diciembre 12, 2025

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#EstiloDeVida | Seis librerías secretas que tienes que conocer en SLP

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Desde libros para niños, textos de arte, hasta ediciones raras y especiales; son lo que encontrarás aquí

Por: Itzel Márquez

Aunque en San Luis Potosí cada día se establecen más librerías pertenecientes a grandes cadenas comerciales, con lo que se comprueba que la lectura y los materiales impresos están más vigentes que nunca, existen algunos pequeños negocios que sobreviven y tienen un mercado cautivo. Nos dimos a la tarea de buscar seis de esas tiendas cuyas peculiaridades van desde tener ediciones únicas o textos especializados y que no debes pasar por alto si eres un amante de los libros.

 

“LA LIBRO”, LA DEL ARTE

Guillermo Padilla inició “La Libro”, librería en línea en octubre de 2017 bajo la premisa de “una librería especializada en textos de arte”; es por ello que, importa libros relacionados con ilustración, pintura, música, arquitectura, diseño, fotografía y cine.

Padilla mencionó que hasta ahora le ha ido muy bien con la librería, sobre todo por tener trato personalizado con los clientes, a tal grado de que hay títulos que ya no publica en la tienda online porque sabe a qué persona les puede interesar.

Entre los principales puntos de venta de “La Libro” se encuentra la tienda virtual en Facebook e Instagram bajo el nombre “La Libro Artbooks” y en físico en la tienda Emergente y en Ámbar Galería.

“Generalmente a las personas les han gustado más los libros extraños o ediciones especiales o libros específicos; por ejemplo, me llegó uno de recetas basadas en películas u otro con retratos de todas partes del mundo, también textos relacionados con Los Beattles, Elvis Presley y posters vintage, por mencionar algunos, son de los más buscados”, agregó Guillermo.

 

“KALI POUA”, EL LUGAR DE LOS NIÑOS Y NIÑAS

Uno de los sectores de la población a los que pocas veces se toma en cuenta al hablar de lectura son los niños, sin embargo, Nadia Guadalupe Castro decidió especializar su librería en este público y contó cómo ha sido su experiencia.

“La lectura siempre ha estado en mi vida. Después de que nació mi hija que ahora va a cumplir tres años, empezamos a comprarle libros, algunos de tela, otros con texturas, historias cortas y descubrimos que había muchos libros que tienen lecciones con moralejas y crees que un niño no va a alcanzar a comprender, pero te sorprenden”, mencionó Castro.

La dueña de “Kali Poua” agregó que en las librerías comerciales los contenidos eran iguales o repetidos y empezó a buscar de forma independiente en las editoriales y de ahí surgió la idea de crear su propia librería

; además, sus amigas le preguntaban sobre los libros que compraba, le recomendaba algunos y “me di cuenta que estaba metida en el mundo infantil”.

Nadia dijo que el nombre de la librería es “Kali Poua” y significa “casa en donde cuentan cuentos”.

Hasta ahora, la librería no tiene una ubicación física, aunque su creadora dice que es algo que le gustaría hacer próximamente y por ahora tiene un carrito de madera en donde carga los libros y acude a mercaditos en la ciudad; además de realizar ventas por medio de Facebook, en donde publica tres veces a la semana y realiza videos de reseñas de algún libro o algún otro tema infantil; además, un día a la semana cuenta un cuento, lo cual ha llamado la atención de nuevos clientes.

“Tengo clientes nuevos incluso de otros lados y hasta ahora no he pagado por promoción, todo ha sido por recomendaciones de amigos y tengo algunos libros que pido continuamente, pero casi todos son nuevos”, finalizó Nadia.

“AUCTORIS”, LIBROS QUE NO ENCONTRARÁS EN OTRO LUGAR

Martha Isabel Ramírez es una doctora en literatura hispánica originaria de San Luis Potosí que estudió en Guanajuato y a su retorno al estado se percató que su interés en los libros no estaba cubierto por las librerías comerciales, “mi idea era que el libro fuera el motor de creación, por eso se llama Auctoris, que significa autor en latín, porque buscamos el renacimiento de la creatividad”.

Es así que, en 2009 comienza con la librería, pero tiempo atrás, la especialista en letras había trabajado en otros proyectos independientes como la revista de arte y literatura “Los perros del alba”, después en el primer domicilio que tuvo la librería fue en la calle Cuauhtémoc, en donde aparte de ofrecer libros, había cuadros de artistas: “a las personas les llamó la atención porque encontraban libros que no les interesaban en otros sitios y nosotros conocíamos y hablábamos de ellos”.

Actualmente, “Auctoris” se está mudando a Rincón de Lambrusco #100 en Rinconera de los Andes, pero con la intención de impulsar el comercio electrónico y a domicilio; además de ofrecer cursos en línea sobre literatura.

“Tenemos clientes cautivos, pero también intentamos impulsar estrategias en redes sociales para captar más clientes”, finalizó Martha Isabel.

“MERLYN”, EL MAGO DE LA LECTURA

Ubicado en Santos Degollado #500B y con 28 años de historia, Everardo Salaices dijo que el precursor del negocio fue su padre, quien trabajó en el Banco de Desarrollo Rural (Banrural) y cuando lo liquidaron se mudó a San Luis Potosí, su madre le da el lugar en el cual ahora está el bazar y empieza a vender sus libros; Everardo cuenta que siempre le ayudó a su padre en el negocio y desde hace 15 años, él está a cargo.

En cuanto a los géneros literarios que ofrece “Merlyn”, se encuentra novela de ficción, terror, histórica, romántica y libros raros que ya no están en catálogo en alguna otra librería comercial; además, libros especializados en temáticas universitarias como medicina, psicología, derecho o ingeniería.

“Aquí hay clientes desde hace mucho tiempo que siguen viniendo, algunos más ya fallecieron, pues antes era gente mayor la que consumía libros y desde hace una década aumentaron los lectores jóvenes”.

 

“ASTEROIDE B612”, DE LA CDMX A SLP

Edgar y Christian, ambos originarios de la Ciudad de México acudían a San Luis Potosí a vender libros en las ferias; sin embargo, la pandemia los orilló a dejar esta dinámica y decidieron instalar Asteroide B612 en la calle Independencia #725.

“La librería nace de la necesidad de tener un espacio en donde poder comercializar libros y como tenemos muchos conocidos y clientes en el estado, ellos nos animaron a abrir el espacio”, mencionó Edgar.

En cuanto a los textos que comercializaM, dijeron que busca satisfacer las necesidades del público, pero se especializan en libros antiguos, raros o ediciones poco comunes.

Finalmente, en cuanto al nombre de la librería, Edgar apuntó: “lo pensamos para que tuviera un vínculo con la literatura y que fuera algo que cualquier persona pudiera identificar fácilmente, así que el nombre de la casa de El Principito nos pareció una buena opción”.

 

“EGUIARA”, LOS LIBROS ANTIGUOS DE SAN LUIS Y MÉXICO

Óscar Chávez, propietario de la librería mencionó que hace 15 años surgió la idea de abrirla, gracias a su amor por los libros y a imagen de las librerías antiguas de la Ciudad de México, como la hoy extinta Librería Madero, “con libros no comerciales, más selectos y de temas que normalmente no se encontrarían en otros sitios.

Entre los temas en los cuales se ha especializado Chávez, está la temática mexicana y potosina: historia de México, antropología, arqueología, filosofía, historia del arte y libros de historia, literatura y cualquier impreso potosino.

La librería “Eguiara” empezó en la calle Damián Carmona, frente al Monte de Piedad, pues cuando este sitio dejó de recibir libros en empeño, Óscar compraba algunos, después se trasladó a la calle Madero entre Bolívar y Reforma y ahora se ubica en Alfonso Díaz de León #308.

“El lugar va dirigido a un público específico, se empezaron a vender libros entre amigos, una temporada también vendí discos de segunda mano y la relación entre el librero y el cliente es más cercana, pues el librero tiene la facilidad de proporcionar información importante sobre el texto solicitado”, finalizó Óscar Chávez.

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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.

Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.

En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)

La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.

Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.

Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:

“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”

(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).

Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.

Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.

Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…

Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.

Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.

No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.

Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.

Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.

Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.

Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.

Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.

Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.

Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.

Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.

Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.

Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.

Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.

A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.

Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.

Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.

El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:

—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.

Flor del Campo. Claro.

No era un nombre. Era una respuesta.

Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.

Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.

Jorge Saldaña.

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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano

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Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado

Por: Ana G Silva

A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.

Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.

Inician.

Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.

La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.

A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.

Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.

Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.

En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.

Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.

En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.

En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:

Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.

Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.

Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.

Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.

Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.

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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP

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La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento

Por: Redacción

La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.

El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.

El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros

frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.

La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.

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Opinión

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