#4 Tiempos
El tormento romántico de Enrique Urquijo | Columna de Carlos López Medrano
MEJOR DORMIR
La noche del 17 de noviembre de 1999, al borde del cambio de milenio, el cadáver de un hombre de 39 años fue encontrado en un portal de la calle Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña en Madrid. Una combinación fatal de sustancias había acabado con él. Tirado, con una chaqueta bajo la cabeza a modo de almohada, fue depositado ahí por quienes alimentaron sus excesos durante las horas previas. El camello e ingratas compañías que lo abandonaron a su suerte tras absorber de él todo lo que podían absorber.
Esta historia dramática, que se asemeja a la de tantas otras personas que luchan contra alguna forma de adicción, logró revuelo nacional cuando se reveló la identidad de la víctima. Se trataba de Enrique Urquijo, el líder de Los Secretos, una de las bandas insignia de la Movida Madrileña, quien veinte años antes compuso uno de los grandes himnos del pop español, «Déjame», en el que ya dejaba entrever su estilo particular, el de un hombre sensible y contradictorio. Un hombre afectado.
Déjame, no juegues más conmigo,
esta vez, en serio te lo digo.
Tuviste una oportunidad,
y la dejaste escapar.
No hay nada que ahora ya
puedas hacer,
porque a tu lado yo,
no volveré, no volveré…
El fallecimiento prematuro de Enrique Urquijo distaba de ser la típica caída de un adicto que persigue las estrellas en una euforia desbocada. Era, más bien, un ser hipersensible que se había apagado con el tiempo, que en el alcohol y las drogas buscaba un escape a un entorno agobiante e indescifrable. La constante preocupación de estar sereno, ese estado de quietud que anticipaba la caída, la sepultura que le causaba la chispa de una memoria rota. Sería explícito en una de sus canciones más recordadas: «Quiero beber hasta perder el control». No disfrutaba realmente de lo que consumía. No era un fin en sí mismo, sino un medio para quedar tumbado y dejar de sentir. «A Enrique le dolía la vida», dijo alguna vez Ana González, una de sus amigas más cercanas.
Dos días antes de la tragedia, Enrique había salido de un centro de desintoxicación. Pasaba, de hecho, un periodo relativamente contenido en comparación a sus épocas de mayor desenfreno. Se había internado como parte de un proceso para obtener la custodia de su querida hija, María, una intentona que requería una posterior reclusión de varios meses. La relación con la madre de la niña era complicada; chocaba con sus padres, amigos y hermanos. Él pretendía darle a su hija lo mejor y comenzar una nueva existencia en familia junto con Pía Minchot, la última mujer a la que amó.
Aquello no pudo ser. En medio de un ataque de ansiedad, Enrique abandonó la clínica. El médico de guardia aceptó la petición de alta voluntaria. Él y los administradores cometieron dos graves errores: permitir que Enrique se marchara sin acompañamiento y devolverle las 200 mil pesetas que restaban del depósito por su salida antes de tiempo. Fue el dinero que gastó para desatramparse en el carrusel de las horas siguientes. Un bajón emotivo terminaría con su vida de manera aparentemente inintencionada.
Entre sus admiradores y sus seres queridos fue inevitable el planteamiento de escenarios alternativos. Preguntarse si esto o aquello hubiera traído una suerte distinta para Enrique. Los cierto es que su forma de ser hacía inevitable una conclusión fuera de la norma, como el propio compositor llegó a anticipar en conversaciones íntimas. Era alguien que experimentaba cada día a flor de piel, un ser al que los estímulos y sucesos le dejaban una huella profunda e imborrable que nadie más lograba experimentar. La catástrofe era ineludible.
Enrique Urquijo personificaba la vulnerabilidad en un tarro. Un hombre resquebrajado, cuyos pedazos brillaban como revancha última ante un destino cruel. Dependiente y arrastrado a una obscuridad que le resultaba insoportable. Deseoso de ser cuidado por alguien más: «volver a ser un niño», que una cuidadora se encargara de todo aquello que le superaba. La sensación de ser un polizonte en la sociedad. Abrumado, no encajaba. Una cuestión especialmente ríspida para quien se dedicaba a cantar frente a multitudes.
Los papeles de Enrique eran lienzos en donde trazaba aflicciones y tristezas. Barcos a la deriva que se mantienen apenas a flote como una condena más dolorosa que el hundimiento total. Buscaba su propio desplome como medio de escape ante un panorama que le parecía hostil. Reservado y con una continua sensación de abandono, las personas que convivían con él acababan por ser testigos de su caída, el viaje vertical hacia el colapso.
Begoña Larrañaga, su violinista y colaboradora en la última etapa, se lo advirtió a Pía tras un episodio de angustia: «Toda persona que se arrima a Enrique acaba sufriendo». La frase tal vez tuviera un dejo de malicia. A fin de cuentas, se trataba de un hombre noble. Sus conocidos reconocían esto en él, y desestimaban la fama de alguien permanentemente afligido que adquirió mediáticamente. Era alguien con momentos de gracia, con sentido del humor. Simplemente había un punto en el que era espinoso lidiar con él, uno en el que ya era complicado ayudarle.
Tenía lapsos en los que nadie apostaba por él. Postrado por jornadas al estilo de rounds, era difícil esperar cualquier cosa de quien estaba consumido por sus tormentos. Pero, como suele ocurrir por los genios, era en esa penumbra donde soltaba una ráfaga; en su caso, con la forma de una nueva composición. Un verso que le redimía, un riff que era una manifestación vital. Plenamente autobiográfico, exponía sus claroscuros y aceptaba sus derrotas. Se deba la piel en cada instante. Ahí donde otros presumían sus hazañas con las chicas, él admitía haberse quedado dormido en el momento crucial.
Bastaba que sus conocidos lo vieran llegar con líneas tan memorables como «Por la calle del olvido, vagan tu sombra y la mía», «Mi fe se fue al verte entrar y llorar, por eso entiendo si te vas», o «Nunca he sentido igual una derrota que cuando ella me dijo se acabó» para perdonarle los desplantes y alejamientos que tenía. Sin ser prolífico, tenía la capacidad de llevarse la victoria de un guantazo. Pese a su sensibilidad, irónicamente era un artista del KO. El talento seguía ahí, y aun en sus horas más bajas, tiraba golpes de gran kilataje.
Sumido en un pozo en el que nadie más podría entrar, la profunda sensibilidad que nutría sus canciones también lo marchitaba. Alejaba a quienes más quería tener cerca. El comportamiento errático y obsesivo le llegaba en los lapsos menos oportunos y con la gente que menos lo merecía. Vivía angustiado entre los polos de la fama y el desamparo. Odiaba la notoriedad que Los Secretos le conferían y estaba demolido por las deserciones en su entorno personal. La consecuencia era una personalidad tirante que reconoce en «Soy como dos».
Cuando intento hacerme el malo soy un niño abandonado.
Soy como dos, compréndelo, uno muy descontrolado.
Soy como dos, siempre soy dos,
El otro es hasta educado.
Cuando intento ser amable siempre decido atacarte.
Si quiero ser desagradable siempre me siento culpable.
No sé bien qué estoy buscando pero me voy alejando,
Cuando pienso en el pasado me asusto, corro y no paro.
Soy como dos, siempre soy dos, tienes a dos a tu lado,
Por eso un día soy feliz y de repente me enfado…
Enrique apenas toleraba los grandes escenarios, a pesar de que eran la consecuencia de su talento. Cuando fundó Los Problemas en paralelo a Los Secretos a principios de los noventa, una de sus principales motivaciones era volver a los pequeños auditorios. Lo que él entendía como la música en su sentido más placentero: el aliento de unas pocas personas, un lugar acogedor. No estar tan expuesto. Limitarse a tocar la música que le gustaba. Como las rancheras mexicanas.
Enrique era un alma afligida, y en tal sentido, la compatibilidad de caracteres con los compositores mexicanos fue determinante para él. Fue uno de los grandes promotores de José Alfredo Jiménez (su gran ídolo junto con Jackson Browne) en España, una afición compartida con Joaquín Sabina, una coincidencia que los acercó como amigos y colegas. Sin embargo, las dolencias de la música ranchera quizá hicieron que se regodeara de sentimientos de los que es mejor escapar. En lo que respecta a Urquijo fueron el gran móvil para encauzar su declive. Su ansia por el género lo llevó a que la canción que abría el primer álbum con Los Problemas fuera una versión de «Un mundo raro».
Porque yo a donde voy, hablaré de tu amor
Como un sueño dorado
Y olvidando el rencor, no diré que tu adiós
Me volvió desgraciado.
Y si quieren saber de mi pasado
Es preciso decir otra mentira.
Les diré que llegué de un mundo raro,
Que no sé del dolor, que triunfé en el amor
Y que nunca he llorado…
Enrique era un hombre emotivo que llevaba cada acontecimiento hasta el límite de su capacidad. El amor para él era, en este sentido, una experiencia extrema. Lo mismo sucedía con el consumo de estupefacientes. La moderación no cabía en él. Aunque a la vez era alguien de sosiego. No era de grandes fiestas ni de barullo, esto le fastidiaba. El carácter introvertido y vulnerable lo inclinó a una caída en solitario. La desmedida sensibilidad lo dejaba inerme en las calles peligrosas. Tenía la debilidad de no saber decir que no. Y de no olvidar a quienes la vida había alejado de él.
Un sentimental empedernido. Su primer amor, Eloísa García, fue una llaga abierta por el restos de sus días. Se conocieron en 1980, cuando él tenía veinte años y ella diecisiete, y su relación llegó a su fin a principios de 1984. Fue la relación que moldeó su temperamento dolido. La relación que creía como su destino y que finalmente no se concretó. En parte por la negativa del padre de Eloísa (un psiquiatra estricto al que no le parecía ver a su princesa con un músico de rock), pero también porque ella quedó abrumada y rebasada por las complejidades de Enrique.
Los obstáculos impuestos por sus suegros en la relación quedaron plasmados en la canción «El primer cruce». En ella se relata cómo Enrique visitaba a Eloísa a escondidas por las noches, mientras ella lograba escapar de su casa mientras todos dormían. El padre de Eloísa, hasta las narices de aquel joven que rondaba a su hija, finalmente la envió a una casa de campo, incluso con dos guardias armados para evitar cualquier contacto con Enrique. En una escena digna de película, el cantante de Los Secretos la buscó una última vez, sin lograrlo. Fue interceptado por su suegro con el que tuvo una discusión de antología. Entre lágrimas tuvo que asumir que aquello era imposible, aunque la considerara el amor de su vida.
Eloísa además ya no le correspondía. Para una joven sin experiencia era difícil lidiar con alguien de tendencias caóticas y depresivas. Cortar con Enrique le costó, aunque no tanto por amor, sino porque no quería lastimarlo. «Ahora que estoy peor», del segundo álbum de Los Secretos, da cuenta de cómo las necesidades emocionales de Enrique eran incomprendidas por Eloísa. Es uno de sus mejores temas:
Vengo a refugiarme a tu habitación
La noche es muy fría busco tu calor
No escondas la mirada, no vengo a pedir nada
A nadie le importa si te quiero o no
Si siento alegría o siento dolor
O si no siento nada y
Necesito oír tu voz ahora que estoy peor…
Quince años después de la ruptura, la marca que Eloísa dejó en Enrique seguía siendo tan grande que la última letra que escribió y grabó, unas semanas antes de su muerte, estaba dedicada a ella. Visto a distancia, claramente el amor que él sintió por ella fue más grande que el que recibió de vuelta. Ella rehízo su vida. Y a finales de los noventa, se encontraron por causalidad en el bar Honky Tonk de Madrid. Intercambiaron números y prometieron comer juntos para que Eloísa conociera a María, por entonces de cinco años. Aquello nunca sucedió.
Lo que para Eloísa fue un simple encuentro fortuito con un novio de la inocente juventud, para Enrique fue una cisma en la cabeza. Quince años después, quince años de sobrevivir, como él mismo diría, aquella mujer volvía a emocionarlo. Nunca la superó. Al regresar a casa esa noche, escribió la conmovedora «Hoy la vi» y grabó la voz en un pequeño dispositivo. Tras su muerte, Álvaro Urquijo y el resto de Los Secretos le añadirían música y la lanzarían en el álbum homenaje A tu lado. Quien se haya topado en la calle con un viejo amor comprenderá lo que pasaba por el pecho de Enrique en aquella ocasión.
Hoy la vi,
La nostalgia y la tristeza suelen coincidir.
Se rompieron mis esquemas, después comprendí
Que si ahora estoy así, es porque hoy la vi.
Y aunque no lo siento, luego no pude dormir,
Y las puertas del recuerdo cedieron, al fin.
Y aquel miedo que sentía, hoy vuelvo a sentir.
Hoy la vi,
Han llovido quince años que sobreviví.
Yo creía que sabía, y nunca aprendí…
La dependencia emocional de Enrique Urquijo no se limitaba a sus parejas, a quienes demandaba un trato casi maternal. La necesidad se extendía a su propia hija, a quien veía como un ancla a la existencia. Estar a su lado le reconfortaba e intentaba aferrarse a ella para motivarse y dejar atrás los antiguos vicios. Y lo intentó… lo intentó. Si bien el capítulo final fue el que conocemos, dedicó a la pequeña una de las canciones más bellas que existen en español (una recreación de «Carmelita» de Warren Zevon): «Agárrate a mí, María», en la que transparente como era, se muestra no como el padre protector, el papel que se suele atribuir a cualquiera en sus zapatos, sino como alguien vulnerable que pide el amparo de su hija, por entonces una bebé de menos de dos años.
Mañana, cuando despiertes,
estaré lejos.
En fin, no creo que pase nada,
de otras peores salí.
Si acaso no vuelvo a verte
olvida que te hice sufrir:
No quiero, si desaparezco,
que nadie recuerde quien fui.
Agárrate fuerte a mí, María.
Agárrate fuerte a mí…
que esta noche es la más fría
y no consigo dormir.
Agárrate fuerte a mí, María.
Agárrate fuerte a mí…
que tengo miedo
y no tengo donde ir…
Antonio Vega hizo la versión definitiva de la canción. Solo un amigo y par espiritual podía darle el tono preciso. En la película Caótica Ana (2007) de Julio Medem, el líder de Nacha Pop hace un cameo para interpretarla. El planteamiento y la sucesión de imágenes la hacen sencillamente sobrecogedora. La primera vez que la vi me derrumbó. Así lo hace todavía cada que la veo. No hace falta ver el resto de la cinta para enternecerse.
El tormento romántico de Enrique Urquijo encontró en la música ranchera a una cómplice. Todos tenemos nuestras fantasías y una de las mías es viajar en el tiempo y, al calor de unos tequilas, presentarle a Enrique una canción mexicana que casaba de lleno con su personalidad. De haber topado con ella, probablemente la hubiera recuperado para el repertorio de Los Problemas. Es fácil imaginarla con su voz y formando parte de su último álbum, Desde que no nos vemos (1998) en lugar de, digamos, «Perla de cristal».
Me refiero a «Es inútil» de los Cadetes de Linares, que es muy él. O él era muy cadete de Linares. Muy mexicano.
Es inútil que te diga lo que sufro,
Es inútil que te cuente mi dolor,
Si en mi vida tú nunca me has querido,
Ni siquiera me has tenido compasión
Los momentos que pasaste a mi lado,
Hoy recuerdo y me pongo a llorar
Si me ves que ando borracho es por tú culpa,
Y mi vida se me acaba, más y más
Pero en fin mi vida ya comprenderás
Si me muero no preguntes ya sabrás…
Por alguna razón, a diferencia de Nacha Pop, Hombres G, Alaska y Dinarama o Parálisis Permanente, la música de Enrique Urquijo no tiene mucho arraigo entre los jóvenes en la actualidad, al menos en países como México. Desde sus inicios en los años ochenta, el sonido cálido y tradicional de Los Secretos (apegado al country estadounidense y luego a las rancheras), en contraste con la extravagancia de otras propuestas de la época, los convirtió paradójicamente en unos rarunos o parte del bando baboso, términos despectivos utilizados por los modernos para referirse a los grupos de guitarras al estilo clásico.
En el largo plazo, no obstante, este sonido ha envejecido con gracia (si uno olvida la horrible producción que varios de sus discos tuvieron). Fueron visionarios frente a su coetáneos. En medio de la locura punk y new wave, apelaron a la sencillez y a las guitarras a tope. Antes que R.E.M. y The Smiths, que fueron los grandes reaccionarios en la escena anglosajona de los años ochenta, ya desde 1978 Enrique y sus hermanos sabían que los sentimientos se expresan mejor sin florituras, irreverencia vacía ni maquillaje. Mostrándote tal como eres. Con lo bueno y lo malo. Cualquiera que haya sufrido una derrota y una decepción amorosa encontrará en Enrique un aliado.
Contacto:
Correo electrónico: [email protected]
Twitter: @Bigmaud
Nota: la mayor parte de la información contenida en este texto fue extraída del libro Enrique Urquijo: Adiós tristeza de Miguel Ángel Bargueño, una biografía imprescindible para cualquier interesado en el compositor madrileño.
También lee: Rachmaninov, preludio en la desesperación | Columna de Carlos López Medrano
#4 Tiempos
De éxitos y fracasos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
La Copa Intercontinental, también conocida anteriormente como el Mundial de Clubes, es uno de los torneos más prestigiosos del fútbol mundial. Desde su creación en 1960, el torneo ha reunido a los mejores equipos de Europa y Sudamérica para disputar el título de campeón del mundo, mismo que desde hace algunos años ha tenido esa representatividad, ya que se toma en cuenta a todas las confederaciones del globo.
En cuanto a la participación mexicana en este torneo, es importante destacar que los equipos del país han tenido un papel importante en la historia del Mundial de Clubes. Aunque no han logrado conquistar el título, han demostrado ser unos de los equipos más competitivos y respetados del torneo, así como uno de los países con más participaciones en la justa.
En total, son 54 clubes los que alguna vez han jugado este torneo, equipos que provienen de 24 países distintos, siendo Brasil el que más clubes ha enviado a representar, con 11 equipos, seguido de México con 7 y Argentina con 6.
Uno de los momentos más destacados de la participación mexicana en el Mundial de Clubes fue la actuación del Club Necaxa en la edición de 2000. El equipo mexicano logró avanzar hasta la semifinal del torneo, donde se enfrentó al Vasco da Gama. Aunque finalmente perdieron el partido por 2-1, la actuación del Necaxa fue considerada como una de las mejores de un equipo mexicano en la historia del torneo.
Otro equipo con una notable participación es Tigres, que en el Mundial de Clubes del año 2021, se convirtió en el primer equipo mexicano en llegar a la final del torneo, donde se enfrentó al Bayern de Múnich. Aunque Tigres perdió la final por 1-0, su participación en el Mundial de Clubes fue considerada un éxito, ya que demostró la capacidad del equipo para competir a nivel internacional. Además, Tigres logró vencer a Palmeiras en las semifinales.
Ahora, el Pachuca participó en la edición actual del Mundial de Clubes. Lo que llamó la atención fue que el Pachuca jugó con un equipo muy joven, con varios jugadores que apenas tienen 20 años de edad. A pesar de la juventud del equipo, el Pachuca demostró ser un rival complejo, y su actuación fue destacada.
La participación mexicana en el Mundial de Clubes ha sido destacada a lo largo de la historia. Aunque no han logrado conquistar el título, los equipos mexicanos han demostrado ser unos de los más competitivos y respetados del torneo. La actuación del Pachuca en la edición actual es un ejemplo de que los equipos mexicanos pueden competir a nivel mundial, incluso con equipos jóvenes y sin mucha experiencia.
Es una lástima que el nivel de los clubes no se refleje a nivel selección, que los talentos se pierdan en el negocio de una liga que ha demostrado poder competir en cualquier nivel ante cualquier rival. Ojalá las cosas retomen el rumbo y la selección pueda ir creciendo de la mano de los clubes, en beneficio del fútbol nacional.
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#4 Tiempos
Corrido: En el IMSS un cochinero | Columna de Ana G Silva
Corredor Humanitario
La tarde del jueves 19 de diciembre se montó una manifestación por el despido de Simón Almanza, un ortopedista del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en San Luis Potosí. Mencionó que esta fue porque “alzó la voz” al ser uno de los pocos médicos que denunció la falta de insumos.
Ante medios de comunicación, declaró que el motivo de su despido fue “por pedirle a los pacientes que consiguieran su material, para resolverlo a la brevedad posible”.
Lo que no menciona es que él mismo cobraba por realizar cirugías de ortopedia infantil, además de que pedía a los padres comprar insumos en su negocio.
Esta información llegó por parte de TRES fuentes dentro del IMSS, quienes le detallaron a esta periodista que el doctor Simón tiene cuatro denuncias hechas por derechohabientes por cobrar las cirugías de ortopedia infantil.
Se preguntarán… ¿Cómo nadie lo notó? La verdad es que sí, todos sabían.
Las corruptelas del IMSS se conocen entre sus trabajadores y pocas veces realmente se dan a conocer. La verdadera razón por la que Simón Almanza era intocable es porque era el protegido de la ex delegada María Guadalupe del Rosario Garrido Rojano, involucrada en varios desfalcos dentro del instituto de salud en la entidad.
Garrido Rojano fue jefa de enseñanza del IMSS dónde conoció a Simón como su alumno; lo trae a trabajar a la Delegación en San Luis Potosí como coordinador, donde empezó a consultar pacientes, a pesar de que su puesto lo impedía…
Sí era médico, pero coordinador al fin y al cabo. No podía involucrarse con pacientes, y aún así, el doctor de quirófano que tenían en ese tiempo firmaba como el que operaba, para que no quedara registro de que Simón era el que realizaba los procedimientos.
PD. Por ahí un pajarito me llegó a contar que en su paso por la Clínica 2 del IMSS realizó algunas operaciones que solo le competen a un neurocirujano.
Tan cercano era a Garrido Rojano, que incluso se encargó de operar a Juana Mejia, ex titular de la Jefatura de Servicios de Desarrollo de Personal de la Delegación y otra trabajadora muy cercana amiga de la ex delegada, quien incurrió en el abuso de su puesto y atribuciones para ingresar a cirugía en mayo de 2023, pues nunca pasó por la lista de pacientes de ortopedia que esperaban su ingreso a una cirugía, y por un padecimiento que no sería considerado de urgencia, mismo que lleva a cualquier otro ciudadano a esperar meses para realizarse.
PD 2. El sujeto también es protegido por Raul Mario Beltran, jefe de Jurídicos que se le ha relacionado con casos de corrupción y acoso sexual, pero con todo y pruebas contundentes es inamoblible.
Aquí no se le cuestiona su calidad como médico, pues también he escuchado trabajos destacados… si no fuera por sus negocios corruptos.
Su manifestación parece indicar que se trata de un intento de derrocar a la delegada actual, Angélica Cristina Rodríguez Nester.
Y no. ¡No! Esta columna no es para respaldarla, pues también es alguien que tiene cola que le pisen.
La falta de insumos y medicinas no es ningún secreto. Mis fuentes dentro del IMSS afirmaron que sí hay desvío de recursos destinados a insumos médicos, para beneficio personal de la querida delegada, como la compra de autos nuevos. Nada que no se haya denunciado en años anteriores.
Rodríguez Nester también prioriza a sus allegados en puestos clave, dejando de lado a personal más capacitado.
Lo que me contaron es que la delegada hace enojar a los trabajadores por cosas “muy burdas”, ejemplo de ello es que no va a dejar salir a los operativos de vacaciones las próximas dos semanas, pero sí a sus amigos.
Por cierto, la delegada cree que nadie se dio cuenta que su secretaria está de vacaciones. Y el resto del personal, bien gracias.
Pero en fin, siempre es lo mismo, el IMSS sigue siendo el mismo cochinero de siempre.
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#4 Tiempos
Aliens, Sexo y Drama; Bienvenidos a la cabaña más incómoda de México | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
La Región Salvaje es una mala película envuelta en un vestido de pretensión que da la impresión de que estás viendo algo de verdad bueno. Se plantea a sí misma como una profunda exploración de la importancia que tiene el placer para la humanidad a través de elementos de ciencia ficción, pero termina siendo una mininovela de TV Azteca aderezada con kinks de hentai de tentáculos en live action.
Esta es una película que camina por una delgada línea entre la fascinación y la frustración. Su premisa tiene el potencial de ofrecer una experiencia única. Sin embargo, el resultado final no está a la altura de sus ambiciones, dejándonos con una obra que parece más interesada en impresionar con su estilo que en profundizar en los temas que plantea.
Dando inicio al visionado y notando cómo uno de los puntos clave de la película es la aparición de un extraterrestre que es la encarnación misma del deseo, podría parecer que La Región Salvaje es algo así como la versión mexicana de Under the Skin mezclada con Shivers. Y, la neta, un poco sí. Sin embargo, a diferencia de aquellas películas, esta no tiene tan claro su enfoque. Aún cuando la dirección intenta capturar con precisión quirúrgica las dinámicas tan volátiles y complejas de género, sexualidad y violencia, no puede evitar caer en los clichés más anticuados de las novelas de las 9 de la noche.
Literalmente, a pesar de contar con la existencia de un alien cuya única función es tener sexo violento con quien se le ponga enfrente, la película insiste en enfocarse en las relaciones interpersonales de tres personas. Tenemos a Alejandra, su esposo Ángel, y su hermano Fabián, quienes ya están en medio de una vida caótica y llena de tensiones. Ninguno de ellos conoce al extraterrestre durante los primeros 30 minutos de la película. Lo importante es ver cómo Alejandra y Ángel tiene un matrimonio a medio morir que se mantiene unido solamente por la existencia de sus hijos, y darnos cuenta que tanto a Ángel como a Fabián les pareció una maravillosa idea el tener un amorío homosexual entre ellos a espaldas de Alejandra.
Y el extraterrestre, bien, gracias.
La película empieza a cuajar un poco cuando aparece Verónica en sus vidas. Su presencia no hace más que avivar las inseguridades, la culpa y la desesperación que todos ellos ya cargaban. Y cuando cada uno tiene su “encuentro cercano” con el extraño “compañero extraterrestre” de Verónica, que vive en una cabaña en el bosque, los problemas humanos parecen disiparse… aunque solo sea por un rato. Este alienígena no es cualquier monstruo, es casi la encarnación del deseo sexual más puro y primitivo: no tiene género, no tiene orientación, no tiene moral. Es una fuerza implacable que no discrimina ni razona, solo actúa.
Pero aquí viene el giro oscuro: el sexo no es el único instinto primitivo que la película pone sobre la mesa. Su hermano feo, la violencia, siempre está al acecho. Tanto los humanos como el alienígena tienen la capacidad de hacerse daño brutalmente, y en este constante tira y afloja entre deseo y agresión está el verdadero corazón de la película. Esa dicotomía entre los impulsos básicos del placer y la violencia, y la forma en que los personajes se relacionan con ellos, es lo que define esta historia.
Durante los apenas seis minutos en donde se hace referencia al extraterrestre, la película lo usa como un espejo: una herramienta que refleja las tensiones internas de los personajes y su lucha con el deseo, la represión y la autodestrucción. Es un símbolo que desnuda lo peor y lo más visceral de nuestra naturaleza. Logra incomodar, provocar y hacer preguntas importantes sobre lo que significa ser humano. Porque al final del día, no importa cuánto tratemos de escapar de nuestros impulsos básicos, siempre están ahí, acechándonos, esperando el momento para tomar el control. El alienígena funciona como una metáfora de los deseos humanos en su forma más básica, un ser que no distingue entre géneros ni orientaciones sexuales. Sin embargo, estos impulsos, en lugar de liberar a los personajes, los conducen a la autodestrucción. En ese sentido, la película parece decirnos que los deseos más profundos del ser humano siempre van acompañados de su contraparte más oscura: la violencia.
Por otro lado, los personajes humanos, aunque interpretados de forma competente por el elenco, son más planos que cualquiera de las hojas en donde se imprimió el guión. Asumo que la idea de la dirección era transmitir un aura enigmática o una sensación de desgaste emocional a través de ellos, pero a duras penas parecen ser personas que solamente saben sentir desinterés y aburrimiento – mismo que transmiten a la perfección con la audiencia. Es casi imposible sentirse identificado con cualquiera de estos seres deleznables que, más que personajes, no llegan a ser más que herramientas narrativas. La película parece más interesada en utilizarlos para ilustrar su tesis que en darles agencia o un desarrollo significativo.
Como buen producto mexicano audiovisual, La Región Salvaje no puede evitar caer en clichés y estereotipos que socavan su mensaje pero que, seguramente, creyeron eran muy interesantes y le daban otra capa de significado a la película. De entrada, la acción se sitúa en Guanajuato, donde CLARAMENTE estamos intentando hacer la dicotomía de ciudad católica panista persignada con los sucesos sexuales que acaecen a lo largo de la película. Pero en ningún momento se aprovecha eso. Solo se hace especial énfasis en mostrar que estamos en Guanajuato y… ya. La población general de la ciudad nunca se entera de nada, nadie hace mención a cómo toda choca con los valores clásicos de la religión, no hay situaciones de desventaja ante quienes se ven involucrados. Es decir, esto podría pasar en cualquier ciudad de México, real o ficticia, y nunca sería nada más que un fondo de pantalla.
Y ni hablemos de los efectos especiales. En general, el CGI utilizado aquí, sobre todo para representar los cuatro minutos de extraterrestre que nos entrega la película, está bastante bien logrado. Pero hay una escena, una escena clave a la mitad, en donde se decidió que estaría padrísimo representar una orgía de animales en el bosque y… no. Solo no. La poca tensión que estaba sintiendo hasta ese momento murió en el momento en que irrumpí en una carcajada al ver esa escena. O sea, poner muñequitos de felpa motorizados a representar la escena se hubiera visto menos barato.
En última instancia, La Región Salvaje parece más interesada en la forma que en el fondo. A pesar de sus ambiciones, la película no logra profundizar en los temas que plantea, dejando al espectador con más preguntas que respuestas. Al explorar los impulsos sexuales y la violencia, Amat Escalante intenta hacer una crítica de las relaciones humanas, pero el mensaje se diluye en una narrativa que no logra equilibrar sus elementos temáticos y estilísticos.
Más que una obra cohesionada, La Región Salvaje se siente como un experimento que plantea preguntas interesantes, pero no logra responderlas de manera satisfactoria. Su incapacidad para conectar emocionalmente con el espectador y para ofrecer una reflexión más clara sobre sus temas hace que se quede corta. Al final, lo que podría haber sido una exploración incisiva de la condición humana termina siendo una experiencia tan desconcertante como olvidable.
Y, claramente, nadie supo cómo concluir la película. Al final, cuando las cosas finalmente están escalando y parece que llegaremos a algún lugar, el guión dice “¿y si matamos a todos de una vez y vamos a créditos? ¿No estaría más padre? ¿No nos ahorraríamos tiempo y dinero?”
No.
No estuvo más padre.
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