enero 21, 2025

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La fuerza de la verdad | Columna de Juan Jesús Priego

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la fuerza de la verdad

LETRAS minúsculas

 

Me escribió hace poco un estudiante de Ciencias de la Comunicación para preguntarme qué pienso a este respecto: si Jesús se hubiese encarnado en esta etapa de la historia, es decir, si hubiese formado parte de la llamada sociedad global, de la civilización del conocimiento, ¿se conectaría habitualmente a Internet, crearía su página web y chatearía con sus seguidores? ¿Tendría una cuenta en Yahoo! y otra en Hotmail? ¿Subiría fotos suyas al Facebook? ¿Formaría parte de una de las tantas comunidades virtuales que hoy pueblan el ciberespacio?

La verdad es que nunca me había hecho yo una pregunta semejante; la imagen de un Jesús jugando con el ratón de una computadora me era literalmente inconcebible. Pero ahora me pedían un esfuerzo de imaginación y una respuesta. Solicité tiempo para pensar en el asunto, me puse a releer algunos pasajes evangélicos y al día siguiente respondí. No, Jesús no utilizaría nada de eso. Acaso solamente el teléfono o el micrófono, pero nada más: en suma, los medios menos masivos y más rudimentarios. ¿Ni siquiera la televisión? Creo que ni siquiera la televisión.

Claro, es posible que me equivoque y que esté siendo demasiado injusto con los modernos medios de comunicación. Pero creo tener a mi favor las siguientes razones: si Cristo hubiera querido sobre toda otra cosa prestigio y publicidad para que su palabra llegara a todos los rincones del mundo por entonces conocido, ¿por qué no eligió nacer en la Roma de su tiempo, que era capital del imperio y ombligo del mundo? ¿Por qué no se encarnó en la persona del César o, ya por lo menos, en la de un noble patricio romano? ¿Por qué, en cambio, quiso nacer tan alejado de los centros de poder? Para decirlo ya, ni siquiera nació en Jerusalén, la ciudad santa, sino en Belén, y creció en la aldehuela de Nazaret, un pueblecillo tan modesto que suscitaba desconfianza: entre los mismos judíos del sur de Palestina era moda decir que de allí «no podía salir nada bueno» (Juan 1,46). Incluso hay quien dice que quienes juntaron su nombre al de su pueblo de proveniencia llamándolo «Jesús de Nazaret» fueron más bien sus enemigos para presentarlo como digno de desprecio (Wolfgang Trilling).

Cuando Satanás le ofrece todos los reinos de la tierra, Jesús los rechaza (Mateo 4, 1ss) con gesto soberano, y cuando la multitud quiere proclamarlo rey, él se les escabulle (Juan 6,15). Como hombre rico y poderoso le hubiera sido todo más fácil, pero renunció al poder y optó por la discreción. Muchas veces daba a los ciegos y paralíticos que había curado la orden de no contar a nadie quién había sido el causante de que ahora vieran y caminaran (Lucas 9, 20). No, las campañas publicitarias no eran precisamente lo suyo.

«A Pedro, que había dado una respuesta justa y confesado al Mesías –escribe un monje oriental del que desconocemos el nombre-, Jesús le recomienda no revelar a otros este misterio. Cada hombre debe descubrir por sí mismo el misterio de Jesús» (Jesús. Sencillas miradas al Salvador).

En aquellos tiempos lejanos el medio de comunicación más veloz era el caballo. Pues bien, Jesús jamás se subió a uno, o por lo m enos no nos dice ningún evangelista que lo hubiera hecho. En cambio, el domingo que precedió al viernes de pasión

quiso entrar a la ciudad santa montado en un burrito (cfr. Mateo 21, 2; Marcos 11,4; Lucas 19,30; Juan 12,14). Del burro dice Michel Tournier que era «el caballo de los pobres», y si Jesús usó uno para entrar victorioso en Jerusalén no era únicamente para que así se cumplieran las Escrituras, sino porque era pobre de solemnidad.

Para conectarse a Internet por lo menos son necesarias tres cosas: una computadora, un módem y una línea telefónica. Ahora bien, no hay que olvidar que incluso hoy en miles de poblaciones a lo largo y ancho del planeta el teléfono brilla por su ausencia y que, en ellas, el sueldo de 50 años de trabajo no es suficiente para poder comprar el último modelo de la IBM. En otras palabras, aunque Jesús se hubiese encarnado en esta etapa de la historia, no es nada seguro que hubiese nacido en Nueva York, Roma o París, sino más bien en un villorrio perdido de quién sabe qué país oculto en nuestros mapas.

Jesús no gritó hace 2 mil años y no gritaría hoy. Y si bajara nuevamente a la tierra, estoy casi seguro que viviría en un pueblecito poco interesante a los ojos de los mercados globales para obligar a los poderosos de la tierra a volver la vista hacia donde todos creían que no podía salir nada bueno.

El hombre, para Jesús, tiene un deber ineludible con respecto a la Verdad, y es el de buscarla. La Verdad no necesita imponerse o gritar para ser más verdadera, como tampoco necesita que un agente publicitario la maquille para hacerla esplendorosa.

Jesús no intentó ir a Roma –tampoco a Grecia- para hacerse oír, ni tampoco escribió nada. Pero casi todos sus discípulos viajaron y escribieron. La utilización de los medios, en todo caso, les toca a ellos. Quiero que se me entienda bien: no es que Jesús desprecie el potencial de los mass media; es que si el hombre no es capaz de ver a Dios en los hechos y en las palabras de un Pobre, tampoco será capaz de verlo en los programas de la radio, en los shows de la televisión o en un sitio cualquiera de la web.

Acceder a la verdad requiere esfuerzo, dedicación y un corazón atento: por lo menos eso es lo que se infiere leyendo en los evangelios las palabras y los hechos de Jesús. Por tal motivo me parece improbable que pueda aprendérsela con sólo encender la computadora o limitándonos a oprimir un botón de nuestro control remoto. Tal fue lo que respondí a aquel estudiante. Y si mis palabras le dieron la impresión de que la Verdad es otra cosa (una cosa que requiere ascesis y humildad), mejor que mejor: es, justamente, lo que pretendía.

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#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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