diciembre 16, 2025

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#4 Tiempos

El dilema de la no intervención | Columna de Carlos López Medrano

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Luces de variedad

El gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador decidió cambiar la postura de México respecto a lo que ocurre con el régimen de Nicolás Maduro. Al negarse a firmar la declaración condenatoria del Grupo de Lima que desconoce el mandato del presidente venezolano, causó una polémica en distintos círculos de opinión. Algunas de las conclusiones han sido apresuradas y por ello habrá estar pendientes de la evolución de lo ocurrido. Falta dimensionar si el nuevo planteamiento, dentro de su discreción, puede redituar beneficios mayores que el de las ofensivas que hasta el momento han sido un tanto estériles.

En 2019 la cancillería finalmente tomó distancia del Grupo de Lima que desde hace año y medio ha tomado determinaciones multilaterales sobre la crisis democrática en Venezuela y que en los últimos meses aumentó su severidad hasta rechazar el nuevo periodo de la administración madurista en el gobierno debido a las irregularidades y vicios que hubo en el último proceso electoral, así como las constantes violaciones a los derechos humanos que se presentan en el territorio.

En cualquier caso, aunque pudiera parecerlo, López Obrador no se olvida de Venezuela. Más bien ha instado al diálogo y a una solución negociada, una estrategia de mayor suavidad que acaso pueda equilibrar un balanza cada vez más preocupante, en la que Bolsonaro y Trump hacen temer por una intromisión militar que sería contraproducente.

Desde su periodo como candidato a la presidencia, el tabasqueño manifestó su interés por llevar una visión diplomática de bajo perfil. Ante un panorama interno ya de por sí agitado, proclamaba la inconveniencia de meterse en asuntos ajenos. “La mejor política exterior es la interior”, dijo como uno de sus mantras socorridos, para de paso evadir cualquier aprieto en la materia debido a las  equivalencias que por lustros se han hecho entre el chavismo y él.

López Obrador reivindica así la Doctrina Estrada y, sobre todo, la Doctrina Carranza que ha sido a lo largo del último siglo el eje rector de la Política Exterior mexicana, en especial en lo que se refiere a su idea de la no intervención. Pero, ¿cuáles son sus implicaciones y límites?  

En años recientes, intensos en globalización, la vigencia de la doctrina ha sido puesta en tela de juicio. Los cuestionamientos se han acentuado debido a la coyuntura por la que nuestro país atraviesa, en donde pareciera que es necesario establecer un mayor margen de acción en un mundo cambiante y lleno de desafíos.

Si bien la Doctrina Carranza es estimable, no debe tomarse como un dogma ni una imposición, sino como la expresión de algo más profundo: el arquetipo para mantener nuestra soberanía; empresa que, esa sí, debe seguir como una obligación para cualquier administración federal y que por tanto requiere a adaptar la pauta carrancista a la realidad del presente.

Los fundamentos de la doctrina que Venustiano Carranza pronunció ante el congreso hace más de cien años, en septiembre de 1918, fue antecedida por la Doctrina Calvo y Doctrina Drago que también tenían una disposición similar para enfrentar las agresiones exteriores desde las limitantes que padecían los países latinoamericanos.

Estos principios conducirían la política exterior del naciente país como ente moderno. Esencialmente consistían en la igualdad. Igualdad jurídica de los estados, igualdad de nacionales y extranjeros ante la legislación del país en el que se encuentran, leyes justas y sin distinciones dentro de la nación, así como una diplomacia que velara por los intereses universales y la no intervención.

La Doctrina Carranza fue más que nada una política de defensa. México fue vulnerable en su tiempo por su vecindad con Estados Unidos, lo cual era un riesgo por los proyectos expansionistas de las grandes potencias, como ocurrió con la traumática pérdida de la mitad de nuestro territorio tras la guerra México-estadounidense de mediados del siglo XIX.

Por lo anterior, apelar a la igualdad soberana de los estados, como una vertiente del multilateralismo, era una posición de contención. Un escudo o carta de ingenio en la lucha por la supervivencia.

Durante los primeros años del siglo XX la vulneración del territorio mexicano se había hecho patente en actos como la expedición punitiva contra Pancho Villa comandada por John J. Pershing y el desembarco de tropas estadounidenses en Veracruz. Esa enorme presión hizo que México buscara una solidaridad en América Latina. La igualdad soberana de los Estados podría traer un equilibrio en el concierto de las naciones.

Si bien México se abstuvo de participar de forma directa en la Primera Guerra Mundial, lo cual impidió su acceso inmediato ante la naciente Sociedad de Naciones, ya se vislumbraba como una pieza estratégica e importante por ser un referente petrolero y por su posición geográfica.

México no podía inmiscuirse en un conflicto de proporciones internacionales toda vez que a nivel interno no gozaba de condiciones mínimas de estabilidad. De este modo la actitud de Carranza tendió a lo neutro, pero a una neutralidad activa que marcaba el pulso en tiempos de turbulencia.

La igualdad jurídica de los estados, atribuida a la doctrina Carranza, tenía raíces en el ideario de Matías Romero, quien ya 30 años antes apuntaba a que el desequilibrio entre los estados debería desaparecer. En 1888 México firmó con Japón un tratado de igualdad jurídica. Una forma de apuntar a una labor imprescindible para el porvenir: resolver la asimetría entre los estados.

No obstante, la perspectiva de la Doctrina Carranza debe verse como un producto de su tiempo, una guía que sirve más como fundamento que como una ficha de estricta ortodoxia para resolver nuestras problemáticas geopolíticas.

Cabe destacar que con la reforma constitucional de 2011, el artículo 89 fracción X estipula la “protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales” como uno de los ejes rectores de la política exterior mexicana, un punto de igual a mayor validez que cualquier tradición anterior. México debe empezar a retomar su liderazgo a nivel regional y global.

Además, lo ocurrido a lo largo del siglo XX mostró que la política de no intervención se flexibilizó en momentos puntuales, como ocurrió durante la guerra civil española, cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas (al que López Obrador tiene como referente) tomó partido abiertamente  a favor del bando republicano. Se creía que la supervivencia del régimen socialista era importante para, a su vez, salvaguardar el vínculo nacional frente a España, con quien llevábamos una relación ambivalente desde la independencia.

Entre los otros casos donde México se tomó licencias respecto a la Doctrina Carranza se puede destacar la reacción ante la dictadura de Pinochet (rompiendo relaciones y dando asilo a perseguidos políticos, incluyendo a la familia del finado Salvador Allende), el posicionamiento sobre los conflictos guerrilleros en Centroamérica coronados por la declaración franco-mexicana de 1981, así como la permisividad que se dio ante los revolucionarios cubanos liderados por los hermanos Castro a su paso por nuestro país.

Todos esos capítulos de nuestra historia correspondieron al sistema de equilibrio de poderes. Y aunque no siguieron al dedillo la Doctrina Carranza como se establecía en 1918, sí que buscaban un objetivo similar: la defensa de nuestros intereses y la contención de fuerzas adversas en nuestras zonas de influencia.

La política internacional ha variado, igual que las dinámicas de convivencia. La inmovilidad internacional ha probado ser catastrófica en casos como el del genocidio de Ruanda, mismo que dio pasos a conceptos de excepción como lo es la responsabilidad de proteger.

Durante años México se negó a participar en las operaciones de mantenimiento de la paz por parte de las Naciones Unidas, pero esto cambió durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, cuando se empezó a colaborar en el desarrollo democrático, económico y social de otros países, pero siempre teniendo en cuenta que nunca se haría desde un lado de fuerza militar.

Todo lo anterior es digno de considerar en lo que respecta a lo que ocurre con Venezuela, en donde hay más laberinto que claridad. La nueva postura de México tiene más aristas de lo que parece. Desde la Presidencia y la Secretaría de Relaciones Exteriores se ha dado un paso a una nueva vía que no se compromete con la virulencia del Grupo Lima, pero que tampoco tiene concesiones tangibles contra la dictadura de Maduro.

Habrá que ver si se toman acciones adicionales en un espacio medio, por no decir ambiguo. Quizás convenga explorar la vía del diálogo, ya que por ahora la afrenta solo ha llevado a una radicalización del gobierno bolivariano. Será entonces que se pueda revelar la utilidad de una neutralidad activa a la usanza carrancista. Igual habrá que hacer adaptaciones sobre la marcha. Eso sí, cualquier ánimo voluntarioso debe estar condicionado a una serie de compromisos que impliquen una eventual despedida de un mandatario torpe, sanguinario y demencial como es el heredero de Chávez, Nicolás Maduro. La situación es insostenible a mediano y largo plazo. Urge un cambio profundo y el gobierno bolivariano no parece estar en la labor de realizarlo.

 

@Bigmaud

Contacto: [email protected]

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#4 Tiempos

Una vida dedicada a la ciencia, Candelario Pérez Rosales | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Hoy, 16 de diciembre, el peotillense Candelario Pérez Rosales, baluarte de la ciencia e ingeniería mexicana y consolidador de la física profesional en San Luis Potosí, estaría cumpliendo noventa y cinco años de edad.

Candelario Pérez Rosales nació el 16 de diciembre de 1930 en Peotillos, comunidad del municipio de Villa de Hidalgo, San Luis Potosí, donde estudió los primeros años de primaria, para luego venir a San Luis Potosí a terminarlos y continuar los estudios de secundaria y preparatoria, ambos en el turno nocturno, donde compartía las horas de estudio con las horas de trabajo. Estudiaría Física en la Universidad de Purdue y vendría a San Luis Potosí a colaborar con la fundación de la Escuela de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, hoy Facultad de Ciencias y del Instituto de Física de la propia Universidad Autónoma de San Luis Potosí, instituciones que están cumpliendo setenta años.

Como parte de los trabajos de difusión y divulgación sobre personajes de la ciencia potosina que llevo a cabo publiqué en el 2012 un libro intitulado Una Vida Dedicada a la Ciencia, el papel de Candelario Pérez Rosales, que recoge la trayectoria de Candelario Pérez Rosales, cuyo papel para el establecimiento, desarrollo y consolidación de la física en San Luis fue determinante; de esta forma el desarrollo de la ciencia potosina en la segunda parte del siglo XX, en el seno de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, fue posible con la participación de varios personajes, entre los que se encuentra indiscutiblemente Candelario Pérez Rosales. Su papel fue determinante para que la física potosina y en general la ciencia potosina sea lo que es hoy, ese importante polo de desarrollo que tiene un reconocimiento a nivel mundial. Sin su participación, entusiasmo, compromiso y cierto apostolado, la física en San Luis, y la propia universidad potosina, no serían lo que son hoy.

En este sentido la Universidad Autónoma de San Luis Potosí se encuentra en deuda con Candelario Pérez Rosales.

Su aportación a la ciencia e ingeniería mexicana va más allá de su labor en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Continuó siendo pionero en otras aventuras académicas, contribuyendo notablemente al desarrollo de la ciencia mexicana. En particular ingresó como investigador fundador al Instituto Mexicano del Petróleo.

Como investigador del Instituto Mexicano del Petróleo desarrollo una gran cantidad de proyectos que colocaron al país como un innovador en procesos de extracción de petróleo. Larga sería la lista de ellos, mismos que recogen en las páginas del libro que le dedicamos a este importante científico potosino.

Esta larga lista de proyectos que dirigió Candelario Pérez, desarrollados bajo el demandante factor de tiempo, da muestra de la importancia de su contribución al desarrollo de la industria petrolera al enfrascarse en proyectos dirigidos a resolver los diversos problemas técnicos y científicos asociados a la industria petrolera.

Estas tres facetas de Candelario Pérez que se presentan en el libro, constructor de instituciones y formador de recursos humanos, científico orientado a problemas de aplicación en la industria petrolera y escritor científico, lo colocan como uno de los baluartes nacionales en el desarrollo de la ciencia e ingeniería en nuestro país, y muy enfáticamente al desarrollo de la física mexicana.

Candelario Pérez ingresa como investigador fundador del Instituto Mexicano del Petróleo en 1966, como ya hemos mencionado, después de haber sentado las bases y asegurado el desarrollo de la Escuela e Instituto de Física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

En este libro se recoge su labor como escritor científico, profesor e investigador, tareas que suelen ser consideradas como labores fundamentales de las universidades mexicanas. En todas ellas tuvo, y sigue teniendo a pesar de estar retirado, una contribución importante y valiosa, además de sobresaliente.

Sea esta obra un homenaje a uno de los fundadores de la Escuela de Física de la UASLP, ahora Facultad de Ciencias, y del Instituto de Física de la UASLP, que estaban englobados en el Departamento de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, cuya creación se diera el 1 de diciembre de 1955, mediante la aprobación del Consejo Directivo Universitario a un recurso sometido por el Dr. Gustavo del Castillo y Gama.

A los interesados, el libro pueden comprarlo bajo pedido en el correo electrónico de un servidor.

Candelario Pérez murió en San Luis Potosí, el 1 de mayo de 2016. El homenaje que le tributamos, se recogen en una serie de videos que pueden consultarse en youtube en el canal de José Refugio Martínez Mendoza. Para una muestra compartimos el siguiente:

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#4 Tiempos

La evolución creadora | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

He aquí lo que escribió hace poco el filósofo alemán Ulrich Hommes: «El crecimiento del miedo en nuestro tiempo es debido a que los hombres de hoy padecen una singular falta de relaciones. Es evidente que la falta de relaciones tiene como consecuencia el miedo, y que el miedo genera una mayor agresividad».

¿Qué quiso decir el filósofo con estas palabras? En realidad es muy simple; quiso decir, sencillamente, que si hoy cunde en nuestras sociedades una especie de pánico generalizado, es porque los hombres estamos más solos que nunca. Como no tenemos amigos (digámoslo aún mejor: como no tenemos relaciones significativas), todo nos aterroriza, pues sentimos que en tales condiciones no seremos capaces de hacer frente a los problemas de la vida.

El viejecito aquel que no tiene ya a nadie porque ha visto morir a todos sus camaradas y partir a tierras lejanas a todos sus hijos, ¿cómo no va a tener miedo de quedarse muerto en la noche mientras duerme? ¿Qué va a ser de él? ¡Ah, con una persona cercana, con una sola con tal de que lo quiera, cómo le sería fácil vivir! Pero no, no tiene a nadie: está solo y por eso se despierta en la madrugada sudando de miedo.

Y aquella mujer joven, ¿no tiene miedo también? Cuando piensa en el futuro, siente que la cabeza le estalla. ¿Y si su marido la abandona para irse con otra mujer más de su gusto? ¡Después de todo, es probable que lo haga! Pues, ¿no se oye por doquier, pero sobre todo en la radio y en la televisión, que cuando un lazo nos aprieta demasiado hay que tener la osadía de desatarlo? ¿No se dice continuamente aquí y allá que el matrimonio es una prisión y que cada cual puede y debe buscar otras alternativas cuando los antiguos compromisos no sean ya viables, deseables ni rentables? Y siendo éste el pensamiento que todos repiten alegremente; ¿cómo no va a tener miedo la pobre de que la dejen un día u otro? ¡Separarse es tan sencillo! Por su parte, el marido también padece lo suyo. ¿Y si ya no satisface todas las expectativas de su esposa?, ¿y si ya no reúne todos los requisitos, como se dice? El normal caos del amor: así tituló Ulrich Beck, el famoso sociólogo alemán, un libro suyo que trata, precisamente, de estas angustias nada ficticias. Pero este caos, ¿es tan normal como parece? A juzgar por lo tiempos que corren, sí.

Mas no sólo el viejecito y los jóvenes esposos tienen miedo; también lo sienten los niños. Y si sus padres se separan, ¿qué será de ellos? Amigos casi no tienen, a excepción de aquellos con los que chatean por la tarde, a la hora de los deberes. Pero, ¿pueden estos desconocidos llamarse amigos? ¡Si son unos desconocidos: a lo mucho, sólo saben su nombre y las letras de las canciones que se intercambian en la red! Están solos.

Y el niño que aún no nace, ¿no tiene miedo él también? Gracias a la sensibilidad espantada de su madre, algo sabe ya de los terrores de este mundo. Ni siquiera le ha sido necesario nacer para darse cuenta de cómo están las cosas en este extraño planeta. Sí, tiene miedo, y él más que nadie. Primero porque está indefenso, y segundo porque nada sabe si su madre llegará a tragarse ese cuento que dice que los niños, mientras aún estén en el vientre, no son más que un montón de células desorganizadas o quizá meramente tumores que sería necesario extirpar cuando las cosas anden mal.

Miedo aquí y miedo allá. Miedo que, según Ulrich Hommes, no tarda mucho en convertirse en violencia. Violencia que genera más miedo y que no puede ser aplacada más que con amor: «Lo que sirve contra el miedo cuando nada más sirve es el amor. El amor que me brindan y el amor que yo mismo doy». 

Se realizó recientemente un experimento que dejó boquiabiertos a los que lo realizaron: «Cuando a unas cabras ubicadas cerca de su madre fueron sometidas a un cierto voltaje de corriente eléctrica, se mantuvieron en pie y pudieron soportarlo. Esta misma carga eléctrica les fue aplicada después, cuando estuvieron solas, y entonces ya no pudieron sostenerse, pues o se desvanecían o se volvían locas».

¡Significativo descubrimiento! Cuando las cabras estaban acompañadas, eran fuertes, y sólo caían cuando estaban aisladas y se sentían desamparadas.

«No es bueno que el hombre esté solo». Fue Dios mismo quien lo dijo, es decir, quien creó al ser humano y lo conoce de pe a pa. Ahora bien, si es Él el que lo dice, por algo será. Me discutía hace poco un amigo:

¡Sólo tú puedes tragarte esos relatos inocentes que cuenta la Biblia!

-¿Y por qué inocentes? –pregunté.

-Porque son ingenuos. Por lo menos todos sabemos hoy que el mundo no nació como dice el libro del Génesis.

-¿Y por qué no? –volví a preguntar-. Que Dios haya creado en seis días, ¿no habla, en cierto sentido, de evolución? Según este libro del que te burlas, las cosas y los seres no surgieron todos al mismo tiempo, sino que hubo una gradualidad –una evolución creadora, como la llamaría Bergson- que no es extraña a los modernos descubrimientos de la ciencia: primero fueron la tierra y el cielo, luego las plantas, más tarde los animales y, por último, el hombre…

-Sin embargo –replicó mi amigo-, el libro del Génesis habla de días.

-Días que no tienen por qué ser nuestros días de veinticuatro horas. Acuérdate del salmo que dice que, para Dios, mil años son como un día…

No sé si convencí a mi amigo; pero, además, tampoco me preocupaba convencerlo. Yo sólo quería decirle que no hay que desechar a la ligera esta advertencia divina: «No es bueno que el hombre esté solo». Y que me alegra saber que la ciencia, poco a poco, en la medida de sus fuerzas, va descubriendo esta verdad vieja como el hombre mismo.

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#4 Tiempos

Cinco finales, cinco retratos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El fútbol mexicano vive instalado en un vaivén que mezcla memoria corta, intensidad desbordada y una elasticidad competitiva que rara vez se ve en otros torneos. Y no hay mejor espejo de esa naturaleza cambiante que las últimas cinco finales de la Liga MX. Cada una reveló una cara distinta del campeonato, a veces impredecible, a veces cuidadosamente edificado, pero siempre dispuesto a romper pronósticos.

La más reciente, la del Clausura 2025, entregó un desenlace que pocos anticipaban. Toluca superó a América y recuperó un lugar que parecía extraviado en la élite. Esa serie tuvo un aire de reivindicación para los escarlatas, que encontraron una mezcla perfecta entre orden, temple y puntería. América, por su parte, llegó con la etiqueta inevitable de favorito, pero terminó cediendo ante un rival que administró mejor la presión. En ese desenlace se confirmó que en México los ciclos pueden renacer más rápido de lo que tardan en extinguirse.

Un semestre antes, en el Apertura 2024, las Águilas habían impuesto su jerarquía ante Monterrey. Fue una final marcada por el contraste entre un equipo construido para dominar y otro diseñado para golpear en ráfagas. América resolvió porque entendió cuándo acelerar y cuándo enfriar; Rayados quedó atrapado en la tentación del vértigo y pagó caro su falta de pausa. La serie se volvió una lección de que, en liguillas, el músculo emocional pesa tanto como el táctico.

El Clausura 2024 repitió campeón, América doblegó a Cruz Azul en un duelo donde la narrativa histórica parecía empujar a los celestes, pero terminó imponiéndose la estructura más estable. No fue una final espectacular, pero sí una muestra de oficio. América manejó los tiempos como si los hubiera ensayado toda la vida y Cruz Azul, que había encontrado ritmo durante la fase final, se quedó sin margen en el momento en que la exigencia aumentó.

En el Apertura 2023, el mismo América se cruzó con Tigres en una final que resumió la última década del fútbol mexicano, dos potencias creando tensión desde su experiencia y su peso institucional. Fue una confrontación áspera, tensa, en la que el primer error podía decidirlo todo. América fue más certero y Tigres, pese a su capacidad para competir siempre, no encontró esa chispa que tantas veces lo salvó en finales previas.

Y antes de que América dominara este tramo de la historia reciente, el Clausura 2023 había dejado un capítulo distinto, Tigres había vencido a Guadalajara en una final que mezcló dramatismo y resistencia.

Chivas llegó con un impulso sentimental fuerte, respaldado por un cierre de torneo que había reavivado ilusiones; Tigres, en cambio, se aferró a la experiencia y convirtió la serie en un duelo donde la paciencia terminó valiendo oro.

Cinco finales, cinco historias desiguales, pero todas con un hilo común, la liga mx vive entre la tradición y la renovación constante. América ha sido el protagonista dominante, sí, pero no en un territorio exclusivo; Toluca reapareció con fuerza, Tigres mantiene su lugar entre los gigantes modernos y Cruz Azul y Monterrey continúan orbitando entre la aspiración y la frustración.

Lo fascinante es que cada una de estas series dibuja una tendencia distinta. A veces gana el que mejor juega; otras, el que comete menos errores; y en más de una ocasión, el que simplemente logra sobrevivir a su propio caos. La Liga MX no premia únicamente la excelencia: premia la capacidad de adaptarse a un torneo donde cada semestre puede contar una historia completamente diferente.

Eso explica por qué sus finales, aunque repetidas entre ciertos protagonistas, nunca se sienten iguales. Cada una deja marcas nuevas, dudas nuevas y certezas que duran apenas unos meses. Y quizá ahí radica la esencia de este futbol, un territorio donde la estabilidad es un lujo, el dramatismo una obligación y el título, el botín que confirma que, al menos por un instante, todo salió bien en medio de un ecosistema que siempre está cambiando. Hoy Toluca puede volver a levantar el título o Tigres recuperar lo perdido hace unos torneos, pero sea cual sea el resultado, no queda duda que esta liga es un reflejo de lo extraño y competido que resulta nuestro casero futbol nacional.

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