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Julián Carrillo, las microtonalidades y King Gizzard & the Lizard Wizard
Un repaso de la trayectoria del gran músico potosino y su descubrimiento del Sonido 13
Por: Itzel Márquez
Julián Carrillo fue un destacado potosino que innovó la música a nivel mundial al descubrir las microtonalidades, nombradas como Sonido 13. Lo cual ha permeado hasta la actualidad no solo en artistas, sino también en la ciencia, por ello, para entender a este personaje y su legado, La Orquesta buscó a José Refugio Martínez Mendoza (Doctor Flash), físico y divulgador de la ciencia, y a José Miramontes Zapata, director de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí.
Carrillo nació el 28 de enero de 1875 en el municipio potosino de Ahualulco, fue en dos ocasiones director del Conservatorio Nacional de Música y también director de la Orquesta Sinfónica Nacional; estudió música en Europa y fue parte de la Orquesta Sinfónica de Alemania, a la par que se desempeñó como compositor. Fue en 1895 cuando en un experimento dividió el tono y de una cuerda vibrante de violín hasta lograr descomponerlo en 64 partes, con esto comenzó lo que ahora se conoce como microtonalidades.
“A partir del Siglo XX empezó a dedicarse de lleno a la teoría que llamó Sonido 13, la cual consiste en dividir la octava que, anteriormente consistía en 12 sonidos, lo separó en dieciseisavos de tono y logró tener 128 sonidos nuevos; así estableció su nueva teoría”, explicó Martínez Mendoza.
“Esto es lo que hace muy especial a Julián Carrillo, tiene que ver con escenarios artísticos y científicos; como el nodo, que es dividir la cuerda y tengo que físicamente poner un dedo o algo más fino como una navaja, la frecuencia teórica no va a corresponder a la frecuencia que se escucha experimentalmente y eso le llamaba las leyes del nodo él hace las rectificaciones”, agregó el físico.
Doctor Flash recomendó “13 conceptos del Sonido 13”, una serie compuesta por 22 programas en Youtube, en donde diferentes músicos, filósofos e investigadores hablan acerca de la obra de Julián Carrillo.
Por último, Refugio Martínez mencionó que recientemente, algunos músicos han retomado las aportaciones de Julián Carrillo, entre ellos: una cantante soprano originaria de Nuevo León, quien trabaja con las obras corales del músico, así como Los Xenarmónicos y el grupo australiano King Gizzard & the Lizard Wizard.
Sobre King Gizzard & the Lizard Wizard, quienes podrían ser considerados los herederos más exóticos del trabajo de Julián Carrillo: se formaron en 2010 en Melbourne, actualmente llevan 17 discos en once años, su estilo se define como una mezcla entre rock psicodélico, sonidos de rock progresivo, heavy metal, folk y jazz, todo mezclado con música surf y garaje, en donde se pueden percibir los microtonos juliancarrillescos, sobre todo en su disco Flying Microtonal Banana (Explorations into Microtonal Tuning) (2017).
Por su parte, José Miramontes Zapata dijo que Julián Carrillo fue un personaje muy especial por su capacidad creativa musical desde temprana edad, así como su deseo de estudiar, aprender y experimentar, lo que lo llevó a descubrir el micro interválico Sonido 13.
El director de la Orquesta puso como ejemplo de su genio “Matilde”, la ópera de Carrillo estrenada hace 11 años, pero compuesta para conmemorar el centenario de la independencia “Porfirio Díaz pidió crear seis óperas sobre temas nacionales; Julián Carrillo logró hacer “Matilde”, la cual no se estrenó por diferentes causas, entre ellas motivos burocráticos y la situación del país en ese momento”.
En el campo experimental, Julián Carrillo contribuyó con micro intérvalos, que son distancias sonoras más cortas que los que se usaban en la música, a raíz de que Matilde no se estrenó y se dedicó a la experimentación, con lo cual obtuvo un reconocimiento internacional; de tal forma que Stokowski le solicitaba a Carrillo obras musicales en sonido 13.
“No fue el primero en usar microtonalidades, en Norteamérica ya se había utilizado, el mérito de Julián Carrillo radica en que teorizó y estableció las bases con solidez, además de que experimentó con instrumentos”, recalcó Miramontes.
Sin embargo, las microtonalidades han sido utilizadas desde tiempos remotos en la música asiática; pero en el siglo XX fue cuando el músico checo Alois Hába introdujo esta innovación en sus composiciones y el norteamericano Harry Partch también trabajó con microtonos.
Finalmente, en cuanto al reconocimiento que ha tenido el músico en el estado y el país, Miramontes dijo: “a pesar de que hace falta reconocimiento a nivel nacional, la Orquesta Sinfónica ha contribuido en gran medida; además del esfuerzo que se ha hecho en el Centro Julián Carrillo y el rescate de su material orquestal tanto el escrito de forma tradicional, como el que está en sonido 13 y el estreno de la ópera Matilde”.
Los restos del destacado músico descansan desde el nueve de septiembre de 1965 en la Rotonda de las Personas Ilustras en el Panteón de Dolores.
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Ciudad
Saldo blanco en Villa de Pozos en festejos de 12 de diciembre
La coordinación entre Guardia Civil Municipal y Protección Civil garantizó actividades y celebraciones religiosas en orden
Como parte de la vigilancia implementada durante las celebraciones del 12 de diciembre, el Gobierno Municipal de Villa de Pozos, a través de la Guardia Civil Municipal y la Dirección de Protección Civil, reportó saldo blanco gracias a los operativos preventivos y de supervisión desplegados en diversas zonas de la localidad, con el objetivo de salvaguardar la integridad de la ciudadanía.
La Dirección de Policía Vial de la Guardia Civil Municipal informó que, durante los recorridos de vigilancia, únicamente se desactivaron dos bailes callejeros, uno ubicado en las calles Ciriaco Cruz y Benito Juárez y otro en la calle 32 en la colonia Prados de San Vicente Segunda Sección, acciones que se llevaron a cabo de manera ordenada y sin incidentes.
Por su parte, la Dirección de Protección Civil destacó que, gracias a la presencia permanente de los elementos en templos y zonas de alta afluencia, así como a la pronta capacidad de respuesta, las celebraciones religiosas se desarrollaron con normalidad, en un ambiente de orden y sin riesgos para las y los asistentes.
El Gobierno Municipal de Villa de Pozos resaltó que la coordinación interinstitucional fue fundamental para garantizar la seguridad durante esta fecha de gran relevancia, al permitir que habitantes y visitantes celebraran el 12 de diciembre de manera tranquila y segura, siempre comprometidos con la prevención y el bienestar de la población.
Ayuntamiento de SLP
Demanada contra el Ayuntamiento asciende a 300 mdp por caso RICH
Galindo señaló que tras el accidente, el municipio actuó de inmediato sancionando al responsable del evento e inhabilitó a los organizadores
Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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