junio 2, 2025

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#4 Tiempos

Crónica | Culebra

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Vivir entre cubetas, jabón y peleas

Por: Deborah Chavarría 

El combustible de La Orquesta.mx siempre ha sido la vitalidad de las y los jóvenes periodistas potosinos. Como parte de un ejercicio para dar a conocer su talento, durante las próximas semanas publicaremos entrevistas y crónicas realizadas por los alumnas y alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Queremos saber cuál es la visión de las chicas y chicos que, desde ya, son responsables de registrar la memoria de nuestra ciudad.

Llegamos a la Alameda. El calor era sofocante y el sol de la una de la tarde causaba picor en la piel. Mi madre recién comenzaba su bazar por Internet y me pidió que la acompañara a su primera venta. Estaba genuinamente entusiasmada, no podía decirle que no (además de que la idea de dejar a mamá ir sola al encuentro con un extraño no me daba buena espina).

El propósito de la salida era fácil: localizar al cliente, entregar los pantalones y volver a casa. Encontrar estacionamiento fue un dolor de cabeza, pero luego de un par de vueltas, hallamos un espacio frente a la iglesia de San José.

El coche estaba lleno de polvo y residuos de las fábricas cercanas a casa, así que nos pareció conveniente que lo lavaran mientras esperábamos al comprador (que para entonces ya estaba retrasado). Apenas nos estacionamos, notamos que esa era la zona de los lavacoches. Las cubetas en las aceras y el piso lleno de espuma y charcos los delataban. Casi a la par de nosotros, una Van se estacionó a unos cuantos espacios. La mujer que la conducía abrió la ventanilla y le gritó a una de las lavacoches.

–¿Cuánto por fuera?
–40 Doñita –respondió.
–¿Pero bien lavado?

La lavacoches era una mujer muy robusta, de aproximadamente un metro setenta, cabello teñido de un rojo intenso y piel oscura, su ropa (uniforme de trabajo, se podría decir) tenía varios orificios y una enorme mancha de aceite en la espalda. Sonrió con la pregunta y respondió cargando una de las cubetas del piso: “La pregunta ofende”.

Me pareció una persona bastante curiosa, alguien que no se tiene la oportunidad de ver todos los días. Detrás de ella corrió una niña de unos nueve, cuando mucho diez años, mordiendo un pedazo de plástico.

–Pero no sea malita –dijo la lavacoches –estacióneme la camioneta de este lado, junto al camión de mudanza, porque esta zona no es mía.

Antes de que la conductora le respondiera o pudiera hacer una maniobra, otro lavacoches salió por detrás de una camioneta, e ignorando la presencia de su compañera, gritó –ahí déjela doña, ahorita me la aviento yo. –Eso bastó para que la lavacoches cambiara completamente su semblante.

–¿Qué dijiste pendejo? – gritó, secándose las manos a los costados de su pantalón. La niña la tomó de la playera, intentando jalarla, pero sus esfuerzos no rindieron frutos.

–Mamá, no… –escuché a la niña decir, pero la que, ahora sabía, es su madre, la apartó con un aventón brusco; otra mujer la tomó del brazo y la jaló hacia donde estaban los demás lavacoches, que al ver la reacción de la madre de la niña no hicieron más que reírse.

Mi madre y yo observábamos todo desde dentro del auto, en la radio sonaba “A tu recuerdo” de los Ángeles Negros. No sabíamos cómo reaccionar, pero la posibilidad de que algo sucediera reafirmó nuestra decisión de quedarnos en el coche.

El hombre medía aproximadamente un metro ochenta, era muy delgado y tenía un tatuaje de la virgen de Guadalupe en el brazo izquierdo. Sus ojos pajizos estaban hundidos dentro de las cuencas y parecían perderse en sus ojeras. Tenía la apariencia de un esqueleto cubierto de cuero.

La mujer se paró frente a nosotros, cerca de donde el lavacoches tenía sus cubetas con agua, y le lanzó una mirada retadora. Le hizo una seña obscena y pateó una de las cubetas.

Sentí genuino miedo de quedar en medio del pleito, pero el hombre no actuó. La mujer de la Van se escabulló por detrás y en medio del duelo, la lavacoches perdió la concentración en su cliente. –Ya sabes que no te tienes que meter conmigo, pinche Culebra, ¿te crees muy chingón? –dijo la mujer, acercándose al hombre, que inconvenientemente para mí, decidió pararse a nuestra izquierda.

Él no se movía, no decía ni hacía nada. Ella se acercó y lo tomó de la playera. Otro de los lavacoches corrió hacia ellos y la jaló por el brazo. –Ya wey, la niña te está viendo.

En lo que pareció ser un momento de paz, la lavacoches soltó al hombre y caminó hacia la acera, cargó a la niña (que había empezado a llorar) y la perdí de vista detrás del camión de mudanzas.

El hombre se quedó parado junto a nosotros unos segundos, parecía a la expectativa de algo, estaba alerta.

Mi madre, ignorando mis recomendaciones, bajó el cristal y le dijo:

–¿Cuánto me cobra por lavármelo?
–40 doña, bien lavadito
–Órale, aviénteselo.

Me sentí incómoda con el hecho. No era agradable estar en un ambiente tan hostil, bajo ese sol que casi nos cocinaba vivos, esperando a alguien que no sabíamos si llegaría.

–Nomás deme chance de llenar la cubeta del jabón otra vez, ¿no, doña?, ya ve que esta pinche vieja loca me la tiró toda.

–Aunque sea nomás con agua, no se apure.– Él asintió y empezó a lavar el coche. Fue cosa de cinco minutos para que la mujer regresara, esta vez con más furia. Jaló al hombre de la camisa y lo empujó contra el auto a un lado del nuestro, empezó a amenazarlo con la mano derecha, y a gritarle.

Esta vez, iban en serio.

–¿Quieres que nos peleemos?
–No te tengo miedo cabrón.
–Ya déjame en paz, pinche loca.

Mi madre no parecía entender lo incómoda y terrible que me resultaba la situación, porque por más que le pedí que moviera el coche, no lo hizo. En cambio, le subió el volumen a la radio; en ese momento sonaba “Mi Matamoros querido” de Rigo Tovar, canción que detesto, haciendo aún más insoportable e increíble el escenario.

Ella lanzó el primer golpe, justo en el ojo derecho del hombre. Él la jaló del cabello, intentando alejarla de sí. La mujer no estaba dispuesta a detenerse hasta causarle daño.

–¡Para que aprendas a no meterte conmigo, Culebra! –Le gritaba, lanzando golpes al aire. Muchos no llegaban siquiera a rozar al hombre, pero podía notarse que la cansaban.

Él la abrazó en un nulo intento por detenerla, pero otro de los lavacoches, el que la calmó hacía unos minutos, llegó a ayudarla.

Golpeó al hombre en la mejilla, cerca de la boca, y lo hizo escupir sangre.
–Tú no te metas cabrón.

La mujer tomó un tubo de una de las cubetas, y Culebra corrió hacia la avenida Universidad.
No podía creer lo que estaba presenciando, ni la falta de acción por parte de los otros lavacoches. Para ellos, más que una pelea, o como yo lo vi, un ataque, era un show de comedia, un sketch.

Ella lo siguió, junto con el hombre que la estaba ayudando. A lo lejos pudimos ver que Culebra empezó a pelear con el otro hombre, en la calle frente a la iglesia.

La mujer que había alejado a la niña aún la tenía de la mano. –Ya deja de llorar, chingao –le dijo.
Las lágrimas de la pequeña rodaban por su cara, quemada por el sol.

Una patrulla pasó frente a ellos, pero no se detuvo.

Luego de cinco minutos, silencio. No había rastro de la mujer, ni de Culebra, ni del otro hombre. Los demás lavacoches seguían riendo.

Me sentía frustrada y en shock. El cliente de mamá no llegaba, y ya era demasiada espera. –¿Sabes qué?, ya vámonos –dijo mi madre, molesta. Bajó del coche a echar un último vistazo, en búsqueda del cliente.

–¡Ay Dios!, ¡ahí viene esta vieja! –Me dijo metiéndose al coche de nuevo. La mujer y su cómplice llegaron corriendo a donde tenían sus cosas, cargando mochilas y botellas.

–¡Evelyn! ¡Vámonos ya! –Exclamó la lavacoches, llamando a la niña.
–¿Y eso? ¿qué te hizo el cabrón? –Preguntó otra de las mujeres.
–Ya se fue wey, pero nos va a caer con toda su banda.

Ella, la niña y el cómplice corrieron hacia la parada del camión, y los perdí de vista.
Mamá encendió el coche, y aunque no me lo dijo, sé que la idea de que el sujeto llegara con su pandilla la asustó.

–De todas maneras, el viejo este no vino, ya lo esperamos mucho.

Arrancamos hacia el distribuidor Juárez, con medio coche sin polvo, un salpicón de sangre en la llanta trasera y 4 pantalones que sacamos a pasear.

El resto del día pensé en la mujer, en lo difícil que debe ser vivir en un ambiente de hombres y tener que imponer respeto. Pero el verdadero foco de mis pensamientos era la niña, que pudiendo estar en cualquier otro lugar del mundo, le tocó pasar su infancia en la Alameda, viendo a su madre pelear para sobrevivir, perdiendo inocencia y derramando lágrimas al suelo lleno de jabón.

Así amanece el precio del dólar hoy 27 de mayo en SLP

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#4 Tiempos

Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…

Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».

Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!

Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».

Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…

Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».

Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.

¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída

, el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».

¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».

Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!

Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.

Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».

Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.

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#4 Tiempos

Se acabó el Clausura 2025 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Llegó a su fin el torneo de la Liga MX con un nuevo campeón, el Toluca destronó al América y se sienta en la cima. Ahora es momento de hacer cuentas, de esas que sirven para alimentar la estadística.

En total, en el Clausura 2025, se jugaron 170 partidos: 153 de temporada regular y 17 de liguilla.

En la jornada 9 se dio el resultado más abultado del campeonato, un 5-0 que le propinó Toluca a Querétaro en la bombonera. En contraparte, 12 partidos terminaron con un empate a 0, incluyendo el partido de ida de la final entre América y Toluca.

El equipo más goleador fue Toluca, con 51 tantos entre torneo regular y liguilla, a diferencia de Querétaro que fue el que menos anotó con tan solo 10 en toda la fase regular.

Algunos de los récords que se rompieron en este Clausura 2025 destacan al Toluca anotando 5 goles en dos partidos, primero ante Querétaro en la jornada 9 y después frente a Necaxa en la jornada 11.

Jhon Kennedy de Pachuca logró anotar en cuatro partidos consecutivos en casa, alcanzando a Edwin Cardona en 2019.

Atlas logró una remontada 4-3 después de ir perdiendo 0-3 ante Tijuana, algo que igualó a América en 2016 ante Cruz Azul, por cierto, este partido entre Atlas y Tijuana fue uno de los dos con más anotaciones del torneo.

Para cerrar con los números, el promedio de asistencia a los partidos fue de 23,783, mientras que la mejor asistencia fue el partido entre Monterrey y San Luis, en la jornada 8, con 50,023 aficionados, esto gracias a la expectativa del debut de Sergio Ramos. Del otro lado, el partido con menos asistentes fue el Pumas vs Mazatlán con tan solo 8,845 espectadores, esto provocado por jugar al mismo tiempo que se llevaba a cabo el Super Bowl 59.

Por último, en temas financieros, se presume que el campeón del futbol mexicano recibe aproximadamente 78 millones de pesos más la clasificación a la Copa de campeones de Concacaf y un considerable aumento en los bonos de patrocinadores tanto propios como de la liga.

Se fue un torneo, y aunque todavía quedan por lo menos dos partidos más que interesan a los aficionados locales (Cruz Azul vs Vancouver y América vs LAFC), la liga llegó a su fin y por ahora vivimos la emoción del futbol de estufa, hagan sus apuestas y esperemos que el próximo torneo vuelva a emocionar.

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#4 Tiempos

Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Braulio Gutiérrez Medina es un investigador del Instituto Potosino de Ciencia y Tecnología, IPICyT, que realiza trabajo de investigación en biofísica, biomateriales bionanotecnología, siendo especialista en técnicas de Microscopia óptica, que incluyen herramientas de pinzas ópticas y fluorescencia.

Sobre estos temas estará participando con una plática en La Ciencia en el Bar que ha titulado, La Micrometría y la Paz del Espíritu; sugerente título que nos remite a asuntos de medición en sistemas biológicos los cuales tienen tamaños micrométricos y nanométricos y en los que se requiere para su estudio de mediciones de microscopía con luz para muy pequeños tamaños.

La charla se llevará a cabo el jueves 29 de mayo a las ocho de la tarde noche en La Cervecería San Luis, ubicada en la Calzada de Guadalupe número 326, con entrada libre. La charla forma parte del ciclo treinta y nueve de esta serie que corresponde a diecinueve años de actividades. La Ciencia en el Bar es un programa pionero en el país y ha sido replicado en varias partes del país, generando escenarios de interacción entre la comunidad científica nacional y el gran público.

Este jueves, es una buena oportunidad para escuchar al Dr. Braulio Gutiérrez y conocer parte de su trabajo de investigación que realiza en el IPICyT. El Dr. Braulio Gutiérrez es un físico egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1997 y realizó sus estudios de doctorado en Física en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos en 2004 y un Posdoctorado en Biofísica en la Universidad de Stanford en 2009. Ha recibido los premios Jorge Lomnitz Adler 2018 del Instituto de Física-UNAM y Academia Mexicana de Ciencias en el 2018, y el premio George E. Brown, Jr. UC MEXUS en 2010. Cuenta con un par de patentes, entre ellas método para obtener imágenes tridimensionales usando un microscopio de campo brillante otorgado en 2021.

Con la técnica de pinzas ópticas que ha desarrollado el Dr. Braulio Gutiérrez, ha logrado entender un poco más el funcionamiento de pequeñas proteínas de las células, llamadas motores moleculares, que funcionan como mensajeros al interior de la célula.

En una entrevista que concedió el Dr. Gutiérrez detalló el desarrollo de sus pinzas ópticas: “Construimos un instrumento de pinzas ópticas, que se basa en un microscopio óptico con el cual podemos observar muestras biológicas y micropartículas. Un microscopio óptico utiliza lentes para formar una imagen amplificada de la muestra de interés. La lente más importante del microscopio es el objetivo que se encuentra inmediato a la muestra. Al microscopio le acoplamos un haz láser que hacemos pasar a través del lente objetivo, con lo cual logramos tener el láser enfocado sobre la muestra. Este láser es el que captura y manipula nano-objetos como las proteínas llamadas cinesinas”.

Por lo regular las charlas de La Ciencia en el Bar se realizan en día miércoles, en esta ocasión se realizará el jueves que es día 29 de mayo. Los esperamos este jueves a las ocho de la noche en La Cervecería San Luis y disfrutar la charla del Dr. Braulio Gutiérrez sobre Micrometría y la Paz del Espíritu.

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Opinión

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