octubre 16, 2025

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#4 Tiempos

Es todo y es nada | Columna de Víctor Meade C.

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SIGAMOS DERECHO 

 

“Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario”

—Julio Ramón Ribeyro, Doblaje

 

La noche del pasado miércoles 15 de septiembre vi por la televisión la ceremonia de celebración del aniversario de la Independencia de México. Este fue un día del grito particular: la “llama de la esperanza” sustituyó a los miles de patriotas que se congregan para gritar su respectiva cuota anual de vivas. El poderoso símbolo de tener un zócalo vacío —por las razones que ya todos conocemos— me hizo pensar en todas las trágicas muertes que ha ocasionado la pandemia, todos los asesinatos de inocentes que son atribuidos al crimen organizado, todos los feminicidios, los desaparecidos, la crisis económica que se avecina como avalancha. En fin, la lista es larga.

Este breve momento de reflexión me llevó a preguntarme sobre el significado de la celebración en cuestión: ¿Vale la pena seguir celebrando cuando, aparentemente, no hay nada por qué celebrar? ¿Celebramos una historia que cientos de políticos han manipulado para reafirmar la narrativa patriótica? ¿Qué significa la patria en estos tiempos?

No pretendo presentarme como el portador de la definición absoluta, ni del diagnóstico preciso que responderá a ninguna de las preguntas antes mencionadas. De lo que sí pretendo ocuparme en estas líneas es de invitarles a tratar de responderlas conmigo.

Comencemos por el final. Etimológicamente, la palabra “patria” proviene del latín pater o patris, que significa padre o antepasado. En el griego antiguo existía también la palabra patriá, que significaba ancestro, familia o tribu. La palabra patria tiene género femenino —es la patria—, aunque, en contraste, su origen está en el padre, o sea, en lo masculino. Una explicación a esta aparente contradicción en el origen y el uso podría remontarse a la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII, cuando personificaron en una mujer los valores del nuevo cambio de régimen: Liberté, Égalité, Fraternité —en español; libertad, igualdad, fraternidad—. Esta mujer de nombre Marianne, que viste unas túnicas blancas, azules y rojas, representa también a una madre protectora, que cuida y alimenta a los hijos de la república: la madre patria.

Para los españoles, el concepto de patria tuvo un papel protagónico en la conformación del Estado, rigiéndose bajo el lema de “el dulce amor a la patria será la seña con que se deberá reconocer a todo buen español”. En Alemania, la patria está asociada con un sentimiento de unidad; a la formación de un “nosotros” y no de un sentimiento individualizado.

En nuestros días, la palabra patria tiene un significado diverso. Los diccionarios dicen que la patria es la tierra natal o adoptiva a la que el ser humano se siente ligado por vínculos jurídicos, históricos y afectivos; en términos más sencillos se le define también como el lugar o el país en donde uno ha nacido. Realmente lo que digan los diccionarios es solo una guía, pues definiciones de patria existen tantas como existen personas; cada quien la vive, la siente y la entiende de manera distinta.

Prueba de ello, por ejemplo, fueron los realistas e independentistas que se enfrentaron en la Guerra de Independencia. Estos últimos, según nos dicen, comandados en un principio por el cura Hidalgo. Por una parte, los realistas consideraban que patria era todo el imperio español; los independentistas solo identificaban como su patria al territorio novohispano.

Desde el momento en que fue extraída del latín y del griego para ser adaptada al vocabulario moderno, la palabra patria ha tenido un sentido político. Es decir, ha sido utilizada para que las personas vean en su territorio nacional y en sus connacionales una extensión del amor que tienen por su hogar, su madre y sus hermanos.

En un intento por cubrir todos los flancos, la patria está también insertada en el artículo 3ro constitucional, que ordena que a través de la educación se fomente el amor a la patria. Con absoluta solemnidad, todos los lunes en las primarias y secundarias del país se les rinden honores a los símbolos patrios: se hace un juramento a la bandera, se canta el himno nacional y observan todos, estoicos, el número casi artístico de la escolta y la banda de guerra. Muy pocos mexicanos podrán decir que no sienten un amor de raíces largas a su territorio, a su bandera y a sus costumbres llenas del distintivo folclor nacional.

Para todos los que no sientan ese amor, y que además se atrevan a materializarlo, la ley se sigue encargando de ello. El Código Penal Federal asigna un capítulo a los delitos de Traición a la Patria, en donde están previstos los delitos para aquellas personas que, a grandes rasgos, originen o participen en una guerra en contra de México. Aunado a esto, para todos aquellos que no precisamente quieran iniciar un conflicto bélico, sino que externen su odio hacia los símbolos patrios, está también tipificado el delito de ultraje a estos mismos. Si usted decide ultrajar el escudo de la República o el pabellón nacional —lo que sea que eso signifique—, le podría tocar una pena que va de los seis meses a los cuatro años en prisión; o si tiene mejor suerte, una multa que va de los 50 a los 3,000 pesos. Considere que el Código fue promulgado en 1931 y estos artículos no han sido reformados, por lo que, por las devaluaciones y los legisladores omisos, hoy en día nos sale mas o menos barato cometer alguno de estos delitos.

En suma, les podría decir que la patria es todo y es nada. Tenemos un concepto de patria que proviene de un objetivo político para generar un sentimiento de unidad y de pertenencia. Cada uno de los mexicanos podrá darle el significado que guste y mande, plasmando en su definición sus experiencias y percepciones de cómo anda el país. Claro, también tendremos que adecuarnos al marco legal correspondiente para estar exento de todo delito.

En cuanto a las celebraciones que se hacen cuando no hay nada que celebrar, me resulta extremadamente difícil pensar en un buen parámetro; el cuerpo no aguanta tantos días consecutivos de lamento y en algún momento hay que dar un paso atrás y celebrar algo, lo que sea. Me hace pensar en el antiguo mito de los viejos terraplanistas, que decían que en el lado de abajo de la tierra plana existían nuestras antípodas: dobles de cada uno de nosotros que hacen maldades; lo opuesto a los que viven en el lado de arriba. Pensé en el hipotético mundo de nuestras antípodas y qué es lo que celebran allá. Posiblemente allá no les contaron el cuento de los niños héroes. Posiblemente allá fue José Alfredo Jiménez quien escribió los Sentimientos de la Nación y no Morelos. Quizás allá se les rinden honores a los chiles en nogada y no a la bandera. No pienso meterme en la discusión de si los chiles van capeados o sin capear, ese es un conflicto que no me corresponde, pero en esas hipotéticas antípodas sí parece haber más razones para salir a festejar cada 15 de septiembre.

 

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#4 Tiempos

Tamtoc, cuna del calendario mesoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En el año 2005 se llevó a acabo el proyecto arqueológico Tamtoc en la huasteca potosina, donde se localizó una gran lápida esculpida en bajo y alto relieve en el fondo de un estanque que se conecta a un canal que desemboca en la llamada Laguna de los Patos. Junto a la lápida se encontró cerámica a manera de ofrenda cuyos análisis indicaron que correspondían a tradiciones alfareras asociadas a la costa del Golfo de México del periodo 900 años antes de Cristo a 650 años antes de Cristo.

Análisis posteriores indicaron que esa lápida conocida como Monumento 32, así como la escultura femenina asociada corresponde al periodo Preclásico tardío con inicio en 350 antes de Cristo. El monolito en cuestión está labrado con un mensaje simbólico que no se asemeja a ninguna otra muestra de arte mesoamericano.

Una vez colocado en su posición original y con estudios sobre su orientación con la ayuda de herramientas de la arqueoastronomía se encontró que la orientación implica una peculiar división del año, la cual define la temporada de iluminación del monolito por los rayos solares. La conclusión actual, por parte de los investigadores, es que Tamtoc es una de las ciudades donde tempranamente se utilizó el calendario mesoamericano.

En Tamtoc se desarrollaron importantes rituales vinculados a la vida y la fertilidad, que concurren en la noción de la cosmogonía mesoamericana y por extensión en la cosmovisión. Resultados que tras largos años de análisis son dado a conocer por uno de los involucrados en los estudios astronómicos de la ciudad de Tamtoc, Jesús Galindo Trejo, en una reciente publicación de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Las primicias de este descubrimiento nos las compartió Jesús Galindo en el 2007 en lo que fue la primera charla del ciclo Noches de Museo que organizamos en el entonces Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí. Dieciocho años después, publica sus resultados aportando a la historia de uno de los más antiguos pueblos originarios del país situada en la huasteca potosina y que marca esa cosmovisión huasteca reflejada en el Monumento 32, que es uno de los monumentos importantes de ese sitio arqueológico.

Parte de los cálculos astronómicos que realizó Jesús Galindo nos los reservamos, como nos lo pidiera entonces, hasta que sean publicados.

Jesús Galindo Trejo es Licenciado en Física y Matemáticas por la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Realizó estudios de Posgrado en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum en la República Federal de Alemania. Fue Investigador Titular en el Instituto de Astronomía de la UNAM durante más de 20 años en las áreas de Plasmas Astrofísicos y Física Solar. Actualmente es Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su actividad de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía de Mesoamérica. Es miembro del SNI. Pertenece a la Unión Astronómica Internacional. Ha realizado investigación Arqueoastronómica en Malinalco, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Teotihuacan, en Oaxaca, en la Huaxteca, en Baja California y en algunos sitios de la Región Maya.

Sus inicios en la arqueoastronomía se remontan a fines de la década de los ochenta, cuando participó en nuestro programa de divulgación científica Domingos en la Ciencia de San Luis Potosí, charlas en las que nos hablaba todavía de sus investigaciones sobre física solar y nos adelantaba sus inquietudes en iniciar estudios de arqueoastronomía en el sitio de Malinalco  cuando conoció al cronista de Malinalco, quien le señaló que en la historia de ese pueblo había aspectos que podrían estar conectados con la disciplina astronómica. Asimismo, su participación en el proyecto coordinado por la doctora Beatriz de la Fuente, del Instituto de Investigaciones Estéticas, sobre pintura mural prehispánica, lo interesó en la cosmogonía de los antiguos mexicanos.

En una entrevista para la revista ¿cómo ves?, Galindo aseguró que el acercamiento al estudio de las antiguas civilizaciones del país lo ha llevado a acercarse a las 60 lenguas de México, porque de esta manera “se puede penetrar en la mentalidad de aquellos que hace más de 500 años construyeron sociedades y levantaron templos, legados actualmente ignorados por muchos mexicanos”.

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Meditación sobre el azar | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

-Dudé de Dios –dijo el hombre visiblemente apenado-. Creo, según he oído decir, que es el único pecado que no tiene perdón. Pero es que estaba al borde del colapso…

El hombre se mesaba los cabellos, se secaba el sudor, lloraba más que gemía.

-Incluso hasta llegué a blasfemar. Dije a Dios cosas que no me hubiese atrevido a decir ni siquiera al peor de mis contrarios. ¿Verdad que para esto no hay perdón?

Yo me limitaba a dejarlo hablar. A todas luces se veía que lo necesitaba. Era necesario que lo dijera todo, que se desahogara. ¿Para qué, pues, interrumpirlo?

-Cuando me dijeron que ya no había trabajo para mí, creí que nunca perdonaría a Dios. ¿Por qué me había dado cuatro hijos si ya no iba a poder mantenerlos? Hoy, claro está, veo las cosas desde otra luz, pero en aquellos días de incertidumbre y desasosiego… ¡Quería morirme! Y, lo que es peor, quería que también mis hijos se murieran. ¿Comprende usted que les deseé la muerte?

Pensé en esos cuatro niños a los que yo no conocía. ¿Sabrían alguna vez que su padre, en un momento de desesperación, pensó lo que acababa de decirme? Pero no, no lo sabrán. Los pensamientos de su padre quedarán guardados para siempre en el silencio de Dios. ¡Que no lo sepan, que su padre no se lo diga nunca! Hay sinceridades que matan.

¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo! Cuando pienso en esto, me lleno de vergüenza. Sí, era necesario vivir esa pena para conocer la satisfacción que ahora experimento. Mis hijos, hoy, están mucho mejor que antes, y me digo a mí mismo: «¡Qué bueno que perdí aquel empleo!».

Sonreí. Porque siempre he creído que la palabra azar es una palabra bastarda que no debió acuñarse nunca. ¿Quién la inventó y qué quiso decir con ella? ¿Que el mundo se mueve como un barco sin timón? ¡Casualidad! ¿Quién es el tonto que cree en las casualidades? La palabra azar no debería existir en el vocabulario cristiano, pero, ya que existe, habría que darle el significado que le daba, por ejemplo, Anatole France (1844-1924): «Azar: aquello que Dios hace cuando no quiere poner su nombre». 

A estas alturas de mi vida he llegado a la conclusión de que ni siquiera los libros que caen en nuestras manos lo hacen por casualidad. A veces pienso que, si nos los encontramos en el estante de una librería cualquiera, es porque Dios ha querido decirnos algo a través de ellos.

Y de los encuentros, ¿qué decir? Que es Dios quien nos envía a estas personas que no buscábamos por una razón que generalmente desconocemos pero que forma parte de su misterioso querer. «El destino, al igual que todo lo humano –dijo una vez el escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011)-, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro!

Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino» (Conferencia en la Feria del Libro de Sevilla, 2002).

También ahora, como en los tiempos de Moisés, sólo nos es permitido ver a Dios «de espaldas», es decir, cuando ya ha pasado. Únicamente entonces podemos decir como aquel hombre de quien acabo de contar la historia: «¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo!». Siempre es hasta después cuando se comprende por qué ocurrieron ciertas cosas que en su momento nos parecieron horrorosas, ininteligibles e insoportables.

En un libro sobre Jesucristo (El Jesús desconocido), Donald Spoto hace la siguiente reflexión: «El azar no implica necesariamente falta de propósito; lo que llamamos caos quizá no sea desorden, sino un claro signo de las limitaciones de nuestra comprensión… La experiencia humana valida este enfoque. En nuestra historia individual, ¿no vemos un momento aparentemente accidental o fortuito, a posteriori, como sumamente significativo e incluso como el comienzo de una nueva etapa de la vida? Si yo no hubiera asistido a tal escuela en tal momento, por ejemplo, no habría tenido ese excelente maestro, seguido ese importante curso ni trabado esa duradera amistad. Si nuestros padres no se hubieran conocido en tal momento, nunca jamás lo habrían sido. Si no hubiéramos asistido a tal reunión, no habríamos conocido al amor de nuestra vida ni iniciado una carrera importante. No es exagerado afirmar que los elementos más importantes de la vida del amor dependen tanto de lo que podríamos llamar accidente significativo como deliberación. El novelista y dramaturgo francés Georges Bernanos lo expresó muy bien: Lo que llamamos azar tal vez sea la lógica de Dios».

Vistas así las cosas, aun cuando me halle en cama y afiebrado –y quiera morirme de pura pesadumbre-, debo poder decirme a mí mismo con convencimiento y seguridad:

-Sí, quizá sea necesario que hoy no salga de casa. Si Dios me tiene encerrado aquí, por alguna razón será. ¿Iba hoy a atropellar a un caminante distraído en la avenida, o es que un camión carguero iba a arrollarme a mí? En efecto, tal vez sea éste el motivo por el que no debo salir. Después de todo, es muy posible…

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Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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