#4 Tiempos
La indignación de mi amigo | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas.
Mi amigo me da pena. Cree todavía en esa virtud que los antiguos llamaban consideración. ¡Como si no supiéramos todos que ésta ha desaparecido de nuestro planeta desde hace muchísimo tiempo! ¿En qué siglo cree él que vivimos?
Como es un hombre honrado al que le gusta tener todos sus asuntos en orden, mi amigo pagó por adelantado durante años y años la mensualidad de su servicio de televisión por cable. ¿Tan importante era para él la televisión?, ¿pasaba mucho tiempo frente a ella? No, nada de eso. Me consta que, en su caso, nunca ha sido así. En realidad lo hacía por el simple placer de vivir ordenadamente y para evitar que penosos contratiempos le impidieran pagar su recibo con puntualidad, pues si esto llegara a suceder, ¿qué iban a pensar de él los de la compañía? ¡La sola idea de que lo tuvieran por irresponsable lo hacía ponerse pálido! Hubo ocasiones en las que, por ejemplo, llegó a pagar anticipadamente hasta cinco meses, y una vez hasta seis. Lo que quiere decir que cuando estábamos en febrero, él ya había liquidado incluso el mes de junio.
¿Exageraba? Tal vez, pero él es así y mucho me temo que no haya poder en este mundo que pueda hacerlo cambiar.
-Lo peor que podrían decir de mí es que soy un tracalero –me dijo una tarde, mientras tomábamos juntos un café.
Y, acto seguido, sacó de su cartera una tarjeta de banco, dorada, en la que se podía leer la leyenda cliente preferente.
-Esta tarjeta –siguió diciéndome- es para mí como un documento de buena conducta o, si lo prefieres, como una carta de recomendación. Si nunca me atraso en mis pagos, si mi cuenta está siempre limpia, ¿no era justo que me la otorgaran? Así no tengo que hacer largas filas y, cuando llego a alguna de las sucursales de mi banco, los empleados me atienden enseguida.
A mí, para ser francos, eso de las tarjetas bancarias me ha tenido siempre sin cuidado; no obstante, para no desanimar a mi amigo, le dije que sí, que esa tarjeta en el mundo financiero valía lo mismo que un diploma en el ambiente escolástico, o que un monseñorato en el ambiente eclesiástico.
-¡Claro, claro! ¡Así es! -me dijo él, lleno de satisfacción.
No obstante, la semana pasada encontré a mi amigo de mal humor. La verdad es que estaba hecho una fiera.
-Ya no tengo cable -me dijo. Me le quedé mirando con la misma cara espantada con que hubiera recibido la noticia de la muerte de uno de sus parientes más queridos.
-¿Pero, por qué? -me atreví a preguntarle, fingiendo estar sinceramente horrorizado.
Como es bien sabido, muchas de las cosas de que nos rodeamos son como las drogas, que una vez que se han probado una vez ya no es tan sencillo abandonarlas; el cable, por ejemplo, es una de ellas. Una vez un joven estudiante de preparatoria, al ser interrogado por su maestro acerca del significado de l as siglas «d. C», respondió sin vacilar: «Después del Cable, por supuesto». Ni por asomo se le ocurrió al pobre que pudiera haber otras realidades capaces de partir la historia. Pero sigamos con mi amigo.
-¿Cómo es eso? -volví a preguntarle. Me respondió diciendo que por una serie de cosas que escaparon a su control, no pudo ir a pagar su recibo en la fecha establecida, de modo que al otro día por la mañana su servicio estaba ya cortado.
-¡Al otro día por la mañana! –me dijo con indignación-. Ni siquiera tuvieron la amabilidad de esperarme hasta la tarde. ¡Y pensar que siempre traté de pagarles los recibos incluso anticipadamente!
Mi amigo pensaba que la cortesía seguía siendo vital en las relaciones comerciales y que, siendo como era, un cliente fiel, la compañía debía tener hacia él alguna consideración. Se imaginaba a los dirigentes de la empresa discurriendo más o menos en los siguientes términos: «El señor Fulano ha sido hasta ahora uno de nuestros clientes más puntuales. ¿Qué le pasaría en esta ocasión? ¿No le habrá ocurrido algo? Bien, esperémoslo unos días antes de tomar las medidas pertinentes al caso». ¡Cómo se equivocaba! ¿Es que no sabía ya que en los nuevos tiempos, tiempos de ordenadores y controles digitales, los clientes no son ya personas sino simples números?
Cuando voy a alguno de los hipermercados de nuestra ciudad, mientras hago fila en la caja y veo cómo los que me anteceden en ella hurgan en sus bolsillos buscando desesperadamente la moneda de cincuenta centavos que les falta para saldar su cuenta, me da por pensar que sería mucho más fácil que les perdonaran esa suma en la pequeña tienda cercana a su casa que en estos mastodontes que todo lo registran con una precisión casi diabólica. Que seas uno de sus clientes habituales, eso es algo que les tiene sin cuidado: tú importas únicamente si tienes dinero y únicamente cuando lo tienes. Como escribió Richard Sennett, el famoso sociólogo inglés, «en las modernas organizaciones comerciales los empleados y los dirigentes parecen carecer de rostro». No te recuerdan, ni guardan hacia ti ningún tipo de respeto. Por más que hayas ido a comprarles tu despensa desde hace quinientos años, para ellos es como si lo hicieras por primera vez.
-¿Qué vas a hacer ahora que ya no tienes cable? –seguí preguntándole a mi amigo.
-Nada. He mandado suspender el servicio -me respondió.
Lo miro con ternura. Pertenece a la raza de los orgullosos. A la raza de aquellos que piensan que vale más sacrificar un rato de televisión a que una virtud tan alta como la cortesía (o consideración, como él la llama) sea sacrificada por tan poco.
Suelto una carcajada. Aquello me alegra. ¡Sí, así es como se debe tratar a esos señores que en lo único que piensan es en el dinero! Éste es el único lenguaje que entienden. El semáforo cambió de rojo a verde y seguimos avanzando, felices, por la ciudad.
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#4 Tiempos
El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).
Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:
«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».
El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:
«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:
»-¿Cuánto debes a mi patrón?».
La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.
«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.
»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».
Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?
El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:
«-¿Cuánto debes a mi patrón?
»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.
»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».
Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.
¡Qué hombre más inteligente!
Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».
Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.
Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.
Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:
-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.
Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.
Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.
Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.
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#4 Tiempos
Una carrera interesante | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Hablar de Javier Hernández es repasar una de las trayectorias más influyentes en la historia del fútbol mexicano. Durante más de una década, su nombre fue sinónimo de gol, entrega y ambición. Desde aquel salto meteórico con Chivas y su inesperada irrupción en el Manchester United, su carrera parecía escrita con tinta dorada, la sonrisa eterna, los goles decisivos, la capacidad de transformar oportunidades mínimas en celebraciones memorables.
Fue un delantero que supo abrir puertas donde antes había muros, ese killer del área de los goles inverosímiles, ese que se autoasistía y remataba de forma poco ortodoxa. Marcó en Champions, conquistó Inglaterra, dejó huella en Alemania, se reinventó en Estados Unidos y llevó la camiseta de la selección mexicana con una voracidad que lo convirtió en el máximo goleador nacional. Por años, “Chicharito” representó la imagen internacional del fútbol mexicano, un jugador valiente, de carácter humilde pero competitivo, respetado en los mejores estadios del mundo.
Sin embargo, el final de su recorrido no ha tenido el brillo que merecía. Lo que alguna vez fue una historia ascendente hoy se siente atravesada por decisiones discutibles, lesiones inoportunas y un desgaste emocional evidente. Su último tramo estuvo marcado por conflictos internos, mensajes crípticos, ausencias prolongadas y un regreso al fútbol mexicano que lejos de ser un homenaje terminó convirtiéndose en un episodio incómodo.
El fútbol (caprichoso como es) rara vez permite despedidas perfectas. Pero en el caso de Hernández, la caída se volvió más abrupta porque contrastó con la grandeza de su pasado. El delantero que antes definía clásicos europeos comenzó a perder protagonismo, a caer en dinámicas polémicas y a mostrarse d esconectado del nivel competitivo que lo acompañó tantos años.
El problema no es que el tiempo pase, eso es inevitable, sino que su final se alejó del tono que él mismo construyó, profesional, disciplinado, alegre y comprometido. En lugar de un cierre elegante, lo que quedó fue un recorrido lleno de dudas, con más conversaciones sobre su comportamiento que sobre su fútbol. Y eso, para una figura de su magnitud, duele más que cualquier descenso de rendimiento.
Aun así, su legado permanece intacto. Javier Hernández abrió puertas para generaciones completas. Demostró que un jugador mexicano puede competir, destacar y ser determinante en las ligas más exigentes del planeta. Su historia inspira no por su final, sino por su cima; no por su último capítulo, sino por todos los que escribió antes con una pasión que marcó época.
El cierre no fue el ideal, es cierto. Pero incluso en medio de su declive, hay una verdad que nadie puede borrar: México no ha tenido (ni tendrá pronto) un delantero con su impacto internacional. Su carrera merece leerse como lo que fue, un ejemplo de cómo la disciplina puede convertir sueños improbables en realidades extraordinarias, aunque el final no haya estado a la altura de su legado.
A veces, las grandes historias no terminan como quisiéramos… pero siguen siendo grandes, y por lo menos, interesantes.
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#4 Tiempos
El Piano eléctrico: desarrollo potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Los diseños de pianos electromecánicos tuvieron su auge en 1929 y en la década de los cincuenta del siglo XX comenzaron a usarse en audiciones públicas. La historia de su desarrollo menciona los nombres de Lloyd Loar, Benjamin Meissner, Rudolph Wurlizer, Harold Rodhes y el piano Neo-Bechstein, entre los principales.
Sin embargo, el nombre de Francisco Javier Estrada no aparece en estos recuentos, a pesar de haber sido el primer reporte de un diseño de piano eléctrico a nivel mundial, como resultado de sus investigaciones en reproducción del sonido por medios eléctricos. El reporte público de Estrada se realizó el 19 de diciembre de 1878 en el periódico El Siglo XIX, donde Estrada daba cuenta de sus experimentos con una cuerda vibratoria y su transducción a señal eléctrica, mediante una membrana de tambor que amplificaba el sonido. Estrada, solo presentó su idea y diseño y la puso al servicio de los interesados a finde que pudieran materializarla y mejorarla, al no poder solventar los gastos necesarios para su construcción y la falta de servicios artesanales especializados. Estrada decidía publicar los principios y la descripción del instrumento citado, temeroso de que algún día, no muy lejano, se presentara del extranjero algún instrumento de música idéntico o semejante, o lo que era peor, alguna petición exótica de privilegio con perjuicio de los artesanos mexicanos.
Ochenta años mediaron entre la publicación del diseño de Estrada y la materialización en el extranjero de un piano eléctrico con funcionamiento electro-mecánico.
Para mayores detalles y más información pueden consultar mi artículo alojado en la dirección:
(PDF) Francisco Javier Estrada el inventor del piano eléctrico. Available from: https://www.researchgate.net/publication/396325293_Francisco_Javier_Estrada_el_inventor_del_piano_electrico.
Francisco Javier Estrada insigne científico potosino que destacó a nivel mundial en el ámbito de la física en el siglo XIX convirtiéndose en el físico más importante de México, tiene una numerosa contribución de aportes, de primicias mundiales, las cuales en su mayoría son desconocidas o adjudicadas a otros personajes.
Hemos estado realizando investigación y difusión sobre la vida y obra de este genial potosino, Francisco Javier Estrada y en esta columna del Cronopio en la Orquesta, hemos tratado algunas de esas trascendentales aportaciones.
Una de las aportaciones técnicas de Francisco Javier Estrada que no aparecen en los registros científicos históricos es la propuesta de reproducción del sonido por medios eléctricos. Su tema central de trabajo que implementó en la década de los setenta decimonónicos fue la reproducción del sonido, colocándose en la frontera del conocimiento en ese tema.
Como hemos apuntado en trabajos anteriores, muchas de sus aportaciones y primicias mundiales han quedado en el olvido y poco a poco se están rescatando para colocar en la palestra mundial el gran genio de Estrada, como el físico mexicano más importante del siglo XIX y uno de los principales a nivel mundial, cuyas glorias no se proyectaron por la idiosincrasia social del país, aunque su genio de cierta forma era reconocido en el país, aunque no lo suficiente.
Sistemas como el motor eléctrico, nuevos sistemas de telefonía y la comunicación inalámbrica son parte de sus aportaciones trascendentes que cambiaron a nuestras sociedades y cuyas aportaciones aprovechadas por otros científicos dejan de lado la aportación primaria de Estrada en la historia de la ciencia y la tecnología. Como una aplicación de sus investigaciones en electromagnetismo y reproducción del sonido, se encuentra su propuesta de un piano eléctrico, cuyos experimentos base realizó en San Luis Potosí y con los que propuso un diseño para la construcción de un piano eléctrico que transformaba las vibraciones acústicas en eléctricas con el fin de amplificar el sonido.
El piano como tal no pudo construirlo por carecer de recursos suficientes, así como problemas para abastecerse de los materiales necesarios y el apoyo de los constructores artesanos; sin embargo, publicó en medios de comunicación masiva sus propuestas con el fin de registrar su idea, sus experimentos y su diseño para la construcción del piano eléctrico y su extensión a otros instrumentos de cuerda.
Su propuesta era resultado de experimentos anteriores de Estrada con sistemas telefónicos, donde había realizado mejoras a los ya existentes, logrando construir teléfonos cuya reproducción del sonido era más clara y de mayor intensidad. Parte de esas mejoras las utilizaría en su propuesta del piano eléctrico, entre ellas los fundamentos de micrófonos de carbón y de la comunicación inalámbrica.
Los potosinos debemos estar orgullosos de Francisco Estrada y colocar su nombre como debe de ser, en la historia de la civilización.
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