#4 Tiempos
La amistad en fuga | Columna de Carlos López Medrano
MEJOR DORMIR
En la fila del baño de una fiesta, entre desconocidos simpatiquísimos que jamás volveremos a cruzar, llegan algunas de las mejores conversaciones, de esas que te imbuyen un rush de concierto. Qué muchacha tan agradable, ojalá la encuentre otra vez, te dices, aunque sepas bien que es una quimera propia de una serie de elementos conjugados que no se repetirán.
De igual manera pasa con el vecino de mesa en un almuerzo de cumpleaños al que te invitaron, con quien compartes aspiraciones, opiniones de futbol y nostalgias de provincia. Surge un entendimiento de ligereza, camaradería para adornar el trago y sentirte un poco menos solo en la ciudad.
Esto seres se van como llegaron, dejando una brizna de ánimo que conforma una linda tarde, una buena noche; un refuerzo a las suposiciones que tenemos del jet-set que tejemos en el aire. Algunas veces intercambias teléfonos con ellos. Y al otro día mandas un mensaje. Me dio gusto conocerte, Juan. Hay que volvernos a ver, ya tienes mi número. Claro que sí, Manuel, el gusto es mío. Eres un tipazo. A ver qué día vamos por esos cortes de carne que me comentaste, estamos aquí para lo que se ofrezca.
Ambos canjean palabras que preservan la amabilidad, pero un hilo se ha perdido. De paso te truena la rodilla y lo comprendes: ya está, no volverás a ser joven. No siempre ocurre de este modo (amistades longevas se hacen a cada rato), aunque lo pasajero tiende a ser norma.
Nada que reprochar. Las amistades fugaces son un pilar de la dinámica social. En su calidad de relámpago no echan raíces y por eso mismo jamás se marchitan. No viven el desgaste, los tiros y afloja de los vínculos prolongados, esos que traen tantas bondades como sinsabores. Tampoco implican una responsabilidad. No tienes que pagar una fianza para sacarlos de la comisaría a altas horas madrugada ni cargar a sus bebés mientras ellos pagan el boleto del estacionamiento.
Todas esas apariciones de una hoja calendario son, de cierto modo, la misma: el eterno desconocido que alumbra el último rincón de la memoria. Siempre hay un sujeto para hacer el rato especial si uno tiene la valentía de decir «hola, qué tal, qué frío hace, ¿no crees?».
A veces ni siquiera es necesario hablarles. Hay una clase de familiaridad con la mujer que pasa a tu lado tras la presentación de un libro en el museo y que con vestido de otra época revive en ti lo perdido. Sin mediar palabra, tan solo con el estímulo de la belleza, llega el impulso que necesitabas para hacer cambios en tu vida. Saldrás a correr. Comerás sano. Te anotarás en clases de un tercer idioma por la impresión causada por ese encuentro lejano en la galería.
En alguna parte del mundo debería alzarse un monumento para el amigo fugaz. El cómplice inesperado que aparece cuando estás hastiado del bullicio y sales a tomar el aire. Ahí afuera, durante unos minutos, se confían eso que ya es incomunicable ante aquellos con los que coincides a diario. El sujeto que, tras escucharte atento, tira una frase que es verdad a puños, la perspectiva que en la endogamia de tus andares no habías vislumbrado.
Gustavo y José que vienen de Puebla y te invitan el mezcal que promueven en un evento de negocios internacionales . Y un extranjero que vacaciona por México y que está harto de que preguntas sobre sus orígenes, de lo que se come en su pueblo, de su opinión sobre los tacos. Tú, al decirle que no entiendes cómo le hacen lo saxofonistas para que el oído no les truene al soplar la boquilla, representas también aire fresco en su pelo.
Todos cargamos fisuras confidenciales que en la liviandad de la noche liberan su contenido. Atesoras a estos confidentes con los que no tienes que andar de puntillas, con los que puedas saltar, abalanzarte y contar lo que tanto te aflige. En estas figuras hay retazos de la vida que siempre quisiste y que no llega más que en ráfaga, en luciérnagas que, como ellos, no se dejan atrapar.
Amistad de vapor: la bondad de alguien que te escucha a sabiendas de que no estarás allí mañana y nunca harás nada por él.
La brevedad de su paso no permite que se vengan a pique, y te preguntas si tuviste suerte para topar justo con la persona que te hace clic o si tal vez los jipis estén en lo cierto: todos los humanos tenemos alguna coincidencia y podríamos llevarnos bien si tuviéramos la disposición; libres de barreras tribales y con la apertura de un vagabundo sin norte o un perro que deambula buscando un hogar.
Hay sentimientos que demoran meses en formarse, otros caen de pleno sin la maduración del desencanto. Con estas personas te olvidas por un rato de la rutina. Del rol que exige tu posición en el mundo. Rejuveneces por unos instantes. Al cabo envejecer es medir más el tiempo. El joven va al cine en pareja sin estar al pendiente de los segundos; el hombre cuenta las horas, lleva cronometrada la salida para llegar a casa y dormir un poco que al día siguiente hay que ir al trabajo. Que ya se acabe la película, por favor, todavía tengo que preparar mi camisa.
Cuando regresas con la tropa de siempre, notas un desbalance. Aquella joven tan fresca y desparpajada, fruto del encuentro circunstancial, hacía que los nervios te vibraran de forma en que los sospechosos habituales no logran. Pero agradece y blíndate de una vez contra la cursilería. Ellos te aguantan por más de una hora, por días enteros… son años ya que no te da la amistad en fuga, para quien serás si acaso en lo remoto aquel tío tan majo que no recuerdo su nombre. Había echado muchas cubatas, no sé qué le dije.
Contacto:
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#4 Tiempos
Se acabó el Clausura 2025 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Llegó a su fin el torneo de la Liga MX con un nuevo campeón, el Toluca destronó al América y se sienta en la cima. Ahora es momento de hacer cuentas, de esas que sirven para alimentar la estadística.
En total, en el Clausura 2025, se jugaron 170 partidos: 153 de temporada regular y 17 de liguilla.
En la jornada 9 se dio el resultado más abultado del campeonato, un 5-0 que le propinó Toluca a Querétaro en la bombonera. En contraparte, 12 partidos terminaron con un empate a 0, incluyendo el partido de ida de la final entre América y Toluca.
El equipo más goleador fue Toluca, con 51 tantos entre torneo regular y liguilla, a diferencia de Querétaro que fue el que menos anotó con tan solo 10 en toda la fase regular.
Algunos de los récords que se rompieron en este Clausura 2025 destacan al Toluca anotando 5 goles en dos partidos, primero ante Querétaro en la jornada 9 y después frente a Necaxa en la jornada 11.
Jhon Kennedy de Pachuca logró anotar en cuatro partidos consecutivos en casa, alcanzando a Edwin Cardona en 2019.
Atlas logró una remontada 4-3 después de ir perdiendo 0-3 ante Tijuana, algo que igualó a América en 2016 ante Cruz Azul, por cierto, este partido entre Atlas y Tijuana fue uno de los dos con más anotaciones del torneo.
Para cerrar con los números, el promedio de asistencia a los partidos fue de 23,783, mientras que la mejor asistencia fue el partido entre Monterrey y San Luis, en la jornada 8, con 50,023 aficionados, esto gracias a la expectativa del debut de Sergio Ramos. Del otro lado, el partido con menos asistentes fue el Pumas vs Mazatlán con tan solo 8,845 espectadores, esto provocado por jugar al mismo tiempo que se llevaba a cabo el Super Bowl 59.
Por último, en temas financieros, se presume que el campeón del futbol mexicano recibe aproximadamente 78 millones de pesos más la clasificación a la Copa de campeones de Concacaf y un considerable aumento en los bonos de patrocinadores tanto propios como de la liga.
Se fue un torneo, y aunque todavía quedan por lo menos dos partidos más que interesan a los aficionados locales (Cruz Azul vs Vancouver y América vs LAFC), la liga llegó a su fin y por ahora vivimos la emoción del futbol de estufa, hagan sus apuestas y esperemos que el próximo torneo vuelva a emocionar.
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#4 Tiempos
Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Braulio Gutiérrez Medina es un investigador del Instituto Potosino de Ciencia y Tecnología, IPICyT, que realiza trabajo de investigación en biofísica, biomateriales bionanotecnología, siendo especialista en técnicas de Microscopia óptica, que incluyen herramientas de pinzas ópticas y fluorescencia.
Sobre estos temas estará participando con una plática en La Ciencia en el Bar que ha titulado, La Micrometría y la Paz del Espíritu; sugerente título que nos remite a asuntos de medición en sistemas biológicos los cuales tienen tamaños micrométricos y nanométricos y en los que se requiere para su estudio de mediciones de microscopía con luz para muy pequeños tamaños.
La charla se llevará a cabo el jueves 29 de mayo a las ocho de la tarde noche en La Cervecería San Luis, ubicada en la Calzada de Guadalupe número 326, con entrada libre. La charla forma parte del ciclo treinta y nueve de esta serie que corresponde a diecinueve años de actividades. La Ciencia en el Bar es un programa pionero en el país y ha sido replicado en varias partes del país, generando escenarios de interacción entre la comunidad científica nacional y el gran público.
Este jueves, es una buena oportunidad para escuchar al Dr. Braulio Gutiérrez y conocer parte de su trabajo de investigación que realiza en el IPICyT. El Dr. Braulio Gutiérrez es un físico egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1997 y realizó sus estudios de doctorado en Física en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos en 2004 y un Posdoctorado en Biofísica en la Universidad de Stanford en 2009. Ha recibido los premios Jorge Lomnitz Adler 2018 del Instituto de Física-UNAM y Academia Mexicana de Ciencias en el 2018, y el premio George E. Brown, Jr. UC MEXUS en 2010. Cuenta con un par de patentes, entre ellas método para obtener imágenes tridimensionales usando un microscopio de campo brillante otorgado en 2021.
Con la técnica de pinzas ópticas que ha desarrollado el Dr. Braulio Gutiérrez, ha logrado entender un poco más el funcionamiento de pequeñas proteínas de las células, llamadas motores moleculares, que funcionan como mensajeros al interior de la célula.
En una entrevista que concedió el Dr. Gutiérrez detalló el desarrollo de sus pinzas ópticas: “Construimos un instrumento de pinzas ópticas, que se basa en un microscopio óptico con el cual podemos observar muestras biológicas y micropartículas. Un microscopio óptico utiliza lentes para formar una imagen amplificada de la muestra de interés. La lente más importante del microscopio es el objetivo que se encuentra inmediato a la muestra. Al microscopio le acoplamos un haz láser que hacemos pasar a través del lente objetivo, con lo cual logramos tener el láser enfocado sobre la muestra. Este láser es el que captura y manipula nano-objetos como las proteínas llamadas cinesinas”.
Por lo regular las charlas de La Ciencia en el Bar se realizan en día miércoles, en esta ocasión se realizará el jueves que es día 29 de mayo. Los esperamos este jueves a las ocho de la noche en La Cervecería San Luis y disfrutar la charla del Dr. Braulio Gutiérrez sobre Micrometría y la Paz del Espíritu.
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#4 Tiempos
Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
–¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?
¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!
Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?
Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.
Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».
¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…
El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.
Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:
-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.
Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.
El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.
Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!
Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.
«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!
Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».
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