#4 Tiempos
Crónica | Culebra
Vivir entre cubetas, jabón y peleas
Por: Deborah Chavarría
El combustible de La Orquesta.mx siempre ha sido la vitalidad de las y los jóvenes periodistas potosinos. Como parte de un ejercicio para dar a conocer su talento, durante las próximas semanas publicaremos entrevistas y crónicas realizadas por los alumnas y alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Queremos saber cuál es la visión de las chicas y chicos que, desde ya, son responsables de registrar la memoria de nuestra ciudad.
Llegamos a la Alameda. El calor era sofocante y el sol de la una de la tarde causaba picor en la piel. Mi madre recién comenzaba su bazar por Internet y me pidió que la acompañara a su primera venta. Estaba genuinamente entusiasmada, no podía decirle que no (además de que la idea de dejar a mamá ir sola al encuentro con un extraño no me daba buena espina).
El propósito de la salida era fácil: localizar al cliente, entregar los pantalones y volver a casa. Encontrar estacionamiento fue un dolor de cabeza, pero luego de un par de vueltas, hallamos un espacio frente a la iglesia de San José.
El coche estaba lleno de polvo y residuos de las fábricas cercanas a casa, así que nos pareció conveniente que lo lavaran mientras esperábamos al comprador (que para entonces ya estaba retrasado). Apenas nos estacionamos, notamos que esa era la zona de los lavacoches. Las cubetas en las aceras y el piso lleno de espuma y charcos los delataban. Casi a la par de nosotros, una Van se estacionó a unos cuantos espacios. La mujer que la conducía abrió la ventanilla y le gritó a una de las lavacoches.
–¿Cuánto por fuera?
–40 Doñita –respondió.
–¿Pero bien lavado?
La lavacoches era una mujer muy robusta, de aproximadamente un metro setenta, cabello teñido de un rojo intenso y piel oscura, su ropa (uniforme de trabajo, se podría decir) tenía varios orificios y una enorme mancha de aceite en la espalda. Sonrió con la pregunta y respondió cargando una de las cubetas del piso: “La pregunta ofende”.
Me pareció una persona bastante curiosa, alguien que no se tiene la oportunidad de ver todos los días. Detrás de ella corrió una niña de unos nueve, cuando mucho diez años, mordiendo un pedazo de plástico.
–Pero no sea malita –dijo la lavacoches –estacióneme la camioneta de este lado, junto al camión de mudanza, porque esta zona no es mía.
Antes de que la conductora le respondiera o pudiera hacer una maniobra, otro lavacoches salió por detrás de una camioneta, e ignorando la presencia de su compañera, gritó –ahí déjela doña, ahorita me la aviento yo. –Eso bastó para que la lavacoches cambiara completamente su semblante.
–¿Qué dijiste pendejo? – gritó, secándose las manos a los costados de su pantalón. La niña la tomó de la playera, intentando jalarla, pero sus esfuerzos no rindieron frutos.
–Mamá, no… –escuché a la niña decir, pero la que, ahora sabía, es su madre, la apartó con un aventón brusco; otra mujer la tomó del brazo y la jaló hacia donde estaban los demás lavacoches, que al ver la reacción de la madre de la niña no hicieron más que reírse.
Mi madre y yo observábamos todo desde dentro del auto, en la radio sonaba “A tu recuerdo” de los Ángeles Negros. No sabíamos cómo reaccionar, pero la posibilidad de que algo sucediera reafirmó nuestra decisión de quedarnos en el coche.
El hombre medía aproximadamente un metro ochenta, era muy delgado y tenía un tatuaje de la virgen de Guadalupe en el brazo izquierdo. Sus ojos pajizos estaban hundidos dentro de las cuencas y parecían perderse en sus ojeras. Tenía la apariencia de un esqueleto cubierto de cuero.
La mujer se paró frente a nosotros, cerca de donde el lavacoches tenía sus cubetas con agua, y le lanzó una mirada retadora. Le hizo una seña obscena y pateó una de las cubetas.
Sentí genuino miedo de quedar en medio del pleito, pero el hombre no actuó. La mujer de la Van se escabulló por detrás y en medio del duelo, la lavacoches perdió la concentración en su cliente. –Ya sabes que no te tienes que meter conmigo, pinche Culebra, ¿te crees muy chingón? –dijo la mujer, acercándose al hombre, que inconvenientemente para mí, decidió pararse a nuestra izquierda.
Él no se movía, no decía ni hacía nada. Ella se acercó y lo tomó de la playera. Otro de los lavacoches corrió hacia ellos y la jaló por el brazo. –Ya wey, la niña te está viendo.
En lo que pareció ser un momento de paz, la lavacoches soltó al hombre y caminó hacia la acera, cargó a la niña (que había empezado a llorar) y la perdí de vista detrás del camión de mudanzas.
El hombre se quedó parado junto a nosotros unos segundos, parecía a la expectativa de algo, estaba alerta.
Mi madre, ignorando mis recomendaciones, bajó el cristal y le dijo:
–¿Cuánto me cobra por lavármelo?
–40 doña, bien lavadito
–Órale, aviénteselo.
Me sentí incómoda con el hecho. No era agradable estar en un ambiente tan hostil, bajo ese sol que casi nos cocinaba vivos, esperando a alguien que no sabíamos si llegaría.
–Nomás deme chance de llenar la cubeta del jabón otra vez, ¿no, doña?, ya ve que esta pinche vieja loca me la tiró toda.
–Aunque sea nomás con agua, no se apure.– Él asintió y empezó a lavar el coche. Fue cosa de cinco minutos para que la mujer regresara, esta vez con más furia. Jaló al hombre de la camisa y lo empujó contra el auto a un lado del nuestro, empezó a amenazarlo con la mano derecha, y a gritarle.
Esta vez, iban en serio.
–¿Quieres que nos peleemos?
–No te tengo miedo cabrón.
–Ya déjame en paz, pinche loca.
Mi madre no parecía entender lo incómoda y terrible que me resultaba la situación, porque por más que le pedí que moviera el coche, no lo hizo. En cambio, le subió el volumen a la radio; en ese momento sonaba “Mi Matamoros querido” de Rigo Tovar, canción que detesto, haciendo aún más insoportable e increíble el escenario.
Ella lanzó el primer golpe, justo en el ojo derecho del hombre. Él la jaló del cabello, intentando alejarla de sí. La mujer no estaba dispuesta a detenerse hasta causarle daño.
–¡Para que aprendas a no meterte conmigo, Culebra! –Le gritaba, lanzando golpes al aire. Muchos no llegaban siquiera a rozar al hombre, pero podía notarse que la cansaban.
Él la abrazó en un nulo intento por detenerla, pero otro de los lavacoches, el que la calmó hacía unos minutos, llegó a ayudarla.
Golpeó al hombre en la mejilla, cerca de la boca, y lo hizo escupir sangre.
–Tú no te metas cabrón.
La mujer tomó un tubo de una de las cubetas, y Culebra corrió hacia la avenida Universidad.
No podía creer lo que estaba presenciando, ni la falta de acción por parte de los otros lavacoches. Para ellos, más que una pelea, o como yo lo vi, un ataque, era un show de comedia, un sketch.
Ella lo siguió, junto con el hombre que la estaba ayudando. A lo lejos pudimos ver que Culebra empezó a pelear con el otro hombre, en la calle frente a la iglesia.
La mujer que había alejado a la niña aún la tenía de la mano. –Ya deja de llorar, chingao –le dijo.
Las lágrimas de la pequeña rodaban por su cara, quemada por el sol.
Una patrulla pasó frente a ellos, pero no se detuvo.
Luego de cinco minutos, silencio. No había rastro de la mujer, ni de Culebra, ni del otro hombre. Los demás lavacoches seguían riendo.
Me sentía frustrada y en shock. El cliente de mamá no llegaba, y ya era demasiada espera. –¿Sabes qué?, ya vámonos –dijo mi madre, molesta. Bajó del coche a echar un último vistazo, en búsqueda del cliente.
–¡Ay Dios!, ¡ahí viene esta vieja! –Me dijo metiéndose al coche de nuevo. La mujer y su cómplice llegaron corriendo a donde tenían sus cosas, cargando mochilas y botellas.
–¡Evelyn! ¡Vámonos ya! –Exclamó la lavacoches, llamando a la niña.
–¿Y eso? ¿qué te hizo el cabrón? –Preguntó otra de las mujeres.
–Ya se fue wey, pero nos va a caer con toda su banda.
Ella, la niña y el cómplice corrieron hacia la parada del camión, y los perdí de vista.
Mamá encendió el coche, y aunque no me lo dijo, sé que la idea de que el sujeto llegara con su pandilla la asustó.
–De todas maneras, el viejo este no vino, ya lo esperamos mucho.
Arrancamos hacia el distribuidor Juárez, con medio coche sin polvo, un salpicón de sangre en la llanta trasera y 4 pantalones que sacamos a pasear.
El resto del día pensé en la mujer, en lo difícil que debe ser vivir en un ambiente de hombres y tener que imponer respeto. Pero el verdadero foco de mis pensamientos era la niña, que pudiendo estar en cualquier otro lugar del mundo, le tocó pasar su infancia en la Alameda, viendo a su madre pelear para sobrevivir, perdiendo inocencia y derramando lágrimas al suelo lleno de jabón.
#4 Tiempos
Cinco finales, cinco retratos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
El fútbol mexicano vive instalado en un vaivén que mezcla memoria corta, intensidad desbordada y una elasticidad competitiva que rara vez se ve en otros torneos. Y no hay mejor espejo de esa naturaleza cambiante que las últimas cinco finales de la Liga MX. Cada una reveló una cara distinta del campeonato, a veces impredecible, a veces cuidadosamente edificado, pero siempre dispuesto a romper pronósticos.
La más reciente, la del Clausura 2025, entregó un desenlace que pocos anticipaban. Toluca superó a América y recuperó un lugar que parecía extraviado en la élite. Esa serie tuvo un aire de reivindicación para los escarlatas, que encontraron una mezcla perfecta entre orden, temple y puntería. América, por su parte, llegó con la etiqueta inevitable de favorito, pero terminó cediendo ante un rival que administró mejor la presión. En ese desenlace se confirmó que en México los ciclos pueden renacer más rápido de lo que tardan en extinguirse.
Un semestre antes, en el Apertura 2024, las Águilas habían impuesto su jerarquía ante Monterrey. Fue una final marcada por el contraste entre un equipo construido para dominar y otro diseñado para golpear en ráfagas. América resolvió porque entendió cuándo acelerar y cuándo enfriar; Rayados quedó atrapado en la tentación del vértigo y pagó caro su falta de pausa. La serie se volvió una lección de que, en liguillas, el músculo emocional pesa tanto como el táctico.
El Clausura 2024 repitió campeón, América doblegó a Cruz Azul en un duelo donde la narrativa histórica parecía empujar a los celestes, pero terminó imponiéndose la estructura más estable. No fue una final espectacular, pero sí una muestra de oficio. América manejó los tiempos como si los hubiera ensayado toda la vida y Cruz Azul, que había encontrado ritmo durante la fase final, se quedó sin margen en el momento en que la exigencia aumentó.
En el Apertura 2023, el mismo América se cruzó con Tigres en una final que resumió la última década del fútbol mexicano, dos potencias creando tensión desde su experiencia y su peso institucional. Fue una confrontación áspera, tensa, en la que el primer error podía decidirlo todo. América fue más certero y Tigres, pese a su capacidad para competir siempre, no encontró esa chispa que tantas veces lo salvó en finales previas.
Y antes de que América dominara este tramo de la historia reciente, el Clausura 2023 había dejado un capítulo distinto, Tigres había vencido a Guadalajara en una final que mezcló dramatismo y resistencia. Chivas llegó con un impulso sentimental fuerte, respaldado por un cierre de torneo que había reavivado ilusiones; Tigres, en cambio, se aferró a la experiencia y convirtió la serie en un duelo donde la paciencia terminó valiendo oro.
Cinco finales, cinco historias desiguales, pero todas con un hilo común, la liga mx vive entre la tradición y la renovación constante. América ha sido el protagonista dominante, sí, pero no en un territorio exclusivo; Toluca reapareció con fuerza, Tigres mantiene su lugar entre los gigantes modernos y Cruz Azul y Monterrey continúan orbitando entre la aspiración y la frustración.
Lo fascinante es que cada una de estas series dibuja una tendencia distinta. A veces gana el que mejor juega; otras, el que comete menos errores; y en más de una ocasión, el que simplemente logra sobrevivir a su propio caos. La Liga MX no premia únicamente la excelencia: premia la capacidad de adaptarse a un torneo donde cada semestre puede contar una historia completamente diferente.
Eso explica por qué sus finales, aunque repetidas entre ciertos protagonistas, nunca se sienten iguales. Cada una deja marcas nuevas, dudas nuevas y certezas que duran apenas unos meses. Y quizá ahí radica la esencia de este futbol, un territorio donde la estabilidad es un lujo, el dramatismo una obligación y el título, el botín que confirma que, al menos por un instante, todo salió bien en medio de un ecosistema que siempre está cambiando. Hoy Toluca puede volver a levantar el título o Tigres recuperar lo perdido hace unos torneos, pero sea cual sea el resultado, no queda duda que esta liga es un reflejo de lo extraño y competido que resulta nuestro casero futbol nacional.
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#4 Tiempos
Enrique Mesta Zuñiga, el filósofo autodidacta | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
La revista Letras Potosinas es la continuación de la revista Bohemia. Continuación en el sentido que en 1947 Bohemia cambiaba de nombre a Letras Potosinas, lo que sucedió en el número de edición 51, mostrando la numeración consecutiva. Esta revista, vocero de cultura de la patria chica, como referían sus editores, y conducía su mensaje cordial a los estados hermanos y al extranjero. Esa nueva época, mantenía su cuerpo de colaboradores y a aumentaba sus filas con positivos valores en el arte y en las letras del solar potosino.
Entre los colaboradores, estaría presente en sus páginas Enrique Mesta Zuñiga, un periodista que contribuiría con artículos de corte filosófico, enriqueciendo la labor humanista y difusión artística de Letras Potosinas.
Con la participación de Mesta, la revista potosina contribuía a la divulgación de la filosofía siendo así una de las pioneras en el siglo XX en abrir espacios a esta actividad de filosofía, que no era común en el país.
Don Enrique Mesta Zúñiga, nació en la ciudad de Cuencamé, Durango, el día 28 de julio de 1905. Sus estudios de primaria los realizó, en su natal Cuencamé y después, se dedicó a estudiar por su cuenta, especialmente libros de filosofía, que eran la pasión de su vida. Allí tenemos a otro autodidacta que llegó a lograr las alturas en la filosofía.
Su actividad profesional sería el periodismo, fundando revistas culturales en la región lagunera, como la revista Cauce, formando parte del grupo cultural que floreció y dio auge a las letras y al arte en todas sus manifestaciones. Toda su vida la dedicó a trabajar en diversos periódicos como luego veremos, así como a escribir serios artículos filosóficos y de comentarios literarios.
Esta labor cultural lo acercaría a los editores de Letras Potosinas y sus artículos se hicieron presente en la revista, aportando a los lectores potosinos en temas de filosofía. Dentro de las áreas de reflexión de la filosofía, se enfocó en cuestiones de ciencia, filosofía de la ciencia, sobre lo que publicaría varios libros.
La relación entre ciencia y humanismo fue uno de sus temas de reflexión filosófica. Entre los temas que abordara se encuentra el de la necesidad de la búsqueda o creación de un nuevo humanismo que contemplara los nuevos adelantos de la física cuántica y su repercusión en la percepción del universo y del papel del hombre.
Con el progreso técnico derivado de la nueva física se incrementa la infelicidad del género humano de múltiples maneras. Esta carrera contra el tiempo, para proteger a la humanidad contra sus propios desmanes y sus propias tragedias, es un tema predilecto de Toynbee, aquí en México nos lo aconsejó, subraya Mesta: “hay que ganar tiempo, el tiempo indispensable para que las diferentes civilizaciones de nuestro mundo puedan adaptarse la una a la otra”.
Empero, asegura Mesta, para acelerar una función simbiótica de las civilizaciones, la humanidad necesita darse completa cuenta de que la física cuántica al desindividualizar las partículas elementales desindividualizó asimismo a los hombres y al hacer ininteligible el determinismo acabó con la gloriosa interpretación lineal del progreso.
Corresponde a los humanistas trasladar sus instrumentos de las praderas de la metafísica y del arte a los inquietos laboratorios donde las ciencias están formando un nuevo mundo para que los hombres aprendan juntos a sobrellevar una vida humana y más justa.
Hay que hacer que, como ya lo intentaron Planck, Einstein, Freud y Schrödinger, persistan en potenciar y en ampliar su específica labor teniendo más presentes los cambios que su ciencia provoca en los ideales y en los quehaceres inacabables de los hombres.
Tal como lo apunta Mesta, los métodos en ciencias y humanidades que oscilan entre el polo metonímico y el polo metafórico, si bien son diferentes, se vinculan con la necesidad de una representación del mundo que en el fondo lleva el conocer el papel del hombre en el cosmos para lo cual transitan metodológicamente entre ambos polos.
Enrique Mesta, ese filósofo autodidacta, murió el 23 de agosto de 1984, en Torreón Coahuila, debido a un paro cardiaco de Etiología desconocida. Contribuyó a la divulgación de la filosofía y colaboró en el desarrollo cultural de San Luis Potosí.
También lee: El Piano eléctrico: desarrollo potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).
Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:
«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».
El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:
«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:
»-¿Cuánto debes a mi patrón?».
La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.
«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.
»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».
Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?
El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:
«-¿Cuánto debes a mi patrón?
»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.
»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».
Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.
¡Qué hombre más inteligente!
Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».
Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.
Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.
Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:
-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.
Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.
Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.
Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.
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