#4 Tiempos
El remake de Elm Street es peor de lo que imaginaba | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
Este año, por alguna razón, decidí que estaría divertido ver toda la saga de A Nightmare On Elm Street. Principalmente para poder decir que ya la vi, pero también porque la idea de una especie de demonio asesino serial que solo te puede atacar en los sueños es algo que tiene un montón de potencial. Sin embargo, incluso antes de empezar a ver la primera película de la serie, la original de 1984, siempre supe que el viaje terminaría con el remake de la misma de 2010.
De entrada, no me emocionaba en absoluto debido a la cantidad inhumana de críticas que leí sobre ella desde su estreno. Pero, por otra parte, tenía la esperanza de que, quizá, solo quizá, estuviera así, nada más como OK, siendo un esfuerzo cutre de personas que no estaban muy seguras de que hacían, pero que a fin de cuentas nos regalaban algo entretenido.
Sí… no.
Esta película hace todo mal, sin esfuerzo alguno, como si hubieran decidido hacer la versión más de huevísima y sin alma de Freddy Krueger con la única intención de hacernos perder el tiempo (y ganar dinero en taquilla simplemente gracias al reconocimiento de marca). Porque una cosa es hacer una versión actualizada y al menos intentar algo nuevo, y otra cosa es este intento tan desganado que parece diseñado para desencantar hasta al fan menos leas de la franquicia. Así que, si alguna vez se han preguntado cómo es ver destrozada la esencia de un personaje icónico, pónganse cómodos. Vamos a analizar esta “joyita” de remake.
Aclaremos algo antes: yo no tengo absolutamente nada en contra de los remakes. De hecho, soy el primero en aplaudir cuando un equipo creativo se atreve a tomar una historia clásica y la adapta a los tiempos modernos, o le da un giro interesante. Les doy un ejemplo: la versión de Halloween de Rob Zombie me gusta porque intentó algo diferente. En lugar de enfocarse en Laurie, como la original, se centró en Michael, explorando su historia de una manera diferente. No se limitaron nada más a grabar los mismos beats en el mismo orden con cámaras HD de la época para que todo se viera bonito y contemporáneo para que la gente dijera “¡Oh, Dios, eso fue TAN genial!” solo porque ya no se ve setentera la imagen. Había esfuerzo, y aunque la original sigue siendo superior, la intención y el trabajo real se notaban.
Pero este remake de Elm Street está en el otro extremo. Horrible, horrible basura. No hay manera de decirlo sin parecer exagerado, porque, sinceramente, es tan malo que le hace a uno pensar que, tal vez, el cine hecho por IAs existe desde hace 14 años.
Para empezar, no tengo idea de qué querían lograr. Este remake no moderniza nada, no aporta una trama alternativa, ni siquiera intenta hacer algo interesante, como lo hizo Evil Dead en 2013, que logró reinventarse y, al mismo tiempo, entregarnos una secuela secreta dentro del remake. En este bodrio no hay absolutamente nada de eso. Solo es la misma historia, contada de la manera más aburrida posible y ya. Como si simplemente hubieran seguido la receta, pero con ingredientes que ya llevaban unos años caducados.
La saga Elm Street es grandiosa porque permite que los creadores jueguen con la lógica de los sueños. No hay límites para lo que podrías mostrar en estas películas (presupuesto aparte, claro), y puedes hacer cosas súper locas en pantalla, jugando con lo oscuro, lo imaginativo y lo retorcido. La magia de Elm Street radica precisamente en eso: te adentras en un universo donde cualquier cosa puede pasar, y donde ni siquiera tiene que tener sentido real, siempre y cuando encuentres alguna forma de hilar todo para un clímax satisfactorio. Y, es verdad que no todas las secuelas de Elm Street lo logran pero se nota la intención de querer intentarlo en la mayoría. O sea, sí parece que estaban intentando algo.
Entonces, ¿qué hicieron con el remake? Tomaron esa magia y la metieron en una lata genérica, de esas de terror desechable de los años 2010, donde podrían haber puesto literalmente cualquier otro villano de otra franquicia y habría dado lo mismo. No hay nada que haga sentir que esta historia solo podría haber pasado en 2009. Lo único “moderno” que lograron fue que los personajes buscan cosas en Google. Una vez. ¿Eso es todo lo que encontraron como diferencia entre 1984 y 2009? ¿En serio?
Y ni hablemos de los personajes. Todos, especialmente Freddy, son exasperantemente aburridos y genéricos. Hasta el tipo que sale en Jennifer’s Body –y que, básicamente, está haciendo el mismo papel aquí, solo que “más cool”– es un fastidio de ver. ¡Pero Freddy! Ese es el golpe bajo. Freddy Krueger, el villano de los sueños, el monstruo que puede adoptar cualquier forma y manipular la realidad, es un aburrimiento total. No es amenazante, no es aterrador, no es creativo… y ni siquiera es divertido. Freddy es el corazón de Elm Street, el personaje que define la franquicia. Y en este remake, no tiene nada de lo que lo hace memorable. Es una versión genérica y sin chispa. Tan de hueva está la existencia de Freddy aquí que, al querer hacerlo más “realista” y ponerle una cara que sí pareciera de víctima quemada hasta morir… LE QUITARON SU CAPACIDAD DE MOSTRAR EMOCIONES.
Entonces, tenemos una película, donde el malo es un muñeco de plástico casi inamovible, como los de los luchadores que se compran en los tianguis, riéndose como villano genérico de anime de los 90’s y diciendo frases todas cutres como si fueran terroríficas. O sea, el miedo del cast no es encontrarse con Freddy, es enterarse que están en este remake todo desabrido.
Y miren, de verdad intenté darle una oportunidad. Quise verla sin comparar cada escena con la original, quise decir “bueno, veámosla como su propia cosa”. Pero es imposible, especialmente cuando intentan recrear (y de forma terrible, debo añadir) todas las escenas geniales e icónicas de la original. Cada “referencia” a la película de 1984 es un recordatorio de lo superior que es la original. Pero hay una en particular que me hirvió la sangre: la escena de Freddy atravesando la pared de la habitación. En la original es un efecto práctico tan memorable que lo usaron en todos los tráileres y algunos pósters. Está chévere. Aquí quisieron rehacerlo con CGI. Y, miren, la verdad es que ese CGI no es que haya envejecido mal… ya era horrible en su momento. Esa escena se vería culera en 2024 y se vería culera en 2010.
Y ahí está el problema de este remake: parece hecho sin ningún respeto o comprensión por lo que hizo de Elm Street una franquicia icónica. No hay ninguna intención de explorar nuevos temas, de expandir el universo de Freddy o de ofrecer algo innovador para las nuevas generaciones. Simplemente tomaron la fórmula y la hicieron menos interesante. Este remake es lo lo más predecible y aburrido que podrían haber hecho con una franquicia tan rica en posibilidades.
Si lo que querían era atraer a las nuevas generaciones, lo único que lograron fue hacer que se pregunten por qué Freddy Krueger fue tan importante alguna vez. Y eso es lo peor que un remake puede hacer: hacer que el público sienta que la historia original nunca tuvo valor.
Pero, bueno, si algo de positivo tiene esta película es que, por lo menos, no es tan espantosa como A Nightmare On Elm Street 5: The Dream Child.
Aunque, también, está bien cabrón ser peor que Dream Child.
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#4 Tiempos
La incansable divulgadora del conocimiento, Ikram Antaki | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace cincuenta años llegaba a México una siria recién graduada de doctora en etnología en la Universidad de París VII, y fincaría su actividad profesional en este país nacionalizándose mexicana y realizando diversas actividades relacionadas con su área de interés convirtiéndose en una de las intelectuales mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX en México; Ikram Antaki que había nacido en Damasco en 1947 en el seno de una familia de juristas y humanistas.
Su madre estudió la literatura rusa del siglo XIX y su abuelo que fuera el último gobernador de Antioquía, salvó a miles de armenios del exterminio en 1915, durante el asedio otomano. En 1969 viajó a Europa y siguiendo la vena familiar estudiaría literatura comparada, antropología social y el doctorado en etnología del mundo árabe.
En 1975 abandonó Francia para venir a México; Antaki narra su decisión que tomó abriendo un compás sobre el mapamundi y, siguiendo una línea horizontal imaginaría paralela al Ecuador, determinó que México era el país más lejano a Siria, “era el fin del mundo” un lugar que ella quería conocer. Al poco tiempo nacería su hijo y formaba así una familia mexicana e iniciaba su intenso trabajo intelectual.
Ikram se dedicaría a la docencia, el ensayo, el periodismo y la radio, convirtiéndose en una de las más importantes divulgadoras del conocimiento, encajando de manera natural en la vieja tradición mexicana en divulgación de la ciencia, donde caben de manera conjunta todas las disciplinas y que inciden en el ámbito cultural.
Escribió alrededor de veintinueve libros y agradecía a sus lectores “el deseo de saber”. Libros que proyectó su creación desde los ocho años y que guiarían sus intensas lecturas de obras literarias y de ensayo. Dejó en borrador muchos otros escritos de sus ambiciosos proyectos de divulgación.
Ikram Antaki, se definía a si misma: “Ahora me proclamo, de manera un poco simple, conservadora, aunque de hecho no es exactamente así; en la práctica sigo la frase de Averroes: ‘sean renovadores en todo lo que se refiere a la ciencia y el pensamiento, sean conservadores en lo que se refiere a los asuntos de los hombres’”.
Al morir en la Ciudad de México en el año 2000, Ikram Antaki estaba completamente dedicada a cumplir con la meta más ambiciosa de su vida: “He descubierto, en este país, que soy un ‘buen maestro’, no solo ‘un buen escritor’, alguien que sabe algunas cosas y que no las quiere guardar, sino compartir”.
Además de la escritura, a la que considera resguardadora de la memoria ante la memoria de la información mediática que es frágil, tuvo un importante papel en medios audiovisuales colaborando en los canales oficiales, once y trece , y en numerosos programas de radio y conduciendo los propios, como fueron los célebres: el Banquete de Platón y el Ágora.
Los interesados en adentrarse al mundo de la divulgación científica, sobre todo cuando no existen instituciones formadoras para ello, pueden recurrir a las obras de Ikram Antaki y aleccionarse con sus narrativas llenas de información y basadas en el pensamiento crítico, como trabajos de síntesis del pensamiento y que traspasan los campos de la especialidad uniendo de manera natural la ciencia y el humanismo y su responsabilidad con la sociedad.
Su programa El Banquete de Platón, ha sido base de varios de sus escritos donde recoge lo tratado en el programa. En especial el libro, mas que recomendado, que lleva como título, simplemente: Ciencia, editado por Penguin en su colección De Bolsillo, no puede faltar en la lectura de quienes se interesan por el pensamiento y conocimiento desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad.
Escrito en forma rigurosa y fácilmente asimilable, ayuda al lector a tener una idea rápida y actualizada de la naturaleza humana, el origen de las lenguas, las razas, el racismo, la inteligencia, la genética, el principio del universo, el tiempo, el cerebro y la descorazonada aventura de la modernidad científica que venció el oscurantismo.
Como le decía Ikram Antaki: “El merito de su parte (refiriéndose al lector), está en el hermoso y agradecible deseo de saber. El mérito, de mi parte, está, en la tentativa de síntesis”.
Recordamos así a una extraordinaria mujer que tomó a México como su casa y que contribuyó a la educación del pueblo con base en la divulgación y educación no formal, a través de sus libros y programas audiovisuales, convirtiéndose en una importante divulgadora del conocimiento en México.
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#4 Tiempos
Buscad el alfiler | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
-¡Qué hombre tan amargado! –exclamó una vez una dama de cierta edad señalando con el dedo, desde la distancia, a un compañero al que yo estimaba mucho-. ¿Qué traumas habrá sufrido en su infancia para haber perdido de tal manera el gusto por vivir?
¡Los traumas de la infancia! Sí, he oído hablar de ellos, pero no me convencen ni mucho ni poco. ¿Por qué debemos ir hasta la infancia de un hombre para explicarnos su mal humor de hoy? ¿Y si la infancia, por lo menos en el caso de este conocido mío, no tuviera nada que ver? ¡Ir tan lejos cuando la causa podría estar tan cerca!
Pero yo conocía la razón de ese permanente mal humor, de esa amargura: este amigo sufría a causa de su jefe, un déspota que trataba a sus subordinados como le daba la gana. ¡Ya sólo faltaba que les exigiera a todos bolearle los zapatos! Además, el ambiente de trabajo era, en aquella oficina, atroz y deprimente: allí todos envidiaban a todos y se ponían zancadillas los unos a los otros por el puro placer de ver cómo caían de la gracia de su superior, para observar cómo se despeñaban y se rompían la cabeza. Cada día de trabajo transcurría casi siempre entre gritos, susurros y rumores, y, por lo que he podido saber, nadie estaba seguro –ni lo está todavía hoy- de que mañana seguiría conservando el puesto que ocupaba apenas el mes pasado. Ahora bien, ¿quién no va a amargarse en un ambiente rancio como éste?
Yo conocía pormenorizadamente esta triste historia. Por eso me reí en silencio de las suposiciones de aquella señora que, por haber tomado un curso relámpago de psicología, ahora me hablaba de traumas infantiles y actos fallidos.
Sí, los humanos somos muy propensos a generalizar y elaborar hondas teorías que se vienen abajo justo en el momento en que comprendemos que las cosas no eran como pensábamos. De esta manía elucubradora se burló Alain (1868-1951), el filósofo francés, al escribir así en uno de sus Propos sur le bonheur: «Cuando un bebé llora sin consuelo, la nodriza suele hacer las más ingeniosas suposiciones respecto a este joven carácter y a lo que le gusta o le disgusta; invocando incluso a la herencia, ya reconoce al padre en el hijo. Estos ensayos de psicología se prolongan hasta el momento en que la nodriza descubre el alfiler, causa efectiva y real del llanto».
¡Ah, era eso! ¡Había un alfiler entre los pañales! Y pensar que la nodriza ya empezaba a sospechar ciertas cosas…
El hombre, según se ha dicho aquí y allá, es un filósofo que se ignora a sí mismo. Yo de esto nada sé. Lo que sí sé, en cambio, es que muchas veces, en lugar de buscar el alfiler, se pone a concebir graves y hondas teorías cuyo fundamento, para decirlo ya, es más que dudoso.
Una vez se quejaba conmigo un dentista diciéndome:
-¿Por qué la gente ya casi no me busca para arreglarse los dientes? Las nuevas generaciones son muy descuidadas. ¡En qué tiempos tan tristes nos han tocado vivir!, etcétera.
Pero no; por lo menos aquí no se trataba de los tiempos: era que este dentista tenía fama de trabajar sin anestesia –para ahorrarse un dinerito-, y la verdad es que sus pacientes lo que menos querían en su consultorio era ponerse a practicar el estoicismo.
El 4 de julio de 1765, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) estaba quitadísimo de la pena leyendo un libro al pie de una ventana cuando de pronto… Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que le pasó aquella vez: «Leía, cuando, de pronto, la mano que sostenía el libro se movió imperceptiblemente y esto hizo que recibiera menos luz. Entonces pensé que una nube espesa debía estar pasando de frente al sol y todo me pareció más oscuro, por más que no había perdido nada de luz». Y concluye el pensador alemán: «Con frecuencia sacamos nuestras conclusiones de esta forma: buscamos en la lejanía causas que muchas veces están junto a nosotros». «¡Oh! –hubiese exclamado otro que no fuera él-. El cielo se está nublando. Acaso llueva toda la tarde. ¡Y maldita la gana que tengo de que llueva esta tarde!». Pero no, el cielo no se nublaba: era el ángulo de su cabeza lo que había variado, produciendo en la página del libro una sombra que en el cielo no existía.
Yo me entretenía recordando estas palabras mientras aquella señora se quejaba de mi amigo. ¿Y por qué había que ir tan lejos -¡nada menos que hasta los traumas infantiles!- para buscar las causas de su amargura, puesto que éstas estaban casi al alcance de la mano? ¡Era el ambiente en el que se movía el que lo sacaba de sus casillas y lo ponía de mal humor! De modo que, una vez aireado ese ambiente, ¡adiós traumas infantiles!
Además, convendría no olvidar la lección que las semillas nos imparten todos los días. ¿Qué lección? Ésta: que no es posible crecer y desarrollarse en cualquier terreno. Una semilla de arroz, por ejemplo, jamás crecerá en el desierto, ni una semilla de mostaza en el frío de la tundra. Cada semilla, para crecer, necesita estar, por decirlo así, en su ambiente.
«Hay que florecer donde Dios nos ha plantado», dice una frase que aceptamos sólo por el hecho de que Dios es un buen sembrador que no se equivoca nunca, aunque por lo demás bien podría ser cursi y hasta falsa. ¡Un grano de trigo, por más que quiera hacerlo, jamás dará nada de sí si es sembrada en los hielos polares!
Y bien, tal es lo que había sucedido con mi amigo: que sencillamente no estaba en su elemento. ¿Y cómo, entonces, iba a crecer y a desarrollarse? «La impaciencia de un hombre –vuelve a decir Alain- tiene a veces por causa el haber estado mucho tiempo de pie; en vez de razonar contra su mal humor, ofrecedle un asiento… No, no digáis nunca que los hombres son malos; no digáis jamás que tienen tal carácter. Buscad el alfiler».
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#4 Tiempos
¿Y si un día dicen que ya no hay abortos… porque los escondieron todos? | Columna de Ana G Silva
CORREDOR HUMANITARIO
Imaginemos que dentro de unos años, alguien desde el poder diga: “En San Luis Potosí ya ni se practican abortos, ¿para qué mantenerlo legal?” Esa frase, tan simplona como peligrosa, podría ser suficiente para justificar que se dé marcha atrás a un derecho conquistado a pulso. Y lo más grave es que, si revisamos los datos oficiales, el argumento ya estaría servido.
Porque según los Servicios de Salud del Estado, desde que se despenalizó el aborto hasta las 12 semanas de gestación, 132 mujeres han interrumpido su embarazo en San Luis Potosí. Pero —y aquí está la trampa— ninguna lo hizo por decisión propia. De acuerdo con las cifras, las 132 interrupciones fueron por motivos médicos. Cero voluntarias. Cero por libre elección.
Entonces, ¿qué nos están diciendo? ¿Que en todo un estado, con más de dos millones de mujeres, ni una sola decidió interrumpir su embarazo de forma voluntaria? ¿O que los hospitales y las instituciones están borrando esos datos, diluyéndolos entre diagnósticos clínicos para esconder una realidad incómoda?
Hace un año, San Luis Potosí celebraba lo que parecía un triunfo de la razón sobre el prejuicio: la despenalización del aborto. Hoy, ese avance empieza a parecerse a una mentira institucional. Porque si las cifras se maquillan, si la objeción de conciencia se convierte en excusa y si las mujeres siguen siendo rechazadas en hospitales, entonces el derecho a decidir se está convirtiendo en una simulación.
De los 107 puestos médicos en hospitales habilitados para practicar la ILE, uno de cada tres profesionales es objetor de conciencia. En Ciudad Valles, por ejemplo, 10 de 17 médicos y enfermeros se niegan a realizar el procedimiento. ¿Y qué pasa con las mujeres que viven en la Huasteca o en el Altiplano, donde no hay alternativas cercanas? ¿Qué pasa si una mujer llega al hospital de Valles, con doce semanas cumplidas, y le dicen que nadie puede atenderla porque todos son objetores ? Lo que pasa es que su derecho desaparece.
La colectiva ILE San Luis Potosí ha documentado estos casos, las negativas, la opacidad y la simulación. Han sido ellas —y muchas otras colectivas— quienes han tenido que acompañar a mujeres que, en teoría, ya no deberían estar suplicando por un derecho reconocido por la ley.
Y entonces hay que decirlo con claridad: un derecho que no se garantiza, es un derecho abolido en silencio. La resistencia institucional existe, y es tan sutil como efectiva: se disfraza de papeleo, de moral médica, de estadísticas convenientes. Pero su consecuencia es brutal: mujeres obligadas a continuar embarazos que no desean, porque el Estado decide mirar hacia otro lado.
San Luis Potosí tiene una ley que reconoce el derecho a decidir, pero no una estructura que lo haga realidad. Y si las autoridades siguen escondiendo las decisiones de las mujeres tras diagnósticos médicos, no solo están borrando datos: están borrando voces.
A un año de la despenalización, el aborto en San Luis Potosí sigue siendo un privilegio y no una garantía. Y si no se exige transparencia y acceso real, pronto podrían decirnos —con una sonrisa burocrática— que aquí ya nadie aborta. Y entonces, el silencio sería la excusa perfecta para volver atrás.
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