mayo 31, 2025

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#4 Tiempos

Festín de palabras | Columna de Juan Jesús Priego

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Letras minúsculas

Sucede en un relato de Rad Bradbury (1920-2012), el famoso escritor de ciencia ficción. Un hombre confiesa en rueda de prensa haber inventado una máquina del tiempo (a la que ha puesto el extraño nombre de Convector Toynbee) desde la cual ha podido atisbar ciertas cosas del futuro. «Ah, ¿y qué es lo que ha visto usted, precisamente?», le preguntan ansiosos los reporteros. Y el visionario, adoptando una pose de indiscutible superioridad, les responde así: «El futuro es nuestro. Reedificamos las ciudades, reconstruimos los pueblos, saneamos los lagos y los ríos, purificamos el aire, salvamos los delfines, aumentamos el número de las ballenas, detuvimos las guerras, curamos el cáncer y derrotamos a la muerte. Lo conseguimos. Gracias a Dios, lo conseguimos. El futuro es brillante. ¡Que se alcen las bellas espiras!».

Los que escuchaban en sus casas aquellas declaraciones a través de la radio o de la televisión se frotaban las manos en señal de regocijo. «¡Así que todas estas cosas bellas nos depara el futuro!», gemía el mundo entero desde sus asientos. Una oleada de felicidad recorrió el planeta de Norte a Sur y de Este a Oeste; los dedos se posaban sobre los controles remotos con precaución para impedir que movimientos de mano demasiado bruscos los privaran de aquel suculento festín de palabras.

Pero cuando los reporteros habían guardado sus cámaras en sus estuches, se habían ido y no lo escuchaba más que el único periodista que le había inspirado alguna confianza, el visionario dejó de sonreír. La mueca de satisfacción desapareció de su rostro para dar lugar a un gesto de dolor. «¡Pamplinas! –dijo al reportero en alta voz, confiándole su secreto-. No es verdad que yo haya viajado por el tiempo. ¿Cómo podría hacerlo? El Convector Toynbee es sólo una alucinación mía fruto de la lectura de un libro de H.G. Wells. Pero si he dicho lo que dije, ha sido por una razón: en todos lados veía y olía la duda. En todos lados aprendía lo que era la destrucción. En todos lados había desesperanza, cinismo, escepticismo o nihilismo. La realidad económica era un infierno y el mundo una letrina. El estado de ánimo habitual era la melancolía. La gente se acostaba a las once de la noche con malas noticias, para levantarse a las siete a enfrentar noticias peores»…

¿Así que nada de aquello era verdad? ¡Claro, ya se veía! El hombre había hablado del futuro como se habla de una manzana que cae de un árbol cuando está madura, como una gota de agua que se desprende de la nube, y el futuro no cae ni se desprende: se construye, se proyecta; es una tarea más que un don.

El periodista sintió unas ganas enormes de ahorcar a aquel hombre que no sólo rompió su esperanza, sino también las ilusiones de millones de hombres y mujeres que esa noche dormirían tranquilos, sí, pero engañados. No obstante, en vez de ahorcarlo prefirió marcharse en silencio. En el camino, mientras regresaba a las oficinas del diario para el que trabajaba, sintió que la mochila le pesaba más que antes sobre sus espaldas. Había cometido el error de haber creído.  

Sí, el error de haber creído. Porque de nada sirve decir que en el siglo XXI no habrá guerras si al mismo tiempo no cultivamos las actitudes que hacen posible la paz; de nada sirve prometer que venceremos la muerte si no tomamos en serio el mandamiento que dice: «¡No matarás!» (

Éxodo 20,13).

Tenía razón Simone de Beauvoir (1908-1986) cuando escribió al principio de Pirrus et Cineas, uno de sus ensayos más breves y bellos: «Lo que se edifica sin mí, no es mío. Es mío sólo aquello en lo que reconozco mi ser, y no puedo reconocerlo sino allí donde éste se halla comprometido… Cuando los discípulos le preguntaron a Cristo: “¿Quién es mi prójimo?”, Cristo no respondió con una enumeración, sino contando la historia del buen samaritano. El prójimo del hombre abandonado en el camino fue el que lo cubrió con su manto y corrió en su ayuda. No se es prójimo de nadie, se hace uno prójimo mediante un acto… Soy prójimo en la medida en que me hago prójimo, así como este jardín es mío sólo en la medida en que lo cultivo».

El prójimo no es todavía mi prójimo sino hasta cuando hago míos sus padecimientos. «Aquel niño no es mi hermano –sigue diciendo la novelista filósofa-, pero si lloro por sus desgracias ya no es para mí un extraño. Son mis lágrimas las que deciden. Nada se decide sin mí. Los chinos son mis hermanos desde el momento en que lloro por sus desgracias».

¿Me dices que en el futuro ya no habrá hambre? Dime, mejor, que podría no haberla y te creería. Pero mientras haya quien acapare la comida, la concentre en sus bodegas y deje morir a los que no puedan pagársela, hambre seguirá habiendo hasta el final de los tiempos. ¿Me dices, asimismo, que no habrá más guerras? No lo creeré sino hasta que me digas también que por un acuerdo tácito, universal, los hombres han decidido, por fin, poner en práctica aquello que dice: «Amen a sus enemigos, oren por aquellos que los odian y difaman» (Mateo 5, 44). Si me dijeras esto, entonces tu pronóstico sería creíble. El adivino y la astróloga podrán augurarnos el futuro más feliz o más prometedor, pero lo harán únicamente para darnos ánimos y ganarse unos pesos. Podrán, incluso, decirnos lo que quieran, pero se equivocarán siempre, pues el futuro no está allí como un texto misterioso que hay que descifrar, sino como un libro que es preciso escribir. El futuro es nuestro sólo si cultivamos. Nada se decide sin nosotros.

Una vez, en el interior de la Catedral de Hipona, resonaron estas palabras dichas por San Agustín, obispo por entonces de aquel lugar: «Como son los hombres, así son los tiempos». El futuro será bueno sólo si nosotros lo somos también.

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#4 Tiempos

Se acabó el Clausura 2025 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Llegó a su fin el torneo de la Liga MX con un nuevo campeón, el Toluca destronó al América y se sienta en la cima. Ahora es momento de hacer cuentas, de esas que sirven para alimentar la estadística.

En total, en el Clausura 2025, se jugaron 170 partidos: 153 de temporada regular y 17 de liguilla.

En la jornada 9 se dio el resultado más abultado del campeonato, un 5-0 que le propinó Toluca a Querétaro en la bombonera. En contraparte, 12 partidos terminaron con un empate a 0, incluyendo el partido de ida de la final entre América y Toluca.

El equipo más goleador fue Toluca, con 51 tantos entre torneo regular y liguilla, a diferencia de Querétaro que fue el que menos anotó con tan solo 10 en toda la fase regular.

Algunos de los récords que se rompieron en este Clausura 2025 destacan al Toluca anotando 5 goles en dos partidos, primero ante Querétaro en la jornada 9 y después frente a Necaxa en la jornada 11.

Jhon Kennedy de Pachuca logró anotar en cuatro partidos consecutivos en casa, alcanzando a Edwin Cardona en 2019.

Atlas logró una remontada 4-3 después de ir perdiendo 0-3 ante Tijuana, algo que igualó a América en 2016 ante Cruz Azul, por cierto, este partido entre Atlas y Tijuana fue uno de los dos con más anotaciones del torneo.

Para cerrar con los números, el promedio de asistencia a los partidos fue de 23,783, mientras que la mejor asistencia fue el partido entre Monterrey y San Luis, en la jornada 8, con 50,023 aficionados, esto gracias a la expectativa del debut de Sergio Ramos. Del otro lado, el partido con menos asistentes fue el Pumas vs Mazatlán con tan solo 8,845 espectadores, esto provocado por jugar al mismo tiempo que se llevaba a cabo el Super Bowl 59.

Por último, en temas financieros, se presume que el campeón del futbol mexicano recibe aproximadamente 78 millones de pesos más la clasificación a la Copa de campeones de Concacaf y un considerable aumento en los bonos de patrocinadores tanto propios como de la liga.

Se fue un torneo, y aunque todavía quedan por lo menos dos partidos más que interesan a los aficionados locales (Cruz Azul vs Vancouver y América vs LAFC), la liga llegó a su fin y por ahora vivimos la emoción del futbol de estufa, hagan sus apuestas y esperemos que el próximo torneo vuelva a emocionar.

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#4 Tiempos

Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Braulio Gutiérrez Medina es un investigador del Instituto Potosino de Ciencia y Tecnología, IPICyT, que realiza trabajo de investigación en biofísica, biomateriales bionanotecnología, siendo especialista en técnicas de Microscopia óptica, que incluyen herramientas de pinzas ópticas y fluorescencia.

Sobre estos temas estará participando con una plática en La Ciencia en el Bar que ha titulado, La Micrometría y la Paz del Espíritu; sugerente título que nos remite a asuntos de medición en sistemas biológicos los cuales tienen tamaños micrométricos y nanométricos y en los que se requiere para su estudio de mediciones de microscopía con luz para muy pequeños tamaños.

La charla se llevará a cabo el jueves 29 de mayo a las ocho de la tarde noche en La Cervecería San Luis, ubicada en la Calzada de Guadalupe número 326, con entrada libre. La charla forma parte del ciclo treinta y nueve de esta serie que corresponde a diecinueve años de actividades. La Ciencia en el Bar es un programa pionero en el país y ha sido replicado en varias partes del país, generando escenarios de interacción entre la comunidad científica nacional y el gran público.

Este jueves, es una buena oportunidad para escuchar al Dr. Braulio Gutiérrez y conocer parte de su trabajo de investigación que realiza en el IPICyT. El Dr. Braulio Gutiérrez es un físico egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1997 y realizó sus estudios de doctorado en Física en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos en 2004 y un Posdoctorado en Biofísica en la Universidad de Stanford en 2009. Ha recibido los premios Jorge Lomnitz Adler 2018 del Instituto de Física-UNAM y Academia Mexicana de Ciencias en el 2018, y el premio George E. Brown, Jr. UC MEXUS en 2010. Cuenta con un par de patentes, entre ellas método para obtener imágenes tridimensionales usando un microscopio de campo brillante otorgado en 2021.

Con la técnica de pinzas ópticas que ha desarrollado el Dr. Braulio Gutiérrez, ha logrado entender un poco más el funcionamiento de pequeñas proteínas de las células, llamadas motores moleculares, que funcionan como mensajeros al interior de la célula.

En una entrevista que concedió el Dr. Gutiérrez detalló el desarrollo de sus pinzas ópticas: “Construimos un instrumento de pinzas ópticas, que se basa en un microscopio óptico con el cual podemos observar muestras biológicas y micropartículas. Un microscopio óptico utiliza lentes para formar una imagen amplificada de la muestra de interés. La lente más importante del microscopio es el objetivo que se encuentra inmediato a la muestra. Al microscopio le acoplamos un haz láser que hacemos pasar a través del lente objetivo, con lo cual logramos tener el láser enfocado sobre la muestra. Este láser es el que captura y manipula nano-objetos como las proteínas llamadas cinesinas”.

Por lo regular las charlas de La Ciencia en el Bar se realizan en día miércoles, en esta ocasión se realizará el jueves que es día 29 de mayo. Los esperamos este jueves a las ocho de la noche en La Cervecería San Luis y disfrutar la charla del Dr. Braulio Gutiérrez sobre Micrometría y la Paz del Espíritu.

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#4 Tiempos

Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?

¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!

Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?

Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.

Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».

¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…

El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.

Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:
-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.

Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.

El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.

Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!

Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.

«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!

Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».

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Opinión

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