diciembre 23, 2025

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#4 Tiempos

Crónica | Culebra

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Vivir entre cubetas, jabón y peleas

Por: Deborah Chavarría 

El combustible de La Orquesta.mx siempre ha sido la vitalidad de las y los jóvenes periodistas potosinos. Como parte de un ejercicio para dar a conocer su talento, durante las próximas semanas publicaremos entrevistas y crónicas realizadas por los alumnas y alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Queremos saber cuál es la visión de las chicas y chicos que, desde ya, son responsables de registrar la memoria de nuestra ciudad.

Llegamos a la Alameda. El calor era sofocante y el sol de la una de la tarde causaba picor en la piel. Mi madre recién comenzaba su bazar por Internet y me pidió que la acompañara a su primera venta. Estaba genuinamente entusiasmada, no podía decirle que no (además de que la idea de dejar a mamá ir sola al encuentro con un extraño no me daba buena espina).

El propósito de la salida era fácil: localizar al cliente, entregar los pantalones y volver a casa. Encontrar estacionamiento fue un dolor de cabeza, pero luego de un par de vueltas, hallamos un espacio frente a la iglesia de San José.

El coche estaba lleno de polvo y residuos de las fábricas cercanas a casa, así que nos pareció conveniente que lo lavaran mientras esperábamos al comprador (que para entonces ya estaba retrasado). Apenas nos estacionamos, notamos que esa era la zona de los lavacoches. Las cubetas en las aceras y el piso lleno de espuma y charcos los delataban. Casi a la par de nosotros, una Van se estacionó a unos cuantos espacios. La mujer que la conducía abrió la ventanilla y le gritó a una de las lavacoches.

–¿Cuánto por fuera?
–40 Doñita –respondió.
–¿Pero bien lavado?

La lavacoches era una mujer muy robusta, de aproximadamente un metro setenta, cabello teñido de un rojo intenso y piel oscura, su ropa (uniforme de trabajo, se podría decir) tenía varios orificios y una enorme mancha de aceite en la espalda. Sonrió con la pregunta y respondió cargando una de las cubetas del piso: “La pregunta ofende”.

Me pareció una persona bastante curiosa, alguien que no se tiene la oportunidad de ver todos los días. Detrás de ella corrió una niña de unos nueve, cuando mucho diez años, mordiendo un pedazo de plástico.

–Pero no sea malita –dijo la lavacoches –estacióneme la camioneta de este lado, junto al camión de mudanza, porque esta zona no es mía.

Antes de que la conductora le respondiera o pudiera hacer una maniobra, otro lavacoches salió por detrás de una camioneta, e ignorando la presencia de su compañera, gritó –ahí déjela doña, ahorita me la aviento yo. –Eso bastó para que la lavacoches cambiara completamente su semblante.

–¿Qué dijiste pendejo? – gritó, secándose las manos a los costados de su pantalón. La niña la tomó de la playera, intentando jalarla, pero sus esfuerzos no rindieron frutos.

–Mamá, no… –escuché a la niña decir, pero la que, ahora sabía, es su madre, la apartó con un aventón brusco; otra mujer la tomó del brazo y la jaló hacia donde estaban los demás lavacoches, que al ver la reacción de la madre de la niña no hicieron más que reírse.

Mi madre y yo observábamos todo desde dentro del auto, en la radio sonaba “A tu recuerdo” de los Ángeles Negros. No sabíamos cómo reaccionar, pero la posibilidad de que algo sucediera reafirmó nuestra decisión de quedarnos en el coche.

El hombre medía aproximadamente un metro ochenta, era muy delgado y tenía un tatuaje de la virgen de Guadalupe en el brazo izquierdo. Sus ojos pajizos estaban hundidos dentro de las cuencas y parecían perderse en sus ojeras. Tenía la apariencia de un esqueleto cubierto de cuero.

La mujer se paró frente a nosotros, cerca de donde el lavacoches tenía sus cubetas con agua, y le lanzó una mirada retadora. Le hizo una seña obscena y pateó una de las cubetas.

Sentí genuino miedo de quedar en medio del pleito, pero el hombre no actuó. La mujer de la Van se escabulló por detrás y en medio del duelo, la lavacoches perdió la concentración en su cliente. –Ya sabes que no te tienes que meter conmigo, pinche Culebra, ¿te crees muy chingón? –dijo la mujer, acercándose al hombre, que inconvenientemente para mí, decidió pararse a nuestra izquierda.

Él no se movía, no decía ni hacía nada. Ella se acercó y lo tomó de la playera. Otro de los lavacoches corrió hacia ellos y la jaló por el brazo. –Ya wey, la niña te está viendo.

En lo que pareció ser un momento de paz, la lavacoches soltó al hombre y caminó hacia la acera, cargó a la niña (que había empezado a llorar) y la perdí de vista detrás del camión de mudanzas.

El hombre se quedó parado junto a nosotros unos segundos, parecía a la expectativa de algo, estaba alerta.

Mi madre, ignorando mis recomendaciones, bajó el cristal y le dijo:

–¿Cuánto me cobra por lavármelo?
–40 doña, bien lavadito
–Órale, aviénteselo.

Me sentí incómoda con el hecho. No era agradable estar en un ambiente tan hostil, bajo ese sol que casi nos cocinaba vivos, esperando a alguien que no sabíamos si llegaría.

–Nomás deme chance de llenar la cubeta del jabón otra vez, ¿no, doña?, ya ve que esta pinche vieja loca me la tiró toda.

–Aunque sea nomás con agua, no se apure.– Él asintió y empezó a lavar el coche. Fue cosa de cinco minutos para que la mujer regresara, esta vez con más furia. Jaló al hombre de la camisa y lo empujó contra el auto a un lado del nuestro, empezó a amenazarlo con la mano derecha, y a gritarle.

Esta vez, iban en serio.

–¿Quieres que nos peleemos?
–No te tengo miedo cabrón.
–Ya déjame en paz, pinche loca.

Mi madre no parecía entender lo incómoda y terrible que me resultaba la situación, porque por más que le pedí que moviera el coche, no lo hizo. En cambio, le subió el volumen a la radio; en ese momento sonaba “Mi Matamoros querido” de Rigo Tovar, canción que detesto, haciendo aún más insoportable e increíble el escenario.

Ella lanzó el primer golpe, justo en el ojo derecho del hombre. Él la jaló del cabello, intentando alejarla de sí. La mujer no estaba dispuesta a detenerse hasta causarle daño.

–¡Para que aprendas a no meterte conmigo, Culebra! –Le gritaba, lanzando golpes al aire. Muchos no llegaban siquiera a rozar al hombre, pero podía notarse que la cansaban.

Él la abrazó en un nulo intento por detenerla, pero otro de los lavacoches, el que la calmó hacía unos minutos, llegó a ayudarla.

Golpeó al hombre en la mejilla, cerca de la boca, y lo hizo escupir sangre.
–Tú no te metas cabrón.

La mujer tomó un tubo de una de las cubetas, y Culebra corrió hacia la avenida Universidad.
No podía creer lo que estaba presenciando, ni la falta de acción por parte de los otros lavacoches. Para ellos, más que una pelea, o como yo lo vi, un ataque, era un show de comedia, un sketch.

Ella lo siguió, junto con el hombre que la estaba ayudando. A lo lejos pudimos ver que Culebra empezó a pelear con el otro hombre, en la calle frente a la iglesia.

La mujer que había alejado a la niña aún la tenía de la mano. –Ya deja de llorar, chingao –le dijo.
Las lágrimas de la pequeña rodaban por su cara, quemada por el sol.

Una patrulla pasó frente a ellos, pero no se detuvo.

Luego de cinco minutos, silencio. No había rastro de la mujer, ni de Culebra, ni del otro hombre. Los demás lavacoches seguían riendo.

Me sentía frustrada y en shock. El cliente de mamá no llegaba, y ya era demasiada espera. –¿Sabes qué?, ya vámonos –dijo mi madre, molesta. Bajó del coche a echar un último vistazo, en búsqueda del cliente.

–¡Ay Dios!, ¡ahí viene esta vieja! –Me dijo metiéndose al coche de nuevo. La mujer y su cómplice llegaron corriendo a donde tenían sus cosas, cargando mochilas y botellas.

–¡Evelyn! ¡Vámonos ya! –Exclamó la lavacoches, llamando a la niña.
–¿Y eso? ¿qué te hizo el cabrón? –Preguntó otra de las mujeres.
–Ya se fue wey, pero nos va a caer con toda su banda.

Ella, la niña y el cómplice corrieron hacia la parada del camión, y los perdí de vista.
Mamá encendió el coche, y aunque no me lo dijo, sé que la idea de que el sujeto llegara con su pandilla la asustó.

–De todas maneras, el viejo este no vino, ya lo esperamos mucho.

Arrancamos hacia el distribuidor Juárez, con medio coche sin polvo, un salpicón de sangre en la llanta trasera y 4 pantalones que sacamos a pasear.

El resto del día pensé en la mujer, en lo difícil que debe ser vivir en un ambiente de hombres y tener que imponer respeto. Pero el verdadero foco de mis pensamientos era la niña, que pudiendo estar en cualquier otro lugar del mundo, le tocó pasar su infancia en la Alameda, viendo a su madre pelear para sobrevivir, perdiendo inocencia y derramando lágrimas al suelo lleno de jabón.

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#Opinion | El padre de la física potosina, Gustavo del Castillo y Gama

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EL CRONOPIO

 

 

 

J.R. Martínez/Dr. Flash

 

Con el título de El Padre de la Física Potosina, Gustavo de Castillo y Gama, publiqué un libro conmemorativo sobre la vida y obra de Gustavo del Castillo y Gama, físico potosino que fundó las instituciones educativas y de investigación en física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Este 24 de diciembre estaría cumpliendo ciento cuatro años.

 

El libro en cuestión es de descarga gratuita y puede conseguirse en cualquiera de las siguientes dos direcciones:

 

http://galia.fc.uaslp.mx/museo/libros/EL%20PADRE%20DE%20LA%20FISICA%20POTOSINA.pdf

 

https://www.researchgate.net/publication/357203097_El_Padre_de_la_Fisica_Potosina_Gustavo_del_Castillo_y_Gama

Justo en Noche Buena del 2025, Gustavo del Castillo y Gama estaría cumpliendo ciento cuatro años. Nacería en el famoso Barrio de San Miguelito en San Luis Potosí al dar las últimas campanadas del 24 de diciembre, como lo comentaba el propio Gustavo del Castillo. Su vida se desarrolló en San Luis Potosí, Tampico, la Ciudad de México y las ciudades norteamericanas de Lafayette y Chicago; se nutrió de un ambiente científico desde pequeño, pues al menos, un par de sus tíos trabajaban en astronomía en el Observatorio Nacional de Tacubaya, Rodolfo Jurado y Valentín Gama. Ambos de la dinastía Gama de gran influencia en la sociedad potosina.

 

No es de extrañar que orientara su vocación hacia la física, siendo estudiante de preparatoria, en una época donde no existían aún escuelas de física en el país, y, se planteó poder formarse como físico en los Estados Unidos. La situación bélica mundial, lo llevó a seguir estudiando en su ciudad natal, ingresando a la carrera de químico industrial que su grupo de estudiantes de preparatoria había propuesto, de la cual se tituló tocándole el privilegio de ser el primer titulado. De ahí pasó a la Facultad de Ciencias de la UNAM a estudiar la maestría en física y al terminar continuar con su proyecto de formarse como investigador en física en Estados Unidos, donde obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Purdue.

 

Fue de los primeros investigadores que tuvo el Instituto Nacional de la Investigación Científica (INIC) y se incorporó a la UASLP, impartiendo cátedra y formando el Laboratorio de Radiación Cósmica bajo los auspicios y emolumentos del INIC del que seguía siendo investigador. Su ingreso a la UASLP fue afortunado para impulsar el programa académico del Dr. Manuel Nava Martínez que era el rector de la UASLP en la década de los cincuenta. De esta manera se convertía en el primer doctorado que impartía clase en la UASLP y el único con dicho grado en la década de los cincuenta.

 

Fundó el Departamento de Física de la UASLP, de donde se derivarían la entonces Escuela de Física y el Instituto de Física de la UASLP que constituían un solo ente académico, que dividía el trabajo docente y el de investigación. El Laboratorio de Radiación Cósmica formaría parte del Instituto de Física y con ello inauguraba de manera formal trabajos de investigación científica, como tales, en la universidad potosina.

 

Creó el programa de construcción de cohetes de sondeo con el fin de realizar investigación científica en las altas capas de la atmósfera colocando al país en los pioneros en desarrollo aeroespacial, programa que ahora es conocido como Cabo Tuna. Su trabajo de investigación en radiación cósmica y en ciencias espaciales colocó a la UASLP en el escenario mundial en investigación en física. Si bien su labor en la UASLP se redujo a un lustro, este fue muy intenso y productivo y sentó las bases para el camino académico que seguiría la UASLP años después recorriendo las sendas y abriendo otras en torno a las raíces sembradas por Gustavo del Castillo, cuestión que luego es menospreciada o en el mejor de los casos olvidada.

 

La UASLP en la actualidad es reconocida nacionalmente y en algunas áreas internacionalmente gracias al trabajo docente y principalmente al trabajo de investigación científica que despliegan sus investigadores. La UASLP está situada como una de las mejores del país y en áreas como la física dentro de las primeras tres universidades del país. Esta situación se debe a la calidad de su personal académico, pero de manera muy especial por el trabajo pionero que fincara esta tradición por personajes como Gustavo del Castillo y Gama.

 

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#4 Tiempos

Una vida dedicada a la ciencia, Candelario Pérez Rosales | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Hoy, 16 de diciembre, el peotillense Candelario Pérez Rosales, baluarte de la ciencia e ingeniería mexicana y consolidador de la física profesional en San Luis Potosí, estaría cumpliendo noventa y cinco años de edad.

Candelario Pérez Rosales nació el 16 de diciembre de 1930 en Peotillos, comunidad del municipio de Villa de Hidalgo, San Luis Potosí, donde estudió los primeros años de primaria, para luego venir a San Luis Potosí a terminarlos y continuar los estudios de secundaria y preparatoria, ambos en el turno nocturno, donde compartía las horas de estudio con las horas de trabajo. Estudiaría Física en la Universidad de Purdue y vendría a San Luis Potosí a colaborar con la fundación de la Escuela de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, hoy Facultad de Ciencias y del Instituto de Física de la propia Universidad Autónoma de San Luis Potosí, instituciones que están cumpliendo setenta años.

Como parte de los trabajos de difusión y divulgación sobre personajes de la ciencia potosina que llevo a cabo publiqué en el 2012 un libro intitulado Una Vida Dedicada a la Ciencia, el papel de Candelario Pérez Rosales, que recoge la trayectoria de Candelario Pérez Rosales, cuyo papel para el establecimiento, desarrollo y consolidación de la física en San Luis fue determinante; de esta forma el desarrollo de la ciencia potosina en la segunda parte del siglo XX, en el seno de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, fue posible con la participación de varios personajes, entre los que se encuentra indiscutiblemente Candelario Pérez Rosales. Su papel fue determinante para que la física potosina y en general la ciencia potosina sea lo que es hoy, ese importante polo de desarrollo que tiene un reconocimiento a nivel mundial. Sin su participación, entusiasmo, compromiso y cierto apostolado, la física en San Luis, y la propia universidad potosina, no serían lo que son hoy.

En este sentido la Universidad Autónoma de San Luis Potosí se encuentra en deuda con Candelario Pérez Rosales.

Su aportación a la ciencia e ingeniería mexicana va más allá de su labor en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Continuó siendo pionero en otras aventuras académicas, contribuyendo notablemente al desarrollo de la ciencia mexicana. En particular ingresó como investigador fundador al Instituto Mexicano del Petróleo.

Como investigador del Instituto Mexicano del Petróleo desarrollo una gran cantidad de proyectos que colocaron al país como un innovador en procesos de extracción de petróleo. Larga sería la lista de ellos, mismos que recogen en las páginas del libro que le dedicamos a este importante científico potosino.

Esta larga lista de proyectos que dirigió Candelario Pérez, desarrollados bajo el demandante factor de tiempo, da muestra de la importancia de su contribución al desarrollo de la industria petrolera al enfrascarse en proyectos dirigidos a resolver los diversos problemas técnicos y científicos asociados a la industria petrolera.

Estas tres facetas de Candelario Pérez que se presentan en el libro, constructor de instituciones y formador de recursos humanos, científico orientado a problemas de aplicación en la industria petrolera y escritor científico, lo colocan como uno de los baluartes nacionales en el desarrollo de la ciencia e ingeniería en nuestro país, y muy enfáticamente al desarrollo de la física mexicana.

Candelario Pérez ingresa como investigador fundador del Instituto Mexicano del Petróleo en 1966, como ya hemos mencionado, después de haber sentado las bases y asegurado el desarrollo de la Escuela e Instituto de Física en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

En este libro se recoge su labor como escritor científico, profesor e investigador, tareas que suelen ser consideradas como labores fundamentales de las universidades mexicanas. En todas ellas tuvo, y sigue teniendo a pesar de estar retirado, una contribución importante y valiosa, además de sobresaliente.

Sea esta obra un homenaje a uno de los fundadores de la Escuela de Física de la UASLP, ahora Facultad de Ciencias, y del Instituto de Física de la UASLP, que estaban englobados en el Departamento de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, cuya creación se diera el 1 de diciembre de 1955, mediante la aprobación del Consejo Directivo Universitario a un recurso sometido por el Dr. Gustavo del Castillo y Gama.

A los interesados, el libro pueden comprarlo bajo pedido en el correo electrónico de un servidor.

Candelario Pérez murió en San Luis Potosí, el 1 de mayo de 2016. El homenaje que le tributamos, se recogen en una serie de videos que pueden consultarse en youtube en el canal de José Refugio Martínez Mendoza. Para una muestra compartimos el siguiente:

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#4 Tiempos

La evolución creadora | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

He aquí lo que escribió hace poco el filósofo alemán Ulrich Hommes: «El crecimiento del miedo en nuestro tiempo es debido a que los hombres de hoy padecen una singular falta de relaciones. Es evidente que la falta de relaciones tiene como consecuencia el miedo, y que el miedo genera una mayor agresividad».

¿Qué quiso decir el filósofo con estas palabras? En realidad es muy simple; quiso decir, sencillamente, que si hoy cunde en nuestras sociedades una especie de pánico generalizado, es porque los hombres estamos más solos que nunca. Como no tenemos amigos (digámoslo aún mejor: como no tenemos relaciones significativas), todo nos aterroriza, pues sentimos que en tales condiciones no seremos capaces de hacer frente a los problemas de la vida.

El viejecito aquel que no tiene ya a nadie porque ha visto morir a todos sus camaradas y partir a tierras lejanas a todos sus hijos, ¿cómo no va a tener miedo de quedarse muerto en la noche mientras duerme? ¿Qué va a ser de él? ¡Ah, con una persona cercana, con una sola con tal de que lo quiera, cómo le sería fácil vivir! Pero no, no tiene a nadie: está solo y por eso se despierta en la madrugada sudando de miedo.

Y aquella mujer joven, ¿no tiene miedo también? Cuando piensa en el futuro, siente que la cabeza le estalla. ¿Y si su marido la abandona para irse con otra mujer más de su gusto? ¡Después de todo, es probable que lo haga! Pues, ¿no se oye por doquier, pero sobre todo en la radio y en la televisión, que cuando un lazo nos aprieta demasiado hay que tener la osadía de desatarlo? ¿No se dice continuamente aquí y allá que el matrimonio es una prisión y que cada cual puede y debe buscar otras alternativas cuando los antiguos compromisos no sean ya viables, deseables ni rentables? Y siendo éste el pensamiento que todos repiten alegremente; ¿cómo no va a tener miedo la pobre de que la dejen un día u otro? ¡Separarse es tan sencillo! Por su parte, el marido también padece lo suyo. ¿Y si ya no satisface todas las expectativas de su esposa?, ¿y si ya no reúne todos los requisitos, como se dice? El normal caos del amor: así tituló Ulrich Beck, el famoso sociólogo alemán, un libro suyo que trata, precisamente, de estas angustias nada ficticias. Pero este caos, ¿es tan normal como parece? A juzgar por lo tiempos que corren, sí.

Mas no sólo el viejecito y los jóvenes esposos tienen miedo; también lo sienten los niños. Y si sus padres se separan, ¿qué será de ellos? Amigos casi no tienen, a excepción de aquellos con los que chatean por la tarde, a la hora de los deberes. Pero, ¿pueden estos desconocidos llamarse amigos? ¡Si son unos desconocidos: a lo mucho, sólo saben su nombre y las letras de las canciones que se intercambian en la red! Están solos.

Y el niño que aún no nace, ¿no tiene miedo él también? Gracias a la sensibilidad espantada de su madre, algo sabe ya de los terrores de este mundo. Ni siquiera le ha sido necesario nacer para darse cuenta de cómo están las cosas en este extraño planeta. Sí, tiene miedo, y él más que nadie. Primero porque está indefenso, y segundo porque nada sabe si su madre llegará a tragarse ese cuento que dice que los niños, mientras aún estén en el vientre, no son más que un montón de células desorganizadas o quizá meramente tumores que sería necesario extirpar cuando las cosas anden mal.

Miedo aquí y miedo allá. Miedo que, según Ulrich Hommes, no tarda mucho en convertirse en violencia. Violencia que genera más miedo y que no puede ser aplacada más que con amor: «Lo que sirve contra el miedo cuando nada más sirve es el amor. El amor que me brindan y el amor que yo mismo doy». 

Se realizó recientemente un experimento que dejó boquiabiertos a los que lo realizaron: «Cuando a unas cabras ubicadas cerca de su madre fueron sometidas a un cierto voltaje de corriente eléctrica, se mantuvieron en pie y pudieron soportarlo. Esta misma carga eléctrica les fue aplicada después, cuando estuvieron solas, y entonces ya no pudieron sostenerse, pues o se desvanecían o se volvían locas».

¡Significativo descubrimiento! Cuando las cabras estaban acompañadas, eran fuertes, y sólo caían cuando estaban aisladas y se sentían desamparadas.

«No es bueno que el hombre esté solo». Fue Dios mismo quien lo dijo, es decir, quien creó al ser humano y lo conoce de pe a pa. Ahora bien, si es Él el que lo dice, por algo será. Me discutía hace poco un amigo:

¡Sólo tú puedes tragarte esos relatos inocentes que cuenta la Biblia!

-¿Y por qué inocentes? –pregunté.

-Porque son ingenuos. Por lo menos todos sabemos hoy que el mundo no nació como dice el libro del Génesis.

-¿Y por qué no? –volví a preguntar-. Que Dios haya creado en seis días, ¿no habla, en cierto sentido, de evolución? Según este libro del que te burlas, las cosas y los seres no surgieron todos al mismo tiempo, sino que hubo una gradualidad –una evolución creadora, como la llamaría Bergson- que no es extraña a los modernos descubrimientos de la ciencia: primero fueron la tierra y el cielo, luego las plantas, más tarde los animales y, por último, el hombre…

-Sin embargo –replicó mi amigo-, el libro del Génesis habla de días.

-Días que no tienen por qué ser nuestros días de veinticuatro horas. Acuérdate del salmo que dice que, para Dios, mil años son como un día…

No sé si convencí a mi amigo; pero, además, tampoco me preocupaba convencerlo. Yo sólo quería decirle que no hay que desechar a la ligera esta advertencia divina: «No es bueno que el hombre esté solo». Y que me alegra saber que la ciencia, poco a poco, en la medida de sus fuerzas, va descubriendo esta verdad vieja como el hombre mismo.

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