octubre 31, 2025

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#4 Tiempos

¿Y quién es mi prójimo? | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Se ha dicho a menudo, pero no es verdad, que la compasión la llevamos dentro los humanos como llevamos las venas, el corazón y el vientre; que corre por nuestra sangre como los glóbulos blancos y que está inscrito en nuestro código genético. ¡Qué va a estar, hombre! Eso es lo que argumentan quienes propugnan una ética sin Dios, pero lo dicen precisamente porque no quieren a Dios.

El hombre –decía Rousseau- nació libre, pero por doquier se halla encadenado; nació naturalmente bueno, pero la sociedad lo hecho malo. ¡Vaya cosa: naturalmente bueno! Como si no supiéramos que hace no mucho existieron en Polonia y Alemania campos de concentración y de exterminio en los que murieron más de 6 millones de personas. Que se estudie cómo torturaba el ejército chileno a los disidentes durante la Dictadura y que luego me digan que el hombre es ese santo que dicen que es.

Por otra parte, hay quien dice también que el hombre es perverso porque es ignorante, pero que, en cuanto se instruya y se ilustre, será mejor. Mas tampoco este argumento se sostiene: sabemos por muchos testimonios dignos de todo crédito que los miembros de la SS alemanes eran cultos, y que dejaban a un lado el libro de Goethe que estaban leyendo o apagaban la música de Bach que escuchaban para ir a encender los hornos crematorios.

No, la compasión no es un sentimiento que llevemos en la sangre, y esto es algo que han probado suficientemente, y como sin quererlo -como de rebote, por decirlo así-, los estudiosos de la mentalidad primitiva. Lucien Lévy-Bruhl, por ejemplo, sostiene en uno de sus libros que la naturaleza humana tiende más a alejarse del prójimo en desgracia que a acercarse a él. Los primitivos, según este famoso antropólogo francés, razonaban de la siguiente manera: “Si este hombre se halla en estado tan lastimero es porque seguramente ha desafiado a los dioses, que ahora lo castigan enviándole esta desgracia. Sufre, luego es castigado. Y si ha sido castigado, más vale que no nos le acerquemos demasiado, no vaya a ser que los dioses nos castiguen a nosotros también”.

Quizá suene exagerado lo que voy a decir, pero de todas formas lo diré: han sido necesarios dos mil años de cristianismo para que la compasión nos parezca, como de hecho lo es, sentimiento noble y un deber humano. Pero quita el cristianismo y habrás borrado la compasión de la faz de la tierra.

¿Soy injusto al hablar así? No, no lo soy. Y, para demostrarlo, voy a hacer uso de unas pruebas que tengo en la mano. Hace unos días cayó en mi poder un viejo libro publicado en Francia antes de la Segunda Guerra Mundial titulado La Morale de la Force, escrito por un tal Ernst Mann. Sí, se trata de la traducción francesa de un libro publicado originalmente en Alemania. ¿Y que es lo que me encuentro entre sus páginas? Lo siguiente, que con escalofríos traduzco y con temblor trascribo: “El suicidio es el único gesto heroico que les queda a los enfermos y débiles. Quienquiera que haya llegado a la persuasión de que sufre una enfermedad crónica, de que no volverá a recuperar jamás la plenitud de su salud o de que no dispondrá del libre uso de sus miembros, éste deberá librarse, por muerte voluntaria, de la carga de su miserable vida, ya rehusando contantemente el alimento, ya por otro medio cualquiera.

Para todo enclenque y enfermo, para todo el que sufre una enfermedad  crónica o hereditaria, el suicidio es el deber más sagrado”.

¡Oh, pero la cosa no acaba allí! Nuestro autor no ha detenido la pluma, sino que va todavía más allá: “El Estado deberá velar rigurosamente por la destrucción de los débiles y los enfermos. Valiéndose de asambleas anuales de control, examínese por los mejores médicos el estado sanitario de toda la población, con objeto de descubrir a los enfermos y a los enclenques, y aniquilarlos. Fuera de dichas asambleas de control debe ser obligación de todo aquel que se siente enfermo o tarado, presentarse ante los médicos de control. Todo aquel que sepa de un hombre enfermo o desgraciado, deberá denunciarlo a la policía de la higiene”.¿Y me vienen a decir a mí que el hombre es naturalmente compasivo y misericordioso? Pues bien: un mundo sin Dios sería exactamente así…, ¡porque ya lo fue!

No es, pues, casualidad, que el primero de los mandamientos se refiera a Dios: es preciso amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Y luego amar al prójimo con el mismo amor con que amamos a Dios. ¡Ah, si el hombre fuera naturalmente amoroso, no habría por qué ordenarle nada a este respecto! Pero si Dios manda amarlo a Él y amar al hermano es porque lo natural es que pensemos sólo en nosotros mismos. Sucede aquí como en el caso de aquel mandamiento que dice: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20, 12). Es al hijo a quien se le ordena amar a sus padres, porque no siempre se halla en la disposición de amarlos; pero, en cambio, no existe un mandamiento dirigido a los padres que diga: “Amarás a tus hijos e hijas”, pues es mucho más natural que un padre ame a su hijo que un hijo ame a sus padres.

Una vez, Jesús contó una parábola. Era la historia de un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y que, a un cierto punto del trayecto, fue atacado por unos asaltantes dejándolo medio muerto. Pasan por ahí un sacerdote y un levita, lo ven y prosiguen su camino. Éstos reaccionaron como exigía su naturaleza humana: huyendo del dolor. Porque no es natural compartir las penas de los otros, como ya dijimos. Para acercarse al que sufre se requiere algo más que mera humanidad: se requiere un amor excepcional. Y este amor sólo lo podemos recibir de Dios, pues únicamente Él ama excepcionalmente. Sin Dios, la moral desaparece, o sólo se convierte en eso que Ernst Mann llamó “la moral de la fuerza”.

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#4 Tiempos

Selección Femenil Sub-17 el despertar desde Marruecos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

En Marruecos se está escribiendo una historia que podría marcar el rumbo del fútbol femenil mexicano. La Selección Sub-17 llegó al Mundial con la ilusión intacta, pero también con el peso de representar a un país que exige crecimiento, identidad y resultados. No es solo una competencia juvenil, es la oportunidad de demostrar que el talento mexicano está listo para dar el salto.

El torneo comenzó con un tropiezo doloroso ante Corea del Norte. Fue un golpe que dejó lecciones más que heridas. Pero lo más importante no fue la derrota, sino la reacción. En el siguiente encuentro, frente a Países Bajos, México mostró carácter, temple y una madurez poco común para su edad. Ese triunfo ajustado cambió por completo la atmósfera del grupo y reavivó la confianza.

Con el paso de los partidos, la selección se reencontró con su mejor versión: ordenada en defensa, solidaria en el medio campo y valiente al frente. Las jugadoras comenzaron a jugar con una convicción distinta, sabiendo que el esfuerzo colectivo podía llevarlas lejos. Esa confianza las ha impulsado hasta los cuartos de final, donde ahora deberán enfrentar a Italia, un rival con tradición, técnica y ambición.

El duelo ante las italianas será una prueba de madurez. México llega con un grupo que no teme a los nombres ni a los antecedentes. Lo que se ha visto hasta ahora es un equipo que juega con personalidad, que corre cada b alón como si fuera el último

y que entiende que representar al país en una Copa del Mundo es un privilegio que se honra con entrega total.

Más allá de los resultados, este torneo está dejando señales alentadoras. La evolución táctica, la inteligencia en la recuperación y la capacidad para sostener el ritmo de juego muestran que el proceso del fútbol femenil en México empieza a consolidarse. Ya no se trata de promesas, se trata de hechos.

Estas jóvenes futbolistas no compiten solo contra rivales extranjeros, sino también contra una historia que durante años les negó visibilidad. Hoy, ellas están cambiando la narrativa. Cada pase, cada jugada y cada gol son una afirmación de que el fútbol femenil mexicano está listo para ocupar su lugar en la élite.

La Selección Mexicana Femenil Sub-17 está viviendo un momento clave. Enfrentar a Italia en los cuartos de finalno es solo una cita deportiva, es la oportunidad de confirmar que México tiene una generación capaz de mirar de frente a cualquier potencia. Pase lo que pase, este equipo ya dejó claro que el futuro del fútbol femenil nacional no es una promesa: es una realidad que acaba de comenzar.

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#4 Tiempos

Agua, territorio y sociedad, el tema del mes de La Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Continúa el ciclo número cuarenta de La Ciencia en el Bar, que está por cumplir cuarenta años de actividades siendo el programa de este tipo, pionero en nuestro país y que fue establecido para festejar los cincuenta años de la Física en San Luis que ahora llegará a los setenta.

En este ciclo conmemorativo toca el turno a la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez que abordará el tema, Agua, Territorio y Sociedad: construyendo puentes entre la ciencia y la gente a través de la conectividad; tema por demás interesante e importante pues aborda el problema del agua, sustancia vital para la vida y el desarrollo de nuestras sociedades.

En anteriores sesiones de La Ciencia en el Bar, se ha tratado este tema y ahora la Dra. Ortiz nos presentará nuevos aportes a esta problemática donde la participación ciudadana es de vital importancia en esa liga con los especialistas a fin de resolver los grandes problemas sociales asociados a el agua, incluyendo los aspectos territoriales. La sesión de hace diez años que consistió en una mesa redonda con el tema de agua, leyes y derechos, puede consultarse en mi canal de youtube:

La charla se llevará a cabo este miércoles 29 de octubre en punto de las ocho de la noche en la Cervecería San Luis, ubicada en Calzada de Guadalupe número 326, la entrada es gratuita y no hay obligación de consumo; es un escenario informal de convivencia entre el gran público y la comunidad científica potosina que aporta y pone a discusión sus resultados científicos en aras de formar mejores sociedades.

La formación de la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez ha sido muy variada, realizó una licenciatura en Geografía titulándose en 2010, posteriormente la maestría en ciencias en Geología Aplicada (2012) y, finalmente su doctorado en el programa institucional de la UASLP en ingeniería y ciencias de materiales graduándose en 2017.

Tuvo una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigación en Zonas Desérticas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí de 2020 a 2024, donde se enfocó en cuestiones de la conectividad hidrológica en varios contextos ambientales, publicando sus resultados en revistas especializadas en cuestiones hídricas. El tema del que nos hablará es justamente lo que trabajó en el Instituto de Zonas Desérticas bajo la dirección del Dr. Carlos Alfonso Muñoz Robles.

Ha colaborado en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México y en el campus Juriquilla en Querétaro de la misma universidad. Es una joven científica formada en los programas universitarios de la UASLP y formada como investigadora en el programa de Ingeniería y Ciencias de Materiales que es uno de los más importantes programas de formación científica de la UASLP que reúne a un buen número de dependencias universitarias dedicadas a la investigación científica y donde participan grupos de investigación en diversas áreas del conocimiento. En este programa que está cumpliendo veinte años, han egresado más de doscientos investigadores con el grado de doctor, entre los que se encuentra la Dra. Azalea Judith Ortiz Rodríguez.

Los invitamos este miércoles 29 de octubre en la Cervecería San Luis a escuchar la charla sobre agua en el tema de conectividad hídrica, que nos presentará la Dra. Judith Ortiz.

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#4 Tiempos

La seriedad y la risa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

Un amigo mío, ejecutivo de cierta importancia, tan pronto como llega a su oficina arquea las cejas, se compone la corbata y adopta una pose tan autoritaria que a uno le dan ganas de obedecerle en todo. ¡Dios mío, qué transmutación de un minuto a otro y de una puerta a la siguiente! ¡Pero si apenas hace cinco minutos venía en su auto contando chistes rojos! Cuando se apeó del automóvil aún sonreía, pero apenas entró en el edificio adoptó un tono tan cadavérico y malhumorado que ya sólo verlo daba miedo. ¿Estoy ante uno de esos que los psicólogos llaman ciclotímicos?, me preguntaba yo lleno de asombro, pues no me explicaba cómo se podía pasar de un estado de ánimo a su contrario de manera tan radical y, sobre todo, en tan corto tiempo.

-Señorita –dijo mi amigo apretando un botón y levantando una bocina-, ayer por la tarde le pedí que revisara el expediente X. ¿Lo hizo usted?

La señorita tartamudeaba en la lejanía, presa de un pánico feroz.

-Sí, sí, lo he hecho. ¿Quiere usted revisarlo, licenciado?

Yo miraba a mi amigo como preguntándole: «¿Eres tú? ¿De veras eres tú?». Pero él hizo como que no entendió mi pregunta, y en eso la secretaria anunció la llegada del famoso y temido expediente X.

Entonces recordé lo que, según dicen, aconsejó una vez Anaximandro el filósofo a Pericles el político: «Acuérdate de lo que te digo: para seguir en el poder hay que ser serios». Y sonreí con cierta malicia, como entendiendo por fin de qué iba la cosa. Pero, ¿había leído mi amigo a los filósofos griegos?

Lo dudo. Ya el Memín Pinguín hubiera sido demasiado para él. Y esto lo digo no en plan de mofa, sino ateniéndome a lo que él mismo me dijo un día, a saber: que el único libro que había leído en su vida, y de eso hacía ya muchos años, era el instructivo de una cámara Nikon que acababa de comprar en aquel entonces; pero, de ahí en fuera, nada más…

Es apasionante leer los instructivos y a la vez muy divertido –me dijo aquella vez-. Pero, ¿quién lee ya estas obras maestras de la concisión? ¡Es la literatura más olvidada de todas! No miento si te digo que mi modesta biblioteca personal, si puedo llamarla así, está formada sólo por esos instructivos o manuales de uso que la gente desecha con desconsiderada facilidad. ¡Tengo más de cien! Algún día leeré los noventa y nueve que me faltan.

¿Bromeaba mi amigo diciéndome estas cosas? Pero no, no bromeaba: recordemos que estaba en su oficina y que él, allí, no se habría permitido ni la sonrisa más discreta.

Pero ahora hablemos de una mujer a la que conozco. En su juventud fue algo hermosa, según pude verlo en viejas fotografías conservadas con devoción por ella misma en un álbum que, de tan pesado, nadie aceptaría cargar durante cinco minutos seguidos. Sí, digamos que fue bella. Pero cometió en su juventud el error de hacer caso a una amiga suya del colegio que le dijo un día:

-No permitas que tu hermosura se estropee. Evita, sobre todo, las patas de gallo.

-¿Y cómo las he de evitar? –preguntó ella, pues realmente le quitaban el sueño todas estas cosas.

-No rías. Y, si puedes, evita también las sonrisas. ¡Estropean el rostro como no tienes una idea! Lo arrugan, lo ajan, lo deforman.

¡Lo mismo pensaba aquel monje amargado de El nombre de la rosa!: «La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara y hace que el hombre parezca un mono».

Desde entonces aquella mujer ya nunca rió, conformándose, para manifestar su alegría, con estirar la boca y hacer una mueca, cual si estuviera ante un espejo comprobando que no se le ha quedado nada entre los dientes después de haber comido. ¿Sonreír de veras? No, gracias. Debo cuidarme de las patas de gallo.

Y así podría contra infinidad de historias más; baste por el momento con decir que, si bien la sonrisa tiene enemigos, yo preferiría mil veces que nadie me obedeciera y todo se me arrugara, a andar por la vida mostrando una horripilante cara de tabla.

Escribió el padre Auguste Valensin en su diario (anotación del 10 de mayo de 1937): «No sentir miedo de Jesús, no sentir miedo de mi Padre. Me imagino a Jesús con sus apóstoles. Llega a la orilla del lago donde los niños juegan. Y, al verlo, huyen los niños. Una madre le trae a su niñito de seis años y el pequeñín, aterrorizado, se agarra a las faldas de su madre, grita, quiere escaparse de allí. ¡Lo contrario de lo que sabemos que ocurría! Y me pregunto: ¿qué sentimientos hubiera experimentado Jesús? ¡Es tan doloroso darse cuenta de que se infunde miedo! Y todavía el miedo de un niño no puede realmente entristecernos porque es irrazonado, pero Jesús, que vino por amar a los hombres y fue todo amor para ellos, si hubiera visto a los que se acercaban a Él y a quienes ofrecía su afecto retirarse muertos de miedo; si hubiera visto a sus apóstoles tratarle como un maestro severo, mientras que Él se mostraba para con ellos indulgente y suave; si hubiera visto que los pecadores evitaban incluso por respeto su presencia, ¡qué pena hubiera experimentado!».

Jesús debió sonreír, y muy a menudo; debió ser incluso un maestro en el arte de la sonrisa, pues de no haber sido así, ¿por qué iban los niños a correr a abrazarlo espontáneamente, como sabemos que lo hacían? Somos más bien nosotros, sus discípulos, quienes hemos caído a veces en la tentación de la seriedad. ¡Como si por parecer serios nuestros enemigos fueran a respetarnos más! Quizá sea demasiado injusto al decir esto, pero un cristiano que infunde miedo –sea cual fuere su trabajo en la viña del Señor-, aún no ha podido ser cristiano más que a medias.

¿O me equivoco, estimado lector?

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