#Si Sostenido
Las paredes nos hablan: el arte indígena novohispano | Columna de Edén Martínez
Funambulista
El Arte Indocristiano
Una de las prioridades de la Corona Española en los primeros años después de la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521, además de la ocupación del territorio, fue la evangelización de los pueblos indígenas. Por lo menos durante todo el siglo XVI, tres fueron las órdenes religiosas encargadas de cristianizara la Nueva España: Los Franciscanos, que llegaron en 1524, los Dominicos que les siguieron en 1526 y los Agustinos, que pisaron suelo novohispano hasta 1533. La tarea de evangelización funcionó a su vez para legitimar la Guerra Justa contra los pueblos chichimecas del norte, que todavía resistían, mientras se daba lugar a uno de los choques culturales más importantes de la historia universal.
Los indios tenían que ser educados en la palabra de Cristo para ser salvados, era el mandato que la providencia le había entregado a la Corona, pero además también debían aprender a escribir, a construir y a pensar como occidentales para que encajaran en la nueva realidad y para que fueran útiles. Esto además de un sincero interés por el pasado y las costumbres indígenas, se cristalizó en el establecimiento de varias escuelas y esfuerzos educativos realizados por las órdenes religiosas, como el proyecto de Pedro de Gante con el Colegio de San José de los Naturales, el Colegio de San Gregorio, o el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, fundado por fray Bernardino de Sahagún.
El sincretismo o la mezcla de estás dos tradiciones puede observarse claramente en la arquitectura y arte mural o pictórico de los conventos fundados en el primer periodo de la Colonia, donde se puede apreciar la combinación de elementos europeos y precolombinos. Hay varias denominaciones para este tipo de expresión artística y cultural, pero entre ellas sobresalen dos, que al mismo tiempo se contraponen: el término arte tequitqui, propuesto por el estudioso del arte mexicano José Moreno Villa, y el concepto de arte indocristiano, propuesto por el investigador Constantino Reyes-Valerio. El primero se define como “el producto que aparece en América al interpretar los indígenas las imágenes de una religión importada, y que aún está sujeto a la superstición indígena”, y el segundo, más acotado, se “concretaría principalmente al estudio del arte creado por los indios en los templos y conventos erigidos por las tres órdenes religiosas de franciscanos, dominicos y agustinos en el siglo XVI”.
El Grutesco
En un artículo para Letras Libres sobre El Pensamiento mestizo, de Serge Gruzinski, Christopher Domínguez Michael menciona que “los artistas indios dialogaron con el Renacimiento a través de centauros, moros contra cristianos que se vuelven conversos contra chichimecas y con el grutesco, ese adorno caprichoso de bichos, sabandijas, quimeras y follajes que Gruzinski encuentra en Parma y en Ixmiquilpan.” Con la palabra grutesco, Domínguez Michael se refiere a un estilo decorativo predominantemente español. Cuando el estilo artístico del Renacimiento invadía Italia, en España no creían que hubiera ningún motivo por el cuál renunciar a las formas góticas medievales, a las que consideraban, contrariamente, como “modernas”. En esta situación, el estilo artístico gótico permaneció de moda en la península ibérica hasta muy avanzado el siglo XVI, y las influencias renacentistas se adaptaron más como un ornamento que como una estructura.
A este estilo particular se le llamó Plateresco o Gótico Isabelino, y a los elementos decorativos renacentistas de su arquitectura se les denominó como grutescos. Lo grutesco (llamado así por la expresión italiana grotte, de bodega o gruta, en donde se encontraban las pinturas romanas augusteas que las inspiraron) terminó por definir una categoría estética diferenciada de la idea clásica de belleza, en oposición a la categoría de lo sublime. Insisto en lo anterior porque la decoración grutesca es muy común en el arte indocristiano del centro de México, y cobra características importantes al mezclarse con elementos prehispánicos.
Ixmiquilpan y Actopan: el arte como documento para la comprensión del pasado
Ahí, dentro del templo del exconvento agustino de San Miguel Arcángel, en Ixmiquilpan, donde “(las) metamorfosis de Ovidio fueron leídas en el siglo XVI en México (…) dando a luz a Perseos indígenas”, se encuentran algunas de las pinturas murales más antiguas e importantes de este tipo de arte, que son al mismo tiempo uno de los documentos más valiosos para el estudio histórico y antropológico de los procesos de aculturación, sincretismo y mestizaje en México. En los muros del convento podemos observar una gran batalla que para el historiador del arte José Luis Pérez Flores, tiene dos lecturas: el tema es una guerra espiritual que simboliza la psicomaquia (los combates del alma), el combate de los vicios contra las virtudes, y también una representación de la guerra chichimeca, en la que los guerreros indígenas cristianos, que pelean también en nombre de la civilización y la fe, toman el papel de verdaderos conquistadores, decorados con elementos grutescos y fantásticos.
Cuando uno se encuentra parado dentro de la nave del templo de San Miguel Arcángel, la sensación es de extraña fascinación: la arquitectura es occidental y los signos en las paredes intentan serlo, pero los colores y el estilo pictórico expone una fuerte tradición prehispánica. No cabe más que conjeturar cómo aquel mensaje de la guerra, la victoria y el sometimiento, era percibido por los habitantes locales de la región hace 500 años.
También en Hidalgo se encuentra otro importante ejemplo de pintura mural indocristiana: la capilla abierta del exconvento de San Nicolás Tolentino, en Actopan, fundado en 1546. Las capillas abiertas fueron un recurso arquitectónico frecuentemente utilizado por las órdenes religiosas como estrategia de evangelización, con la intención de acercar a grandes grupos de indios a los cultos católicos, quienes estaban más habituados a las ceremonias al aire libre y que además no se sentían tan cómodos en espacios cerrados como las iglesias.
Ahora imaginen a cientos de indígenas de pie en una esplanada, observando el sacramento de la eucaristía, que está teniendo lugar en una estructura abierta semi circular. Detrás del altar están retratados una serie de sucesos bíblicos que adornan el muro (el diluvio, el pecado original, los jinetes del apocalipsis), coronadas con la imagen del Juicio Final en la parte superior, donde al parecer se está librando una batalla contra seres infernales. Si miran a la izquierda o a la derecha, notarán que una serpiente abre sus fauces a ambos lados, es el Leviatán, tragándose a aquellos que pecan o caen en el vicio, todo dentro de una enorme escena de torturas y suplicios: descuartizamientos, personas dentro de hornos cocinadas vivas y otras atenaceadas con pinzas.
A este tipo de discurso pictórico se le conoce como escatológico, y se refiere las ideas sobre “las últimas cosas”, la vida de ultratumba y el final de los tiempos, muy relacionado con la idea cristiano-medieval del infierno, definido extraordinariamente por George Minois como “la máquina más implacable, la más completa y la más desesperanzadora de triturar a los malvados que el genio humano haya podido jamás inventar”. Estas imágenes, al igual que las de Ixmiquilpan, tienen características indígenas, como la policromía y la ausencia de contornos delineados. Arturo Vergara Hernández, especialista del lugar, menciona que la explicación de su uso es compleja, ya que además de haber sido imágenes auxiliares de la evangelización y una forma de coacción mental, también pudieron responder a otras motivaciones específicas de su contexto y al fuerte choque cultural que dio lugar la llegada del cristianismo a la región: como las frecuentes hambrunas y epidemias interpretadas como castigos divinos, las circunstancias adversas de las misiones agustinas, los conflictos con el clero regular y la lucha contra la idolatría.
El pasado para comprender el presente
La historia del arte en México es un laboratorio extraordinario para comprender los procesos de mestizaje entre las culturas prehispánicas y la europea. Dos formas de comprender el mundo chocaron de frente, y aunque hubo una parte victoriosa, la visión de los sometidos sobrevivió discretamente, adoptando formas irreconocibles, infiltrándose para siempre en las creaciones de aquellos que los subyugaron y dando lugar a expresiones nuevas, que no eran ya ni completamente indígenas ni europeas.
Como estudiante de una licenciatura en historia estoy bastante acostumbrado a que me pregunten para qué sirve mi carrera. De hecho, yo mismo me he planteado la incógnita, e incluso he llevado la cuestión un paso delante preguntándome para qué sirve la historia en general. Me tranquiliza pensar que, como dice Gruzinski, el pasado del mundo nos ayuda a entender las periferias del actual Bombay, Los Ángeles y la Ciudad de México, hace dialogar al Renacimiento con los frailes novohispanos, al viejo mundo con el nuevo, para poder apreciar el presente.
*Este trabajo de difusión es el resultado de mi experiencia como estudiante en la práctica de campo del curso “Arte y cultura de los indígenas cristianos del siglo XVI”, perteneciente a la Licenciatura en Historia de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, e impartida por el Dr. José Luis Pérez Flores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
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