septiembre 29, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

Monologos de Barrabas | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

 

Conozco casi todos los retratos que tanto los escritores como los cineastas han hecho de mí. ¿Debo decir abiertamente que no me reconozco en ninguno de ellos?

Franco Zeffirelli, el director italiano, por citar a uno entre mil, me representó como un gigante furioso de cuya boca escurrían sin cesar, en un mismo flujo hediondo, espumarajos y blasfemias. Mel Gibson, en La pasión de Cristo, no pudo, por su parte, pintarme más repulsivo: cabellos hirsutos, dientes podridos… ¡En fin, algo muy parecido a un animal! Sin embargo, yo no era ni más feo ni más bello que el común de mis compatriotas, aunque era un delincuente…

Casi diría que me agrada la parquedad con la que los evangelios se refieren a mi persona. Mateo, por ejemplo, se limita a decir de mí que «era un preso famoso» (27,16). Pero Juan es más parco todavía; dice: «Barrabás era un salteador» (18,40). En síntesis, nada de descripciones físicas o psicológicas que pudieran hacer demasiado equívoca la comprensión de mi modesta humanidad. «Un salteador más o menos famoso, más o menos popular»: he aquí, en pocas palabras, una descripción sumaria y bastante exacta de mi situación en aquel remoto entonces. Por lo demás, ninguno de los evangelistas se atrevió a decir de mí que fuese un monstruo.

A pesar de ello, la historia me ha visto siempre con horror y rencor. ¡Se me odia gratuitamente! Sin embargo, es hora de decir que no fui yo quien planteó la famosa alternativa que aún hoy consterna a los cristianos. La pregunta, si lo recordáis, fue hecha por Poncio Pilato como último recurso para salvar al Salvador (¿os disgusta este juego de palabras?):

«-¿A quién queréis que os suelte: a Jesús o a Barrabás?» (Mateo 17, 27).

El procurador romano quería que el pueblo eligiera, pero no en base a la belleza de uno y a la fealdad de otro, sino a la de nuestras respectivas conductas; por decir así, era una pregunta de carácter mucho más ético que estético. Espero que me creáis si os digo que cuando aquella alternativa fue anunciada en alta voz a la multitud enloquecida, yo temblaba de miedo en un calabozo subterráneo en espera del verdugo. De hecho, cuando el guardián abrió la puerta de la celda, mi primer impulso fue retroceder, lleno de espanto.

-¿Es ya la hora? -pregunté enloquecido.

El otro salteador que debía morir conmigo en la misma ejecución también retrocedió espantado y se golpeaban la cabeza con piedras y guijarros: tanta era su locura y su desesperación.

Mientras seguíamos los dos al guardia que nos conducía por una galería intrincada y oscura, yo todavía estaba en la idea de dirigirme al matadero. No fue sino hasta más tarde que supe la  buena noticia.

-¡Eres libre! -me dijo el procurador esbozando una sonrisa dolorosa, de una infinita tristeza-. El pueblo te ha preferido a ti…

-¡Libre! Pero, ¿es que no voy a morirme? -pregunté.

-¡Claro que vas a morirte, Barrabás! -me dijo Poncio Pilato con un dejo de ironía en la voz-, pero aún no.

A veces la felicidad no puede expresarse más que con aullidos, y yo, en aquel momento, aullé hasta perder la voz, hasta asemejarme en todo a una fiera que ha escapado de la trampa del cazador. ¡Libre! P ensándolo bien, quizá haya sido a causa de este aullido que la posteridad me ha juzgado con tanto rigor. Pero, ¿qué queréis que os diga? Vosotros, en mi lugar, habríais hecho lo mismo que yo: gritar, gruñir, reír, echar espumarajos por la boca, volveros locos de felicidad.

-Éste morirá en tu lugar –me dijo el guardia apuntando con su dedo una figura que no me era totalmente desconocida pero a la que todavía no miraba con aprecio.

-Sí, sí, que muera por mí, que muera por mí, que muera por mí, yo no quiero morirme. -Creo que esto fue lo único que pude susurrar, o gritar, o qué sé yo-. ¡Sí, que se muera él!

El único escritor que ha sido capaz de adivinar lo que pasó conmigo después de aquel viernes fatídico, fue Pär Lagerkvist (1891-1974), un escritor sueco a quien, pese a haber recibido en 1951 el premio Nobel de literatura, hoy ya casi nadie lee. Él fue el único en intuir que mi vida, después de aquel mediodía, no podía ser ya la misma. En una página brillante me describe así: «Había adelgazado, tenía un aspecto miserable, no era ya como en otro tiempo, no era más como al principio. Se podría pensar que no fuese el mismo». Y, en efecto, no era ya el mismo. Alguien había dado su vida por mí, alguien había muerto en mi lugar, y eso cambiaba las cosas.

Mi nombre aún hoy produce a muchos una especie de sudor frío. ¿Quién impone a sus hijos, por ejemplo, el nombre de Barrabás? Pero acaso sea yo el único que puede decir en qué consiste lo que los creyentes designan con el nombre de redención. Nadie como yo ha experimentado, al menos en vida y de una manera tan palpablemente real, lo que significa decir: «El murió por mí», porque así ha sido, en efecto. Él murió por mí de la manera más literal que pueda tener esta expresión. 

En realidad -y digo esto sin complacencia-, yo soy el primero de los redimidos, el redimido arquetípico, por decirlo así, y los creyentes que deseen comprender de qué manera han sido salvados, harían bien deteniéndose aunque sea un poco en la contemplación de mi persona. Entonces estarían en grado de entrever algo y caerían en la cuenta de que la redención es algo mucho menos abstracto de lo que a veces tienden a suponer. Si así fuera, tal vez podrían, como yo aquella vez, gritar, gruñir, reír, echar espumarajos por la boca y volverse locos de alegría.

¿No les falta a los cristianos un aire más de redimidos (como decía un filósofo moderno)? Pues bien, que piensen en mí, que me observen con detenimiento, que se pongan en mi lugar, diciendo: «En realidad, Barrabás soy yo», y quizás así entenderán. No sé, tal vez…

También lee: DESPACHO DE BEBIDAS | Columna de Juan Jesús Priego

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Monólogo del hijo único | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

(Hace poco, en mi oficina, escuchaba el monólogo de un hombre solo –quiero decir, solitario-. Ahora lo transcribo entero, aunque agregándole unas cuantas citas tomadas de la literatura para demostrar que la suya no es una experiencia asilada, sino el sentir de muchas personas que, por la razón que sea, debieron vivir de pequeños sin otra compañía que la que se forjaron en su imaginación).

«La familia pequeña vive mejor». Hace treinta años la radio no dejaba de decir cosas como ésta, y claro, nuestros padres se lo creyeron. ¿En qué sentido vive mejor la familia pequeña? ¿En el sentido de que, como se dice en el rancho, entre menos burros más olotes?

Yo, que soy hijo único, siento hoy una gran nostalgia por los hermanos que nunca tuve. Con ellos cerca de mí, acaso mi vida no sería tan solitaria. Pero desde muy pequeño me acostumbré a reír solo, a hablar solo y a jugar con la única compañía con la que podía contar: yo mismo. ¿Hay algo más triste que un niño que, mientras arma un rompecabezas –un puzzle, según lo llaman hoy– habla en voz alta cual si todos sus amigos estuvieran allí armándolo con él? «Mira, dice el niño, aquí embona la pieza. No, no, ésta no va aquí», etcétera. ¿Con quién habla? Con nadie; quiero decir, con el aire, con su sombra.
Lo triste del asunto es que luego este niño se acostumbra a hablar solo, cosa que más tarde hará incluso en la calle, suscitando miradas si no recriminatorias, sí por lo menos de admiración o, en el peor de los casos, de lástima.

–¡Qué chico más serio! –decían las visitas que llegaban a mi casa mientras contemplaban mis ojos melancólicos. Y yo les sonreía con dolor tratándoles de explicar con mi mirada que lo mío no era precisamente seriedad, sino tristeza.
Un niño necesita más hermanos que juguetes. Esto es lo que me digo ahora que termino de leer el bellísimo relato de William Styron (1925-2006) titulado Una mañana en la costa. En él aparece también un hijo único que no se resigna a serlo y que ve con envidia a las familias de su entorno inmediato, tan llenas de hijos, en un pueblo de Virginia; el muchacho se llama Paul Whitehurst y… Pero permítame usted leerle la página entera:

«En la semipenumbra, mis ojos recorrieron la estancia, el reducido espacio de la habitación de un hijo único, pequeña y ordenada con aquella posesiva sensación de tenerlo todo en su sitio, sin la molesta presencia de los hermanos y hermanas que durante tantos años había ansiado tener y que ahora, en mi desolación, ansiaba tener con un dolor muy especial».

Antes de continuar, estimado padre, quizá convenga decir que la madre de Paul está agonizando en la habitación de a lado cuando él se dice a sí mismo estas cosas; muere de cáncer, y él no tiene a quien agarrarse para soportar su dolor. Una vez aclarado esto, volvamos a nuestro relato:

«En el pueblo había muchos niños. Era un lugar y una época de tendencias prolíficas y las casas del pueblo, a pesar de lo pequeñas que parecían, estaban llenas de familias numerosas y todos mis amigos tenían hermanos a quienes yo envidiaba por el simple hecho de existir…, espléndidos hermanos mayores y delicadas hermanas menores; incluso me hubiera encantado mimar y proteger a los pequeños mocosos que constituían el último eslabón de la cadena familiar.
Una vez que la hija de un vecino murió a causa de una caída de caballo, pude ver la desbordante fuente de amor y consuelo que surgió del corazón de la familia, hermanos y hermanas abrazándose y besándose como si el dolor se pudiera aliviar con el simple contacto de una carne de origen común.

Durante varias noches los hermanos dormían juntos en una sola cama, abrazados los unos a los otros para que ni siquiera el sueño pudiera separarlos en su aflicción. Yo, en cambio, me sentía tan solo en mi dormitorio como en una mazmorra. El calor era asfixiante y yo jadeaba como un pez en la oscuridad».

¿No es bella esta página? En ella está dicho todo. Un niño que tiene hermanos es fuerte para soportar cualquier prueba de la vida: le basta, en efecto, con colgarse al cuello de de uno de ellos y echarse a llorar hasta que la fuente de las lágrimas se seque y todo vuelva a comenzar.
Pero, ¿en el hombro de quién se llora cuando los hermanos no existen? ¡Respóndame usted!
Tener hermanos es poder decir: «Pase lo que pase, yo no estoy solo». En los momentos de aflicción yo no he podido ir a la recámara de un hermano y acostarme a su lado, así, en silencio, sólo para sentir el calor de un cuerpo que no me va a rechazar, de una piel que no me sentiría culpable de tocar.

Desde que alguien se puso a decir que la familia pequeña vive mejor, los hijos son vistos como unos advenedizos que lo único que vienen a hacer en este mundo es a robarles a sus padres libertad, dinero, sueño y comodidad.

A los que piensan que la familia pequeña vive mejor, yo querría repetirles lo que una vez, en un libro autobiográfico, escribió el gran historiador francés Pierre Chaunu (1923-2009):
«La infancia sola con adultos es triste. El único regalo válido que se le puede hacer a un niño es el de darle hermanos y hermanas».
Y continúa: «No se recalcará jamás bastante el papel de la fratría. Me basta comparar este recuerdo con el espectáculo que me ofrecen cotidianamente mis hijos. Yo no he conocido la fratría. Huérfano de madre a los nueve meses, recogido por un matrimonio cuadragenario, sin hijos, una tía y un tío político, he tenido una pequeña infancia feliz, pero una infancia que no me preparaba para el encuentro con los otros».

¿Lo ve usted? Son los otros, los hermanos, quienes nos van enseñando, paso a paso y golpe a golpe, como dice la canción, el difícil arte de vivir.
Nunca es fácil vivir con ellos, pero sin ellos todo es más difícil.
No sé, tal vez los hermanos existan para colgarse de su cuello en los momentos de duelo; para no estar solos mientras papá y mamá salen de casa, como los antiguos cazadores y recolectores, para traer de fuera algo que comer.

¿Esto que digo le parece absurdo? Si es así, piénselo un poco y al final respóndame…

También lee: Sobre el ateísmo | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Redefinir lo perdido y pelear lo que resta | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Publicado hace

el

TESTEANDO

Este sábado San Luis se mide ante Pachuca en casa, con la presión de reponerse del puñetazo emocional que fue la derrota frente al América, no por los puntos que también pesan, sino por lo que se dejó ir en el Alfonso Lastras, un equipo que jugó bien, dominó metros, buscó, insistió y que no merecía irse con las manos vacías, hasta que un error al 89′ lo condenó. Esa herida aún palpita.

San Luis mostró un nivel prometedor frente a las Águilas, recuperación en posesión, agresividad por las bandas, un mediocampo que intentó abrir la cerradura americanista. No fue perfecto, hubo imprecisiones, como siempre, pero se vio un conjunto que entiende qué quiere ser. El gol de Zendejas al minuto 89, un recorte dentro del área aprovechando el momento de desconcierto tras un mal despeje de Andrés Sánchez en la salida del equipo, fue doloroso porque llegó cuando parecía que al menos arrancarían un empate justo.

Ahora Pachuca aparece tres días después, un rival de exigencia alta, curtido en estas luchas, que rara vez regala espacios. Para San Luis, este partido será una prueba de si aquella derrota frente al América fue un tropiezo fortuito o el síntoma de algo más profundo, de debilidad mental en últimos minutos, de nervios, de detalles que terminan costando caro.

Son varios los frentes que deben revisarse. La concentración hasta el último segundo, no basta jugar bien 80 minutos si al final te cae un gol evitable. San Luis tiene que aprender a sostener la estructura bajo presión, aun cuando el adversario suba la intensidad.


Valorar el balón en campo contrario, en el duelo contra América hubo fases en las que la posesión fue potosina, pero faltó aprovechar, decidir, definir. Ante Pachuca no habrá tanto margen de error en esos momentos, la puntería debe acompañar.

Mentalidad de empate como punto de partida, si bien ganar en casa es la exigencia, rescatar algo ante un grande puede funcionar como trampolín. Salir con la convicción de que al menos no pueden golearte, que debes imponerte en tu cancha.

Pachuca llega con el cartel de equipo serio, con ambición de salir del problema en el que está metido, un equipo que no está acostumbrado a pelear la zona baja. Mientras que San Luis no puede seguir mostrando dudas cada partido, desde aquí ya todos los juegos se transforman en una final si es que aspira a Liguilla o al menos a dejar una imagen respetable. Este sábado no será la excepción.

San Luis tiene ante Pachuca una oportunidad de redención, de demostrar que lo visto ante América y Santos no fue flor de un día, sino el indicio de algo mejor. Si comete el mismo error del minuto 89, si deja que se escape la recompensa cuando parecía merecerla, entonces no servirá de nada haber jugado bien. Porque en el fútbol, como en la vida, lo que se deja escapar al filo es lo que termina definiendo la historia que cuentan al final.

También lee: Más que un torneo, un paso a la igualdad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El canino úrsido de Luis Ortuño y acompañantes | Apuntes de Jorge Saldaña

Publicado hace

el

APUNTES

 

Culto Público, hijos del histrionismo:

Se solicita a todos Ustedes un reflector por el amor de Dios, un foquito aunque sea, o de plano: ¿no traen un like que les sobre y que no afecte a su economía social?

La petición es para Luis Gerardo Ortuño Díaz Infante, presidente de Coparmex y Coordinador de la Alianza Empresarial Potosina, que al parecer padece un caso severo de THP (Trastorno Histriónico de la Personalidad) una triste afección que se caracteriza por tener una necesidad generalizada de atención.

Guiado por esta tendencia constante de querer ser el bautizado en los bautizos, la novia en las bodas, y el muerto en los funerales, el líder coparmexano, mandó hace unos días un discreto WhatsApp (de esos que luego de un ratito se borran) a varios representantes de cámaras empresariales para invitarlos a una visita a la Cámara de Diputados en San Lázaro.

El objetivo, la agenda, el orden del día o los temas a tratar, y con quién tratarlos, se omitieron.

Más que una invitación formal para que una representación empresarial de un estado acudiera a cuestionar, tender puentes o tomar acuerdos con los legisladores federales, pareció una invitación más del estilo “vamos a ver a quien vemos… va a estar padre”, y ya.

Hubiera sido lo mismo (o incluso más divertido y rentable) que Wicho Ortuño, los hubiera invitado a Six Flags porque lo que es a la cámara, no fueron a nada.

¿De qué sirvió a Imelda Elizalde de Canacintra, Leopoldo Stevens de CMIC, Rodrigo Sánchez de IPAC, y a otros menos importantes, acudir, sin una agenda clara a San Lázaro?

¿En qué pueden ayudar a San Luis los diputados Gerardo Villarreal de Durango, Ernesto Núñez Aguilar de Michoacán, Héctor Téllez de la CDMX?

Por lo que se sabe, los legisladores arriba mencionados ni conocían a los invitados de Ortuño Díaz Infante, y menos sabían a qué iban (además de la foto). Por pura cortesía les dieron un “Hola cómo están, mucho gusto, sean felices”.

Que canino úrsido (por no decir que perro oso).

El grupo de empresarios, pastoreados por Ortuño, saludaron también a Gabino Morales de Morena y a David Azuara del PAN y eso porque se los encontraron de puritita casualidad.

También presumieron reunión con el ex alcalde de Oaxaca, Carol Antonio Altamirano, hoy presidente de la Comisión de Hacienda (¿algún favorcito especial?).

De la fracción Verde se reunieron solo con el diputado de Querétaro, Ricardo Astudillo

, de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública.

¿Y a los diputados federales potosinos? Ni invitación, ni convocatoria y ni el saludo (ni en el avión).

¿De qué sirve que el diputado federal, Juan Carlos Valladares haya presentado iniciativas enfocadas en el fortalecimiento empresarial como la de los retenes, el abasto económico, el nearshoring, fomento de Pymes y otras?

Pues al parecer, para el pastorcillo y los pastoreados empresariales, para nada, muchas gracias. (Dicen que hay un lugar especial en “cazo mocho” para los malagradecidos).

¿De qué sirve que en los eventos locales, informes de gobierno, inauguraciones de infraestructura y sus aburridísimos eventos camerales inviten a los diputados potosinos y declaren en idioma tapete a favor del gobernador y los legisladores, si en los hechos los ningunean, los grillan y hasta los traicionan?

En fin. Así son los representantes camerales potosinos (que no todos), una vez más usando la Amex para ir a pedir ayuditas o rebajas a Hacienda, tomándose la foto, saludando a desconocidos, ignorando a los de casa (aplicaron el “potosinazo”) y en pocas palabras haciendo el ridículo.

Liosos en casa, figurosos en San Lázaro.

Me imaginé a Wicho Ortuño tarareando aquella canción de Gloria Trevi:

Y todos me miran, me miran, me miran
Porque hago lo que pocos se atreverán
Y todos me miran, me miran, me miran
Algunos con envidia pero al final, pero al final
Pero al final, todos me amarán…

Ojalá las heridas de apego no sean contagiosas en el amplio empresariado potosino, ese que sí produce, esos que no piden favores, esos que no les gusta andar de tapetes y ese que no necesita de representantes con poco quehacer.

Yo soy Jorge Saldaña

Hasta la próxima.

También lee: Periodismo, huachicoleo y agua | Apuntes de Jorge Saldaña

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco CP 78220
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 2440971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados