diciembre 12, 2025

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#4 Tiempos

La raíz de una familia. Entrevista con mi abuelo

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En un viaje de introspección que duró lo que una entrevista, Deborah exterioriza a los lectores una de las relaciones más significativas en su vida

Por: Deborah Chavarría

El combustible de La Orquesta.mx siempre ha sido la vitalidad de los jóvenes periodistas potosinos. Como parte de un ejercicio para dar a conocer su talento, durante las próximas semanas publicaremos entrevistas y crónicas realizadas por los alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Queremos saber cuál es la visión de las chicas y chicos que, desde ya, son responsables de registrar la memoria de nuestra ciudad.

Hacía bastante tiempo que no me sentaba a platicar con mi abuelo, siendo franca no recuerdo la última vez que hablamos más allá de lo necesario. Habíamos acordado vernos en el café Versalles (a un costado de Palacio de Gobierno, en el centro de San Luis Potosí) a las cinco de la tarde; tenía que llegar temprano, pues a don Basilio no le gusta esperar.

Basilio Chavarría, nació el 30 de mayo de 1934 en el seno de una familia que le dio el oficio de carpintero, del que todos los Chavarría (o al menos la mayor parte) han vivido durante ya más de seis décadas.

Al llegar, encontré a mi abuelo sentado en la última mesa leyendo el periódico, con sus lentes enormes (que, cuando era pequeña, me fascinaba usar).

–¡Hija! –Dijo levantándose a darme un abrazo. –¿Cómo has estado?
La calidez de su saludo y la sinceridad de sus abrazos siempre me hicieron sentir en casa, y en últimas ocasiones, me hicieron temerle al tiempo (que por desgracia no se detiene). Noté sus ojos más cansados y sus movimientos más pausados que la última vez que nos vimos.

–¿Está listo para que empiece a preguntarle? – Dije apenas nos sentamos.
–No, ¿cómo crees?, si esto no es interrogatorio, vamos a comer primero.
Supuse que diría eso. Cuando niña me llevaba a ese mismo café cada que podía y comíamos pastel, según él porque toda pena podía curarla el merengue.
–En lo que nos traen la orden ¿por qué no empiezas, hija? –Me dijo con una sonrisa, que no recordaba haber visto hace muchos años. Estaba verdaderamente entusiasmado por la entrevista (tanto que incluso usó su mejor saco); siempre le emocionó ayudarme con encargos de la escuela, y por pequeño que pareciera el suceso, formaba una gran parte de nuestra cercanía abuelo-nieta.

Deborah: Está bien -sonreí- ¿Cómo se recuerda en su infancia?

Basilio: Qué pregunta… mira, era un chamaco como cualquier otro. En aquellos años lo único que me importaba era no perder mis canicas y no hacer enojar a mi papá. No era muy alto, ni muy rápido, ni muy fuerte, ¡pero ah como era listo!, era el más tremendo de todos mis hermanos, con los que había que estarse pelando para todo.

Hizo una pausa, y suspiró.

B: A pesar de nuestras limitaciones era un niño feliz, de verdad. Era una felicidad que no es fácil volver a alcanzar cuando uno se pone viejo y tiene que usar estas cosas. –Tomó sus lentes de la mesa y los guardó en el estuche, dentro de su maletín-.

B: Gran parte de mi infancia, lo que me fue formando desde chiquillo, fueron mis padres. Gracias a ellos mis hermanos y yo podíamos jactarnos de ser “menos peor” que los demás chamacos que conocíamos.

D: ¿A qué edad aprendió el oficio de la carpintería?
B: ¡Uy!, pues desde aquellos entonces; tendría yo unos 12 años cuando mi padre me empezó a llevar al taller. Y no creas, no estuvo fácil. Había veces que teníamos que pasar tardes enteras barnizando o cortando madera. Lo que hacía todo más ameno era que no estaba solo, siempre tuve a mis hermanos y mi padre conmigo.
Llegó la mesera con el café que don Basilio había pedido y mi refresco.
B: Perdón hija, me distraje con el café, ¿qué te estaba diciendo?

D: El taller y sus hermanos, me estaba contando a qué edad aprendió el oficio…
B: ¡Ah!, sí; te decía, no me pesaba porque era con mi familia con quienes trabajaba, y aunque hubiera los típicos roces que se dan en un taller de carpinteros, en donde hay quince pelados trabajando, siempre regresábamos juntos para la casa, donde mi mamá nos tenía listos unos buenos frijolitos y un café calientito. Desde entonces aprendí a trabajar, y supe que la vida se trataba de eso.

D: ¿Trabajo? ¿La vida se trata de trabajo?
B: Sí, definitivamente. Ya te darás cuenta con el tiempo. Uno vive para trabajar, como trabaja para vivir. Con esto no quiero decirte que todo es trabajo, para nada, la vida también se tiene que disfrutar, pero para poder disfrutar, hay que trabajar.
Me resultó curioso que lo dijera, pues es algo que mi padre siempre dice.

B: Ahorita que me preguntaste me acordé de la primera vez que usé barniz. Teníamos que barnizar 4 puertas para una casona de riquillos de aquellos años. Y mi papá nos confió una a mi hermano, Macario, y a mí, nos dijo “Ahí está, pa’ que se ganen unos pesos”. Total, ahí anduvimos un día entero y los otros carpinteros no nos decían nada, los muy méndigos.

Echamos capas y capas de barniz nogal. Para no hacerte el cuento tan largo, mi papá llegó a ver cómo nos estaba yendo, “¡Par de chamacos mensos! ¿No ven que está quedando muy oscuro?”, tremenda regañiza que nos pegó. Todos los demás condenados carpinteros se burlaron de nosotros. Esa vez tuvieron que decirle a la clienta que iba a quedar más oscuro de lo esperado, y gracias a Dios no hubo problema.

D: ¿Y cómo recuerda su juventud?
B: Fue la etapa más hermosa de mi vida. Era muy feliz también, pero de una manera distinta a cuando era niño; esta felicidad la encontraba o la tuve, más bien, en cosas más amargas. Amigos, trabajo, pero principalmente, lo que marcó mi juventud fue una muchacha, Rosa; no te vayas a enojar porque no es tu abuelita.


Sus chistes eran los mismos de siempre, pero, aunque los hubiese escuchado cien veces antes, lograba sacarme una sonrisa.

B: Rosa no me quería para nada, es más, como se suele decir, no quería verme ni en pintura. Resulta ser que mi hermano Macario había pretendido a una prima de Rosa, pero hizo tantas estupideces que hasta a mí me llegó la mancha. Hice lo que pude para que se fijara en mí. Jamás pasó.

D: ¿Cómo era usted en ese entonces?
B: Más listo que cuando chamaco. Estaba en la flor de la juventud, vivo en toda la extensión de la palabra. Me peleaba con todo el que me mirara feo, según yo para hacerme el macho.
-Rió un poco y tomó un sorbo de su café-.

B: No sé qué quería probar con eso.

D: ¿Hubo algún suceso o etapa que marcó su vida?
Don Basilio dejó a un lado su taza, y su semblante cambió. Se puso serio y evitaba mis ojos. No recordaba haber visto a mi abuelo así, quizá porque nuestras conversaciones nunca fueron tan profundas.
B: Si, la botella.

D: ¿Tomaba mucho?
B: Como endemoniado. Agarré el vicio después de casarme con María, cuando nació tu tío Juan. Los carpinteros del taller en el que trabajaba, antes de poner el nuestro en León García, me invitaban casi diario a la cantina. Sentía que la botella me sacaba, aunque fuera un rato de todo aquello, idea que obviamente estaba mal. Era un ambiente muy sórdido.
-La mesera llegó con nuestra orden, y mientras comíamos siguió hablando-.

B: Había mujeres y botellas, otros que también buscaban pleito, robos, y hasta sangre. Una vez, estuve metido en una riña adentro de la cantina; volaron botellas y sillas. Un conocido mío, le decíamos “El Hueso”, salió descalabrado. La verdad es que me acuerdo y me da coraje pensar que estaba tan ciego como para no ver la perdición en la que estaba cayendo. Me da vergüenza hasta acordarme de las veces que María iba por mí en la noche, con el niño en brazos. Era un sinvergüenza.

D: ¿Cómo salió de todo aquello? ¿Cómo dejó el vicio?
B: Con ayuda de Dios, hija. Fue la única manera en la que pude ver que todo lo que estaba haciendo estaba mal, que no me iba a traer más que problemas. En ese momento tu bisabuela me acercó a la iglesia, y María la ayudó.

D: ¿Qué le trajo el acercarse a Dios?
B: Bienestar y bendito sea, trabajo. Tardamos unos años en estabilizarnos, pero no fue nada comparado con lo mucho que habíamos batallado ya. Caían chambitas cada semana, o hasta antes. Pude poner mi taller y me traje a mis primos a trabajar conmigo. Era mi propio patrón y las cosas salían bien. No dejo de agradecerle a Dios por todo lo que me ha dado.

D: ¿Cómo logró mantener a sus siete hijos?
B: La comida nunca faltó, sopita y frijoles siempre hubo. Todo lo demás era reciclable. No comprábamos cosas que no necesitáramos y si a uno ya no le quedaba un pantalón, le quedaba al siguiente.
-Mientras me decía eso, abrió su maletín y sacó un alfajor-.

B: Me acordé que te gustan mucho, y te lo compré.
-Lo tomé y le di la mitad, como acostumbrábamos hacer desde siempre-.

B: Había días en los que me ardía la espalda por el “¿Y ahora cómo le vamos a hacer?”, pero al final siempre salíamos. Y mira, los siete salieron bien, con carreras universitarias. Pienso en eso y sé que todo ese sacrificio valió la pena.

Casi acabábamos nuestra comida, y él me había dicho que tenía que irse temprano para recoger a su esposa (la señora Cande) de la iglesia, ya no quedaba mucho más tiempo.

D: Ya, por último, ¿Ha disfrutado vivir?
B: Definitivamente. Con todo lo que me ha tocado vivir, y lo bendecido que he sido, estoy seguro de que puedo recibir la muerte sin ningún problema. Unos años más no estarían mal, pero si Dios quiere llevarme ahorita, me voy con la certeza de que dejé mi huella en el mundo. Y eso es por lo que vale, valió y valdrá la pena vivir.
Pedimos la cuenta y platicamos un rato más, nimiedades de la vida (la escuela, mi gato, sus gallinas, el próximo cumpleaños de mi tía Nohemí). Iba a pagar mi comida, pero insistió en que él invitaba, “como cuando eras niña” dijo sonriéndome.

De limpiar vidrios a fundar la Facultad de Ciencias Sociales de la UASLP

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#4 Tiempos

Cinco finales, cinco retratos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El fútbol mexicano vive instalado en un vaivén que mezcla memoria corta, intensidad desbordada y una elasticidad competitiva que rara vez se ve en otros torneos. Y no hay mejor espejo de esa naturaleza cambiante que las últimas cinco finales de la Liga MX. Cada una reveló una cara distinta del campeonato, a veces impredecible, a veces cuidadosamente edificado, pero siempre dispuesto a romper pronósticos.

La más reciente, la del Clausura 2025, entregó un desenlace que pocos anticipaban. Toluca superó a América y recuperó un lugar que parecía extraviado en la élite. Esa serie tuvo un aire de reivindicación para los escarlatas, que encontraron una mezcla perfecta entre orden, temple y puntería. América, por su parte, llegó con la etiqueta inevitable de favorito, pero terminó cediendo ante un rival que administró mejor la presión. En ese desenlace se confirmó que en México los ciclos pueden renacer más rápido de lo que tardan en extinguirse.

Un semestre antes, en el Apertura 2024, las Águilas habían impuesto su jerarquía ante Monterrey. Fue una final marcada por el contraste entre un equipo construido para dominar y otro diseñado para golpear en ráfagas. América resolvió porque entendió cuándo acelerar y cuándo enfriar; Rayados quedó atrapado en la tentación del vértigo y pagó caro su falta de pausa. La serie se volvió una lección de que, en liguillas, el músculo emocional pesa tanto como el táctico.

El Clausura 2024 repitió campeón, América doblegó a Cruz Azul en un duelo donde la narrativa histórica parecía empujar a los celestes, pero terminó imponiéndose la estructura más estable. No fue una final espectacular, pero sí una muestra de oficio. América manejó los tiempos como si los hubiera ensayado toda la vida y Cruz Azul, que había encontrado ritmo durante la fase final, se quedó sin margen en el momento en que la exigencia aumentó.

En el Apertura 2023, el mismo América se cruzó con Tigres en una final que resumió la última década del fútbol mexicano, dos potencias creando tensión desde su experiencia y su peso institucional. Fue una confrontación áspera, tensa, en la que el primer error podía decidirlo todo. América fue más certero y Tigres, pese a su capacidad para competir siempre, no encontró esa chispa que tantas veces lo salvó en finales previas.

Y antes de que América dominara este tramo de la historia reciente, el Clausura 2023 había dejado un capítulo distinto, Tigres había vencido a Guadalajara en una final que mezcló dramatismo y resistencia.

Chivas llegó con un impulso sentimental fuerte, respaldado por un cierre de torneo que había reavivado ilusiones; Tigres, en cambio, se aferró a la experiencia y convirtió la serie en un duelo donde la paciencia terminó valiendo oro.

Cinco finales, cinco historias desiguales, pero todas con un hilo común, la liga mx vive entre la tradición y la renovación constante. América ha sido el protagonista dominante, sí, pero no en un territorio exclusivo; Toluca reapareció con fuerza, Tigres mantiene su lugar entre los gigantes modernos y Cruz Azul y Monterrey continúan orbitando entre la aspiración y la frustración.

Lo fascinante es que cada una de estas series dibuja una tendencia distinta. A veces gana el que mejor juega; otras, el que comete menos errores; y en más de una ocasión, el que simplemente logra sobrevivir a su propio caos. La Liga MX no premia únicamente la excelencia: premia la capacidad de adaptarse a un torneo donde cada semestre puede contar una historia completamente diferente.

Eso explica por qué sus finales, aunque repetidas entre ciertos protagonistas, nunca se sienten iguales. Cada una deja marcas nuevas, dudas nuevas y certezas que duran apenas unos meses. Y quizá ahí radica la esencia de este futbol, un territorio donde la estabilidad es un lujo, el dramatismo una obligación y el título, el botín que confirma que, al menos por un instante, todo salió bien en medio de un ecosistema que siempre está cambiando. Hoy Toluca puede volver a levantar el título o Tigres recuperar lo perdido hace unos torneos, pero sea cual sea el resultado, no queda duda que esta liga es un reflejo de lo extraño y competido que resulta nuestro casero futbol nacional.

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#4 Tiempos

Enrique Mesta Zuñiga, el filósofo autodidacta | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

La revista Letras Potosinas es la continuación de la revista Bohemia. Continuación en el sentido que en 1947 Bohemia cambiaba de nombre a Letras Potosinas, lo que sucedió en el número de edición 51, mostrando la numeración consecutiva. Esta revista, vocero de cultura de la patria chica, como referían sus editores, y conducía su mensaje cordial a los estados hermanos y al extranjero. Esa nueva época, mantenía su cuerpo de colaboradores y a aumentaba sus filas con positivos valores en el arte y en las letras del solar potosino.

Entre los colaboradores, estaría presente en sus páginas Enrique Mesta Zuñiga, un periodista que contribuiría con artículos de corte filosófico, enriqueciendo la labor humanista y difusión artística de Letras Potosinas.

Con la participación de Mesta, la revista potosina contribuía a la divulgación de la filosofía siendo así una de las pioneras en el siglo XX en abrir espacios a esta actividad de filosofía, que no era común en el país.

Don Enrique Mesta Zúñiga, nació en la ciudad de Cuencamé, Durango, el día 28 de julio de 1905. Sus estudios de primaria los realizó, en su natal Cuencamé y después, se dedicó a estudiar por su cuenta, especialmente libros de filosofía, que eran la pasión de su vida. Allí tenemos a otro autodidacta que llegó a lograr las alturas en la filosofía.

Su actividad profesional sería el periodismo, fundando revistas culturales en la región lagunera, como la revista Cauce, formando parte del grupo cultural que floreció y dio auge a las letras y al arte en todas sus manifestaciones. Toda su vida la dedicó a trabajar en diversos periódicos como luego veremos, así como a escribir serios artículos filosóficos y de comentarios literarios.

Esta labor cultural lo acercaría a los editores de Letras Potosinas y sus artículos se hicieron presente en la revista, aportando a los lectores potosinos en temas de filosofía. Dentro de las áreas de reflexión de la filosofía, se enfocó en cuestiones de ciencia, filosofía de la ciencia, sobre lo que publicaría varios libros.

La relación entre ciencia y humanismo fue uno de sus temas de reflexión filosófica. Entre los temas que abordara se encuentra el de la necesidad de la búsqueda o creación de un nuevo humanismo que contemplara los nuevos adelantos de la física cuántica y su repercusión en la percepción del universo y del papel del hombre. 

Con el progreso técnico derivado de la nueva física se incrementa la infelicidad del género humano de múltiples maneras.

Esta carrera contra el tiempo, para proteger a la humanidad contra sus propios desmanes y sus propias tragedias, es un tema predilecto de Toynbee, aquí en México nos lo aconsejó, subraya Mesta: “hay que ganar tiempo, el tiempo indispensable para que las diferentes civilizaciones de nuestro mundo puedan adaptarse la una a la otra”.

Empero, asegura Mesta, para acelerar una función simbiótica de las civilizaciones, la humanidad necesita darse completa cuenta de que la física cuántica al desindividualizar las partículas elementales desindividualizó asimismo a los hombres y al hacer ininteligible el determinismo acabó con la gloriosa interpretación lineal del progreso.

Corresponde a los humanistas trasladar sus instrumentos de las praderas de la metafísica y del arte a los inquietos laboratorios donde las ciencias están formando un nuevo mundo para que los hombres aprendan juntos a sobrellevar una vida humana y más justa.

Hay que hacer que, como ya lo intentaron Planck, Einstein, Freud y Schrödinger, persistan en potenciar y en ampliar su específica labor teniendo más presentes los cambios que su ciencia provoca en los ideales y en los quehaceres inacabables de los hombres.

Tal como lo apunta Mesta, los métodos en ciencias y humanidades que oscilan entre el polo metonímico y el polo metafórico, si bien son diferentes, se vinculan con la necesidad de una representación del mundo que en el fondo lleva el conocer el papel del hombre en el cosmos para lo cual transitan metodológicamente entre ambos polos.

Enrique Mesta, ese filósofo autodidacta, murió el 23 de agosto de 1984, en Torreón Coahuila, debido a un paro cardiaco de Etiología desconocida. Contribuyó a la divulgación de la filosofía y colaboró en el desarrollo cultural de San Luis Potosí.

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#4 Tiempos

El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).

Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:

«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».

El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:

«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:

»-¿Cuánto debes a mi patrón?».

La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.

«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.

»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».

Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?

El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrón?

»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.

»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.

¡Qué hombre más inteligente!

Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».

Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.

Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.

Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:

-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.

Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.

Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.

Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.

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