diciembre 12, 2025

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#Entrevista | La historia de una víctima de Eduardo Córdova, el sacerdote pederasta

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“Esos eventos eran horribles, me causaban ira y asco, pero no encontraba cómo ponerles un alto, encima intenté convencerme de que eran una prueba de dios”

Por: Luis Moreno 

La Orquesta empredió desde hace cuatro años una investigación sobre el caso de Eduardo Córdova Bautista, el sacerdote acusado de cometer abusos sexuales contra decenas de niños en San Luis Potosí, durante al menos tres décadas distintas. De ese trabajo resultó el libro Eduardo Córdova: Los pecados de una ciudad, el cual será presentado antes de que termine el 2022. En días anteriores, Córdova cumplió ocho años de ser un prófugo de la justicia, por lo que consideramos oportuno publicar varios adelantos del material final. Aquí, en exclusiva, el primero de ellos.

 

(Entrevista realizada el 3 de septiembre de 2018 en San Luis Potosí. Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las víctimas).

La red de complicidad y poder que los sacerdotes pederastas tejen sobre su entorno, les provee del único elemento que garantiza la impunidad: el silencio. En casa de la familia de Mateo, una de las dos únicas personas que en el 2014 se atrevió a denunciar de manera penal a Eduardo Córdova, el silencio reinó durante mucho tiempo. El silencio fue dueño de Mateo durante los tres años que Córdova abusó de él (del 2000 al 2003). Durante más de una década, su familia enmudeció para decirle a las autoridades sobre el comportamiento del ex sacerdote.

La familia está dispuesta a que el silencio nunca más gobierne sus vidas. Su voz es la que generó que hoy Eduardo tenga una orden de aprehensión, sin embargo, el remordimiento, el coraje y la culpa, mantiene un hielo parcial en sus relaciones familiares.

«Aunque pasan muchos coches, hay horas en donde la casa es silenciosa», comentó Lucia, madre de Mateo, mientras yo aguardaba en su sala.

Mateo apareció, convalecía de una lesión en la pierna. Tiene cerca de 35 años, su amabilidad contrasta con lo rápido que uno percibe su deseo de pasar desapercibido, como una sombra que no rompe el orden.

Tras el protocolo para presentarnos, su madre percibió que la entrevista estaba por comenzar y se excusó: «los dejo, voy comprar algunas cosas». La casa quedó en silencio como lo pronosticó Lucía. Solo estábamos Mateo y yo. Él soltó una frase que sirvió como preludio para medir la dimensión de la historia que vendría: «A mí mamá todavía le cuesta mucho trabajo. Nunca hemos hablado abiertamente de esto. Somos una familia cerrada. Temas de sexualidad o íntimos no se hablan. Sobre el abuso, sé que a mi mamá le pesa, a mí también. Solo he sido completamente abierto en terapia y en ocasiones como esta entrevista».

Media hora antes, entrevisté por teléfono a Lucía, al concluir nuestra conversación ella me invitó a visitar su hogar para platicar con Mateo. Nunca antes nos habíamos visto, pero me trataron con familiaridad y confianza (como lo rescata la frase anterior de Mateo), como si pensaran que contarme su historia los acerca a estar mejor.

Pregunté a Mateo sobre su relación con la iglesia, y se describió como una persona que creció en valores católicos, pero los abusos a los que los sometió Eduardo Córdova lo hicieron dudar de su fe, pues nunca llegó la respuesta que le pedía a dios: «Fueron momentos muy fuertes en los que yo, con mi educación religiosa, oraba y pedía que eso acabara. Ocurría todo lo contrario, porque los abusos se incrementaron».

Mateo tenía 16 años en el 2000. Por entonces fue invitado a trabajar como ayudante de Eduardo Córdova. Aceptó. Sus labores eran variadas ya que iban desde ejercer como monaguillo, hasta atender cuestiones de intendencia.

Tres semanas después de su llegada, Córdova comenzó el despliegue del método para “preparar” a sus futuras víctimas:

«En la iglesia había varias secciones, una de ellas era la casa parroquial, ahí estaba el despacho del padre. Era un sitio apartado, tenía ventanas que daban a la calle pero siempre estaban cerradas, los vidrios eran rugosos y las cortinas gruesas.

»Yo trabajaba en unas impresiones que me habían pedido. Cuando casi terminaba, Eduardo se acercó desde atrás de mí, recargó mi cabeza en su hombro y empezó a decirme que me veía muy inquieto y disperso, decía que tenía que tranquilizarme. Tocaba mi frente, hombros y cabello. Me sentí muy incómodo, pero las palabras que utilizó me hicieron pensar que de algún modo intentaba ayudarme. Busqué un pretexto para cortar el momento, dije algo como “ah, ya salieron las hojas”. Córdova se fue y yo seguí en la oficina.

»Después de ese día algo se rompió. Comenzó a acercarse más: repetía lo de la cabeza en su hombro, me tocaba una y otra vez con el mismo discurso, “estás intranquilo, estás disperso… “. Luego noté que hacía lo mismo con otros compañeros. También tronaba el cuello y la espalda como quiropráctico. Algunos incluso lo buscaban para ello. Yo nunca tuve ganas acercarme así a él, no me gustaba».

Córdova atacaba el autoestima con insultos verbales, en los que resaltaba la indefensión, ignorancia e inutilidad del chico al que agredía, esto en contraparte a los acercamientos físicos que enmascaraba de ayuda terapéutica.

La experiencia que cambiaría la vida de Mateo llegó casi un año después de empezar a laborar en la parroquia de Nuestra Señora de la Anunciación: Eduardo Córdova tenía un viaje a la Ciudad de México para atender sus responsabilidades como apoderado legal de la iglesia potosina ante la Secretaría de Gobernación y la Arquidiócesis Primada de México. Lo invitó bajo el pretexto de que no le gustaba viajar solo.

«Acepté porque antes había ido a la ciudad con un amigo que me llevó a las plazas, a dar la vuelta, yo tenía esa idea sobre el DF. Los viajes con Córdova no eran nada parecidos a eso, se trataban de llegar al hotel e ir a la oficina del Arzobispado donde él tenía que ver sus asuntos, eran horas interminables.

»El trayecto del autobús de esa primera vez fue algo muy fuerte. Empezó con la línea de siempre “relaja tu mente, vas muy estresado, descansa”. Me tocaba la cabeza, hombros, estómago. Después comenzó a bajar. Para ese entonces los acercamientos eran muy usuales y yo los permitía porque trataba de buscarles un sentido espiritual.

»Córdova hablaba y hablaba, en cierto punto sentí su mano en mis genitales. Él seguía con lo de la mente en blanco, de relajarse, de no pensar en nada. Esta parte verbal servía para distraer. Estaba muy nervioso y asustado. No supe qué hacer, me quedé callado, pasmado, las piernas me temblaban y sudaban. El padre repetía una y otra vez que no enfocara energía en esa parte del cuerpo, decía que desaprovechamos fuerza por concentrarnos en los genitales. De golpe, él cortó el acercamiento, dijo que yo me quedara en el asiento y él se pasó al de atrás “para descansar mejor”.

»Llegamos a la ciudad, tomamos un taxi al hotel, nos cambiamos y fuimos a la oficina de la Arquidiócesis. Fue un día muy cansado, traté de entender por qué me había hecho eso. Yo pensaba que Eduardo Córdova no era una mala persona, que me quería ayudar. Busqué darle un sentido positivo a las cosas. Traté de no verlo como algo malo».

Mateo me narró que esa noche en hotel, Córdova rompió otra barrera en sus agresiones. Se quedó en ropa interior, sirvió un par de tragos de whisky derecho para “celebrar” lo que había pasado en el autobús. Brindó porque Mateo había dado “un gran paso”, ya que encontró el punto para dominar su mente y emociones.

El chico se negó a beber y Córdova insistió. Después de acabar con las bebidas:

«Se metió semi desnudo en mi cama. No intentó nada, solo estuvo ahí».

Eduardo y Mateo pasaron una noche más en la ciudad, durante la cual no volvió a haber insinuaciones ni tocamientos, incluso en el autobús de regreso a San Luis Potosí viajaron en asientos separados. Ese fue el primero de cinco viajes a los que el joven asistió.

Tras las primeras visita a la Ciudad de México, Córdova cambió su estrategia: disminuyó los tocamientos fuera de San Luis, a cambio comenzó a invitar a varios niños y jóvenes a dormir en la parroquia, sobre todo en las temporadas de mayor movimiento religioso (pascua, fiestas decembrinas, retiros juveniles…),  con la justificación de comenzar temprano las actividades.

«La primera vez, me pidió quedarme en su cuarto. Mientras yo me bañaba, él entraba y salía. Después dijo que debíamos dormir sin ropa, ahí se empezó a acercar, me obligó a tocar sus genitales, él me tocaba a mí.

»Estos comportamientos se volvieron cada vez más frecuentes. Córdova buscaba motivos para que yo me quedara a dormir.

»Al principio solo era yo, después organizó eventos juveniles en donde algunos compañeros dábamos retiros y Eduardo nos invitaba a pasar la noche en la iglesia, unos en su cuarto y otros en la habitación que estaba al lado.

»Decía que lo que él hacía era enseñarme a controlar mi cuerpo: controlar mis erecciones, controlar las eyaculaciones, controlar la mente. Preguntaba si yo me masturbaba y comentaba que eso era desperdiciar mi vida, desperdiciar la semilla que dios me había dado. Insistía en que eso debería dejarlo para cuando tuviera una pareja».

La idea religiosa de que el padre Eduardo Córdova trataba de ayudarlo, hizo que Mateo soportara en silencio. «No sé cómo explicarlo, esos eventos eran horribles, me causaban nervios, estrés, ira y asco, no encontraba la forma de ponerle un alto, encima intenté convencerme de que me iban a servir para algo, que eran una prueba de dios».

Los depredadores sexuales suelen sofisticar sus métodos para conseguir nuevas víctimas y procuran ampliar los círculos de influencia sobre ellas. Una de las formas más censurables para esto consiste en utilizar a chicos que ya han violentado. Ese fue el caso de Mateo, quien invitó a José, uno de sus mejores amigos, a trabajar a la parroquia de El Paseo.

«José llegó a la iglesia cuando le pedí que me cubriera durante unos días en los que necesitaba faltar. Como él no tenía trabajo, aceptó. Córdova lo ofreció quedarse de planta en la iglesia. A él también lo invitó una vez a la Ciudad de México, cuando volvieron me contó que le había ocurrido algo muy parecido a lo mío. Él me abrió los ojos, hizo que viera que no estaba bien. Aun así, ambos seguimos».

Es difícil comprender por qué una víctima se queda al lado de su victimario, con Mateo la explicación reside en su religiosidad y el deseo de no afectar a su familia:

«Eran muy cercanos a la iglesia, tenían mucho respeto por Eduardo Córdova, incluso cariño, hacían cosas por él que tenían valor sentimental: le daban obsequios, hablaban bien de su persona, de verdad sentían aprecio. Yo no quería romper esa tela.

»Tardé mucho tiempo en entender que Córdova abusaba de mí. Las últimas veces que pasó me sentí impotente, en mi cabeza decía que tenía que dejar de pasar, no encontraba el valor de hacer algo.

»José fue el primero que decidió dejar la iglesia. Un día llegó muy contento a decirme “hoy es el día, ya no más”. Entró a la oficina del padre y renunció. Creo que había platicado algo con su familia. Él me decía que me saliera, no me presionaba, entendía que no era tan fácil».

Mateo optó por reducir al mínimo su contacto con el sacerdote sin abandonar su trabajo en la iglesia, fue hasta la última ocasión en que lo invitó a la Ciudad de México cuando por fin logró quebrantar el ciclo:

«El padre Córdova quería que lo acompañara a un viaje, yo me negué, así que él buscó a mi familia para que me convencieran. Acepté, fui a mi casa, tomé una mochila vacía. Corrí con José, él no estaba, su mamá me invitó a pasar. Sentados en su sala preguntó si quería esperarlo, ahí empecé a llorar y le conté todo. Fue la primera vez que hablé del tema con un adulto.

»José ya le había platicado lo que ocurría en la iglesia. Después llegó su hermana y entre las dos intentaron consolarme. Entró mi amigo y pasamos a su cuarto. Me dejaron quedarme. Yo no había avisado en mi casa, así que al día siguiente me fui. Cuando volví, mi mamá estaba llorando. Solo le dije que no quería regresar a la iglesia».

Mateo tuvo que volver una última vez a la iglesia. –Mi familia me ordenó ir a entregar las llaves que todavía tenía. No quería enfrentarme con Córdova. La familia de José me sugirió que lo interceptara cuando hubiera más personas. Me acerqué en una ocasión mientras el padre hablaba con un grupo de albañiles que construían un salón. Le entregué y me fui.

A la hermana de Mateo le pareció que detrás de la salida de su hermano yacía otra cosa. Después de algunas semanas de hacer su propia indagatoria entre los niños y jóvenes que trabajaban en la iglesia, estaba lista para confrontar las versiones:

«Ella me pidió hablar, sentí las piernas frías, sabía que algo venía. –Te voy a hacer dos preguntas y quiero que me las contestes con la verdad. Se rumora que el padre Córdova toca a los niños. ¿A ti te pasó eso? ¿Por eso dejaste la iglesia?. –Respondí que sí a las dos. Fue un shock, quería saber qué sabía, cómo se enteró». 

Después de la revelación, la familia Mateo comenzó un proceso de casi una década para que Eduardo Córdova fuera sancionado, primero de forma directa con la iglesia y finalmente, en el 2014, con las autoridades judiciales.

 

La Orquesta: ¿Por qué interpusiste una denuncia penal 10 años después de lo ocurrido?

Mateo: En lo personal, no quería hacer nada, no sabía qué opciones tenía. Para mi familia fue difícil porque entendíamos el poder de Córdova, un poder religioso, jurídico y social, nos imponía mucho. Al decirle a mis papás, lo primero que buscaron fue ayudarme. Luego los vecinos comenzaron a reunirse y se acercaron al Arzobispado para exigirle que lo quitaran de su cargo y que se le atendiera clínicamente. Al no ver resultados creció el ruido. Después de todo ese tiempo José y yo presentamos la denuncia.

 

–0–

 

Aunque dos personas han denunciado los abusos de Eduardo Córdova en la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, es probable que haya decenas de víctimas. Mateo al menos conoce de dos amigos más. –Estoy seguro porque lo hemos platicado. También apuntó que, gracias a la terapia y al tiempo, él y su familia han sanado parcialmente. Hoy es padre de familia y tiene una pareja que conoce la peor temporada de su vida. No obstante, Eduardo dejó en él una marca imposible de borrar, aunque no lo odia, ­–él no puede reintegrarse a la sociedad, pero sé que requiere de atención profesional. Antes de ir a terapia muchas veces pensé que me hubiera gustado que alguien hiciera el favor de matarlo. Ahora solo siento coraje, sé que aunque me vendió un discurso de que trataba de ayudarme, era muy consciente del abuso que cometía. Nunca hizo nada que me hiciera pensar que sentía un poco de culpa.

 

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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano

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Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado

Por: Ana G Silva

A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.

Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.

Inician.

Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.

La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.

A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.

Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.

Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.

En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.

Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.

En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.

En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:

Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.

Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.

Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.

Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.

Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.

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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP

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La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento

Por: Redacción

La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.

El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.

El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros

frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.

La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.

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Ciudad

Vecinos del Centro Histórico denuncian posible antro clandestino

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Habitantes reclaman omisión oficial pese a los reportes por ruido y venta ilegal de alcohol

Por: Redacción

Habitantes de la zona del Centro Histórico han comenzado a expresar su preocupación por la operación de un centro nocturno que opera en la calle Julián de los Reyes, pues aseguraron que opera sin regu lación.

Mediante publicaciones en redes sociales, residentes compartieron videos en los que se observa actividad en el inmueble durante la noche y primeras horas de la madrugada lo que ha generado quejas por el volumen elevado de la música.

El lugar también estaría vendiendo bebidas alcohólicas sin los permisos correspondientes lo que representa un riesgo para los vecinos de la zona.

Ante está situación los colonos han señalado que ya han presentado quejas formales ante las autoridades, aunque hasta el momento no han recibido respuesta por parte de las instancias encargadas de las supervisión.

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