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Canelo, el perro más famoso de SLP, se jubiló
Luego de padecer una enfermedad, el can aventurero dejó las calles
Por: Ana G Silva
Canelo, el perro aventurero, es sin duda el canino más famoso de San Luis Potosí. Por más de 9 años, recorrió las calles de la capital potosina, se convirtió en un perro comunitario, cuya casa era toda la ciudad. Con el tiempo se convirtió en un símbolo de conciencia sobre el rescate y apoyo de los animales callejeros, pero sobre todo es ya una leyenda potosina, pues cientos de personas que algún día lo encontraron comparten con él historias tristes, divertidas, curiosas, impactantes, pero siempre entrañables.
Hoy Canelo tiene aproximadamente entre 12 y 13 años. Desde julio del 2020 dejó de recorrer las calles, pues se le detectó un tumor venéreo que afecta principalmente a los genitales, sin embargo, después de varias sesiones de quimioterapia, ha logrado recuperarse, pero sus problemas en las articulaciones, han hecho que hoy este perro tenga una casa definitiva: la Estancia para el Perro Abandonado: “Santa Martha”.
Marisol Guadalupe Carranza fue la persona que en el 2011 le puso su primer pañuelo a Canelo y lo inscribió en el programa de perros comunitarios, desde entonces ha procurado darle seguimiento. Ella es quien se hizo cargo del tratamiento y le encontró espacio en “Santa Martha”.
“Se le quitó su paliacate y se le puso su collar y su placa, porque dejó de ser parte del programa de perros comunitarios, ahora vive en la estancia”.
El recorrido de Canelo variaba todos los días, algunas veces podía ser visto en el poniente de la ciudad, cerca del Hospital Central, pero tampoco era raro encontrarlo deambulando en la colonia Ricardo B. Anaya. Era fácil reconocerlo, pues siempre procuraba utilizar los puentes peatonales y banquetas para realizar sus paseos.
Canelo tiene su propia página de Facebook llamada “Canelo, un perro aventurero” con más de 17 mil seguidores en la cual las personas solían compartir sus fotos y ubicación.
Para recuperar las aventuras que ha vivido Canelo, en La Orquesta convocamos a usuarios y usuarias de redes sociales para que nos contaran sus historias. A continuación algunas de las mejores:
PERRO GUARDIÁN
De acuerdo con algunas versiones, Canelo tenía un sentido de protección muy agudo, como lo comenta Xochitl Constante, quien mencionó que cuando lo conoció, el perro la protegió de una persona sospechosa.
“Estaba con mis amigos afuera del Parque de Morales, ya era noche, se nos acercó y pensamos que estaba perdido, hablé al número y me platicaron de qué trataba el proyecto, ahí se estuvo con nosotros. Había un hombre como medio malandro y nos protegió, le ladró para que no se acercara. Nos estaba cuidando”.
Otras de las personas que coincide en esa apreciación sobre Canelo es María Guadalupe Rodríguez:
“Una vez caminaba junto con mis amigas a un costado de la Facultad de Medicina, se nos acercó y lo acariciamos, de repente un señor muy extraño nos empezó a seguir. El perrito le ladró, nos defendió, se fue con nosotras una cuadra como cuidándonos”.
SUS GUSTOS
Es curioso que algunos de los sitios favoritos de Canelo eran las escuelas. Desde las primarias, hasta las universidades, no era raro encontrarse con él en la Facultad de Contaduría y Administración donde solía ir a comer, Zona Universitaria y el Colegio Minerva. También disfrutaba de visitar avenida Carranza, el Parque de Morales, la calle Muñoz, Himno Nacional, Centro Histórico…
“Fue en el Oxxo de Zapata con Benigno Arriaga, ya de noche, el Canelo estaba dormidillo, yo entré a comprarme unas chelas. Me acuerdo que fue eso porque dije ‘como sí tienes para chelas y no le invitas nada al Canelo’, me sentí culpable, así que compré una lata de Pedigree y se la serví afuera. Aparte la vacié porque pensé que si le dejaba la lata, a lo mejor se lastimaba y ni me peló. Jajajajajaja. Me dio pena y huí, pero dejé la comida, en parte porque pues cómo la limpiaba y pensé que quizá después se la podría comer… o a lo mejor otro perro se la echaba”, narró María José Puente.
Algo similar le ocurrió a JC Muñoz:
“Nunca me aceptó los sobres que le ofrecí cuando me lo encontraba afuera de la uni jaja, prefería los taquitos que le regalaban junto al Hospital Central”.
Favy Tolentino también fue víctima del refinado paladar de Canelo:
“Iba muy seguido a la cafetería de Facultad de Administración. En una ocasión le ofrecí salchichas y el joven ahí las dejó”.
EL ORGULLOSO
Algunos de sus seguidores describen a Canelo como un perro muy orgulloso:
“Yo recuerdo que un día lo bañamos y después dejó de venir el muy digno… con el paso del tiempo regresó a visitarme”, contó Norma Lilia.
“Yo viví una odisea con el Canelo, lo encontré afuera de HEB de carretera 57, estaba lloviendo horrible y se quería cruzar hacia el arroyo de coches, no lo dejé y lo seguí hasta que lo fastidié y se fue muy digno hacia avenida Industrias”, posteó Cynthia Cervantes .
La usuaria Feer Sierra Flores indicó: “Se indignó como tres meses con mi hermana y conmigo porque lo engañamos para esterilizarlo”.
SUS ROMANCES
Martha Patricia comentó que Canelo estuvo enamorado de su perrita, pero ella nunca le correspondió, por lo que el can se rindió con ella: “Estaba enamorado de mi princesa, pero ella no le hacía caso y él nos seguía en Tequis, alrededor del jardín, un día lo sorprendimos con otra y ahí se acabó el enamoramiento, ya no se nos volvió a acercar”.
LAS CASAS DE CANELO
Durante los días fríos y de lluvia Canelo fue resguardado por muchas personas que lo hospedaron:
“Nosotros lo conocimos antes de que fuera famoso y lo quisimos adoptar, porque nos encantó su carácter, se quedó a dormir, pero al día siguiente nos lloró tanto que decidimos dejarlo libre, después de eso agarró nuestra casa como hotel y venía a dormir cuando él quería”, dijo Victoria Alejandra.
“Pasó una noche en mi casa, me lo encontré en unos tacos, se fue caminando conmigo desde mi trabajo, se metió como Juan por su casa jajajaja, se instaló en el tapete de la entrada, me dijeron que tenía que dormir calientito, así que lo cobijé con trapos de franela de abuelita color rosa, se veía bien curioso; en la mañana despertó, vi al ser vivo más feliz y agradecido de tener un nuevo amanecer, al rato empezó a llorar, nos salimos juntos y se fue muy feliz rumbo al centro”, relató Montse Sarmiento.
EL DIVO
Quienes han conocido a Canelo, aunque sea por un momento, han mencionado que ha sido un honor:
“Un día en sus tantos paseos por la Facultad de Leyes, yo creo que no encontró quien le diera de su lonche… se metió a mi privada, mis perrhijos comenzaron a ladrar y salí a ver quién “tocaba”… Y ahí estaba Canelo, mirándome con sus ojitos cansados y su lengua de fuera… ‘¿Tienes sed Canelito’?, le pregunté y lo dejé pasar a la sombra del recibidor, bebió poco (creo que no le gustaba el agua) me pidió salir y le di un poco de la comida del día con un puño de croquetas y lo devoró todo. Después simplemente se dio media vuelta y se fue. Eso fue hace como 2 años”, describió Laura Cordero.
“Una vez lo vi acostado en la esquina de Carranza con Benigno Arriaga, yo iba en coche y cuando lo vi le grité muy emocionada. Él se paró, me echó una mirada y siguió su camino”, reiteró Gaby Hb.
“La primera vez lo encontré en la parada del camión de Carranza con Juan de Oñate, yo acababa de salir de trabajar. Me dio mucha ternura, lo acaricié y de hecho creí que era un perrito perdido, lo publiqué en Facebook y ahí supe que era aventurero y famoso. Después me lo encontré dos veces, justo afuera del trabajo. La última vez que lo vi fue en El Carmen, enfrente del Teatro de la Paz, le tomé una foto. Canelo ha sido de las cosas más especiales de mi vida, soy una fan enamorada de él”, recalcó Marixa Alcazar Tomate.
LA NUEVA VIDA DE CANELO
Marisol Carranza dijo que al principio el estar en la estancia era difícil para Canelo, pues “es un alma libre”, pero ahora incluso tiene un oficio dentro de ese lugar, ya que se encarga de equilibrar los estados emocionales de los perritos que llegan.
Por los estudios realizados a estas fechas Canelo tiene entre 12 y 13 años, y ahora sigue viviendo feliz, pues como describió Marisol: “Se jubiló de la calle para vivir sus últimos años como lo merece”.
#CultoPúblico, si usted quiere visitar a Canelo, puede contactar en sus redes sociales a la estancia “Santa Martha”, no olvide llevar algún donativo para ayudarlos en su labor y si está buscando una mascota, seguro ahí encontrará a alguien que lo llenará de amor.
También lee: #Pray4Canelo | Columna de Daniel Tristán
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP
La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento
Por: Redacción
La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.
El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.
El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.
La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.
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