#4 Tiempos
Carta a la mamá del que escribe estos apuntes | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Amigos y amigas, hijos de nuestras respectivas mamás.
En ocasión tan especial, comparto con ustedes un texto que me lo dictó desde hace mucho el corazón y ésta noche solamente lo escribí.
Es una carta a un ser tan maravilloso que hasta Dios, no pudo resistirse a tener una propia.
Vaya esta carta también para ustedes mis amigos, tanto a los que tienen el privilegio, como yo de tener a nuestra madre, como aquellos que la tienen ya en el cielo.
Hola mamá, hola madre: Días, noches y todo en orden.
Te mando y publico esta carta como el único regalo que sé que en realidad quieres, y que yo deseo con todo el corazón obsequiarte.
Me enseñaste que los hechos dicen más que las palabras, pero son las palabras la vía en que mejor sé comunicarme.
Vive en paz madre, mi regalo es decirte con amor infinito, que mis tormentos los encontré todos fuera de la casa y de tus brazos.
Lo que encontré en calor de la familia que formamos mi papá, Rossy, tu y yo, fueron siempre dulzuras, amores, enseñanzas y valores.
No sufras por mi, yo estoy bien y en orden, y como ya lo sabes, las decisiones buenas y malas que he tomado han sido todas mías.
Tu criaste a un hombre con esas capacidades, todas, incluidas las de equivocarme y reconocerlo.
Te recuerdo de verde y blanco, te recuerdo trabajando, entregada en tu vocación de enfermera, entregada siempre en tu sacrificio por nosotros, pero también por los demás.
Estoy seguro que no ha tenido jamás el Seguro Social a una trabajadora tan dedicada.
Quiero que sepas que en todos esos años, el beso con el que a diario te despedías de mi para irte a trabajar en el Seguro de Cuauhtémoc en tu turno de urgencias, lo llevo tatuado en el alma para siempre y me acompaña noche a noche.
Te recuerdo manejando la Brasilia ¿te acuerdas? Jajaja, nos llevabas a mi al kínder y a Rossy a la primaria. Llegabas corriendo, mi papá hacía el sándwich y a manejar temeraria para estar a tiempo.
Te recuerdo muy valiente, generosa y muy franca.
Te recuerdo de muchas veces que te fui a buscar al hospital y me sé de memoria todas las cosas buenas que los doctores y tus compañeras me decían de ti. Eres admirable.
Te confieso que lo que me anima siempre en momentos difíciles, o que cuento cuando disfruto mis más altas alegrías, es aquella anécdota que siempre cuentas de cuando nací.
Haces unos ojos especiales cuando platicas que nací muy grande, de no se cuántos kilos, y que mi cabeza era desproporcionada a mi cuerpo.
Siempre se te sale una sonrisa cuando repites que el doctor que atendió mi nacimiento sugirió: “Rosita, a este muchacho ya póngale mochila y mándelo a la escuela”. Presumida.
Me has consentido demasiado, lo tengo que decir con mucho orgullo.
Gracias porque me abrazaste aquel día en que me asaltaron, aquel diciembre en que regresé devastado de México, el otro en que me consolaste porque llegué con el corazón destrozado, y por acompañarme súper elegante en aquel vestido con el que fuiste a mi boda.
Recuerdo también tus aplausos emocionados en esos pequeños triunfos de la vida en los que tú y mi papá me han acompañado.
Cuando mis poesías, cuando la escolta, cuando la Banda de Guerra o la banda de Rock, cuando la guitarra, o cualquier graduación.
Me acuerdo cuando me disfrazaste de ratón, de pitufo, de espadachín o de danzante. Me acuerdo de ensayar contigo bailar el Querreque potosino, o que con paciencia me oías dar mis primeros acordes de guitarra.
Si, ya sé que también te he dado momentos muy malos (Eso hubieras pensado antes jajaja ntc)
Pero no te pido perdón nada más porque ya lo tengo, me lo has regalado en cada ocasión, incluso en esas en que mi cabezota mucho se tardó en reconocer y solicitarlo. Así de buena eres.
En realidad creo que ni siquiera les puedo llamar momentos malos y si acaso, fueron episodios desordenados de mi autoría, por lo tanto no cuentan para ti, sino para mi historial delictivo en mi larga lista de la ingratitud.
“Eres la mejor mamá del mundo”, te escribí alguna vez en la primaria en un portarretrato torpemente construido por mi. Me quedé corto: Eres la más buena de todo el universo.
También eres una gran mujer, profesionista, íntegra, siempre bondadosa en todas las circunstancias, tanto en las tormentas como en los oasis al lado de nosotros dos y de mi papá. Eres roca, eres nuestro pilar.
Confieso y presumo que siendo ya el semejante hombre hecho y derecho que soy, aún eres la mamá que me le sopla a la sopa si está caliente o me coces un botón cuando se caen, todavía me dices párate derecho y ponte suéter. Así de tierna eres.
Eres la de verde y blanco que se quitó el uniforme de enfermera profesión a la que entregaste mucha vida, pero de lo que jamás pudiste jubilarte es de la vocación de ayudar a los demás.
Eres mi primera socia de negocios, mi maestra en emprender cuando hicimos aquellas temporadas en que vendía flanes y me resultó bastante rentable. Buenos tiempos.
Te debo mucho, y nunca me cobras.
Te quiero mucho, aunque lo diga poco.
Se que he sido muy ingrato, pero en mi defensa te diré que es porque me has dado demasiado al grado de no alcanzar en justicia, agradecerlo todo.
Tú me enseñaste a rezar, a comer (papaya no ¿ok?) y a viajar con la imaginación a través de todos esos cuentos y libros que me regalaste.
Me inspiras y se me inflama el pecho de ternura al saber que “la señora Rosy” como todos te dicen, o la “santa de tu madre” como se refieren a ti mis amigos, seas tú, mi mamá.
La de blanco y verde, la del trabajo incansable, la que siempre está ahí, la del portarretrato a mano, a la que dedico mis triunfos, a la que debo y debo y debo tanto.
A la que amo, amo y amo tanto, esa eres tú.
Eres la líder que nos enseñó, en los ochentas, cuando nadie hablaba del tema, sobre la igualdad de genero en todas las circunstancias.
Eres de quien aprendí a valerme por mi mismo, a tratar por igual al más rico y al más pobre, a valorar a todos, a respetar a los adultos y a siempre saber que se puede aprender.
Eres la razón por la que sé rendirme nada más ante Dios, y por la que me queda claro que siempre será mejor dar que recibir.
Me fascina cuando pienso en ti y en esa historia que compartes de tu primer Fíat, o cuando imagino tus alegrías de aquellos días de tu juventud en que estuviste en tus grupos de baile.
Admiro tu entereza cuando, contra todo pronóstico, te lanzaste en aquella empresa de buscar a tu papá en Tula Hidalgo. Fuiste a encontrar la verdad y la paz para todos, él incluido.
No juzgaste y diste tranquilidad a Tita, a la que no dejaste en ninguna circunstancia, hasta esa última en que se despidió de nosotros para siempre tomada de tus manos. Eres muy valiente.
Gracias mamá, gracias madre y no olvides tu regalo:
Mis tormentos son míos, no los encontré en tu casa. Ahí solo tuve, tengo y tendré dulzura.
Vive tranquila madre, que este cabezón que tienes por hijo, gracias a ti, sabe lidiar con cualquier tormenta.
Días, noches y todo en orden.
Tu hijo que te ama, tu “obra maestra”:
Jorge Francisco Saldaña Hernández.
También lee: Cuenta regresiva para el día “Cero agua” | Apuntes de Jorge Saldaña
#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
También lee: Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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