#4 Tiempos
Es todo y es nada | Columna de Víctor Meade C.
SIGAMOS DERECHO
“Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario”
—Julio Ramón Ribeyro, Doblaje
La noche del pasado miércoles 15 de septiembre vi por la televisión la ceremonia de celebración del aniversario de la Independencia de México. Este fue un día del grito particular: la “llama de la esperanza” sustituyó a los miles de patriotas que se congregan para gritar su respectiva cuota anual de vivas. El poderoso símbolo de tener un zócalo vacío —por las razones que ya todos conocemos— me hizo pensar en todas las trágicas muertes que ha ocasionado la pandemia, todos los asesinatos de inocentes que son atribuidos al crimen organizado, todos los feminicidios, los desaparecidos, la crisis económica que se avecina como avalancha. En fin, la lista es larga.
Este breve momento de reflexión me llevó a preguntarme sobre el significado de la celebración en cuestión: ¿Vale la pena seguir celebrando cuando, aparentemente, no hay nada por qué celebrar? ¿Celebramos una historia que cientos de políticos han manipulado para reafirmar la narrativa patriótica? ¿Qué significa la patria en estos tiempos?
No pretendo presentarme como el portador de la definición absoluta, ni del diagnóstico preciso que responderá a ninguna de las preguntas antes mencionadas. De lo que sí pretendo ocuparme en estas líneas es de invitarles a tratar de responderlas conmigo.
Comencemos por el final. Etimológicamente, la palabra “patria” proviene del latín pater o patris, que significa padre o antepasado. En el griego antiguo existía también la palabra patriá, que significaba ancestro, familia o tribu. La palabra patria tiene género femenino —es la patria—, aunque, en contraste, su origen está en el padre, o sea, en lo masculino. Una explicación a esta aparente contradicción en el origen y el uso podría remontarse a la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII, cuando personificaron en una mujer los valores del nuevo cambio de régimen: Liberté, Égalité, Fraternité —en español; libertad, igualdad, fraternidad—. Esta mujer de nombre Marianne, que viste unas túnicas blancas, azules y rojas, representa también a una madre protectora, que cuida y alimenta a los hijos de la república: la madre patria.
Para los españoles, el concepto de patria tuvo un papel protagónico en la conformación del Estado, rigiéndose bajo el lema de “el dulce amor a la patria será la seña con que se deberá reconocer a todo buen español”. En Alemania, la patria está asociada con un sentimiento de unidad; a la formación de un “nosotros” y no de un sentimiento individualizado.
En nuestros días, la palabra patria tiene un significado diverso. Los diccionarios dicen que la patria es la tierra natal o adoptiva a la que el ser humano se siente ligado por vínculos jurídicos, históricos y afectivos; en términos más sencillos se le define también como el lugar o el país en donde uno ha nacido. Realmente lo que digan los diccionarios es solo una guía, pues definiciones de patria existen tantas como existen personas; cada quien la vive, la siente y la entiende de manera distinta.
Prueba de ello, por ejemplo, fueron los realistas e independentistas que se enfrentaron en la Guerra de Independencia. Estos últimos, según nos dicen, comandados en un principio por el cura Hidalgo. Por una parte, los realistas consideraban que patria era todo el imperio español; los independentistas solo identificaban como su patria al territorio novohispano.
Desde el momento en que fue extraída del latín y del griego para ser adaptada al vocabulario moderno, la palabra patria ha tenido un sentido político. Es decir, ha sido utilizada para que las personas vean en su territorio nacional y en sus connacionales una extensión del amor que tienen por su hogar, su madre y sus hermanos.
En un intento por cubrir todos los flancos, la patria está también insertada en el artículo 3ro constitucional, que ordena que a través de la educación se fomente el amor a la patria. Con absoluta solemnidad, todos los lunes en las primarias y secundarias del país se les rinden honores a los símbolos patrios: se hace un juramento a la bandera, se canta el himno nacional y observan todos, estoicos, el número casi artístico de la escolta y la banda de guerra. Muy pocos mexicanos podrán decir que no sienten un amor de raíces largas a su territorio, a su bandera y a sus costumbres llenas del distintivo folclor nacional.
Para todos los que no sientan ese amor, y que además se atrevan a materializarlo, la ley se sigue encargando de ello. El Código Penal Federal asigna un capítulo a los delitos de Traición a la Patria, en donde están previstos los delitos para aquellas personas que, a grandes rasgos, originen o participen en una guerra en contra de México. Aunado a esto, para todos aquellos que no precisamente quieran iniciar un conflicto bélico, sino que externen su odio hacia los símbolos patrios, está también tipificado el delito de ultraje a estos mismos. Si usted decide ultrajar el escudo de la República o el pabellón nacional —lo que sea que eso signifique—, le podría tocar una pena que va de los seis meses a los cuatro años en prisión; o si tiene mejor suerte, una multa que va de los 50 a los 3,000 pesos. Considere que el Código fue promulgado en 1931 y estos artículos no han sido reformados, por lo que, por las devaluaciones y los legisladores omisos, hoy en día nos sale mas o menos barato cometer alguno de estos delitos.
En suma, les podría decir que la patria es todo y es nada. Tenemos un concepto de patria que proviene de un objetivo político para generar un sentimiento de unidad y de pertenencia. Cada uno de los mexicanos podrá darle el significado que guste y mande, plasmando en su definición sus experiencias y percepciones de cómo anda el país. Claro, también tendremos que adecuarnos al marco legal correspondiente para estar exento de todo delito.
En cuanto a las celebraciones que se hacen cuando no hay nada que celebrar, me resulta extremadamente difícil pensar en un buen parámetro; el cuerpo no aguanta tantos días consecutivos de lamento y en algún momento hay que dar un paso atrás y celebrar algo, lo que sea. Me hace pensar en el antiguo mito de los viejos terraplanistas, que decían que en el lado de abajo de la tierra plana existían nuestras antípodas: dobles de cada uno de nosotros que hacen maldades; lo opuesto a los que viven en el lado de arriba. Pensé en el hipotético mundo de nuestras antípodas y qué es lo que celebran allá. Posiblemente allá no les contaron el cuento de los niños héroes. Posiblemente allá fue José Alfredo Jiménez quien escribió los Sentimientos de la Nación y no Morelos. Quizás allá se les rinden honores a los chiles en nogada y no a la bandera. No pienso meterme en la discusión de si los chiles van capeados o sin capear, ese es un conflicto que no me corresponde, pero en esas hipotéticas antípodas sí parece haber más razones para salir a festejar cada 15 de septiembre.
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#4 Tiempos
La incansable divulgadora del conocimiento, Ikram Antaki | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace cincuenta años llegaba a México una siria recién graduada de doctora en etnología en la Universidad de París VII, y fincaría su actividad profesional en este país nacionalizándose mexicana y realizando diversas actividades relacionadas con su área de interés convirtiéndose en una de las intelectuales mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX en México; Ikram Antaki que había nacido en Damasco en 1947 en el seno de una familia de juristas y humanistas.
Su madre estudió la literatura rusa del siglo XIX y su abuelo que fuera el último gobernador de Antioquía, salvó a miles de armenios del exterminio en 1915, durante el asedio otomano. En 1969 viajó a Europa y siguiendo la vena familiar estudiaría literatura comparada, antropología social y el doctorado en etnología del mundo árabe.
En 1975 abandonó Francia para venir a México; Antaki narra su decisión que tomó abriendo un compás sobre el mapamundi y, siguiendo una línea horizontal imaginaría paralela al Ecuador, determinó que México era el país más lejano a Siria, “era el fin del mundo” un lugar que ella quería conocer. Al poco tiempo nacería su hijo y formaba así una familia mexicana e iniciaba su intenso trabajo intelectual.
Ikram se dedicaría a la docencia, el ensayo, el periodismo y la radio, convirtiéndose en una de las más importantes divulgadoras del conocimiento, encajando de manera natural en la vieja tradición mexicana en divulgación de la ciencia, donde caben de manera conjunta todas las disciplinas y que inciden en el ámbito cultural.
Escribió alrededor de veintinueve libros y agradecía a sus lectores “el deseo de saber”. Libros que proyectó su creación desde los ocho años y que guiarían sus intensas lecturas de obras literarias y de ensayo. Dejó en borrador muchos otros escritos de sus ambiciosos proyectos de divulgación.
Ikram Antaki, se definía a si misma: “Ahora me proclamo, de manera un poco simple, conservadora, aunque de hecho no es exactamente así; en la práctica sigo la frase de Averroes: ‘sean renovadores en todo lo que se refiere a la ciencia y el pensamiento, sean conservadores en lo que se refiere a los asuntos de los hombres’”.
Al morir en la Ciudad de México en el año 2000, Ikram Antaki estaba completamente dedicada a cumplir con la meta más ambiciosa de su vida: “He descubierto, en este país, que soy un ‘buen maestro’, no solo ‘un buen escritor’, alguien que sabe algunas cosas y que no las quiere guardar, sino compartir”.
Además de la escritura, a la que considera resguardadora de la memoria ante la memoria de la información mediática que es frágil, tuvo un importante papel en medios audiovisuales colaborando en los canales oficiales, once y trece , y en numerosos programas de radio y conduciendo los propios, como fueron los célebres: el Banquete de Platón y el Ágora.
Los interesados en adentrarse al mundo de la divulgación científica, sobre todo cuando no existen instituciones formadoras para ello, pueden recurrir a las obras de Ikram Antaki y aleccionarse con sus narrativas llenas de información y basadas en el pensamiento crítico, como trabajos de síntesis del pensamiento y que traspasan los campos de la especialidad uniendo de manera natural la ciencia y el humanismo y su responsabilidad con la sociedad.
Su programa El Banquete de Platón, ha sido base de varios de sus escritos donde recoge lo tratado en el programa. En especial el libro, mas que recomendado, que lleva como título, simplemente: Ciencia, editado por Penguin en su colección De Bolsillo, no puede faltar en la lectura de quienes se interesan por el pensamiento y conocimiento desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad.
Escrito en forma rigurosa y fácilmente asimilable, ayuda al lector a tener una idea rápida y actualizada de la naturaleza humana, el origen de las lenguas, las razas, el racismo, la inteligencia, la genética, el principio del universo, el tiempo, el cerebro y la descorazonada aventura de la modernidad científica que venció el oscurantismo.
Como le decía Ikram Antaki: “El merito de su parte (refiriéndose al lector), está en el hermoso y agradecible deseo de saber. El mérito, de mi parte, está, en la tentativa de síntesis”.
Recordamos así a una extraordinaria mujer que tomó a México como su casa y que contribuyó a la educación del pueblo con base en la divulgación y educación no formal, a través de sus libros y programas audiovisuales, convirtiéndose en una importante divulgadora del conocimiento en México.
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#4 Tiempos
Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
-¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?
¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!
Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?
Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.
Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».
¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…
El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.
Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:
-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.
Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.
El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.
Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!
Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.
«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!
Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».
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#4 Tiempos
¿Y si un día dicen que ya no hay abortos… porque los escondieron todos? | Columna de Ana G Silva
CORREDOR HUMANITARIO
Imaginemos que dentro de unos años, alguien desde el poder diga: “En San Luis Potosí ya ni se practican abortos, ¿para qué mantenerlo legal?” Esa frase, tan simplona como peligrosa, podría ser suficiente para justificar que se dé marcha atrás a un derecho conquistado a pulso. Y lo más grave es que, si revisamos los datos oficiales, el argumento ya estaría servido.
Porque según los Servicios de Salud del Estado, desde que se despenalizó el aborto hasta las 12 semanas de gestación, 132 mujeres han interrumpido su embarazo en San Luis Potosí. Pero —y aquí está la trampa— ninguna lo hizo por decisión propia. De acuerdo con las cifras, las 132 interrupciones fueron por motivos médicos. Cero voluntarias. Cero por libre elección.
Entonces, ¿qué nos están diciendo? ¿Que en todo un estado, con más de dos millones de mujeres, ni una sola decidió interrumpir su embarazo de forma voluntaria? ¿O que los hospitales y las instituciones están borrando esos datos, diluyéndolos entre diagnósticos clínicos para esconder una realidad incómoda?
Hace un año, San Luis Potosí celebraba lo que parecía un triunfo de la razón sobre el prejuicio: la despenalización del aborto. Hoy, ese avance empieza a parecerse a una mentira institucional. Porque si las cifras se maquillan, si la objeción de conciencia se convierte en excusa y si las mujeres siguen siendo rechazadas en hospitales, entonces el derecho a decidir se está convirtiendo en una simulación.
De los 107 puestos médicos en hospitales habilitados para practicar la ILE, uno de cada tres profesionales es objetor de conciencia. En Ciudad Valles, por ejemplo, 10 de 17 médicos y enfermeros se niegan a realizar el procedimiento. ¿Y qué pasa con las mujeres que viven en la Huasteca o en el Altiplano, donde no hay alternativas cercanas? ¿Qué pasa si una mujer llega al hospital de Valles, con doce semanas cumplidas, y le dicen que nadie puede atenderla porque todos son objetores ? Lo que pasa es que su derecho desaparece.
La colectiva ILE San Luis Potosí ha documentado estos casos, las negativas, la opacidad y la simulación. Han sido ellas —y muchas otras colectivas— quienes han tenido que acompañar a mujeres que, en teoría, ya no deberían estar suplicando por un derecho reconocido por la ley.
Y entonces hay que decirlo con claridad: un derecho que no se garantiza, es un derecho abolido en silencio. La resistencia institucional existe, y es tan sutil como efectiva: se disfraza de papeleo, de moral médica, de estadísticas convenientes. Pero su consecuencia es brutal: mujeres obligadas a continuar embarazos que no desean, porque el Estado decide mirar hacia otro lado.
San Luis Potosí tiene una ley que reconoce el derecho a decidir, pero no una estructura que lo haga realidad. Y si las autoridades siguen escondiendo las decisiones de las mujeres tras diagnósticos médicos, no solo están borrando datos: están borrando voces.
A un año de la despenalización, el aborto en San Luis Potosí sigue siendo un privilegio y no una garantía. Y si no se exige transparencia y acceso real, pronto podrían decirnos —con una sonrisa burocrática— que aquí ya nadie aborta. Y entonces, el silencio sería la excusa perfecta para volver atrás.
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