#4 Tiempos
Los sueños se hacen realidad | Columna de La Varsoviana
Con mirada de Gitana
Sin duda hay momentos, circunstancias, lugares y personas que cambian nuestra existencia en este plano terrenal. Yo puedo presumir que he tenido las mejores oportunidades y los momentos más extraordinarios. Gracias a la fiesta brava he tenido la suerte de que la vida me ha conectado con personas fuera de serie, las cuales me han ayudado a vivir cosas que siempre soñé y que una parte de mi creía que sería imposible.
No es un secreto que la fiesta brava está un tanto cerrada a la figura femenina. Es por muchos motivos, yo creo que por nuestra sensibilidad y delicadeza, también porque las mujeres somos como los caballos: nos asustamos con facilidad. Incluso se decía que era un poco por superstición (que ese, es tema del pasado), pues antes se creía que si había mujeres en el callejón era de mala suerte para los toreros.
Yo siempre preferí creer que era porque somos material de distracción y pues esos momentos son de poner máxima atención en lo que está sucediendo en el ruedo, ya que hay vidas de por medio.
Bueno pues siempre quise ver un festejo de importancia en el callejón y así saber la diferencia entre estar ahí y estar en el tendido.
Y como bien dicen: pide con fuerza, que el universo te concederá tus deseos…
Les cuento como se suscitó esta tremenda aventura.
Un domingo de esos que llegue a la Plaza más grande del mundo, La México, un entrañable amigo “Ratón” me presento a “Yiyo” (Ramón Francisco Ávila Rivera), un prestigiado periodista Taurino de Aguascalientes, con el que de inmediato tuve una química increíble. Empezamos a platicar y pues el tiempo se hizo nada entre poesía, recuerdos, sensaciones y yo aprendiendo y quedando totalmente anonadada con toda esa experiencia y buenas anécdotas. De ahí en adelante, coincidíamos todos los domingos de igual forma el tiempo pasaba como agua con esas largas charlas.
Así que empezando la temporada novilleril de Aguascalientes 2019, “Yiyo” de inmediato me extendió la invitación a acudir a las novilladas y pues pude acudir hasta la quinta, en donde alternaban: André Lagravere, Miguel Aguilar y Pedro Bilbao, con novillos de 6 Villar del Águila 6.
Desde que llegué, “Yiyo” me recibió de categoría. Me saludó y me dio un pase de callejón, algo que me súper sorprendió. Cuando me lo dio se abrieron e iluminaron mis pequeños ojos, me le quedé viendo al pase como por un minuto. Les juro que no podía creerlo y pues yo estaba tan en la lela que “Yiyo” me dijo: “¡Ya póntelo, que se hace tarde!”.
Me lo puse y empecé a caminar hacia el patio de cuadrillas. Todas las personas por donde pasaba veían mi pase y yo emocionada, de no creérmelo. Llegamos a la capilla en donde lo primero que hice fue persignarme y agradecer por todo lo que estaba sucediendo y por concederme esta tremenda dicha, de ahí a paso apresurado seguimos hacia el patio de cuadrillas, en donde los novilleros estaban liándose el capote y las cuadrillas preparándose para partir plaza y pasé por ahí deseándoles que Dios y la Virgen los protegiera.
Estaba ahí en el callejón, vi el sol deslumbrar la arena. La plaza estaba a reventar. En ese segundo agradecí por mi vida. “Yiyo” me indicó en dónde estaríamos colocados, en el palco Víctor M. Esquivel.
Tenía un nervio muy singular. ¡Sí!, ese que te da cuando crees que estás en un sueño.
Caminé lentamente. Todos me saludaban como si me conocieran, la gentileza y la buena educación definitivamente es distintivo de los taurinos, así como la caballerosidad de los hombres del toro. Está de más mencionarlo, pero en ese callejón había puros hombres, todos respetuosos y amables. Entre más pasa el tiempo y más vivo experiencias con mi familia taurina, confirmo esa belleza en las personas, en la calidad humana y esa grandeza que transmiten hacia el amor a la fiesta brava.
Ya muy puesta en el burladero, “Yiyo” me dijo: “no te asustes, eh”, cuando de toriles salió aquel novillo que más bien era un ¡toro! directo a nuestro burladero sentí una tempestad en mis pies. Todo ese peso, con esa fuerza, a esa velocidad. ¡Qué impacto tan grande!, Más que un susto, fue una emoción y sentimiento de asombro poder estar a esa cercanía con ese majestuoso animal, verle todos sus músculos, esa enorme cornamenta y sus sulfuradas exhalaciones hicieron que mi piel se pusiera de gallina.
En lo que transcurría la lidia de los de Villar del Águila me percaté de la tensión y de los nervios de esos chavales que se estaban jugando la vida. Me imantaron con esas miradas llenas de ilusión, de hambre y amor por su profesión. ¡Qué seriedad transmitían! ¡A esa edad!
¡Sí!, a esa edad en la que otros están pensando en invitar a una chica al cine, en juntarse con sus amigos a jugar videojuegos o simplemente como muchos en este país, convertidos en unos “ninis”, pero Miguel, André y Pedro no pertenecen a ese sector. Ellos están hechos de otra pasta, definitivamente. Han dedicado cuerpo, mente y alma a perseguir un sueño y -muchachos- déjenme decirles que lo sentí. Sentí ese toreo de ustedes. Me transmitieron todo ese arduo trabajo, en el cual se esmeran día a día en entrenamientos exhaustivos y en disciplina casi militar y ese sentimiento que caracteriza a los toreros, créanme que todo esto tendrá la mejor de las consecuencias.
¡No dejen de luchar, que los sueños se hacer realidad! Todos en ese ruedo eran unos chavales: los novilleros, seguidos de subalternos, banderilleros y picadores. Eso me hace creer que hay esperanza, que no toda la juventud es gris y con actitud de “sin embargo”. Nuestra juventud taurina está llena de pasión, esa de la que carece la mayoría. Tienen ilusión, esa que ya está extinta en otros ámbitos, estoy segura que mientras en la tauromaquia haya jóvenes con estos distintivos, tenemos nuestra permanencia segura.
Estar en el callejón me hizo valorar todo ese trabajo de los mozos de espadas, corriendo de un lado a otro, estando al pendiente de todos y cada uno de los movimientos en el ruedo. Vi al mozo de Miguel zurcirle el terno. Esto no se aprecia desde el tendido.
Y qué decir de los cronistas: qué forma de transmitir aquella tarde, qué arte, qué claridad, qué manera de darle forma a cada detalle y desde luego: ¡qué pasión!
Me enorgullece un montón ser taurina, disfrutar, apreciar y valorar el trabajo de todas las personas que hacen que la fiesta brava tenga vida. Así como me hace sentir orgullosa que personas importantes en el mundo del toro se tomen la molestia de tomarme en cuenta para hacer crecer mi afición y amor por la tauromaquia, a todos ellos infinitas gracias.
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#4 Tiempos
Apología del silencio | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Los antiguos, estimado señor –y créame usted que he tardado lo mío en reconocerlo- no eran precisamente unos idiotas. Ellos sabían cosas que nosotros hemos olvidado o que acaso ni siquiera nos interesa ya saber. Pienso, por ejemplo, en lo que enseñaban acerca del silencio.
Recuerdo haber leído en alguna parte que los miembros de cierta tribu africana decían esto a sus hijos para inculcarles desde su más tierna infancia el precioso arte de saber callarse: “Dios os ha dado dos orejas y una boca para que escuchéis lo doble y habléis la mitad”. ¿No es una enseñanza realmente admirable, estimado señor, lo que se dice una enseñanza de vanguardia? Hoy todos se sienten con derecho a hablar o, como dirían los italianos, a dire la sua. ¿Con qué resultado? Con el de que no se cree más en el poder de la palabra. ¿Ha visto usted cómo se desgañitan los panelistas de los talk shows en la televisión? Todos hablan, pero ninguno escucha; todos alegan, pero nadie hace caso al otro. ¡Una vergonzosa orgía de voces de la que no es posible sacar nunca nada en claro!
En cambio, como le digo a usted, los antiguos sabían que existe eso que podría llamarse una retórica del silencio. De los monjes medievales, que eran maestros en el difícil arte de hablar sin palabras, dijo Fray Antonio Pastor en una obra suya de 1661 que “son almas limpias que tienen la lengua hacia dentro, pues saben lo que calla el decir y lo que dice el callar”. ¡Qué frase más elocuente! ¿O no le parece a usted que lo es, estimado señor?
Permítame decirle que durante mucho tiempo mantuve la costumbre de decir siempre lo que pensaba. ¡Y cuánta pena me vino de este malhadado hábito, de este vicio nefando para la paz de los espíritus! Ora se enojaba este conmigo, ora se disgustaba aquel, ora dejaba de dirigirme la palabra el de más allá. ¡Cuántos enemigos me gané a causa de mi imprudente sinceridad! ¡Y cuántos amigos perdí por atreverme a decir lo que debía mantener en secreto! Para decirlo de una vez, tiraba mis verdades al primero que pasaba como arrojan monedas los padrinos al final de un bautizo. Hoy he comprendido que con el silencio podemos decir exactamente las mismas cosas que el hablador -y más cosas todavía-, pero sin la desventaja de parecer demasiado crueles. ¿Qué necesidad tenemos de correr la suerte de los peces? Estas criaturas acuáticas, estimado señor, como usted lo sabe bien, mueren siempre por su propia boca…
¡Qué majestuoso y qué solemne me parece ahora el hombre que sabe callar! Uno lo respeta como a la esfinge, conocedora de todos los secretos. ¡Ah, señor, este que así procede dice más con la boca cerrada que los vocingleros con todos sus discursos!
Seamos sinceros: nos quejamos demasiado, hablamos demasiado. ¿Y a quién conmovemos con nuestros gemidos? A nadie, señor, y acaso entre más nos quejemos menos nos compadecerán. Sí, tal vez nos escuchen, pero reprimiendo el bostezo y acaso preguntándose para sus adentros: “Y éste, ¿a qué hora va a cerrar el pico?”.
Mucho calla el decir; mucho dice el cal lar. ¿Aprenderemos alguna vez, estimado señor, el arte de guardar silencio? Cada día me resultan más claras estas palabras que Jesucristo dijo una vez a sus contemporáneos: “Nada hay oculto que no llegue a saberse, ni nada secreto que no llegue a descubrirse”. Así hable uno con la pared, los demás siempre se enterarán de lo que dijimos. ¿Cómo le hacen?, ¿qué viento misterioso les lleva nuestros susurros? Mire usted lo que decía ese sabio desengañado que escribió el libro del Eclesiastés (que, no hay que olvidarlo, es incluso Palabra de Dios): “Ni en tu pensamiento hables mal del rey, ni en tu alcoba hables mal del poderoso, pues un pajarillo del cielo le lleva la voz y un volátil le da a conocer tu palabra” (10, 20).
Sí, así hable uno con la pared, los demás siempre se enterarán de lo que murmuramos. ¿No es esto misterioso? Sí que lo es, señor, pero de que se enterará no hay la menor duda. ¡Y cuántas aflicciones nos vienen de estos diálogos que nosotros creíamos confidenciales, cuántos disgustos! Un refrán judío dice así: “Tu amigo tiene amigos; por lo tanto, sé discreto”.
Llevo aquí –déjeme mostrárselo-, oculto en mi cartera, un billete en el que he escrito algunas máximas del abate Dinouart acerca del arte de callar que pienso leerle ahora; escuche usted: “Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”. “El hombre nunca es más dueño de sí que en el silencio: cuando habla parece, por así decir, derramarse y disiparse por el discurso, de forma que pertenece menos a sí mismo que a los demás”.
También quisiera leerle –si me lo permite usted- esto que transcribí hace poco en otro billete que aquí traigo: es sólo un pensamiento tomado de un libro famoso escrito por un cierto teólogo jesuita llamado Ladislaus Boros:
“Los hombres más fecundos y arrebatadores son siempre los más callados, aquellos que han aprendido a escuchar a Dios. A lo más íntimo de la existencia cristiana no se llega cuando se habla, sino cuando se calla”. ¿Se asombra usted, amigo? Pero permítame continuar: “Sin embargo, este estar callado hay que aprenderlo. Debemos alzarlo contra el interminable parloteo del mundo. Pero el ruido exterior es sólo una cara del problema, y quizá ni siquiera el peor. La otra cara es la agitación interior, el revuelo de los pensamientos, los temores y los deseos. Una vida bien ordenada ha de incluir el ejercicio de aprender a callar. Hay que empezar por cerrar la boca siempre que lo requiera el deber profesional. Pero esto es sólo el comienzo: deberíamos superar las ganas de abrir la boca. ¡Cuántas cosas superficiales decimos a lo largo del día, y cuántas tonterías!”.
¡Sí, sobre todo cuántas tonterías! ¡Y cuántas injusticias! Señor, recuérdelo: así hable usted con la pared, los demás siempre se enterarán. Medite en ello y saque todas las consecuencias pertinentes al caso. Es una verdad probada. Y si no me cree, mírese usted, por favor, en este espejo.
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#4 Tiempos
El sabor uruguayo del futbol potosino | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
El futbol potosino ha tenido muchos rostros, muchas etapas y muchas nacionalidades que han dejado su huella. Pero si hay una que ha sabido ganarse el respeto en la cancha y el cariño en la tribuna, es la uruguaya. No hablo solo de entrega, hablo de carácter, de identidad, de jugadores que supieron ponerse el equipo al hombro cuando San Luis más lo necesitaba.
Hoy que el nombre de Juan Manuel Sanabria suena con fuerza por razones fuera del césped, vale la pena recordar a los uruguayos que eligieron a San Luis, que se partieron el alma con esta camiseta, y que con su futbol dejaron una marca imborrable.
Sanabria, quien hasta hace poco fue capitán, referente, y para muchos el nuevo símbolo del Atlético de San Luis, rechazó irse al América. ¿Por qué? Eso solo lo sabe él. Pero mientras unos dudan, otros lo hubieran dado todo por una oportunidad así. Y sin embargo, eligió a San Luis. Eso dice mucho.
Marcelo Guerrero, aquel mediocampista ofensivo que llegó en los años dorados del primer San Luis en Primera. El “Colo” no era un crack mediático, pero tenía talento en los pies y visión en la cabeza. Fue clave en el subcampeonato del Clausura 2006. Ese torneo, donde estuvimos a nada de ser campeones, tuvo mucho del futbol uruguayo. Mucho de Marcelo.
Sebastián Abreu, el “Loco”, pasó brevemente por San Luis pero dejó su sello. Llegó con la fama de goleador nato y aunque no tuvo su mejor etapa, su presencia bastó para sacudir vestidores. Un delantero con personalidad, de esos que no se esconden. Un verdadero referente del futbol uruguayo que, aunque por corto tiempo, defendió los colores potosinos.
Más recientemente, Facundo Waller, otro charrúa que entendió lo que significa este equipo. Su paso por San Luis no solo fue destacable, fue vital. Contundente, técnico, siempre con una actitud ejemplar. Fue de los pocos que en temporadas grises mantuvo el nivel. Un volante moderno, de ida y vuelta, que mostró garra y calidad.
Pero no todos los nombres quedaron grabados en los reflectores. Algunos fueron más discretos, pero no menos importantes. José Enrique García, volante de contención, fue uno de esos gladiadores silenciosos a inicios de los 2000. Siempre cumplidor, sin lujos pero con un orden táctico que todo técnico valora.
Andrés Silva, central uruguayo que también pasó por San Luis en esa época, destacaba por su fortaleza física y su agresividad defensiva. No era un defensa sutil, pero sí un tipo al que no le temblaban las piernas en los partidos complicados. Le tocó vivir años de transición en el club, pero siempre rindió.
Uno que sí fue diferente fue Lorenzo Unanue, que llegó en los años 80, cuando San Luis todavía tenía una identidad más modesta pero una gran ambición. Unanue era fino, creativo, y marcó diferencia en una liga que no siempre apreciaba el talento extranjero. Fue de los grandes uruguayos que se puso esta camiseta, y su huella permanece en quienes lo vieron jugar.
A lo largo de las décadas, han sido los jugadores charrúas quienes más han entendido el código del fútbol en esta tierra: sacrificio, dignidad, talento sin soberbia. Y entre todos ellos, hay un nombre que no se discute: Nery Castillo, el más grande jugador uruguayo que ha pisado una cancha en San Luis.
Nery jugó en el Atlético Potosino durante los años más vibrantes del fútbol en la capital. Era extremo, rápido, elegante. Pero más que sus cualidades técnicas, lo que hacía diferente a Castillo era su entrega. El estadio Plan de San Luis rugía cuando tomaba la pelota. Marcaba diferencias, no solo con goles, sino con personalidad. Fue ídolo, fue referente y fue parte fundamental de una etapa que marcó a toda una generación. Su legado va más allá de la cancha: sembró en San Luis una identidad, una conexión con Uruguay que permanece hasta hoy.
El fútbol potosino no tiene la vitrina de otros equipos, pero sí tiene historia. Y en esa historia, los uruguayos han sido piezas importantes. Jugaron, ganaron, perdieron, sudaron esta camiseta como si fuera suya de nacimiento. Por eso, cuando uno ve a un jugador uruguayo en San Luis, ya sabe que algo bueno puede pasar. Porque si algo saben hacer los charrúas, es dejarlo todo en la cancha. Y a veces, eso es más importante que cualquier fichaje.
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#4 Tiempos
Jorge Echevarría y su taller de Sonido 13 | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
De la mano de Oscar Vargas y David Espejo, los alumnos del maestro Julián Carrillo, y principalmente bajo el cobijo de la hija del maestro, Dolores Carrillo, Jorge Echevarría Chávez aprendió el sistema musical del Sonido 13 y tomó el destino de tocar música en el sistema de Sonido 13 de Julián Carrillo, convirtiéndose en uno de los principales difusores de la obra microtonal de Julián Carrillo. Desde 1979 ha sido promotor de la obra del compositor potosino dando conferencias y conciertos en diversos foros y universidades. También ha ejercido la docencia y ha sido catedrático en diversas escuelas, centros culturales y universidades del país. Ha sido director de varias agrupaciones musicales juveniles.
Como parte de su formación en el nuevo sistema musical de Carrillo se involucró en la construcción de instrumentos en cuartos, octavos y dieciseisavos de tono, participando en la construcción de arpas micro interválicas que desarrollaron los alumnos de Carrillo Oscar Vargas, David Espejo y Ramón Guerrero Aspero y construiría posteriormente su flauta para cuartos de tono con la cual basa sus interpretaciones de Sonido 13 con el grupo de formara con el nombre ITZA CAYUM que es un grupo que ha sido trazado por la música, recordando el conocimiento de notas y frases. La inspiración surge de instrumentos ancestrales para crear nuevas formas de expresión musical… expandiendo el espectro sonoro, empoderando en cada nota y pieza. Esta profunda fuente de tradición e innovación encuentra una voz moderna en Jorge Echavarría, miembro clave del reconocido grupo Paraphernalia. (PoF)
Jorge Echevarría Chávez realizó sus estudios musicales en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México como instrumentista en flauta transversal; también en la escuela de música José F. Vázquez; el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México, y estudió armonía contemporánea en el Sindicato de Música de la Ciudad de México.
En los últimos años han sido frecuentes sus visitas a San Luis Potosí para impartir cursos y conferencias, así como hacer composiciones con sus talleristas de música original en el sistema de Sonido 13. En particular participó en nuestro programa de conmemoración del 140 aniversario del nacimiento de Carrillo en 2015, registrando su participación en la serie documental 13 Conceptos del Sonido 13 que puede consultarse en youtube, así como su participación el programa de conferencias públicas La Ciencia en el Bar en particular con el tema la revolución musical del Sonido 13,
Sobre este tema estará en el mes de septiembre en San Luis Potosí impartiendo el taller, La revolución Musical del Sonido 13, el cual tiene el objetivo de desarrollar los conocimientos necesarios para componer e interpretar música en microintervalos, a través del uso del sistema general de escritura musical de Julián Carrillo. Este taller está dirigido a músicos de cualquier diversidad instrumental, con conocimientos básicos de solfeo y teoría musical general.
Este taller es una buena oportunidad para acercarse al sistema de Sonido 13 y experimentar ese universo musical fantástico que desarrolló el maestro potosino Julián Carrillo creando un nuevo universo sonoro que permite crear nuevas sensaciones estéticas.
Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Julián Carrillo y el 130 aniversario del experimento fundacional del Sonido 13. Que mejor manera de festejarlos participando en el taller de Jorge Echevarría sobre la revolución musical del Sonido 13.
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