julio 12, 2025

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#4 Tiempos

El tormento romántico de Enrique Urquijo | Columna de Carlos López Medrano

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MEJOR DORMIR

 

La noche del 17 de noviembre de 1999, al borde del cambio de milenio, el cadáver de un hombre de 39 años fue encontrado en un portal de la calle Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña en Madrid. Una combinación fatal de sustancias había acabado con él. Tirado, con una chaqueta bajo la cabeza a modo de almohada, fue depositado ahí por quienes alimentaron sus excesos durante las horas previas. El camello e ingratas compañías que lo abandonaron a su suerte tras absorber de él todo lo que podían absorber.

Esta historia dramática, que se asemeja a la de tantas otras personas que luchan contra alguna forma de adicción, logró revuelo nacional cuando se reveló la identidad de la víctima. Se trataba de Enrique Urquijo, el líder de Los Secretos, una de las bandas insignia de la Movida Madrileña, quien veinte años antes compuso uno de los grandes himnos del pop español, «Déjame», en el que ya dejaba entrever su estilo particular, el de un hombre sensible y contradictorio. Un hombre afectado.

 

Déjame, no juegues más conmigo,

esta vez, en serio te lo digo.

Tuviste una oportunidad,

y la dejaste escapar.

 

No hay nada que ahora ya

puedas hacer,

porque a tu lado yo,

no volveré, no volveré…

 

El fallecimiento prematuro de Enrique Urquijo distaba de ser la típica caída de un adicto que persigue las estrellas en una euforia desbocada. Era, más bien, un ser hipersensible que se había apagado con el tiempo, que en el alcohol y las drogas buscaba un escape a un entorno agobiante e indescifrable. La constante preocupación de estar sereno, ese estado de quietud que anticipaba la caída, la sepultura que le causaba la chispa de una memoria rota. Sería explícito en una de sus canciones más recordadas: «Quiero beber hasta perder el control». No disfrutaba realmente de lo que consumía. No era un fin en sí mismo, sino un medio para quedar tumbado y dejar de sentir. «A Enrique le dolía la vida», dijo alguna vez Ana González, una de sus amigas más cercanas.

Dos días antes de la tragedia, Enrique había salido de un centro de desintoxicación. Pasaba, de hecho, un periodo relativamente contenido en comparación a sus épocas de mayor desenfreno. Se había internado como parte de un proceso para obtener la custodia de su querida hija, María, una intentona que requería una posterior reclusión de varios meses. La relación con la madre de la niña era complicada; chocaba con sus padres, amigos y hermanos. Él pretendía darle a su hija lo mejor y comenzar una nueva existencia en familia junto con Pía Minchot, la última mujer a la que amó.

Aquello no pudo ser. En medio de un ataque de ansiedad, Enrique abandonó la clínica. El médico de guardia aceptó la petición de alta voluntaria. Él y los administradores cometieron dos graves errores: permitir que Enrique se marchara sin acompañamiento y devolverle las 200 mil pesetas que restaban del depósito por su salida antes de tiempo. Fue el dinero que gastó para desatramparse en el carrusel de las horas siguientes. Un bajón emotivo terminaría con su vida de manera aparentemente inintencionada.

Entre sus admiradores y sus seres queridos fue inevitable el planteamiento de escenarios alternativos. Preguntarse si esto o aquello hubiera traído una suerte distinta para Enrique. Los cierto es que su forma de ser hacía inevitable una conclusión fuera de la norma, como el propio compositor llegó a anticipar en conversaciones íntimas. Era alguien que experimentaba cada día a flor de piel, un ser al que los estímulos y sucesos le dejaban una huella profunda e imborrable que nadie más lograba experimentar. La catástrofe era ineludible.

Enrique Urquijo personificaba la vulnerabilidad en un tarro. Un hombre resquebrajado, cuyos pedazos brillaban como revancha última ante un destino cruel. Dependiente y arrastrado a una obscuridad que le resultaba insoportable. Deseoso de ser cuidado por alguien más: «volver a ser un niño», que una cuidadora se encargara de todo aquello que le superaba. La sensación de ser un polizonte en la sociedad. Abrumado, no encajaba. Una cuestión especialmente ríspida para quien se dedicaba a cantar frente a multitudes.

Los papeles de Enrique eran lienzos en donde trazaba aflicciones y tristezas. Barcos a la deriva que se mantienen apenas a flote como una condena más dolorosa que el hundimiento total. Buscaba su propio desplome como medio de escape ante un panorama que le parecía hostil. Reservado y con una continua sensación de abandono, las personas que convivían con él acababan por ser testigos de su caída, el viaje vertical hacia el colapso.  

Begoña Larrañaga, su violinista y colaboradora en la última etapa, se lo advirtió a Pía tras un episodio de angustia: «Toda persona que se arrima a Enrique acaba sufriendo». La frase tal vez tuviera un dejo de malicia. A fin de cuentas, se trataba de un hombre noble. Sus conocidos reconocían esto en él, y desestimaban la fama de alguien permanentemente afligido que adquirió mediáticamente. Era alguien con momentos de gracia, con sentido del humor. Simplemente había un punto en el que era espinoso lidiar con él, uno en el que ya era complicado ayudarle.

Tenía lapsos en los que nadie apostaba por él. Postrado por jornadas al estilo de rounds, era difícil esperar cualquier cosa de quien estaba consumido por sus tormentos. Pero, como suele ocurrir por los genios, era en esa penumbra donde soltaba una ráfaga; en su caso, con la forma de una nueva composición. Un verso que le redimía, un riff que era una manifestación vital. Plenamente autobiográfico, exponía sus claroscuros y aceptaba sus derrotas. Se deba la piel en cada instante. Ahí donde otros presumían sus hazañas con las chicas, él admitía haberse quedado dormido en el momento crucial.

Bastaba que sus conocidos lo vieran llegar con líneas tan memorables como «Por la calle del olvido, vagan tu sombra y la mía», «Mi fe se fue al verte entrar y llorar, por eso entiendo si te vas», o «Nunca he sentido igual una derrota que cuando ella me dijo se acabó» para perdonarle los desplantes y alejamientos que tenía. Sin ser prolífico, tenía la capacidad de llevarse la victoria de un guantazo. Pese a su sensibilidad, irónicamente era un artista del KO. El talento seguía ahí, y aun en sus horas más bajas, tiraba golpes de gran kilataje.

Sumido en un pozo en el que nadie más podría entrar, la profunda sensibilidad que nutría sus canciones también lo marchitaba. Alejaba a quienes más quería tener cerca. El comportamiento errático y obsesivo le llegaba en los lapsos menos oportunos y con la gente que menos lo merecía.  Vivía angustiado entre los polos de la fama y el desamparo. Odiaba la notoriedad que Los Secretos le conferían y estaba demolido por las deserciones en su entorno personal. La consecuencia era una personalidad tirante que reconoce en «Soy como dos».

 

Cuando intento hacerme el malo soy un niño abandonado.

Soy como dos, compréndelo, uno muy descontrolado.

Soy como dos, siempre soy dos,

El otro es hasta educado.

Cuando intento ser amable siempre decido atacarte.

Si quiero ser desagradable siempre me siento culpable.

No sé bien qué estoy buscando pero me voy alejando,

Cuando pienso en el pasado me asusto, corro y no paro.

Soy como dos, siempre soy dos, tienes a dos a tu lado,

Por eso un día soy feliz y de repente me enfado…

Enrique apenas toleraba los grandes escenarios, a pesar de que eran la consecuencia de su talento. Cuando fundó Los Problemas en paralelo a Los Secretos a principios de los noventa, una de sus principales motivaciones era volver a los pequeños auditorios. Lo que él entendía como la música en su sentido más placentero: el aliento de unas pocas personas, un lugar acogedor. No estar tan expuesto. Limitarse a tocar la música que le gustaba. Como las rancheras mexicanas.

Enrique era un alma afligida, y en tal sentido, la compatibilidad de caracteres con los compositores mexicanos fue determinante para él. Fue uno de los grandes promotores de José Alfredo Jiménez (su gran ídolo junto con Jackson Browne) en España, una afición compartida con Joaquín Sabina, una coincidencia que los acercó como amigos y colegas. Sin embargo, las dolencias de la música ranchera quizá hicieron que se regodeara de sentimientos de los que es mejor escapar. En lo que respecta a Urquijo fueron el gran móvil para encauzar su declive. Su ansia por el género lo llevó a que la canción que abría el primer álbum con Los Problemas fuera una versión de «Un mundo raro».

 

Porque yo a donde voy, hablaré de tu amor

Como un sueño dorado

Y olvidando el rencor, no diré que tu adiós

Me volvió desgraciado.

Y si quieren saber de mi pasado

Es preciso decir otra mentira.

Les diré que llegué de un mundo raro,

Que no sé del dolor, que triunfé en el amor

Y que nunca he llorado…

 

Enrique era un hombre emotivo que llevaba cada acontecimiento hasta el límite de su capacidad. El amor para él era, en este sentido, una experiencia extrema. Lo mismo sucedía con el consumo de estupefacientes. La moderación no cabía en él. Aunque a la vez era alguien de sosiego. No era de grandes fiestas ni de barullo, esto le fastidiaba. El carácter introvertido y vulnerable lo inclinó a una caída en solitario. La desmedida sensibilidad lo dejaba inerme en las calles peligrosas. Tenía la debilidad de no saber decir que no. Y de no olvidar a quienes la vida había alejado de él.

Un sentimental empedernido. Su primer amor, Eloísa García, fue una llaga abierta por el restos de sus días. Se conocieron en 1980, cuando él tenía veinte años y ella diecisiete, y su relación llegó a su fin a principios de 1984. Fue la relación que moldeó su temperamento dolido. La relación que creía como su destino y que finalmente no se concretó. En parte por la negativa del padre de Eloísa (un psiquiatra estricto al que no le parecía ver a su princesa con un músico de rock), pero también porque ella quedó abrumada y rebasada por las complejidades de Enrique.

Los obstáculos impuestos por sus suegros en la relación quedaron plasmados en la canción «El primer cruce». En ella se relata cómo Enrique visitaba a Eloísa a escondidas por las noches, mientras ella lograba escapar de su casa mientras todos dormían. El padre de Eloísa, hasta las narices de aquel joven que rondaba a su hija, finalmente la envió a una casa de campo, incluso con dos guardias armados para evitar cualquier contacto con Enrique. En una escena digna de película, el cantante de Los Secretos la buscó una última vez, sin lograrlo. Fue interceptado por su suegro con el que tuvo una discusión de antología. Entre lágrimas tuvo que asumir que aquello era imposible, aunque la considerara el amor de su vida.

Eloísa además ya no le correspondía. Para una joven sin experiencia era difícil lidiar con alguien de tendencias caóticas y depresivas. Cortar con Enrique le costó, aunque no tanto por amor, sino porque no quería lastimarlo. «Ahora que estoy peor», del segundo álbum de Los Secretos, da cuenta de cómo las necesidades emocionales de Enrique eran incomprendidas por Eloísa. Es uno de sus mejores temas:

 

Vengo a refugiarme a tu habitación

La noche es muy fría busco tu calor

No escondas la mirada, no vengo a pedir nada

A nadie le importa si te quiero o no

Si siento alegría o siento dolor

O si no siento nada y

Necesito oír tu voz ahora que estoy peor…

 

Quince años después de la ruptura, la marca que Eloísa dejó en Enrique seguía siendo tan grande que la última letra que escribió y grabó, unas semanas antes de su muerte, estaba dedicada a ella. Visto a distancia, claramente el amor que él sintió por ella fue más grande que el que recibió de vuelta. Ella rehízo su vida. Y a finales de los noventa, se encontraron por causalidad en el bar Honky Tonk de Madrid. Intercambiaron números y prometieron comer juntos para que Eloísa conociera a María, por entonces de cinco años. Aquello nunca sucedió.

Lo que para Eloísa fue un simple encuentro fortuito con un novio de la inocente juventud, para Enrique fue una cisma en la cabeza. Quince años después, quince años de sobrevivir, como él mismo diría, aquella mujer volvía a emocionarlo. Nunca la superó. Al regresar a casa esa noche, escribió la conmovedora «Hoy la vi» y grabó la voz en un pequeño dispositivo. Tras su muerte, Álvaro Urquijo y el resto de Los Secretos le añadirían música y la lanzarían en el álbum homenaje A tu lado. Quien se haya topado en la calle con un viejo amor comprenderá lo que pasaba por el pecho de Enrique en aquella ocasión.

Hoy la vi,

La nostalgia y la tristeza suelen coincidir.

Se rompieron mis esquemas, después comprendí

Que si ahora estoy así, es porque hoy la vi.

Y aunque no lo siento, luego no pude dormir,

Y las puertas del recuerdo cedieron, al fin.

Y aquel miedo que sentía, hoy vuelvo a sentir.

Hoy la vi,

Han llovido quince años que sobreviví.

Yo creía que sabía, y nunca aprendí…

 

La dependencia emocional de Enrique Urquijo no se limitaba a sus parejas, a quienes demandaba un trato casi maternal. La necesidad se extendía a su propia hija, a quien veía como un ancla a la existencia. Estar a su lado le reconfortaba e intentaba aferrarse a ella para motivarse y dejar atrás los antiguos vicios. Y lo intentó… lo intentó. Si bien el capítulo final fue el que conocemos, dedicó a la pequeña una de las canciones más bellas que existen en español (una recreación de «Carmelita» de Warren Zevon): «Agárrate a mí, María», en la que transparente como era, se muestra no como el padre protector, el papel que se suele atribuir a cualquiera en sus zapatos, sino como alguien vulnerable que pide el amparo de su hija, por entonces una bebé de menos de dos años.

 

Mañana, cuando despiertes,

estaré lejos.

En fin, no creo que pase nada,

de otras peores salí.

 

Si acaso no vuelvo a verte

olvida que te hice sufrir:

No quiero, si desaparezco,

que nadie recuerde quien fui.

 

Agárrate fuerte a mí, María.

Agárrate fuerte a mí…

que esta noche es la más fría

y no consigo dormir.

 

Agárrate fuerte a mí, María.

Agárrate fuerte a mí…

que tengo miedo

y no tengo donde ir…

 

Antonio Vega hizo la versión definitiva de la canción. Solo un amigo y par espiritual podía darle el tono preciso. En la película Caótica Ana (2007) de Julio Medem, el líder de Nacha Pop hace un cameo para interpretarla. El planteamiento y la sucesión de imágenes la hacen sencillamente sobrecogedora. La primera vez que la vi me derrumbó. Así lo hace todavía cada que la veo. No hace falta ver el resto de la cinta para enternecerse.

El tormento romántico de Enrique Urquijo encontró en la música ranchera a una cómplice. Todos tenemos nuestras fantasías y una de las mías es viajar en el tiempo y, al calor de unos tequilas, presentarle a Enrique una canción mexicana que casaba de lleno con su personalidad. De haber topado con ella, probablemente la hubiera recuperado para el repertorio de Los Problemas. Es fácil imaginarla con su voz y formando parte de su último álbum, Desde que no nos vemos (1998) en lugar de, digamos, «Perla de cristal».

Me refiero a «Es inútil» de los Cadetes de Linares, que es muy él. O él era muy cadete de Linares. Muy mexicano.

 

Es inútil que te diga lo que sufro,

Es inútil que te cuente mi dolor,

Si en mi vida tú nunca me has querido,

Ni siquiera me has tenido compasión

 

Los momentos que pasaste a mi lado,

Hoy recuerdo y me pongo a llorar

 

Si me ves que ando borracho es por tú culpa,

Y mi vida se me acaba, más y más

Pero en fin mi vida ya comprenderás

Si me muero no preguntes ya sabrás…

 

Por alguna razón, a diferencia de Nacha Pop, Hombres G, Alaska y Dinarama o Parálisis Permanente, la música de Enrique Urquijo no tiene mucho arraigo entre los jóvenes en la actualidad, al menos en países como México. Desde sus inicios en los años ochenta, el sonido cálido y tradicional de Los Secretos (apegado al country estadounidense y luego a las rancheras), en contraste con la extravagancia de otras propuestas de la época, los convirtió paradójicamente en unos rarunos o parte del bando baboso, términos despectivos utilizados por los modernos para referirse a los grupos de guitarras al estilo clásico.

En el largo plazo, no obstante, este sonido ha envejecido con gracia (si uno olvida la horrible producción que varios de sus discos tuvieron). Fueron visionarios frente a su coetáneos. En medio de la locura punk y new wave, apelaron a la sencillez y a las guitarras a tope. Antes que R.E.M. y The Smiths, que fueron los grandes reaccionarios en la escena anglosajona de los años ochenta, ya desde 1978 Enrique y sus hermanos sabían que los sentimientos se expresan mejor sin florituras, irreverencia vacía ni maquillaje. Mostrándote tal como eres. Con lo bueno y lo malo. Cualquiera que haya sufrido una derrota y una decepción amorosa encontrará en Enrique un aliado.

 

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Nota: la mayor parte de la información contenida en este texto fue extraída del libro Enrique Urquijo: Adiós tristeza de Miguel Ángel Bargueño, una biografía imprescindible para cualquier interesado en el compositor madrileño.

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#4 Tiempos

El tormentoso futuro y sus pronósticos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

Se llega al inicio del torneo y como siempre, la ilusión, el deseo y un poco de esperanza regresan a los campamentos del fútbol mexicano.
Ya con algunas semanas de partidos amistosos, preparación de pretemporada y contrataciones interesantes, arrancamos con la idea de pronosticar el futuro de San Luis en la liga.

La mecánica es simple, ir jornada tras jornada sumando (cuando lo amerite) los puntos que puede obtener el equipo, para al final hacer una suma e intentar predecir si es suficiente como para pelear por un lugar en la liguilla o no, así que comencemos.

Jornada 1: León (Derrota) 0 puntos
Jornada 2: Monterrey (Derrota) 0 puntos
Jornada 3: Chivas (Derrota) 0 puntos
Jornada 4: Cruz Azul (Derrota) 0 puntos
Jornada 5: Puebla (Empate) 1 punto
Jornada 6: Querétaro (Victoria) 4 puntos
Jornada 7: Toluca (Empate) 5 puntos
Jornada 8: Tijuana (Victoria) 8 puntos
Jornada 9: Santos (Victoria) 11 puntos
Jornada 10: América (Empate) 12 puntos
Jornada 11: Pachuca (Empate) 13 puntos
Jornada 12: Mazatlán (Victoria) 15 puntos
Jornada 13: Atlas (Victoria) 18 puntos
Jornada 14: Pumas (Derrota) 18 puntos
Jornada 15: Necaxa (Victoria) 21 puntos
Jornada 16: Juárez (Victoria) 24 puntos
Jornada 17: Tigres (Derrota) 24 puntos

24 puntos representan una real posibilidad de jugar play in y con ello pensar en llegar a la liguilla. Sin embargo, el pronóstico habla de un arranque muy complicado llegando a sumar alguna unidad hasta la jornada 5, lo cual preocupa para la estabilidad del equipo y su nuevo cuerpo técnico. Un torneo que luce complicado y de adaptación para el director técnico y una base muy consolidada de jugadores que conocen muy bien la liga.

Por el bien del fútbol en San Luis, esperemos que la bola ruede a su favor, que renazca el buen toque de balón y se demuestre que con poco se puede competir, no queda más que esperar y en unos meses hacemos el recuento de lo logrado contra este complicado pronóstico, que comience la fiesta del fútbol mexicano, una vez más.

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#4 Tiempos

Personas como espejos | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Los pasos dados en una mañana cualquiera conducen a uno de esos espejos piadosos en los que uno aparece más guapo de lo habitual, más limpio, más esbelto, casi heroico. La imagen llega como ráfaga: ese instante fugaz en que parecemos la mejor versión de nosotros mismos. Al siguiente paso, otro espejo devuelve ya el reflejo habitual: el rostro cansado, la camisa con esa arruga que antes no estaba, el pelo que ya no da. Así son los espejos: unos nos bendicen con la gracia de un tenista que acaba de salvar un set y lanza un guiño a la muchacha de la tercera fila; otros nos exhiben hasta el patetismo, y no hay ángulo que salve esas ojeras de un sueño perdido o la mancha que jurábamos no llevar puesta.

Entre uno y otro reflejo, se instala la duda: saber si somos el mal reflejo o la estampa bella de aquel aparador, si somos lo que vimos primero o lo que vemos ahora. Si somos el destello o la derrota.

En las relaciones humanas ocurre un duelo parecido. Hay personas que funcionan como espejos benévolos y nos devuelven lo mejor de nosotros mismos, iluminando lo que tenemos de amable, de inteligente, de vivo. Con ellas todo fluye: la conversación, el silencio, el juego de miradas. Traen de vuelta nuestro humor. Su sola presencia aligera la carga del día y perdonamos así el paso de las moscas.

En el ámbito de las relaciones es preciso rodearse de personas que son como los espejos en los que uno se ve bien y que nada complican. Gente que con su paciencia y simpatía ponen en bandeja las sonrisas y alumbran los más elevados sentimientos.

Pero también hay espejos rotos con forma de persona. Espejos manchados que te reducen y desaniman, cual les marca su hebra cochambrosa y su afán por ensuciar lo que les rodea. Sujetos cuya sola cercanía oscurece, reduce. Imanes del infortunio, empeñados en arrastrar a los demás a su fango personal. Su forma inmunda de consuelo.

Famosa es la frase en la que John Keats contaba que la poesía ha de acontecer con la misma naturaleza y espontaneidad con la que una hoja cae del árbol,

y no forzada ni sostenida por andamios y tornillos. Las relaciones humanas de mayor calado fluyen sin tener que desgañitarse. No se gritan, no se empujan: florecen. Como esas novelas que uno lee sin darse cuenta, y al mirar la página ya vamos por la mitad. Tenemos libros que se arrastran (uno nomás no ve la luz al final del túnel) y otros que vuelan.

Vuelvo a mi maestro Jardiel Poncela: aquellas mujeres que no se acomodan a nosotros valen menos que un lavafrutas, aunque sea la resurrección de Friné envuelta en perfume de Le Galion. 

Hay personas que te jalan consigo a su piscina de indecencia; y están otras, las que valen su peso en azafrán, que elevan y de la mano te guían a lo que has anhelado para ti en ratos de dulce vanidad. Son los rayos de sol que se cuelan entre las hojas en la última hora de la tarde.

Los buenos modales siguen siendo la pauta a la hora de definir a la gente de la que me quiero rodear. Aquellos que te alientan, saben escuchar y con los que aún puedes platicar de viejos álbumes.

Recordar, por ejemplo, aquella canción de The Velvet Underground cantada por Nico:

 

Seré tu espejo
Reflejaré lo que eres, por si acaso no lo sabes.
Déjame estar de pie para mostrarte que estás ciego.
Por favor, baja las manos,
Porque yo te veo.
Me cuesta creer que no sepas
La belleza que eres.
Pero si no lo sabes, déjame ser tus ojos,
Una mano en tu oscuridad para que no tengas miedo…

 

 

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Un encuentro con la tabla periódica: la participación potosina | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

En la sesión del mes de junio de La Ciencia en el Bar se llevó a cabo la presentación del libro Un encuentro con la tabla periódica, ensayos, cuentos y anécdotas, publicado en 2024 por el Fondo de Cultura Económica, dentro de la serie La Ciencia para Todos, en la cual corresponde al número 262. El libro fue coordinado por el Dr. Juan Carlos Ruiz Suárez, investigador del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CINVESTAV) unidad Monterrey y en el cual participaron alrededor de ochenta investigadores del país de varias instituciones educativas y de investigación de los diversos estados de la República Mexicana.

El libro nació de una iniciativa en la conmemoración del Año Internacional de la Tabla Periódica que fuera proclamada por la Unesco en el año 2019; el libro es un recorrido por todos y cada uno de los elementos que conforman la tabla periódica, elementos que son la base para el desarrollo científico y tecnológico de la humanidad. A través de los siglos se han ido identificando estos elementos que al conjuntarse con otros conforman las moléculas y estructuras diversas de la materia y de nuestro universo.

El libro se enfoca en cada uno de estos elementos y es presentado por un investigador de la comunidad científica nacional, sea como un ensayo que acerca al lector al entendimiento del elemento en cuestión y su importancia para nuestra sociedad. Estos acercamientos también se dan, en algunos casos, a manera de cuentos y de anécdotas, tal como se subraya en el subtítulo del libro.

Hasta el momento se conocen ciento diez y ocho elementos, entre naturales y los sintetizados en los laboratorios modernos; la tabla no está cerrada y en años próximos se piensa pueda seguir creciendo con la síntesis de nuevos elementos, si bien, los naturales que son del orden de noventa y dos prácticamente está agotada.

La comunidad científica de San Luis Potosí, también participó en la elaboración de los artículos que conforman este libro encargándose de algunos de los elementos de la tabla periódica. Trece fueron los investigadores de San Luis Potosí que participaron en el libro; figuran así:

La Dra. Mildred Quintana, con el tema, Boro: un elemento primordial en el origen de la vida. La dra. Mildred Quintana es investigadora de la Facultad de Ciencias y del Centro de Investigación de Ciencias de la Salud de la UASLP.

Con el tema: Sodio: la velocidad de aliento, participa el Dr. Braulio Gutiérrez Medina, del Instituto Potosino de investigación Científica y Tecnológica, IPICyT, quien trabaja en sistemas biológicos.

La Dra. Viridiana García Meza, investigadora del Instituto de Metalurgia de la UASLP, que trabaja con microorganismos quimioautótrofos y fotoautótrofos, escribe sobre el Azufre: el elemento oloroso y amistoso del vecindario.

Sobre el Níquel: un duende travieso, escribe la Dra. Vanesa Olivares Illana, quien es investigadora del Instituto de Física de la UASLP y quien se centra en el estudio de interacciones biomoleculares involucrados en el cáncer.

El Dr. Daniel Ignacio Salgado Blanco, investigador del IPICyT, colabora con el tema, Kriptón: el elemento oculto. El Dr. Salgado es especialista en simulaciones moleculares de la materia a escala microscópica y nanoscópica.

El Dr. Pedro Miramontes que es investigador de la Facultad de Ciencias de la UNAM y colaborador como profesor visitante de la Facultad de Ciencias de la UASLP, especialista en evolución biológica en una perspectiva física y matemática, escribe sobre el Rubidio: rojo carmesí.

Por su parte la Dra. Marissa Robles Martínez, especialista en efectos antimicótico de nanopartículas de plata y investigadora del Instituto de Física de la UASLP, trata el tema, Antimonio: contra monjes.

El Dr. Eduardo Gómez García, investigador del Instituto de Física, especialista en enfriamiento por láser de gases a temperaturas cercanas al cero absoluto, escribe sobre el Cesio: el átomo del tiempo.

Sobre el Lantano: el titular de la familia rara, escribe el Dr. Luis Felipe Cházaro Ruiz, investigador de la División de Ciencias Ambientales del IPICyT, que entre otras líneas de investigación trabaja en sistemas bioelectroquímicos y sistemas electroquímicos de conversión de energía.

De la Facultad de Ciencias Químicas de la UASLP y tratando el tema Praseodimio: imita al periodoto, participa el Dr. Miguel Ángel Waldo Mendoza en colaboración con Nancy Araceli Rivera García investigadora de la empresa Greennova.

Vianney Rangel, investigadora de la UASLP y especialista en biofísica, trata el tema Naodimio: en imanes poderosos.

Junto a su colega de la Universidad Autónoma de Zacatecas, Sonia Saucedo Anaya, el Dr. Said Aranda Espinoza, investigador del Instituto de Física, trabajan el tema Gadolinio: excelente en refrigeración, que también desarrolla el tema de Iridio: en honor a la diosa Iris.

Los invitamos que lean el libro en cuestión sobre la tabla periódica que fuera presentado en La Ciencia en el Bar en el cierre de su ciclo número treinta y nueve y previo al vigésimo aniversario de este peculiar programa de difusión.

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