#4 Tiempos
El dilema de la no intervención | Columna de Carlos López Medrano
Luces de variedad
El gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador decidió cambiar la postura de México respecto a lo que ocurre con el régimen de Nicolás Maduro. Al negarse a firmar la declaración condenatoria del Grupo de Lima que desconoce el mandato del presidente venezolano, causó una polémica en distintos círculos de opinión. Algunas de las conclusiones han sido apresuradas y por ello habrá estar pendientes de la evolución de lo ocurrido. Falta dimensionar si el nuevo planteamiento, dentro de su discreción, puede redituar beneficios mayores que el de las ofensivas que hasta el momento han sido un tanto estériles.
En 2019 la cancillería finalmente tomó distancia del Grupo de Lima que desde hace año y medio ha tomado determinaciones multilaterales sobre la crisis democrática en Venezuela y que en los últimos meses aumentó su severidad hasta rechazar el nuevo periodo de la administración madurista en el gobierno debido a las irregularidades y vicios que hubo en el último proceso electoral, así como las constantes violaciones a los derechos humanos que se presentan en el territorio.
En cualquier caso, aunque pudiera parecerlo, López Obrador no se olvida de Venezuela. Más bien ha instado al diálogo y a una solución negociada, una estrategia de mayor suavidad que acaso pueda equilibrar un balanza cada vez más preocupante, en la que Bolsonaro y Trump hacen temer por una intromisión militar que sería contraproducente.
Desde su periodo como candidato a la presidencia, el tabasqueño manifestó su interés por llevar una visión diplomática de bajo perfil. Ante un panorama interno ya de por sí agitado, proclamaba la inconveniencia de meterse en asuntos ajenos. “La mejor política exterior es la interior”, dijo como uno de sus mantras socorridos, para de paso evadir cualquier aprieto en la materia debido a las equivalencias que por lustros se han hecho entre el chavismo y él.
López Obrador reivindica así la Doctrina Estrada y, sobre todo, la Doctrina Carranza que ha sido a lo largo del último siglo el eje rector de la Política Exterior mexicana, en especial en lo que se refiere a su idea de la no intervención. Pero, ¿cuáles son sus implicaciones y límites?
En años recientes, intensos en globalización, la vigencia de la doctrina ha sido puesta en tela de juicio. Los cuestionamientos se han acentuado debido a la coyuntura por la que nuestro país atraviesa, en donde pareciera que es necesario establecer un mayor margen de acción en un mundo cambiante y lleno de desafíos.
Si bien la Doctrina Carranza es estimable, no debe tomarse como un dogma ni una imposición, sino como la expresión de algo más profundo: el arquetipo para mantener nuestra soberanía; empresa que, esa sí, debe seguir como una obligación para cualquier administración federal y que por tanto requiere a adaptar la pauta carrancista a la realidad del presente.
Los fundamentos de la doctrina que Venustiano Carranza pronunció ante el congreso hace más de cien años, en septiembre de 1918, fue antecedida por la Doctrina Calvo y Doctrina Drago que también tenían una disposición similar para enfrentar las agresiones exteriores desde las limitantes que padecían los países latinoamericanos.
Estos principios conducirían la política exterior del naciente país como ente moderno. Esencialmente consistían en la igualdad. Igualdad jurídica de los estados, igualdad de nacionales y extranjeros ante la legislación del país en el que se encuentran, leyes justas y sin distinciones dentro de la nación, así como una diplomacia que velara por los intereses universales y la no intervención.
La Doctrina Carranza fue más que nada una política de defensa. México fue vulnerable en su tiempo por su vecindad con Estados Unidos, lo cual era un riesgo por los proyectos expansionistas de las grandes potencias, como ocurrió con la traumática pérdida de la mitad de nuestro territorio tras la guerra México-estadounidense de mediados del siglo XIX.
Por lo anterior, apelar a la igualdad soberana de los estados, como una vertiente del multilateralismo, era una posición de contención. Un escudo o carta de ingenio en la lucha por la supervivencia.
Durante los primeros años del siglo XX la vulneración del territorio mexicano se había hecho patente en actos como la expedición punitiva contra Pancho Villa comandada por John J. Pershing y el desembarco de tropas estadounidenses en Veracruz. Esa enorme presión hizo que México buscara una solidaridad en América Latina. La igualdad soberana de los Estados podría traer un equilibrio en el concierto de las naciones.
Si bien México se abstuvo de participar de forma directa en la Primera Guerra Mundial, lo cual impidió su acceso inmediato ante la naciente Sociedad de Naciones, ya se vislumbraba como una pieza estratégica e importante por ser un referente petrolero y por su posición geográfica.
México no podía inmiscuirse en un conflicto de proporciones internacionales toda vez que a nivel interno no gozaba de condiciones mínimas de estabilidad. De este modo la actitud de Carranza tendió a lo neutro, pero a una neutralidad activa que marcaba el pulso en tiempos de turbulencia.
La igualdad jurídica de los estados, atribuida a la doctrina Carranza, tenía raíces en el ideario de Matías Romero, quien ya 30 años antes apuntaba a que el desequilibrio entre los estados debería desaparecer. En 1888 México firmó con Japón un tratado de igualdad jurídica. Una forma de apuntar a una labor imprescindible para el porvenir: resolver la asimetría entre los estados.
No obstante, la perspectiva de la Doctrina Carranza debe verse como un producto de su tiempo, una guía que sirve más como fundamento que como una ficha de estricta ortodoxia para resolver nuestras problemáticas geopolíticas.
Cabe destacar que con la reforma constitucional de 2011, el artículo 89 fracción X estipula la “protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales” como uno de los ejes rectores de la política exterior mexicana, un punto de igual a mayor validez que cualquier tradición anterior. México debe empezar a retomar su liderazgo a nivel regional y global.
Además, lo ocurrido a lo largo del siglo XX mostró que la política de no intervención se flexibilizó en momentos puntuales, como ocurrió durante la guerra civil española, cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas (al que López Obrador tiene como referente) tomó partido abiertamente a favor del bando republicano. Se creía que la supervivencia del régimen socialista era importante para, a su vez, salvaguardar el vínculo nacional frente a España, con quien llevábamos una relación ambivalente desde la independencia.
Entre los otros casos donde México se tomó licencias respecto a la Doctrina Carranza se puede destacar la reacción ante la dictadura de Pinochet (rompiendo relaciones y dando asilo a perseguidos políticos, incluyendo a la familia del finado Salvador Allende), el posicionamiento sobre los conflictos guerrilleros en Centroamérica coronados por la declaración franco-mexicana de 1981, así como la permisividad que se dio ante los revolucionarios cubanos liderados por los hermanos Castro a su paso por nuestro país.
Todos esos capítulos de nuestra historia correspondieron al sistema de equilibrio de poderes. Y aunque no siguieron al dedillo la Doctrina Carranza como se establecía en 1918, sí que buscaban un objetivo similar: la defensa de nuestros intereses y la contención de fuerzas adversas en nuestras zonas de influencia.
La política internacional ha variado, igual que las dinámicas de convivencia. La inmovilidad internacional ha probado ser catastrófica en casos como el del genocidio de Ruanda, mismo que dio pasos a conceptos de excepción como lo es la responsabilidad de proteger.
Durante años México se negó a participar en las operaciones de mantenimiento de la paz por parte de las Naciones Unidas, pero esto cambió durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, cuando se empezó a colaborar en el desarrollo democrático, económico y social de otros países, pero siempre teniendo en cuenta que nunca se haría desde un lado de fuerza militar.
Todo lo anterior es digno de considerar en lo que respecta a lo que ocurre con Venezuela, en donde hay más laberinto que claridad. La nueva postura de México tiene más aristas de lo que parece. Desde la Presidencia y la Secretaría de Relaciones Exteriores se ha dado un paso a una nueva vía que no se compromete con la virulencia del Grupo Lima, pero que tampoco tiene concesiones tangibles contra la dictadura de Maduro.
Habrá que ver si se toman acciones adicionales en un espacio medio, por no decir ambiguo. Quizás convenga explorar la vía del diálogo, ya que por ahora la afrenta solo ha llevado a una radicalización del gobierno bolivariano. Será entonces que se pueda revelar la utilidad de una neutralidad activa a la usanza carrancista. Igual habrá que hacer adaptaciones sobre la marcha. Eso sí, cualquier ánimo voluntarioso debe estar condicionado a una serie de compromisos que impliquen una eventual despedida de un mandatario torpe, sanguinario y demencial como es el heredero de Chávez, Nicolás Maduro. La situación es insostenible a mediano y largo plazo. Urge un cambio profundo y el gobierno bolivariano no parece estar en la labor de realizarlo.
Contacto: [email protected]
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#4 Tiempos
Rosa María Aranda, la mujer que daría esperanza a la física potosina | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En la fotografía que acompaña esta entrega, aparecen alumnos de la Escuela de Física en los sesenta. La segunda alumna que aparece en la fotografía de píe observando el trabajo de su profesor es Rosa María Aranda Gómez de quien tratamos en la presente columna.
A mediados de la década de los sesenta del siglo XX, la Escuela de Física de la UASLP se encontraba en pleno desarrollo, con apenas diez años de existencia, aumentaba su matrícula y abría la puerta a una serie de mujeres que se adentraban al mundo de la ciencia estudiando la carrera de física. En sus inicios estuvo integrada solo por alumnos y para principios de los sesenta ingresaba una mujer a sus filas: Carmen Ortega que posteriormente cambiaría su destino a la carrera de psicología de la propia UASLP.
En 1964, ingresarían tres mujeres entre las que se encontraría la que fuera la primera física titulada en San Luis, Carmen Estela Macias; en esa generación ingresarían además Irene López y Rosa María Aranda Gómez.
En sus primeros diez años de actividad la Escuela de Física había contado con cinco mujeres en sus filas: Carmen Ortega, Luz María Moreno, Irene López, Rosa Aranda y Carmen Estela Macias. No habría en la Escuela de Física más inscripciones de mujeres hasta la década de los setenta. De este importante grupo femenil, de los sesenta destacaría Rosa María Aranda, quien por causas personales no terminaría su carrera, pero dejaría una importante huella y un camino transitable para la formación científica de las mujeres en San Luis Potosí.
Para entonces se mencionaban dos nombres de estudiantes potosinos, que podrían dar brillo a la física en México Joel Cisneros Parra y Rosa María Aranda. Su capacidad para la física y para la resolución de problemas de corte científico era manifiesta y se proyectaban como dos personajes que desde San Luis Potosí podían figurar en el escenario científico mexicano. El caso de Joel Cisneros, ya lo hemos tratado en esta columna, un brillante físico que ha aportado a la astronomía mundial y que sigue colaborando con interesantes trabajos de investigación.
Rosa María Aranda, sería el ejemplo, de una brillante estudiante con un futuro promisorio que sacrificaría, en parte, su formación científica para formar su familia y aportar desde otras esferas profesionales, igualmente valiosas. Pero, también es el ejemplo, del sacrificio al que se somete a la mujer para seguir el camino de formación del varón, en su caso su esposo, que, siendo estudiante de economía en la Universidad Potosina, seguiría su formación de posgrado en Estados Unidos, Luis Ernesto Derbez, su esposo que luego sería Secretario de Economía y Secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno de México.
La familia Derbez Aranda, estaría luego en Puebla cuando Ernesto Derbez ocupara la rectoría de la Universidad de Las Américas de Puebla y donde Rosa María Aranda estaría colaborando. De cierta forma Rosa Aranda estudiaría matemáticas aprovechando la estancia en el extranjero de su esposo, pero lo que podría haber sido su contribución destacada a la física mexicana quedaría en suspenso.
Su profesor en San Luis, el físico Candelario Pérez Rosales, de quien también se ha tratado en esta columna, nos escribe sobre su alumna Rosa María Aranda en el libro Física al Amanecer, donde relata la historia de la Escuela de Física de la UASLP en sus primeros años.
Rosa María Aranda Gómez fue un caso muy especial: la más brillante de su generación; la dueña de una agilidad mental envidiable; la que se dirigía hacia planos superiores de la Física. Cuando yo tuve que dejar la Escuela, ella era la personificación del optimismo. Pero a veces la brillantez se topa con obstáculos infranqueables. Por alguna extraña razón, Rosa María abandonó inesperadamente sus estudios de física, y así se perdió para la Escuela una de las más luminosas esperanzas.
Estas palabras de Candelario Pérez son reveladoras; el ejemplo de Rosa María Aranda, es digno de tomar en cuenta en el proceso de reflexión sobre el papel de la mujer y los obstáculos que debe de sortear para su formación y su propio desarrollo. Finalmente, el derrotero de vida de Rosa María Aranda no deja de ser importante, es digno de elogiarse. Pero queda ese dejo de nostalgia de lo podría haber sido una carrera científica de grandes vuelos donde de seguro estaría en los primeros planos de la ciencia mexicana.
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#4 Tiempos
Un Camino Cuesta Arriba | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Estamos a punto de terminar la fase regular de la Liga MX y San Luis se encuentra en una situación complicada con 15 puntos en la tabla, dos por debajo del décimo lugar ocupado por Pumas. La clasificación al Play-In parece un objetivo cada vez más lejano. Sin embargo, en este deporte, nada es imposible hasta que el último silbatazo suene.
Ayer, la derrota 2-1 contra Tijuana no solo fue un golpe para la moral del equipo, sino también un recordatorio de lo complicada que es la competencia en la Liga MX. Para San Luis, cada partido es ahora una final, donde cualquier error puede ser fatal. La presión es alta, pero también es una oportunidad para demostrar el carácter y la determinación de los jugadores.
La clasificación al Play-In ya no solo depende de los resultados de San Luis, sino también de cómo evoluciona la tabla general. Equipos como Chivas, Mazatlán y, por supuesto, Pumas, son clave en esta ecuación. Un tropiezo de cualquiera de estos equipos podría abrir una puerta para San Luis, pero es crucial que ellos también hagan su parte.
Pero los rivales también cuentan, y estos son los juegos donde debemos poner atención:
Mazatlán vs. Chivas (Jornada 15): Este partido es crucial para ambos equipos, ya que están empatados con 16 puntos, solo un punto por debajo de Pumas. El ganador tendrá una mejor posición para pelear por el Play-In.
Chivas vs. Puebla (Jornada 16) y vs. Atlas (Jornada 17): Estos partidos son fundamentales para las aspiraciones de Chivas de alcanzar el Play-In.
Mazatlán vs. Tijuana y vs. América (Jornadas 16 y 17): Estos encuentros serán decisivos para Mazatlán, que busca su segunda clasificación al Play-In en su historia.
Pumas: Actualmente en el décimo lugar con 17 puntos, cualquier tropiezo de Pumas podría beneficiar a San Luis.
En resumen, aunque las posibilidades parecen remotas, San Luis todavía tiene una oportunidad de clasificar al Play-In. Requiere de una combinación perfecta de resultados propios y errores de otros, pero sobre todo, de una mentalidad ganadora y una ejecución impecable en el campo. Recordar que se juega en casa, y que en solo una semana se podría rescatar todo si rescatan la mística del torneo anterior y suman de 3 en el Lastras.
Si logran mantener la calma y la confianza, podrían sorprender a todos y llevar a su afición a por lo menos un partido más en postemporada.
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#4 Tiempos
¿Realmente te gusta Ghibli? ¿o solo usas IA para fingirlo? | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
Así es, amigos, me encuentro hablando una semana tarde del tema de moda que, debido a la velocidad del internet, básicamente ya se olvidó en la población general de las redes. Pero, la verdad, es que no me sentía con los ánimos de escribir esto antes sin caer en terribles insultos hacia el grueso de la población que lo único que lograrían era desnudar mi tremendo miedo por el futuro y la inigmante depresión que utilizo como mi combustible para vivir el día a día.
Pero, pretendamos por un segundo que el tema sigue siendo relevante e imaginemos que sí tuve la capacidad temporal de hablar de ello en su debido tiempo. De todas formas, mi punto no es precisamente el decir “Ghiblificar con IA es malo” (lo cual, a grandes rasgos no lo es… es más bien estúpido. Pero, como dije, la idea no es insultar a las personas, solo sus gustos), sino que, más bien, todo este revuelo parece confirmar algo que llevaba imaginando desde hace varios años:
“A la gente realmente no le gustan las películas de estudio Ghibli, solo las admiran porque les dijeron que tenían que hacerlo.”
Con todo esto asumido, es la semana pasada y yo, saliendo de mi cueva de ermitaño, me pongo a despotricar frente a ti de la siguiente manera:
A ver, ya viste la nueva moda, ¿no? Esa de meterle un prompt a la IA para que convierta tu selfie, tu gato o tu desayuno en “estilo Ghibli”. Porque claro, ahora resulta que todo el mundo ama Ghibli. Ama la estética, ama las nubes gorditas, los ojitos brillantes, el bosque medio místico con bruma de ensueño. ¡Qué conexión tan profunda con la obra de Miyazaki, wow! O sea… evidentemente viste El Viaje de Chihiro cuando tenías diez años y captaste toda la crítica al capitalismo devorador, ¿cierto?
Spoiler: no, no la entendiste.
Y tampoco pasa nada, si no. Solo que no está de más admitirlo. Porque lo de andar “ghiblificando” todo con inteligencia artificial no parece tanto un tributo como una confirmación de que a la mayoría no le gusta Ghibli por lo que es, sino por lo lindo que se ve. Porque es “cute”, es “cozy”, es “aesthetic”. Una especie de fondo de pantalla con vibe de cuento melancólico, pero sin el esfuerzo emocional de tener que involucrarte con nada.
Y esa es, en el fondo, la especialidad de la IA: darte la forma sin el fondo, la cáscara sin el fruto, el disfraz sin el alma. ¿Y quién necesita alma cuando puedes tener likes?
Bueno, lo que se dice likes… Porque, siendo sinceros, la foto de perfil que tienes en Facebook donde se “aprecia” cómo estás con tu novio en una playa habrá conseguido, ¿qué? ¿12 likes?
Influencers en potencia, ¿eh? Aguas con ese perfil, que en nada le ofrecen un contrato editorial y publica un nuevo Libro Del Troll o un ¿Quiubole Con…?.
Es un poco irónico —y sí, poético, pero de esa poesía medio desangelada— que se use justamente una tecnología que recicla imágenes sin entender su contexto para rendirle homenaje a un estudio cuyo valor está, justamente, en el contexto. Porque Ghibli no es solo visualmente bonito. Es introspectivo, es lento, a veces incómodo. Habla de guerra, de pérdida, del progreso que arrasa, de la tristeza que no se explica. Cosas que no entran en un prompt.
Pero ahí va la IA, con sus cielos pastel y sus personajes con cara de haber visto algo que les cambió la vida (aunque en realidad solo están viendo tu plato de ramen desde otro ángulo), y ya está: “Ghibli style”. Como si eso fuera todo. Como si la magia estuviera en los trazos y no en lo que esos trazos estaban tratando de decir.
Y sí, claro que hay quien se ofende cuando uno dice estas cosas. “Es una reinterpretación artística”, “es una forma de expresión personal”, dicen. Y sí, todo puede serlo. Pero hay una diferencia entre reinterpretar algo y ponerlo en la licuadora del algoritmo para que salga bonito. No es lo mismo hacer una ilustración tuya en estilo Ghibli porque te inspira, que pedirle a una IA que lo mezcle todo por ti mientras tú solo aprietas “generar”. No es homenaje si no hay entendimiento. Es disfraz. Es maquillar algo con lo que no estás dispuesto a lidiar.
Lo más curioso es que esto ni siquiera es nuevo. El culto a Ghibli como marca viene de años atrás. Mucha gente dice que adora el estudio, pero rara vez pasa de Chihiro, Totoro o El Castillo Vagabundo . Películas hermosas, sí, pero también las más “exportables”. Las que Disney se encargó de distribuir a principios de los 2000’s. Y ahí está la trampa: para muchos, Ghibli no fue una puerta al cine japonés ni a la animación como forma artística. Fue solo otro “sello de calidad” puesto por Mickey Mouse en el que cayeron sin cuestionarse nada.
Porque vamos, ¿de verdad creen que el público occidental estaba listo en 2002 para Mis Vecinos Los Yamada? ¿O para LA PELÍCULA DONDE UN MONTÓN DE MAPACHES (si, ya sé que son Tanukis) SE ENVUELVEN EN SUS TESTÍCULOS PARA TRANSFORMARSE EN SERES HUMANOS Y DEFENDER EL BOSQUE? Obvio no. Pero pusieron a Chihiro en los Óscares, le dieron el sello Disney, y todos dijimos “ah, ok, esto es arte”. Y ahora, veinte años después, la tendencia es: “yo y mi ex en estilo Ghibli, jeje”. Qué nivel de evolución.
Y lo más gracioso —o deprimente, depende del día— es que la IA te delata. Porque no puede entender lo que hace especial a Ghibli. Solo puede copiar lo que ve. Los colores, las formas suaves, la atmósfera como de sueño triste. Pero sin historia, sin alma, sin intención. Un cascarón precioso y vacío. Justo como ese post que compartes con la cara de tu perro en un paisaje brumoso diciendo “es mi espíritu protector”.
No estás conectando con nada. Estás usando una estética que ni te pertenece ni te tomaste el tiempo de entender. Es como tatuarse kanjis al azar. Como decir que te encanta Van Gogh porque te compraste una funda de celular con La noche estrellada. Lo que te gusta no es el arte. Es parecer que te gusta el arte.
Y claro, ver una imagen linda es fácil. Da serotonina. Pero sentarte a ver La Tumba De Las Luciérnagas sabiendo que vas a terminar hecho trizas, eso ya no. Eso es trabajo emocional. Eso incomoda. Eso no entra bien en el feed.
Y eso, al final, es lo que Ghibli hace de verdad: incomoda. Te enfrenta a la muerte, al paso del tiempo, a la nostalgia por cosas que ni viviste. Te deja sintiéndote pequeño, impotente, a veces incluso un poco tonto. Pero te lo dice con una ternura que duele. Y nada de eso se puede convertir en sticker. Nada de eso se puede resumir en una imagen generada por IA con cielo lila y una bicicleta vieja en primer plano.
Así que no, usar IA para hacer tu versión “en anime” no es un homenaje a Ghibli. Es más bien una forma de empacar algo enorme y sensible en una cajita linda que puedas postear. Convertir una obra profundamente humana en un muñequito con ojos grandes y cero conflicto. No es arte. Es accesorio.
Y no es que esté mal disfrutar de lo superficial. Lo hacemos todo el tiempo. Pero reducir algo con tanto fondo a solo su forma, y encima decir que es “por amor a Ghibli”, eso ya es otro nivel. Es como decir que amas la literatura porque tienes una tote bag con una cita de Murakami. Es, literalmente, no haber entendido nada.
Así que la próxima vez que veas una imagen de esas y te den ganas de comentar “wow, me encanta el estilo Ghibli”, respira. Y pregúntate si lo dices porque te conmovió o porque se ve bonito en tu perfil. Y si es lo segundo, no pasa nada. Solo di “me gusta porque es bonito y me hace ver interesante”. Eso, al menos, es honesto.
Porque Ghibli no se trata de cómo se ve. Se trata de todo lo que te exige cuando decides mirarlo en serio. Y si eso no te mueve, entonces no te gusta Ghibli.
Te gusta el disfraz.
Te gusta seguir modas.
Te gusta no tener que pensar.
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