Estado.

El tema me recuerda a Orson Welles que lo anticipó en 1938 con La guerra de los mundos: una ficción radial que, contada como boletín, desató pánico.

Hoy no necesitamos actores; bastan modelos generativos, un par de clics y un algoritmo de difusión.

Imaginen —no es ciencia ficción— un boletín “verosímil” de la Sedena ordenando toque de queda; una “conferencia” de la presidenta aceptando una invasión o un “video” de un presunto homicida de un estudiante de Estomatología confesando un delito… (saben a lo que me refiero).

¿Qué tal que el homicida alega que el video que se filtró fue hecho con Inteligencia Artificial? ¿Se va a perseguir al medio que lo difundió? En una de esas, hasta el homicida sale libre…¿Ya me entiende, Culto Público a lo que me refiero, me preocupa, y me da comezón?

La IA escribe el guion; las redes, el miedo.

Ahora bien: San Luis Potosí ya legisló. ¿Hacía falta? Sí. Pero… ¿Así? ¿Tenemos la suficiente fortaleza académica, experiencia profesional y capacidades para fundamentar una legislación sobre esta materia que nos va ganando la carrera? ¿No será esto un acelerón en plena curva?

El que esto escribe, aprendiz de reportero, alcanza a ver al menos tres riesgos que no podemos ignorar:

1) La coartada perfecta del poderoso.

Frente a una investigación sólida, la respuesta fácil será: “es IA”. Si la norma deja ambigüedades, el periodista puede terminar litigando su autenticidad en vez de publicar, y esto puede generar un efecto inhibidor, una autocensura preventiva por miedo a ser acusado de crear “realidades sintéticas”.

2) La puerta trasera de la censura.

Cuando “alarma social” o “paz pública” no tienen parámetros verificables, cualquier pieza incómoda puede ser encuadrada como “desestabilizadora”. Hoy se promete que no; mañana basta un fiscal con prisas o un juez con miedo o a modo.

3) La prueba imposible.

En la práctica forense, demostrar que algo no fue generado por IA requiere peritajes especializados, sellos de procedencia, cadenas de custodia digitales. No los tenemos para temas como la IA ¿Quién los hará? ¿Con qué estándares? ¿Con qué independencia? Si no definimos eso, la balanza se inclina contra el informador.

Ante ello, creo que necesitamos definiciones más concretas, cerradas y taxativas, lo mismo que una “mente culpable” o como dicen los abogados una Mens rea probada, exigir dolo específico: intención de provocar alarma…me-di-ble y no de “sensación” de la misma.

Además, si alguien alega que una pieza es sintética o fabricada, que lo acredite con peritajes de laboratorios independientes (no “peritos de parte” -que además no hay en SLP- a modo).

Los periodistas también tenemos que tener garantías reales y no meramente declarativas.

Efectivamente hay una exclusión en la iniciativa aprobada para el ejercicio del periodismo, arte, academia y sátira, sin embargo, ¿quién garantiza que opere en los hechos, cuando alguien -como dije arriba- nada más porque sienta calor le llame a los bomberos…?

No se trata de negar el dilema —que es brutal y de múltiples aristas—, sino de evitar que la cura mate al paciente. Porque, paradójicamente, la IA que nos amenaza con fabricar mundos, también puede servir para validarlos.

A ver, para Usted mi Culto Público, le comparto dos escenarios de pesadilla y uno de esperanza:

Un “Falso con consecuencias reales”: Un “comunicado” apócrifo de Protección Civil que ordene evacuar colonias. Pánico, saqueos, accidentes. Nadie herido por la IA; todos por la estampida.

Un “Verdadero desmentido como falso”: Un video auténtico que documenta un abuso policial. Los responsables gritan “deepfake”, “IA”, un juez timorato concede medidas cautelares, y el reportero enfrenta proceso. La evidencia muere antes que el delito.

Uno de esperanza: que la norma haga lo que promete: perseguir mentiras sintéticas dañinas, proteger a víctimas (como las 400 estudiantes de Zacatecas) y blindar la crítica. Se puede, si se afina y lo hacemos de forma acompañada y profesional. No a la ligera.

La delgada línea entre vigilar y castigar —permítanme el guiño— no debería cruzarse hacia castigar al que vigila. La prensa, con sus errores y excesos que a veces tenemos (no me subo al púlpito ni tiro la primera piedra), sigue siendo el semáforo en una avenida oscura: si se apaga “por seguridad”, lo que viene no es orden, sino una carambola con trágicas consecuencias.

Cierro con una imagen. La IA es el Orson Welles de nuestros tiempos: puede narrar invasiones que no existen y desmentir revoluciones que sí ocurrieron. La diferencia será si, en San Luis, ponemos reglas claras, peritos que sepan, y un principio simple grabado en piedra: a la verdad no se le pone grillete; a la mentira, sí.

Insisto, si lo hacemos bien, con profesionalismo y sin miedo, quizá esta vez la radio hablando de marcianos no provoque pánico, sino lucidez.

Mañana será el diputado de Morena Carlos Arreola (qué casualidad) el que anuncie el desarrollo inmediato de foros con ciudadanos, académicos, especialistas, periodistas, abogados y otros grupos para discutir, plantear y afinar la iniciativa aprobada. Aunque lo convoque Arreola, ni modo, me apunto.

Nota: Esta columna no fue redactada con IA, sino con MIR (Mi Ignorancia Regular).

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Francisco Gándara, primer ingeniero higromensor potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En 1886 se titulaba de ingeniero en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí un joven que aportaría al estudio y solución de problemas de sistemas hídricos en la población, así como contribuiría y sería testigo de uno de los acontecimientos científicos más importantes a nivel mundial y que impacta en la sociedad actual, la comunicación inalámbrica, el joven en cuestión Francisco de la Gándara.

Sobre este personaje ambientado en el San Luis potosí de 1886 escribí un artículo que puede consultarse en: San Luis Potosí en 1886, esplendor de la alta cultura potosina: https://www.researchgate.net/publication/394853478_San_Luis_Potosi_en_1886_esplendor_de_la_alta_cultura_potosina

En 1885 se abría en San Luis Potosí el Liceo Científico y Literario “José María Morelos”, fundado por los estudiantes del Instituto Científico y Literario que habían sido expulsados de este por el gobernador del estado. De esta forma el 23 de febrero de 1885 el Liceo abría sus puertas para que los estudiantes expulsados pudieran continuar sus estudios. 

El director del Liceo y parte de sus profesores serían alumnos aventajados del Instituto que habían sido expulsados. Entre ellos se encontraba Francisco Gándara, alumno de excelencia del Instituto, en su momento ayudante de Francisco Estrada en algunos de sus experimentos y demostraciones en la cátedra de física. Este personaje tendría un papel importante y se convertiría en uno de los ingenieros egresados del Instituto Científico y Literario.

Los alumnos del Liceo que terminaban sus estudios superiores en esa institución, podían presentarse al Instituto Científico y Literario para examinarse en las materias que tenían pendientes en el Instituto después de cursarlas en el Liceo. Así, el 5 de septiembre de 1885 se examinaba en el Instituto Científico y Literario el alumno expulsado Francisco Gándara que era catedrático de física en el Liceo Morelos

; Gándara fue examinado en topografía y mecánica siendo calificado por el jurado con PB en ambas materias.

A fines de 1886 Francisco Gándara se titulaba como ingeniero topógrafo e higromensor en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí y ofrecía sus servicios profesionales como tal en la cuarta calle del Apartado número 52, ahora calle de Francisco I. Madero.

Gándara con el tiempo se convertiría en un reconocido ingeniero experto en perforación de pozos y quien terminó la construcción de la Presa de San José.

En su época de estudiante de la cátedra de física, de 1881 a 1882, ayudó a Francisco Javier Estrada en sus experimentos de comunicación y fue testigo de los experimentos de comunicación inalámbrica que sería una de las aportaciones extraordinarias y de primicia mundial realizadas en ese año de 1886.

En 1897 Gándara recordaba, al anunciarse el descubrimiento de Marconi de la comunicación inalámbrica y que la prensa local y nacional promovía con loas a su autor, que dicho descubrimiento había sido realizado más de diez años antes por el potosino Francisco Javier Estrada en pleno centro de la ciudad de San Luis Potosí y en el edificio donde profesaba su cátedra de física. Para entonces, el olvido sobre la obra de Estrada y su persona, ya hacia acto de presencia, y sus motivos deben ser dignos de estudio.

Francisco Gándara, estudiante del curso de física que dictaba Estrada, narra, su reacción ante la noticia del experimento de Marconi, asegura que el tema fue para él, nada sorpresivo, pues él, al igual que sus condiscípulos, pudieron presenciar la comunicación telegráfica sin hilo conductor, tanto en el aire (en el espacio dice Gándara) como a través de la tierra (refiriéndose a la detección de temblores de tierra). Refiere Gándara que los experimentos con los más mínimos detalles quedaron consignados en los libros en que Estrada apuntaba el resultado de sus grandes estudios. Libro que infructuosamente, hasta el momento, hemos buscado y que representa un tesoro para la historia de la ciencia y para la historia de nuestra propia cultura.

Gracias a Francisco Gándara sabemos detalles de esos históricos experimentos de Estrada, al ser participa en ellos y registrarlos en su diario de experimentos.

“Al que esto escribe, discípulo del Sr. Estrada por aquellos años, cúpole en suerte ayudarle en la práctica de sus experiencias, para las cuales por la imposibilidad en que el sabio electricista se encontraba, necesitaba el concurso mecánico de alguien, y ¡cuántas veces me dejó sorprendido del resultado maravilloso de sus ideas que yo ejecutaba sin conciencia!

Yo mismo escribí de mi puño y letra la teoría del descubrimiento que hoy como de Marconi se presenta y asenté los experimentos que llevábamos a efecto con magníficos resultados, así como muchísimos de los frutos de la singular ilustración y gran saber del Sr. Estrada”.

Francisco Gándara (1897)

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