abril 24, 2025

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#4 Tiempos

“Crónicas de la América profunda”: un libro para comprender a la clase trabajadora de derecha | Columna de Edén Ulises Martínez

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Funambulista

 

“Así es Estados Unidos, un paraíso en el que la codicia recibe el nombre de iniciativa y es considerada una virtud. ¿Acaso estos ciudadanos exitosos e incultos le sirven de algo a la sociedad? No. Le sirven de mucho a la economía, que para ellos, hombres pujantes y llenos de iniciativa, viene a ser lo mismo que la sociedad.”

—Joe Bageant

Para Joe, quien pasó sus últimos días en Ajijic, Chapala, en el 2011.

 

La vida llevó al más grande cronista de la White America, irónicamente, a morir en México.

Joe Bageant fue un periodista de Winchester, Virginia, ciudad que él mismo describe como la “más sureña del norte”, una localidad industrializada de mayoría blanca, con raíces históricas y étnicas en los escoceses-irlandeses del Ulster, esa raza que se convertiría en el carbón humano del sueño americano y de sus ideales belicosos y nacionalistas. Bageant, gordinflón, de cara redonda y pálida, publicó en el 2007 su crónica casi biográfica Deer Hunting With Jesus: Dispatches From America’s Class War, traducida al español como Crónicas de la América profunda (Editorial Lince), un recorrido por su ciudad natal y sus recuerdos de la infancia, que desnuda con “brutalidad y ternura” a esa parte de los Estados Unidos que carece del glamour y los reflectores de Los Ángeles o de Nueva York, esa parte de la sociedad estadounidense que se esconde bajo la alfombra, entre el polvo, la grasa y la mugre, y que consume su tiempo entre carreras de NASCAR y cervezas Bud-Light: la clase baja blanca trabajadora.

En el libro, Joe, quién logró escapar de su predestinado futuro como operador de maquinaria en Rubbermaid o cajero de Home Depot para convertirse en periodista y editor, regresa a los barrios de caravanas móviles de Winchester, en parte por nostalgia pero también porque se ha dado cuenta de que los progres y liberales de izquierda, la gente educada del mundo editorial y de la alta cultura, no han logrado y quizá no han ni intentado comprender a sus conciudadanos: esos millones de votantes conservadores que son la principal base electoral del Partido Republicano.

Joe nos guía a través del territorio urbano de su juventud redneck, blanca y protestante, y lo hace desde el Royal Lunch, el bar local por excelencia, en donde todos los sectores de la sociedad se juntan para pasarse las noches entre litros de whiskey escocés y música country. Desde las sillas viejas y la iluminación opaca del Royal conoceremos la historia de Dottie, mujer de la tercera edad a quien cargar un tanque de oxígeno no le impide llegar al bar a cantar algunas canciones; la de Dink Lamp, famoso por haber derrotado a un chimpancé en una pelea de la feria regional; o la de Nance Willingham, madre de dos hijos y trabajadora de forklift, cuyo pensamiento político se podría resumir en creer que las feministas son “una pandilla de lesbianas de la costa oeste”. El Royal Lunch es el lugar perfecto para comenzar a radiografiar las vidas de los habitantes de Winchester, el único sitio en donde gracias a los efectos del alcohol los hombres y mujeres que se creen demasiado duros se permiten a sí mismos comentar cómo su vida no ha resultado ser lo bastante buena como lo prometía el sueño norteamericano.

Las Crónicas narran los aspectos más generalizados del proletariado blanco de la Costa Este: La naturaleza apolítica propia de la psicología del tough guy; la manera en que las firmas inmobiliarias de caravanas móviles se vuelven negocios con índices de ganancias obscenos cuando se trata de cobrarle a los que no pueden costearse una casa; la explotación en los trabajos por subcontratación, con una lógica igual de cruel que en los países del tercer mundo; el control y la influencia de las “miles de iglesias metodistas, presbiterianas y pentecostales” que han sido utilizad as como herramienta política por el Partido Republicano; la incomprensión y el prejuicio intelectual de las clases refinadas en cuanto a la cultura de las armas y de la cacería; y el tremendo deterioro del sistema de salud pública, que a la par de la proliferación de los hospitales privados han creado una cultura del endeudamiento progresivo entre los más necesitados.

Mientras avanzamos en el libro, los datos que Bageant suelta sobre esos temas quizá no nos parezcan más sorprendente que la manera en que los habitantes de Winchester reaccionan a éstos.

Los blancos de los guetos lumpen estadounidenses se han tragado toda la historia de la grandeza norteamericana y los Republicanos de las élites locales se han encargado de mezclar este mito con las prácticas sociales, culturales y económicas más contradictorias y nocivas que nos podamos imaginar. Este gran segmento de la población (el 40%, lo que los vuelve el sector en pobreza más importante del país, incluso sobre los afroamericanos y latinos) odia todo lo que huela a sindicato laborista o a huelga, desconfía de los intelectuales de las universidades (y de la ciencia en general), reniega del asistencialismo social y además de todo eso, ha desarrollado un sistema moral en el que los pobres merecen ser pobres porque no supieron cómo hacerse ricos, y en el que habrá que aguantarse sin quejarse de la suerte que la “providencia” les plantó. Es decir: se han convertido en el votante perfecto de la derecha, en el mejor combustible para la maquinaria del capitalismo sin regulación.

Aún ante todo lo antes dicho (y eso es precisamente lo que hace que Crónicas de la América profunda sea un libro verdaderamente bueno) Joe Bageant no juzga a Dottie, ni a Dink, ni a Nance. No se adelanta a tacharlos de estúpidos, de incultos, o de basura blanca, sino que se pone en sus zapatos: “Si le hubiera tocado llevar esa vida de trabajo duro y fuese de los que prefieren cualquier cosa antes que recibir una limosna del Estado, usted también sería conservador (…) Quiero decir que sería tan cauteloso y reaccionario como para votar al hombre que parece suficientemente firme para mantener los precios de la vivienda en alza, acabar con los enemigos invisibles que acechan desde el extranjero y darle a Dios la palabra en lo relativo a la política interior.” Al final de cuentas son su gente, su familia (su hermano es un pastor cristiano ultra protestante), conoce sus demonios y los pesos que tienen que sostener sobre sus espaldas, el olor de cerveza derramada en el suelo y las carencias e imposiciones de su estilo de vida.

Su acusación y su denuncia no es en contra de los habitantes de esas profundidades, sino que están dirigidas hacia una izquierda que ha sido cada vez más miope e incapaz de comprenderlos, que los ha dado por perdidos y los ha estigmatizado como como bárbaros pueblerinos incapaces de pensar. Una izquierda políticamente incompetente que no ha sabido entender las motivaciones de este sector de la población, y que por lo tanto ha permitido que se vuelva cada vez más reaccionario: “Desde esa perspectiva privilegiada, los liberales ven a los trabajadores blancos como unos tipos cabreados, belicosos, intolerantes y felices títeres del imperio americano, lo cual supone ignorar la pregunta de cómo llegaron a convertirse en eso, si es que realmente son tal como esos liberales los ven.”

Ahora, a más de 10 años de su publicación, Crónicas de la América profunda es un libro ideal para entender a los votantes de Donald Trump y el perfil social y psicológico de la clase obrera norteamericana. Sin embargo, la cercanía de su descripción y la calidad informativa de la investigación que Bageant hace de los blancos pobres vuelven a las Crónicas útiles y hasta necesarias para comprender a las Dotties de todo el mundo (México incluido), la cultura de la pobreza y su relación con la política, el fallo de las izquierdas y el ascenso mundial de la ultra derecha, que nos guste aceptarlo o no, muchas veces ha logrado establecer más empatía (aunque cínicamente) con los menos privilegiados, a quien la progresía no se cansa de juzgar.

 

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#4 Tiempos

Rosa María Aranda, la mujer que daría esperanza a la física potosina | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

En la fotografía que acompaña esta entrega, aparecen alumnos de la Escuela de Física en los sesenta. La segunda alumna que aparece en la fotografía de píe observando el trabajo de su profesor es Rosa María Aranda Gómez de quien tratamos en la presente columna.

A mediados de la década de los sesenta del siglo XX, la Escuela de Física de la UASLP se encontraba en pleno desarrollo, con apenas diez años de existencia, aumentaba su matrícula y abría la puerta a una serie de mujeres que se adentraban al mundo de la ciencia estudiando la carrera de física. En sus inicios estuvo integrada solo por alumnos y para principios de los sesenta ingresaba una mujer a sus filas: Carmen Ortega que posteriormente cambiaría su destino a la carrera de psicología de la propia UASLP.

En 1964, ingresarían tres mujeres entre las que se encontraría la que fuera la primera física titulada en San Luis, Carmen Estela Macias; en esa generación ingresarían además Irene López y Rosa María Aranda Gómez.

En sus primeros diez años de actividad la Escuela de Física había contado con cinco mujeres en sus filas: Carmen Ortega, Luz María Moreno, Irene López, Rosa Aranda y Carmen Estela Macias. No habría en la Escuela de Física más inscripciones de mujeres hasta la década de los setenta. De este importante grupo femenil, de los sesenta destacaría Rosa María Aranda, quien por causas personales no terminaría su carrera, pero dejaría una importante huella y un camino transitable para la formación científica de las mujeres en San Luis Potosí.

Para entonces se mencionaban dos nombres de estudiantes potosinos, que podrían dar brillo a la física en México Joel Cisneros Parra y Rosa María Aranda. Su capacidad para la física y para la resolución de problemas de corte científico era manifiesta y se proyectaban como dos personajes que desde San Luis Potosí podían figurar en el escenario científico mexicano. El caso de Joel Cisneros, ya lo hemos tratado en esta columna, un brillante físico que ha aportado a la astronomía mundial y que sigue colaborando con interesantes trabajos de investigación.

Rosa María Aranda, sería el ejemplo, de una brillante estudiante con un futuro promisorio que sacrificaría, en parte, su formación científica para formar su familia y aportar desde otras esferas profesionales, igualmente valiosas. Pero, también es el ejemplo, del sacrificio al que se somete a la mujer para seguir el camino de formación del varón, en su caso su esposo, que, siendo estudiante de economía en la Universidad Potosina, seguiría su formación de posgrado en Estados Unidos, Luis Ernesto Derbez, su esposo que luego sería Secretario de Economía y Secretario de Relaciones Exteriores del Gobierno de México.

La familia Derbez Aranda, estaría luego en Puebla cuando Ernesto Derbez ocupara la rectoría de la Universidad de Las Américas de Puebla y donde Rosa María Aranda estaría colaborando. De cierta forma Rosa Aranda estudiaría matemáticas aprovechando la estancia en el extranjero de su esposo, pero lo que podría haber sido su contribución destacada a la física mexicana quedaría en suspenso.

Su profesor en San Luis, el físico Candelario Pérez Rosales, de quien también se ha tratado en esta columna, nos escribe sobre su alumna Rosa María Aranda en el libro Física al Amanecer, donde relata la historia de la Escuela de Física de la UASLP en sus primeros años.

Rosa María Aranda Gómez fue un caso muy especial: la más brillante de su generación; la dueña de una agilidad mental envidiable; la que se dirigía hacia planos superiores de la Física. Cuando yo tuve que dejar la Escuela, ella era la personificación del optimismo. Pero a veces la brillantez se topa con obstáculos infranqueables. Por alguna extraña razón, Rosa María abandonó inesperadamente sus estudios de física, y así se perdió para la Escuela una de las más luminosas esperanzas.

Estas palabras de Candelario Pérez son reveladoras; el ejemplo de Rosa María Aranda, es digno de tomar en cuenta en el proceso de reflexión sobre el papel de la mujer y los obstáculos que debe de sortear para su formación y su propio desarrollo. Finalmente, el derrotero de vida de Rosa María Aranda no deja de ser importante, es digno de elogiarse. Pero queda ese dejo de nostalgia de lo podría haber sido una carrera científica de grandes vuelos donde de seguro estaría en los primeros planos de la ciencia mexicana.

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Un Camino Cuesta Arriba | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Estamos a punto de terminar la fase regular de la Liga MX y San Luis se encuentra en una situación complicada con 15 puntos en la tabla, dos por debajo del décimo lugar ocupado por Pumas. La clasificación al Play-In parece un objetivo cada vez más lejano. Sin embargo, en este deporte, nada es imposible hasta que el último silbatazo suene.

Ayer, la derrota 2-1 contra Tijuana no solo fue un golpe para la moral del equipo, sino también un recordatorio de lo complicada que es la competencia en la Liga MX. Para San Luis, cada partido es ahora una final, donde cualquier error puede ser fatal. La presión es alta, pero también es una oportunidad para demostrar el carácter y la determinación de los jugadores.

La clasificación al Play-In ya no solo depende de los resultados de San Luis, sino también de cómo evoluciona la tabla general. Equipos como Chivas, Mazatlán y, por supuesto, Pumas, son clave en esta ecuación. Un tropiezo de cualquiera de estos equipos podría abrir una puerta para San Luis, pero es crucial que ellos también hagan su parte.

Pero los rivales también cuentan, y estos son los juegos donde debemos poner atención:

Mazatlán vs. Chivas (Jornada 15): Este partido es crucial para ambos equipos, ya que están empatados con 16 puntos, solo un punto por debajo de Pumas. El ganador tendrá una mejor posición para pelear por el Play-In.

Chivas vs. Puebla (Jornada 16) y vs. Atlas (Jornada 17): Estos partidos son fundamentales para las aspiraciones de Chivas de alcanzar el Play-In.

Mazatlán vs. Tijuana y vs. América (Jornadas 16 y 17): Estos encuentros serán decisivos para Mazatlán, que busca su segunda clasificación al Play-In en su historia.

Pumas: Actualmente en el décimo lugar con 17 puntos, cualquier tropiezo de Pumas podría beneficiar a San Luis.

En resumen, aunque las posibilidades parecen remotas, San Luis todavía tiene una oportunidad de clasificar al Play-In. Requiere de una combinación perfecta de resultados propios y errores de otros, pero sobre todo, de una mentalidad ganadora y una ejecución impecable en el campo. Recordar que se juega en casa, y que en solo una semana se podría rescatar todo si rescatan la mística del torneo anterior y suman de 3 en el Lastras.

Si logran mantener la calma y la confianza, podrían sorprender a todos y llevar a su afición a por lo menos un partido más en postemporada.

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¿Realmente te gusta Ghibli? ¿o solo usas IA para fingirlo? | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Así es, amigos, me encuentro hablando una semana tarde del tema de moda que, debido a la velocidad del internet, básicamente ya se olvidó en la población general de las redes. Pero, la verdad, es que no me sentía con los ánimos de escribir esto antes sin caer en terribles insultos hacia el grueso de la población que lo único que lograrían era desnudar mi tremendo miedo por el futuro y la inigmante depresión que utilizo como mi combustible para vivir el día a día.

Pero, pretendamos por un segundo que el tema sigue siendo relevante e imaginemos que sí tuve la capacidad temporal de hablar de ello en su debido tiempo. De todas formas, mi punto no es precisamente el decir “Ghiblificar con IA es malo” (lo cual, a grandes rasgos no lo es… es más bien estúpido. Pero, como dije, la idea no es insultar a las personas, solo sus gustos), sino que, más bien, todo este revuelo parece confirmar algo que llevaba imaginando desde hace varios años:

“A la gente realmente no le gustan las películas de estudio Ghibli, solo las admiran porque les dijeron que tenían que hacerlo.”

Con todo esto asumido, es la semana pasada y yo, saliendo de mi cueva de ermitaño, me pongo a despotricar frente a ti de la siguiente manera:

A ver, ya viste la nueva moda, ¿no? Esa de meterle un prompt a la IA para que convierta tu selfie, tu gato o tu desayuno en “estilo Ghibli”. Porque claro, ahora resulta que todo el mundo ama Ghibli. Ama la estética, ama las nubes gorditas, los ojitos brillantes, el bosque medio místico con bruma de ensueño. ¡Qué conexión tan profunda con la obra de Miyazaki, wow! O sea… evidentemente viste El Viaje de Chihiro cuando tenías diez años y captaste toda la crítica al capitalismo devorador, ¿cierto?

Spoiler: no, no la entendiste.

Y tampoco pasa nada, si no. Solo que no está de más admitirlo. Porque lo de andar “ghiblificando” todo con inteligencia artificial no parece tanto un tributo como una confirmación de que a la mayoría no le gusta Ghibli por lo que es, sino por lo lindo que se ve. Porque es “cute”, es “cozy”, es “aesthetic”. Una especie de fondo de pantalla con vibe de cuento melancólico, pero sin el esfuerzo emocional de tener que involucrarte con nada.

Y esa es, en el fondo, la especialidad de la IA: darte la forma sin el fondo, la cáscara sin el fruto, el disfraz sin el alma. ¿Y quién necesita alma cuando puedes tener likes?

Bueno, lo que se dice likes… Porque, siendo sinceros, la foto de perfil que tienes en Facebook donde se “aprecia” cómo estás con tu novio en una playa habrá conseguido, ¿qué? ¿12 likes?

Influencers en potencia, ¿eh? Aguas con ese perfil, que en nada le ofrecen un contrato editorial y publica un nuevo Libro Del Troll o un ¿Quiubole Con…?.

Es un poco irónico —y sí, poético, pero de esa poesía medio desangelada— que se use justamente una tecnología que recicla imágenes sin entender su contexto para rendirle homenaje a un estudio cuyo valor está, justamente, en el contexto. Porque Ghibli no es solo visualmente bonito. Es introspectivo, es lento, a veces incómodo. Habla de guerra, de pérdida, del progreso que arrasa, de la tristeza que no se explica. Cosas que no entran en un prompt.

Pero ahí va la IA, con sus cielos pastel y sus personajes con cara de haber visto algo que les cambió la vida (aunque en realidad solo están viendo tu plato de ramen desde otro ángulo), y ya está: “Ghibli style”. Como si eso fuera todo. Como si la magia estuviera en los trazos y no en lo que esos trazos estaban tratando de decir.

Y sí, claro que hay quien se ofende cuando uno dice estas cosas. “Es una reinterpretación artística”, “es una forma de expresión personal”, dicen. Y sí, todo puede serlo. Pero hay una diferencia entre reinterpretar algo y ponerlo en la licuadora del algoritmo para que salga bonito. No es lo mismo hacer una ilustración tuya en estilo Ghibli porque te inspira, que pedirle a una IA que lo mezcle todo por ti mientras tú solo aprietas “generar”. No es homenaje si no hay entendimiento. Es disfraz. Es maquillar algo con lo que no estás dispuesto a lidiar.

Lo más curioso es que esto ni siquiera es nuevo. El culto a Ghibli como marca viene de años atrás. Mucha gente dice que adora el estudio, pero rara vez pasa de Chihiro, Totoro o El Castillo Vagabundo

. Películas hermosas, sí, pero también las más “exportables”. Las que Disney se encargó de distribuir a principios de los 2000’s. Y ahí está la trampa: para muchos, Ghibli no fue una puerta al cine japonés ni a la animación como forma artística. Fue solo otro “sello de calidad” puesto por Mickey Mouse en el que cayeron sin cuestionarse nada.

Porque vamos, ¿de verdad creen que el público occidental estaba listo en 2002 para Mis Vecinos Los Yamada? ¿O para LA PELÍCULA DONDE UN MONTÓN DE MAPACHES (si, ya sé que son Tanukis) SE ENVUELVEN EN SUS TESTÍCULOS PARA TRANSFORMARSE EN SERES HUMANOS Y DEFENDER EL BOSQUE? Obvio no. Pero pusieron a Chihiro en los Óscares, le dieron el sello Disney, y todos dijimos “ah, ok, esto es arte”. Y ahora, veinte años después, la tendencia es: “yo y mi ex en estilo Ghibli, jeje”. Qué nivel de evolución.

Y lo más gracioso —o deprimente, depende del día— es que la IA te delata. Porque no puede entender lo que hace especial a Ghibli. Solo puede copiar lo que ve. Los colores, las formas suaves, la atmósfera como de sueño triste. Pero sin historia, sin alma, sin intención. Un cascarón precioso y vacío. Justo como ese post que compartes con la cara de tu perro en un paisaje brumoso diciendo “es mi espíritu protector”.

No estás conectando con nada. Estás usando una estética que ni te pertenece ni te tomaste el tiempo de entender. Es como tatuarse kanjis al azar. Como decir que te encanta Van Gogh porque te compraste una funda de celular con La noche estrellada. Lo que te gusta no es el arte. Es parecer que te gusta el arte.

Y claro, ver una imagen linda es fácil. Da serotonina. Pero sentarte a ver La Tumba De Las Luciérnagas sabiendo que vas a terminar hecho trizas, eso ya no. Eso es trabajo emocional. Eso incomoda. Eso no entra bien en el feed.

Y eso, al final, es lo que Ghibli hace de verdad: incomoda. Te enfrenta a la muerte, al paso del tiempo, a la nostalgia por cosas que ni viviste. Te deja sintiéndote pequeño, impotente, a veces incluso un poco tonto. Pero te lo dice con una ternura que duele. Y nada de eso se puede convertir en sticker. Nada de eso se puede resumir en una imagen generada por IA con cielo lila y una bicicleta vieja en primer plano.

Así que no, usar IA para hacer tu versión “en anime” no es un homenaje a Ghibli. Es más bien una forma de empacar algo enorme y sensible en una cajita linda que puedas postear. Convertir una obra profundamente humana en un muñequito con ojos grandes y cero conflicto. No es arte. Es accesorio.

Y no es que esté mal disfrutar de lo superficial. Lo hacemos todo el tiempo. Pero reducir algo con tanto fondo a solo su forma, y encima decir que es “por amor a Ghibli”, eso ya es otro nivel. Es como decir que amas la literatura porque tienes una tote bag con una cita de Murakami. Es, literalmente, no haber entendido nada.

Así que la próxima vez que veas una imagen de esas y te den ganas de comentar “wow, me encanta el estilo Ghibli”, respira. Y pregúntate si lo dices porque te conmovió o porque se ve bonito en tu perfil. Y si es lo segundo, no pasa nada. Solo di “me gusta porque es bonito y me hace ver interesante”. Eso, al menos, es honesto.

Porque Ghibli no se trata de cómo se ve. Se trata de todo lo que te exige cuando decides mirarlo en serio. Y si eso no te mueve, entonces no te gusta Ghibli.

Te gusta el disfraz.

Te gusta seguir modas.

Te gusta no tener que pensar.

 

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