septiembre 13, 2025

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#4 Tiempos

Somos las personas más fastidiosas | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

Un gran señor de la corte de Madrid se dirigió una vez al padre Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658) -erudito jesuita, autor de innumerables obras espirituales, traductor de la Imitación de Cristo al castellano- para preguntarle, para preguntarle…, ejem, cuál era la penitencia agradable a Dios más apropiada a su condición de noble. Sí, de noble, porque en efecto lo era. Cuando menos de apellido, si no de otra cosa.

El padre Nieremberg, que era un religioso estimado por su sabiduría y su gran austeridad de vida (quizá no esté por demás decir que don Marcelino Menéndez y Pelayo [1856-1912] lo colocó entre los cinco mejores prosistas del siglo XVII español), sin hacerse rogar, tomó la pluma y escribió una larga carta a modo de respuesta en un tono que nuestro presuntuoso inquisidor ni siquiera se esperaba. La carta empezaba así:

«Alabo la devoción de vuestra señoría que desea saber en qué cosa podría hacer penitencia por amor de Dios. Si el deseo es bueno, empero la ignorancia es grande; y me hace sonreír un poco su pregunta y el hecho de que no sepa en qué cosa hacer penitencia, porque no solamente puede, sino que debe hacerla en cada una de sus acciones. De hecho, vuestra señoría hace siempre lo que le acomoda, pues es común de los grandes señores el ser prepotentes».

¡Caray, qué modo de decir las cosas! ¿Y cómo sabía el Padre Nieremberg que es común de los grandes señores el ser prepotentes? ¿Quién se lo dijo? ¿Qué pajarillo se lo reveló? ¡Y cuál no sería el rostro de nuestro noble al llegar a este punto de la carta! Me imagino que perdió el color y hasta se le demudó el semblante. Pero el padre Nierembreg continuó, impasible:

«El que es prepotente suele ser impaciente y fastidioso y pesado, y en un modo o en otro impone mil sufrimientos a quien le está cercano».

La diagnosis, es decir, la evaluación de los signos, está hecha; ahora viene el remedio: «Los silicios, las disciplinas, la cama dura son ejercicios santísimos, pero son dejados a la libre voluntad de cada uno, de tal manera que no se peca si no se recurre a ellos. Pero quien no se cuida del exceso de los caprichos superfluos, ése peca habitualmente». Y concluye así el venerable jesuita: «¿De veras quiere vuestra señoría hacer penitencia? Pues huya de sus caprichos y aborrézcalos porque son la cosa más desagradable a Dios»…

¡Señores míos, qué carta más actual! Confieso que, mientras la leía, esperaba ver caer como un torrente cien mil ásperas recomendaciones, doscientas mil otras tantas prescripciones, un número igual de amenazas de infierno y otra suma igual de advertencias severísimas. Pero no hubo nada de eso. Resulta que para el padre Nieremberg la primera penitencia, la penitencia que está sobre toda otra penitencia, consiste en evitar ser una carga molesta para los demás con nuestra mala educación, nuestros desplantes y nuestras pretensiones desmedidas.

La molestia de la que se habla aquí no es la que causamos desde nuestra cama cuando estamos enfermos y pedimos algo a quienes están a nuestro lado; no, es esa otra molestia llamada capricho

, que busca hacer girar los mundos en torno a nuestra fastidiosa persona; es esa carga llamada tiranía que suelen practicar incluso los novios, cuando uno de ellos exige una llamada telefónica a las 6,43 de la tarde y a esa hora exactamente, se pena de privar al otro del don de la palabra. ¡Quién hubiera dicho que abstenerse de todo esto era una verdadera penitencia y, por lo tanto, algo muy agradable a Dios!

¿No es verdad que hay seres cuya cercanía es siempre patógena por agobiante? Son tan exigentes, tan inflexibles que los que los rodean, a la larga, no pueden sino enfermarse. Tan pronto como estos tiranos llegan a su casa, todos, incluido el perro, se echan a temblar.

«Cállate», dicen a su hija.

«Quítate de ahí», dicen a su nuera.

«Lústrame los zapatos», exigen a su mujer.

Nunca una palabra dulce o afectuosa, una declaración cargada de ternura. Su hogar es como un cuartel en el que todos caminan a paso redoblado, y, si se casaron y tuvieron hijos, más parece haber sido por tener una legión de criadas y súbditos que por otra cosa. ¿Y de qué le serviría estos tales ayunar todos los viernes del año si en su trato con los demás siguen siendo sumamamente ríspidos y, a la larga, insoportables? Pues bien, lo primero es esto, según el padre Nieremberg: hacerse más humanos, más tratables; lo demás, en todo caso, vendrá después.

Desde esta óptica es posible interpretar las palabras del Señor: «Cuando ayunen, no pongan cara triste» (Mateo 6,16). Se trata, sí, de no andar in giro exhibiendo una piedad orgullosa, pero también de no amargar la vida de los demás con un ceño eternamente fruncido.

Si ayunamos no es para comer al día siguiente doble ración, sino para tener algo que ofrecer a los que tienen hambre; si sonreímos, no es para hacer creer que la vida es una bobada, sino para que el otro –nuestro hermano- se sienta amado en un mundo en el que no hay lugar para los bobos.

Vistas así las cosas, la penitencia es algo mucho menos árido de lo que parece y mucho menos pasado de moda de lo que se cree. Es, más bien, un compromiso. El compromiso, hecho ante Dios, de buscar por todos los medios hacer más agradable la vida del prójimo.

Si usted que me lee es un gran señor, ¡por el amor de Dios, no sea prepotente! Porque, si lo es, de nada le valen sus sacrificios y sus penitencias.

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

Contacto

Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud

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#4 Tiempos

Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir. 

Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.

Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.

López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.

Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.

El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.

Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.

Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.

En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.

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