#4 Tiempos
Monólogo de un árbol | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
Tengo plantado aquí, en este pedazo de tierra que el pavimento de la nueva avenida alcanzó a respetar, unos cuarenta y cinco años, más o menos. Soy el único sobreviviente de un modesto huerto engullido por la ciudad y, aunque no sea capaz de recordarlo, sé por fuentes fidedignas que me plantó un niño a la hora de sus juegos vespertinos. Sí, a la hora sus juegos vespertinos, pues aunque usted no lo crea en aquel tiempo los niños jugaban.
Ignoro lo que será de aquel niño, ni si se acordará todavía de mí. Por lo demás, en cuarenta y cinco años pasan muchas cosas; tantas, que hasta es legítimo preguntarse si ese chico vive aún. ¡Ah, los cánceres, las anginas de pecho, los infartos fulminantes, los accidentes de tráfico!… Cuando está vivo, uno se muere de todo, literalmente de todo.
Si tuviera un árbol cercano, un hermano junto a mí, seguro que no monologaría como lo hago hoy, pero tuve la desdicha de ser un árbol de ciudad y, así, me veo obligado a vivir mi vida solo y callado.
Los demás ni siquiera me ven. No hablo de los demás árboles, no, pues éstos están muy lejos de mí: ¡mis ramas no los alcanzan!; hablo de esos otros seres callados y solos que transitan por la avenida. Jamás un guiño, una mirada de agradecimiento, de saludo o de complicidad. ¡Con decir que ni siquiera un triste bachiller, en los últimos cuarenta años, se ha acercado para grabar en mi pecho –quiero decir, en mi corteza- un corazón a punta de navaja! Pareciera que los jóvenes se enamoran menos que antes, o que son menos románticos de lo que fueron en otro tiempo. El amor ya no los hace soñar, ni trazar garabatos, ni pintar corazones.
Para los transeúntes de la avenida, mis ramas no significan nada. ¡Pasan tan deprisa! No se preguntan: «¿Qué es lo que hace este árbol aquí? ¿Quién lo plantaría, y hace cuánto? ¡Contemplémoslo tan siquiera un momento, refugiémonos cabe su sombra durante unos minutos!». ¡Nada de eso! Incluso los pájaros han tenido poco a poco que irse a vivir a otro lugar, pues el ruido de los cláxones los hacía trinar tan fuerte que algunos acababan muriéndose de ahogo y de pena. Sí, es un hecho comprobado: el ruido mata a estas criaturas aladas como ángeles: las mata porque ellas también quieren hacerse notar, hacerse oír, y para conseguirlo tienen que trinar más fuerte. Y lo hacen, claro está, pero al precio de morirse en el esfuerzo.
¡Ah, y pensar que es precisamente de árboles de lo que hablan las primeras páginas de la Biblia! «El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida en mitad del parque, y el árbol de conocer el bien y el mal» (Génesis 2,9).
¡El paraíso estaba lleno de árboles, pero esto parece no hacer a los transeúntes maldita la gracia! ¿Es que no se dan cuenta de que allí donde hay árboles allí está, de alguna manera, el Edén? El hombre no ha sido expulsado completamente del paraíso, y nosotros estamos en el mundo para recordárselo : tal es nuestra misión.
Y cuando el salmista se pone a cantar la providencia de Dios, ¿no habla de nosotros los árboles? «Haces brotar la hierba para el ganado y forraje para las tareas del hombre: para que saque pan de los campos y vino que le alegra el ánimo, y aceite que da vida a su rostro, y alimento que lo fortalece. Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él plantó. Allí anidan los pájaros, en su cima pone casa la cigüeña» (Salmo 104, 14-17).
Somos compañeros del hombre en su exilio; Dios nos puso en el mundo como señales de tráfico para que, al vernos éste, no se olvide de su verdadera patria, es decir, de su destino o punto de llegada. ¡Ah, si los caminantes nos contemplaran con más detenimiento, les revelaríamos muchas cosas secretas! Por ejemplo, a estar de pie. ¿No comparó Jesús el reino de los cielos a un árbol en el que los pájaros hacen sus nidos? Y, en la liturgia del Viernes Santo, ¿no canta el ministro sagrado: Mirad el árbol de la cruz? Bajo un árbol perdió Adán la gracia primera y crucificado en otro árbol Jesucristo se la devolvió.
Y vea usted, por lo demás, lo que escribe Thomas Moore en uno de sus libros. Por si no lo sabe, Thomas Moore es un importante psicólogo cuyo método terapéutico, más que insistir en la toma del Prozac, consiste en hacer que sus pacientes logren reencantar sus vidas y mediante este reencantamiento dejen a un lado sus neurosis y depresiones. «Podemos sentarnos en la rama de un árbol -dice-, descansar contra el tronco, disfrutar de sus frutos, sentarnos a su sombra y ver cómo se balancea a merced del viento. Las lecciones que podemos aprender de un árbol son infinitas, y sus placeres indescriptibles. Hay momentos en la vida de todos en las que convertirse en árbol sería la terapia más efectiva: alto, erguido, fértil, bien enraizado, ramificado, expresivo y sólido».
¡A cuántos he visto andar jorobados a fuerza de doblegarse ante sus problemas! Caminan mirando constantemente al suelo, como los cerdos, cuando lo que debían hacer es mirar al cielo, como nosotros. ¡Estar de pie, a pesar de todo! ¿No es ésta una excelente terapia? Romano Guardini (1885-1968), maestro indiscutible en el complicado arte de vivir, daba siempre a los hombres abatidos el siguiente consejo:
«Por la noche, al acostarnos, digámonos tranquilos y confiados: mañana viviré alegre. Imaginémonos a nosotros mismos caminar alegres, erguidos a lo largo del día; trabajar, jugar, tratar con la gente con el alma henchida de gozo. “¡Así seré mañana todo el día!”. Digámonos esto varias veces. Es éste un pensamiento creador, que actuará toda la noche en el alma bajito, pero firme, como los duendes de los cuentos».
Alegres, erguidos: como nosotros los árboles que, cuando vemos venir al campesino con su hacha, lloramos, sí, con lágrimas de savia, pero morimos siempre de pie –según la aguda observación de Alejandro Casona, mi dramaturgo favorito-.
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Destacadas
#Opinion | El padre de la física potosina, Gustavo del Castillo y Gama
EL CRONOPIO
J.R. Martínez/Dr. Flash
Con el título de El Padre de la Física Potosina, Gustavo de Castillo y Gama, publiqué un libro conmemorativo sobre la vida y obra de Gustavo del Castillo y Gama, físico potosino que fundó las instituciones educativas y de investigación en física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Este 24 de diciembre estaría cumpliendo ciento cuatro años.
El libro en cuestión es de descarga gratuita y puede conseguirse en cualquiera de las siguientes dos direcciones:
http://galia.fc.uaslp.mx/museo/libros/EL%20PADRE%20DE%20LA%20FISICA%20POTOSINA.pdf
Justo en Noche Buena del 2025, Gustavo del Castillo y Gama estaría cumpliendo ciento cuatro años. Nacería en el famoso Barrio de San Miguelito en San Luis Potosí al dar las últimas campanadas del 24 de diciembre, como lo comentaba el propio Gustavo del Castillo. Su vida se desarrolló en San Luis Potosí, Tampico, la Ciudad de México y las ciudades norteamericanas de Lafayette y Chicago; se nutrió de un ambiente científico desde pequeño, pues al menos, un par de sus tíos trabajaban en astronomía en el Observatorio Nacional de Tacubaya, Rodolfo Jurado y Valentín Gama. Ambos de la dinastía Gama de gran influencia en la sociedad potosina.
No es de extrañar que orientara su vocación hacia la física, siendo estudiante de preparatoria, en una época donde no existían aún escuelas de física en el país, y, se planteó poder formarse como físico en los Estados Unidos. La situación bélica mundial, lo llevó a seguir estudiando en su ciudad natal, ingresando a la carrera de químico industrial que su grupo de estudiantes de preparatoria había propuesto, de la cual se tituló tocándole el privilegio de ser el primer titulado. De ahí pasó a la Facultad de Ciencias de la UNAM a estudiar la maestría en física y al terminar continuar con su proyecto de formarse como investigador en física en Estados Unidos, donde obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Purdue.
Fue de los primeros investigadores que tuvo el Instituto Nacional de la Investigación Científica (INIC) y se incorporó a la UASLP, impartiendo cátedra y formando el Laboratorio de Radiación Cósmica bajo los auspicios y emolumentos del INIC del que seguía siendo investigador. Su ingreso a la UASLP fue afortunado para impulsar el programa académico del Dr. Manuel Nava Martínez que era el rector de la UASLP en la década de los cincuenta. De esta manera se convertía en el primer doctorado que impartía clase en la UASLP y el único con dicho grado en la década de los cincuenta.
Fundó el Departamento de Física de la UASLP, de donde se derivarían la entonces Escuela de Física y el Instituto de Física de la UASLP que constituían un solo ente académico, que dividía el trabajo docente y el de investigación. El Laboratorio de Radiación Cósmica formaría parte del Instituto de Física y con ello inauguraba de manera formal trabajos de investigación científica, como tales, en la universidad potosina.
Creó el programa de construcción de cohetes de sondeo con el fin de realizar investigación científica en las altas capas de la atmósfera colocando al país en los pioneros en desarrollo aeroespacial, programa que ahora es conocido como Cabo Tuna. Su trabajo de investigación en radiación cósmica y en ciencias espaciales colocó a la UASLP en el escenario mundial en investigación en física. Si bien su labor en la UASLP se redujo a un lustro, este fue muy intenso y productivo y sentó las bases para el camino académico que seguiría la UASLP años después recorriendo las sendas y abriendo otras en torno a las raíces sembradas por Gustavo del Castillo, cuestión que luego es menospreciada o en el mejor de los casos olvidada.
La UASLP en la actualidad es reconocida nacionalmente y en algunas áreas internacionalmente gracias al trabajo docente y principalmente al trabajo de investigación científica que despliegan sus investigadores. La UASLP está situada como una de las mejores del país y en áreas como la física dentro de las primeras tres universidades del país. Esta situación se debe a la calidad de su personal académico, pero de manera muy especial por el trabajo pionero que fincara esta tradición por personajes como Gustavo del Castillo y Gama.
#4 Tiempos
Una vida dedicada a la ciencia, Candelario Pérez Rosales | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hoy, 16 de diciembre, el peotillense Candelario Pérez Rosales, baluarte de la ciencia e ingeniería mexicana y consolidador de la física profesional en San Luis Potosí, estaría cumpliendo noventa y cinco años de edad.
Candelario Pérez Rosales nació el 16 de diciembre de 1930 en Peotillos, comunidad del municipio de Villa de Hidalgo, San Luis Potosí, donde estudió los primeros años de primaria, para luego venir a San Luis Potosí a terminarlos y continuar los estudios de secundaria y preparatoria, ambos en el turno nocturno, donde compartía las horas de estudio con las horas de trabajo. Estudiaría Física en la Universidad de Purdue y vendría a San Luis Potosí a colaborar con la fundación de la Escuela de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, hoy Facultad de Ciencias y del Instituto de Física de la propia Universidad Autónoma de San Luis Potosí, instituciones que están cumpliendo setenta años.
Como parte de los trabajos de difusión y divulgación sobre personajes de la ciencia potosina que llevo a cabo publiqué en el 2012 un libro intitulado Una Vida Dedicada a la Ciencia, el papel de Candelario Pérez Rosales, que recoge la trayectoria de Candelario Pérez Rosales, cuyo papel para el establecimiento, desarrollo y consolidación de la física en San Luis fue determinante; de esta forma el desarrollo de la ciencia potosina en la segunda parte del siglo XX, en el seno de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, fue posible con la participación de varios personajes, entre los que se encuentra indiscutiblemente Candelario Pérez Rosales. Su papel fue determinante para que la física potosina y en general la ciencia potosina sea lo que es hoy, ese importante polo de desarrollo que tiene un reconocimiento a nivel mundial. Sin su participación, entusiasmo, compromiso y cierto apostolado, la física en San Luis, y la propia universidad potosina, no serían lo que son hoy.
En este sentido la Universidad Autónoma de San Luis Potosí se encuentra en deuda con Candelario Pérez Rosales.
Su aportación a la ciencia e ingeniería mexicana va más allá de su labor en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Continuó siendo pionero en otras aventuras académicas, contribuyendo notablemente al desarrollo de la ciencia mexicana. En particular ingresó como investigador fundador al Instituto Mexicano del Petróleo.
Como investigador del Instituto Mexicano del Petróleo desarrollo una gran cantidad de proyectos que colocaron al país como un innovador en procesos de extracción de petróleo. Larga sería la lista de ellos, mismos que recogen en las páginas del libro que le dedicamos a este importante científico potosino.
Esta larga lista de proyectos que dirigió Candelario Pérez, desarrollados bajo el demandante factor de tiempo, da muestra de la importancia de su contribución al desarrollo de la industria petrolera al enfrascarse en proyectos dirigidos a resolver los diversos problemas técnicos y científicos asociados a la industria petrolera.
Estas tres facetas de Candelario Pérez que se presentan en el libro, constructor de instituciones y formador de recursos humanos, científico orientado a problemas de aplicación en la industria petrolera y escritor científico, lo colocan como uno de los baluartes nacionales en el desarrollo de la ciencia e ingeniería en nuestro país, y muy enfáticamente al desarrollo de la física mexicana.
Candelario Pérez ingresa como investigador fundador del Instituto Mexicano del Petróleo en 1966, como ya hemos mencionado, después de haber sentado las bases y asegurado el desarrollo de la Escuela e Instituto de Física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
En este libro se recoge su labor como escritor científico, profesor e investigador, tareas que suelen ser consideradas como labores fundamentales de las universidades mexicanas. En todas ellas tuvo, y sigue teniendo a pesar de estar retirado, una contribución importante y valiosa, además de sobresaliente.
Sea esta obra un homenaje a uno de los fundadores de la Escuela de Física de la UASLP, ahora Facultad de Ciencias, y del Instituto de Física de la UASLP, que estaban englobados en el Departamento de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, cuya creación se diera el 1 de diciembre de 1955, mediante la aprobación del Consejo Directivo Universitario a un recurso sometido por el Dr. Gustavo del Castillo y Gama.
A los interesados, el libro pueden comprarlo bajo pedido en el correo electrónico de un servidor.
Candelario Pérez murió en San Luis Potosí, el 1 de mayo de 2016. El homenaje que le tributamos, se recogen en una serie de videos que pueden consultarse en youtube en el canal de José Refugio Martínez Mendoza. Para una muestra compartimos el siguiente:
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#4 Tiempos
La evolución creadora | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
He aquí lo que escribió hace poco el filósofo alemán Ulrich Hommes: «El crecimiento del miedo en nuestro tiempo es debido a que los hombres de hoy padecen una singular falta de relaciones. Es evidente que la falta de relaciones tiene como consecuencia el miedo, y que el miedo genera una mayor agresividad».
¿Qué quiso decir el filósofo con estas palabras? En realidad es muy simple; quiso decir, sencillamente, que si hoy cunde en nuestras sociedades una especie de pánico generalizado, es porque los hombres estamos más solos que nunca. Como no tenemos amigos (digámoslo aún mejor: como no tenemos relaciones significativas), todo nos aterroriza, pues sentimos que en tales condiciones no seremos capaces de hacer frente a los problemas de la vida.
El viejecito aquel que no tiene ya a nadie porque ha visto morir a todos sus camaradas y partir a tierras lejanas a todos sus hijos, ¿cómo no va a tener miedo de quedarse muerto en la noche mientras duerme? ¿Qué va a ser de él? ¡Ah, con una persona cercana, con una sola con tal de que lo quiera, cómo le sería fácil vivir! Pero no, no tiene a nadie: está solo y por eso se despierta en la madrugada sudando de miedo.
Y aquella mujer joven, ¿no tiene miedo también? Cuando piensa en el futuro, siente que la cabeza le estalla. ¿Y si su marido la abandona para irse con otra mujer más de su gusto? ¡Después de todo, es probable que lo haga! Pues, ¿no se oye por doquier, pero sobre todo en la radio y en la televisión, que cuando un lazo nos aprieta demasiado hay que tener la osadía de desatarlo? ¿No se dice continuamente aquí y allá que el matrimonio es una prisión y que cada cual puede y debe buscar otras alternativas cuando los antiguos compromisos no sean ya viables, deseables ni rentables? Y siendo éste el pensamiento que todos repiten alegremente; ¿cómo no va a tener miedo la pobre de que la dejen un día u otro? ¡Separarse es tan sencillo! Por su parte, el marido también padece lo suyo. ¿Y si ya no satisface todas las expectativas de su esposa?, ¿y si ya no reúne todos los requisitos, como se dice? El normal caos del amor: así tituló Ulrich Beck, el famoso sociólogo alemán, un libro suyo que trata, precisamente, de estas angustias nada ficticias. Pero este caos, ¿es tan normal como parece? A juzgar por lo tiempos que corren, sí.
Mas no sólo el viejecito y los jóvenes esposos tienen miedo; también lo sienten los niños. Y si sus padres se separan, ¿qué será de ellos? Amigos casi no tienen, a excepción de aquellos con los que chatean por la tarde, a la hora de los deberes. Pero, ¿pueden estos desconocidos llamarse amigos? ¡Si son unos desconocidos: a lo mucho, sólo saben su nombre y las letras de las canciones que se intercambian en la red! Están solos.
Y el niño que aún no nace, ¿no tiene miedo él también? Gracias a la sensibilidad espantada de su madre, algo sabe ya de los terrores de este mundo. Ni siquiera le ha sido necesario nacer para darse cuenta de cómo están las cosas en este extraño planeta. Sí, tiene miedo, y él más que nadie. Primero porque está indefenso, y segundo porque nada sabe si su madre llegará a tragarse ese cuento que dice que los niños, mientras aún estén en el vientre, no son más que un montón de células desorganizadas o quizá meramente tumores que sería necesario extirpar cuando las cosas anden mal.
Miedo aquí y miedo allá. Miedo que, según Ulrich Hommes, no tarda mucho en convertirse en violencia. Violencia que genera más miedo y que no puede ser aplacada más que con amor: «Lo que sirve contra el miedo cuando nada más sirve es el amor. El amor que me brindan y el amor que yo mismo doy».
Se realizó recientemente un experimento que dejó boquiabiertos a los que lo realizaron: «Cuando a unas cabras ubicadas cerca de su madre fueron sometidas a un cierto voltaje de corriente eléctrica, se mantuvieron en pie y pudieron soportarlo. Esta misma carga eléctrica les fue aplicada después, cuando estuvieron solas, y entonces ya no pudieron sostenerse, pues o se desvanecían o se volvían locas».
¡Significativo descubrimiento! Cuando las cabras estaban acompañadas, eran fuertes, y sólo caían cuando estaban aisladas y se sentían desamparadas.
«No es bueno que el hombre esté solo». Fue Dios mismo quien lo dijo, es decir, quien creó al ser humano y lo conoce de pe a pa. Ahora bien, si es Él el que lo dice, por algo será. Me discutía hace poco un amigo:
–¡Sólo tú puedes tragarte esos relatos inocentes que cuenta la Biblia!
-¿Y por qué inocentes? –pregunté.
-Porque son ingenuos. Por lo menos todos sabemos hoy que el mundo no nació como dice el libro del Génesis.
-¿Y por qué no? –volví a preguntar-. Que Dios haya creado en seis días, ¿no habla, en cierto sentido, de evolución? Según este libro del que te burlas, las cosas y los seres no surgieron todos al mismo tiempo, sino que hubo una gradualidad –una evolución creadora, como la llamaría Bergson- que no es extraña a los modernos descubrimientos de la ciencia: primero fueron la tierra y el cielo, luego las plantas, más tarde los animales y, por último, el hombre…
-Sin embargo –replicó mi amigo-, el libro del Génesis habla de días.
-Días que no tienen por qué ser nuestros días de veinticuatro horas. Acuérdate del salmo que dice que, para Dios, mil años son como un día…
No sé si convencí a mi amigo; pero, además, tampoco me preocupaba convencerlo. Yo sólo quería decirle que no hay que desechar a la ligera esta advertencia divina: «No es bueno que el hombre esté solo». Y que me alegra saber que la ciencia, poco a poco, en la medida de sus fuerzas, va descubriendo esta verdad vieja como el hombre mismo.
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