#4 Tiempos
La raíz de una familia. Entrevista con mi abuelo
En un viaje de introspección que duró lo que una entrevista, Deborah exterioriza a los lectores una de las relaciones más significativas en su vida
Por: Deborah Chavarría
El combustible de La Orquesta.mx siempre ha sido la vitalidad de los jóvenes periodistas potosinos. Como parte de un ejercicio para dar a conocer su talento, durante las próximas semanas publicaremos entrevistas y crónicas realizadas por los alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Queremos saber cuál es la visión de las chicas y chicos que, desde ya, son responsables de registrar la memoria de nuestra ciudad.
Hacía bastante tiempo que no me sentaba a platicar con mi abuelo, siendo franca no recuerdo la última vez que hablamos más allá de lo necesario. Habíamos acordado vernos en el café Versalles (a un costado de Palacio de Gobierno, en el centro de San Luis Potosí) a las cinco de la tarde; tenía que llegar temprano, pues a don Basilio no le gusta esperar.
Basilio Chavarría, nació el 30 de mayo de 1934 en el seno de una familia que le dio el oficio de carpintero, del que todos los Chavarría (o al menos la mayor parte) han vivido durante ya más de seis décadas.
Al llegar, encontré a mi abuelo sentado en la última mesa leyendo el periódico, con sus lentes enormes (que, cuando era pequeña, me fascinaba usar).
–¡Hija! –Dijo levantándose a darme un abrazo. –¿Cómo has estado?
La calidez de su saludo y la sinceridad de sus abrazos siempre me hicieron sentir en casa, y en últimas ocasiones, me hicieron temerle al tiempo (que por desgracia no se detiene). Noté sus ojos más cansados y sus movimientos más pausados que la última vez que nos vimos.
–¿Está listo para que empiece a preguntarle? – Dije apenas nos sentamos.
–No, ¿cómo crees?, si esto no es interrogatorio, vamos a comer primero.
Supuse que diría eso. Cuando niña me llevaba a ese mismo café cada que podía y comíamos pastel, según él porque toda pena podía curarla el merengue.
–En lo que nos traen la orden ¿por qué no empiezas, hija? –Me dijo con una sonrisa, que no recordaba haber visto hace muchos años. Estaba verdaderamente entusiasmado por la entrevista (tanto que incluso usó su mejor saco); siempre le emocionó ayudarme con encargos de la escuela, y por pequeño que pareciera el suceso, formaba una gran parte de nuestra cercanía abuelo-nieta.
Deborah: Está bien -sonreí- ¿Cómo se recuerda en su infancia?
Basilio: Qué pregunta… mira, era un chamaco como cualquier otro. En aquellos años lo único que me importaba era no perder mis canicas y no hacer enojar a mi papá. No era muy alto, ni muy rápido, ni muy fuerte, ¡pero ah como era listo!, era el más tremendo de todos mis hermanos, con los que había que estarse pelando para todo.
Hizo una pausa, y suspiró.
B: A pesar de nuestras limitaciones era un niño feliz, de verdad. Era una felicidad que no es fácil volver a alcanzar cuando uno se pone viejo y tiene que usar estas cosas. –Tomó sus lentes de la mesa y los guardó en el estuche, dentro de su maletín-.
B: Gran parte de mi infancia, lo que me fue formando desde chiquillo, fueron mis padres. Gracias a ellos mis hermanos y yo podíamos jactarnos de ser “menos peor” que los demás chamacos que conocíamos.
D: ¿A qué edad aprendió el oficio de la carpintería?
B: ¡Uy!, pues desde aquellos entonces; tendría yo unos 12 años cuando mi padre me empezó a llevar al taller. Y no creas, no estuvo fácil. Había veces que teníamos que pasar tardes enteras barnizando o cortando madera. Lo que hacía todo más ameno era que no estaba solo, siempre tuve a mis hermanos y mi padre conmigo.
Llegó la mesera con el café que don Basilio había pedido y mi refresco.
B: Perdón hija, me distraje con el café, ¿qué te estaba diciendo?
D: El taller y sus hermanos, me estaba contando a qué edad aprendió el oficio…
B: ¡Ah!, sí; te decía, no me pesaba porque era con mi familia con quienes trabajaba, y aunque hubiera los típicos roces que se dan en un taller de carpinteros, en donde hay quince pelados trabajando, siempre regresábamos juntos para la casa, donde mi mamá nos tenía listos unos buenos frijolitos y un café calientito. Desde entonces aprendí a trabajar, y supe que la vida se trataba de eso.
D: ¿Trabajo? ¿La vida se trata de trabajo?
B: Sí, definitivamente. Ya te darás cuenta con el tiempo. Uno vive para trabajar, como trabaja para vivir. Con esto no quiero decirte que todo es trabajo, para nada, la vida también se tiene que disfrutar, pero para poder disfrutar, hay que trabajar.
Me resultó curioso que lo dijera, pues es algo que mi padre siempre dice.
B: Ahorita que me preguntaste me acordé de la primera vez que usé barniz. Teníamos que barnizar 4 puertas para una casona de riquillos de aquellos años. Y mi papá nos confió una a mi hermano, Macario, y a mí, nos dijo “Ahí está, pa’ que se ganen unos pesos”. Total, ahí anduvimos un día entero y los otros carpinteros no nos decían nada, los muy méndigos.
Echamos capas y capas de barniz nogal. Para no hacerte el cuento tan largo, mi papá llegó a ver cómo nos estaba yendo, “¡Par de chamacos mensos! ¿No ven que está quedando muy oscuro?”, tremenda regañiza que nos pegó. Todos los demás condenados carpinteros se burlaron de nosotros. Esa vez tuvieron que decirle a la clienta que iba a quedar más oscuro de lo esperado, y gracias a Dios no hubo problema.
D: ¿Y cómo recuerda su juventud?
B: Fue la etapa más hermosa de mi vida. Era muy feliz también, pero de una manera distinta a cuando era niño; esta felicidad la encontraba o la tuve, más bien, en cosas más amargas. Amigos, trabajo, pero principalmente, lo que marcó mi juventud fue una muchacha, Rosa; no te vayas a enojar porque no es tu abuelita.
Sus chistes eran los mismos de siempre, pero, aunque los hubiese escuchado cien veces antes, lograba sacarme una sonrisa.
B: Rosa no me quería para nada, es más, como se suele decir, no quería verme ni en pintura. Resulta ser que mi hermano Macario había pretendido a una prima de Rosa, pero hizo tantas estupideces que hasta a mí me llegó la mancha. Hice lo que pude para que se fijara en mí. Jamás pasó.
D: ¿Cómo era usted en ese entonces?
B: Más listo que cuando chamaco. Estaba en la flor de la juventud, vivo en toda la extensión de la palabra. Me peleaba con todo el que me mirara feo, según yo para hacerme el macho.
-Rió un poco y tomó un sorbo de su café-.
B: No sé qué quería probar con eso.
D: ¿Hubo algún suceso o etapa que marcó su vida?
Don Basilio dejó a un lado su taza, y su semblante cambió. Se puso serio y evitaba mis ojos. No recordaba haber visto a mi abuelo así, quizá porque nuestras conversaciones nunca fueron tan profundas.
B: Si, la botella.
D: ¿Tomaba mucho?
B: Como endemoniado. Agarré el vicio después de casarme con María, cuando nació tu tío Juan. Los carpinteros del taller en el que trabajaba, antes de poner el nuestro en León García, me invitaban casi diario a la cantina. Sentía que la botella me sacaba, aunque fuera un rato de todo aquello, idea que obviamente estaba mal. Era un ambiente muy sórdido.
-La mesera llegó con nuestra orden, y mientras comíamos siguió hablando-.
B: Había mujeres y botellas, otros que también buscaban pleito, robos, y hasta sangre. Una vez, estuve metido en una riña adentro de la cantina; volaron botellas y sillas. Un conocido mío, le decíamos “El Hueso”, salió descalabrado. La verdad es que me acuerdo y me da coraje pensar que estaba tan ciego como para no ver la perdición en la que estaba cayendo. Me da vergüenza hasta acordarme de las veces que María iba por mí en la noche, con el niño en brazos. Era un sinvergüenza.
D: ¿Cómo salió de todo aquello? ¿Cómo dejó el vicio?
B: Con ayuda de Dios, hija. Fue la única manera en la que pude ver que todo lo que estaba haciendo estaba mal, que no me iba a traer más que problemas. En ese momento tu bisabuela me acercó a la iglesia, y María la ayudó.
D: ¿Qué le trajo el acercarse a Dios?
B: Bienestar y bendito sea, trabajo. Tardamos unos años en estabilizarnos, pero no fue nada comparado con lo mucho que habíamos batallado ya. Caían chambitas cada semana, o hasta antes. Pude poner mi taller y me traje a mis primos a trabajar conmigo. Era mi propio patrón y las cosas salían bien. No dejo de agradecerle a Dios por todo lo que me ha dado.
D: ¿Cómo logró mantener a sus siete hijos?
B: La comida nunca faltó, sopita y frijoles siempre hubo. Todo lo demás era reciclable. No comprábamos cosas que no necesitáramos y si a uno ya no le quedaba un pantalón, le quedaba al siguiente.
-Mientras me decía eso, abrió su maletín y sacó un alfajor-.
B: Me acordé que te gustan mucho, y te lo compré.
-Lo tomé y le di la mitad, como acostumbrábamos hacer desde siempre-.
B: Había días en los que me ardía la espalda por el “¿Y ahora cómo le vamos a hacer?”, pero al final siempre salíamos. Y mira, los siete salieron bien, con carreras universitarias. Pienso en eso y sé que todo ese sacrificio valió la pena.
Casi acabábamos nuestra comida, y él me había dicho que tenía que irse temprano para recoger a su esposa (la señora Cande) de la iglesia, ya no quedaba mucho más tiempo.
D: Ya, por último, ¿Ha disfrutado vivir?
B: Definitivamente. Con todo lo que me ha tocado vivir, y lo bendecido que he sido, estoy seguro de que puedo recibir la muerte sin ningún problema. Unos años más no estarían mal, pero si Dios quiere llevarme ahorita, me voy con la certeza de que dejé mi huella en el mundo. Y eso es por lo que vale, valió y valdrá la pena vivir.
Pedimos la cuenta y platicamos un rato más, nimiedades de la vida (la escuela, mi gato, sus gallinas, el próximo cumpleaños de mi tía Nohemí). Iba a pagar mi comida, pero insistió en que él invitaba, “como cuando eras niña” dijo sonriéndome.
De limpiar vidrios a fundar la Facultad de Ciencias Sociales de la UASLP
#4 Tiempos
Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.
San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.
Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.
El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.
La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.
Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.
Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.
También lee: El eterno | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
#4 Tiempos
De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.
El texto decía:
Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.
Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…
Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.
Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.
Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.
Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.
Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.
De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.
El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.
Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.
Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.
En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.
El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Contacto
Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud
También lee: Personas como espejos | Columna de Carlos López Medrano
#4 Tiempos
Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir.
Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.
Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.
López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.
Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.
El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.
Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.
Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.
En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.
También lee: José Rafael Campoy padre del pensamiento moderno mexicano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
-
Destacadas1 año
Con 4 meses trabajando, jefa de control de abasto del IMSS se va de vacaciones a Jerusalén, echando mentiras
-
Ciudad3 años
¿Cuándo abrirá The Park en SLP y qué tiendas tendrá?
-
Ciudad3 años
Tornillo Vázquez, la joven estrella del rap potosino
-
Destacadas4 años
“SLP pasaría a semáforo rojo este viernes”: Andreu Comas
-
Estado2 años
A partir de enero de 2024 ya no se cobrarán estacionamientos de centros comerciales
-
Ciudad3 años
Crudo, el club secreto oculto en el Centro Histórico de SLP
-
#4 Tiempos3 años
La disputa por el triángulo dorado de SLP | Columna de Luis Moreno
-
Destacadas3 años
SLP podría volver en enero a clases online