octubre 11, 2025

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#4 Tiempos

Ronald Knox, el resplandor de la inteligencia | Columna de Julián de la Canal

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Honrándose con esmero sobre fondo blue green, Floreat Etona hospeda a una cabeza privilegiada a inicios del siglo XX. Ronald Knox (1888-1957) ingresó a las aulas aristocráticas en 1900 para acceder en 1906 a los vetustos murallones de Balliol College en que brama el eco espeso de la tradición, donde concluyó su instrucción académica cuatro años después. En su autobiografía, A Spiritual Aeneid (1917), consigna: “Sin duda dejar Eton fue para mí una tragedia; Oxford, en comparación, a pesar de su tradición histórica y su libertad, siempre me ha parecido una pobre segundona”. Abandonándolo, nunca se despidió del todo. En la elitista escuela se familiarizó con el humor inglés, la cortesía cordial, la cálida reserva. Et in Arcadia ego. De inmediato destaca por su pericia en latín y griego en que redacta su primer poemario Signa Severa (1906), que alterna con inglés. Cierta inseguridad debida a su físico enturbió la entrada en los recintos oxonienses como registra Evelyn Waugh: “un aspecto frágil, ligeramente mustio, con una nariz prominente y un labio inferior gordo que la pipa acentuaba, una mandíbula pequeña y ojos grandes”. Ya entonces había adoptado la decisión de ordenarse presbítero de la Iglesia de Inglaterra apegado a la tradición familiar. Recibe el diaconado en 1911 en la catedral de Oxford y, el 22 de septiembre de 1912, el sacerdocio en St. Giles’ Church, Reading. Aun cuando pertenece a la Iglesia Alta o High Church, alberga inconvenientes sobre el anglicanismo. Converso a la iglesia de Roma en 1917, se ordena sacerdote católico al año siguiente.

Dos ingredientes impulsan su determinación: el Movimiento de Oxford, vigente a mediados del siglo XIX, encabezado por el cardenal John Henry Newman; y el Tractarianismo que debe su nombre a la serie de artículos titulados Tracts for the Times (1833-1841). A principios de la década de los veinte, Ronald Knox estrecha amistad con Hilaire Belloc, Maurice Baring y G. K. Chesterton, cuyos escritos habían influido en su decisión de adherirse al rito romano. Su obra, distribuida en dos periodos (anglicano y católico), registra numerosos títulos adscritos a diferentes géneros: poesía, ensayo, sermón, novela, biografía, autobiografía, traducción de libros sagrados, estudios religiosos. Sobresalió en la sátira como se aprecia en la póstuma Literary Distractions (1958), precedida de Essays in Satire (1928) o Difficulties (1932), en que no desestima la crítica literaria. Bizarra se antoja su curiosidad hacia la novela de detectives a la que contribuyó con algunas piezas, proponiendo un decálogo para autores a manera de prólogo en The Best Detective Stories of the Year 1929

(1930). Integró el Club de Detección, cuyo primer presidente fue Chesterton (1930-1936), sociedad que aglutinó a escritores de novela negra.

El prefacio a Una Eneida espiritual se inaugura con una metáfora que dota de sentido a las vicisitudes de Knox hasta 1917, año de ingreso en la Iglesia Católica: “Troya es una religión imperturbable”, amenazada por el escepticismo heleno, siempre derribada y siempre reconstruida. “Cártago es cualquier meta falsa”, en que está ausente todo propósito que no sea animadversión hacia la patria de Escipión el Africano. Finalmente, “Roma es Roma”. Las alusiones resumen las tres directrices hasta ese momento: devoción por la cultura griega, anglicanismo confrontado al catolicismo y Roma como iglesia verdadera. Los tres factores en mayor o menor proporción sostienen el relato autobiográfico aunque el relato no se apegue estrictamente a los tres factores. El volumen narra una aventura al servicio del proceso de conversión en que la búsqueda de la verdad es la auténtica aventura de la conversión. Recelos, titubeos, vacilaciones asaltan estas cuartillas dirigidas a alumbrar las causas del cambio, destinadas a levantar testimonio, orientadas a proporcionar pautas de actuación. El mundo clásico opera como ámbito al que regresar después de luchas íntimas, como espacio en que recobrar fuerzas a la espera de nuevos combates de conciencia, como lugar privilegiado al que instintivamente se vuelve instado por la querencia intelectual. El autor pondera, evalúa, reflexiona. No está en juego en exclusiva el abrazo a la nueva fe, sino el abandono del doméstico credo anglicano consecuencia del abrazo a la nueva fe. La renuncia a la memoria familiar, a amistades, a distinciones. El olvido de una vida a cambio de otra bajo la expectativa de la incertidumbre. La duda resuelta en adhesión que a su vez invita a nuevas dudas socorridas por paliativos vaticanos. De Ronald Knox puede decirse aquello que él mismo pronunció en el funeral de G. K. Chesterton: “Él será ciertamente recordado como un profeta, en una época llena de falsos profetas”.

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#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.

Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.

Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.

El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.

Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.

Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México.

Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.

Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.

Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.

Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.

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#4 Tiempos

Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

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APUNTES

 

Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?

La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?

Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.

Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.

¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.

Deme una salida, presidente…

— Ok.

Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú

… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.

—Ganamos.

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña

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Opinión

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