diciembre 10, 2023

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El año 2052 | Columna de Juan Jesús Priego

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Sucede en un relato de Ray Bradbury (1920-2012), el famoso escritor de ciencia ficción. Una noche del año 2052, el señor Leonard Mead salió a dar un paseo por las calles de su ciudad –lo que, a decir verdad, no tenía nada de extraordinario, pues caminar durante la noche era algo que el señor Mead venía haciendo desde tiempos inmemoriales-. Caminaba solo (era un solterón ya entrado en años) y siempre a la hora en la que los faroles de las avenidas empezaban a encenderse automáticamente mediante un ingenioso procedimiento eléctrico.

Las calles de la ciudad eran seguras. La delincuencia organizada había sido reprimida y el número de las patrullas que merodeaban silenciosas por los arrabales había ido reduciéndose de año en año hasta quedar finalmente estabilizado en dos.

Algo que no dejaba de sorprender al señor Mead era que las calles estuviesen siempre silenciosas: prácticamente, él era el único habitante que, a la caída de la tarde, podía verse a muchos kilómetros a la redonda. ¿Dónde estaban sus conciudadanos?, ¿qué hacían todo el tiempo en sus casas?, ¿con quiénes conversaban? No lo sabía a ciencia cierta, pero podía imaginarlo: estaban viendo la televisión. «A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio: sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces a través de las ventanas».

En el fondo, el señor Mead se burlaba de aquella gente que no salía nunca de sus escondrijos y que permanecía todo el día callada e inmóvil, ora viendo un noticiero, ora una telenovela, ora un programa de concursos –uno de esos programas de concursos en que los participantes se creen muy listos porque saben (cuando hay muchos que hasta eso ignoran) que la palabra día lleva acento en la i-. «¿Qué pasa ahora en la televisión? –les preguntaba a las casas, mirando distraídamente su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Un comediante que se cae del escenario?». Le divertía imaginar a aquella gente con la boca abierta, entonteciéndose cada vez más, mientras él disponía de las calles como si fueran de su exclusiva propiedad.

Sin embargo, aquella noche…

Aquella noche lo interceptó una de las dos patrullas que recorrían rutinariamente la ciudad (ni siquiera era una persona uniformada) lo sometió a un severo interrogatorio. ¿Qué hacía fuera de su casa a una hora tan insólita?, ¿cómo se llamaba?, ¿qué era lo que lo movía a transgredir los usos sociales tan firmemente establecidos y tan profundamente arraigados?

«-¿Ocupación o profesión? –preguntó la máquina que conducía.

»-Escritor –respondió el señor Mead.

»-O sea que sin profesión –dijo la máquina como hablando consigo misma-. ¿Hay aire en su casa, tiene usted un acondicionador de aire, señor Mead?

»-Sí.

»-¿Y tiene usted televisión?

«-No».

Esto bastó para que la patrulla le ordenara subirse a ella. ¿Cómo concebir que un hombre normal, habitante de una ciudad supermoderna y superprogresista no tuviera televisión? ¿Qué hacía entonces en la vida este demente? Seguro que planeaba crímenes, pues ¿qué otra cosa podía hacer un hombre sin televisión, en qué otra cosa podía ocuparse? ¡Era inconcebible, realmente inconcebible! ¡En pleno año 2052 y sin televisión!

Una vez que se hubo subido al auto, el señor Mead preguntó a la máquina: «¿A dónde me lleva?». Lo llevaban al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas, es decir, al manicomio. Y colorín colorado, que el cuento se ha acabado.

¿Cómo serán nuestras ciudades en el año 2052? ¿Serán como las imaginó Ray Bradbury en este relato corto?

En el año 2001 tuve la ocasión de pasar una larga temporada en un pueblecillo de New Jersey, en los Estados Unidos, y puedo decir que lo que más me llamó la atención de aquella gente era que, hasta para ir a la tienda de la esquina, se valían del automóvil. ¿Es que no podían caminar? ¡Qué pueblo más silencioso era aquel! Prácticamente era yo el único que caminaba por entre los parques a la caída de la tarde. Pero los pueblos vecinos, para mi sorpresa, eran igual de silenciosos y tristes. En ellos no se oían nunca risas, voces, ni ruidos de pasos. ¿Dónde estaba toda aquella gente? Ya lo sospechará el lector: en su casa, protegida del calor, viendo la televisión, como en el relato de Bradbury… 

Sí, quizá llegue un tiempo en que caminar por las calles a la hora del crepúsculo sea un crimen que la sociedad castigue severamente; tal vez llegue un tiempo en que negarse a ver talk shows y programas de concursos sea considerado una forma de desviación social… Después de todo, ¿por qué no?  ¡Estamos tan sujetos a la tiranía de la estupidez!

Ahora trato de imaginarme a los moradores de estos hogares sepulcrales. ¿De qué hablan, si es que hablan entre ellos? Qué lejano nos parece el tiempo en el que Graham Greene (1904-1991), el novelista inglés, hizo decir a una mujer recién casada en una de sus novelas: «Pero nunca tendremos un aparato de televisión, ¿verdad?»; a lo que respondió el marido de modo categórico: «Nunca» (El que pierde, gana).

Estos esposos sabían algo: que mientras más hablara la televisión, menos podrían hablar ellos; que entre más se dedicaran a ver historias de amor, menos oportunidades tendrían de vivir el suyo. Porque, sí: los medios de comunicación, dígase lo que se diga, tienen un defecto, por lo menos uno: que acaban volviendo a las personas silenciosas y tristes.

 

 

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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#4 Tiempos

La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?

En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.

Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.

Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:

¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?

Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.

Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.

Bueno, pues esta situación está por terminar.

Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.

Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.

Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.

Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.

Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.

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Opinión