septiembre 18, 2025

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#4 Tiempos

The Babadook o “la película de 2014 que es huesera, pero bien hecha” | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

Disclaimer: no voy por la vida pensando todo el tiempo en el bodrio que fue Huesera. Tampoco camino por las calles tomando de los hombros a cualquier persona que se me ponga en frente para agitarle y gritarle en la cara que “¡Huesera es una película horrible!” Eso solo ha pasado, a lo mucho, tres veces. Y ya me encargué de las subsecuentes multas. La verdad es que ni siquiera me atrevería a contarla entre mis 10 películas más odiadas de la historia (digo, también está difícil hacer cosas más cutres que Ánima Estudios o Zack Snyder), pero sí fue una película que me hizo enojar muchísimo, sobre todo por la manera tan pitera en la que decidieron resolver el conflicto y convertir su “película sobre el embarazo” en una historia sobre cómo “las lesbianas se merecen todo lo malo que les suceda” porque eso de las metáforas visuales nomás no se les da.

Lo que sí pasó fue que, mientras más tiempo pasaba viendo The Babadook, más me daba cuenta que esto era exactamente la película que querían hacer en Huesera pero que nada más no les salió. Pero nada.
Ambas películas tienen como protagonista a una madre cuyo principal arco a lo largo de la película la involucra a ella odiando con toda el alma a su hijo debido a una serie de traumas que viene cargando desde hace mucho tiempo. Y, en ambos casos, este trauma termina viéndose reflejado como una criatura sobrenatural que le ataca y hace de su vida un infierno, llevándola al extremo de querer acabar con la vida de su vástago. Pero, mientras en la película mexicana se les olvidó todo esto de que los actores pueden contar gran parte de la historia con sus expresiones, sus diálogos, o su forma de actuar, mucho menos recordar que el trabajo de una película es el de contar historias a través de lo visual, The Babadook logra ponerte en los zapatos de su protagonista desde el principio sin tener que recurrir a diálogos clichés que no aportan nada.

Por ejemplo, durante los primeros 20 minutos de la película, ésta se empeña en hacerte odiar por completo la existencia de un niño de seis años que lo único que está haciendo es ser niño. Grita, corre, llama la atención de su mamá todo el tiempo, se la pasa abrazándola, y lo único que quiere es que le lean cuentos antes de dormir. Se puede decir que es un poco molesto el chamaco pero, pues, ser molesto es la mitad del punto de ser un niño, así que tampoco es como que lo podamos juzgar demasiado por ello.

Lo genial es que le película en sí te condiciona a aborrecerlo. Como todo está contado desde el punto de vista de la mamá, visual y sonoramente, todas las acciones del niño están intensificadas de una manera exagerada cada vez que está en escena. O sea, no solo grita que quiere algún capricho, sus gritos están sobrepuestos a cualquier otro sonido o soundtrack, dejando detrás de si ecos o con el pitch aumentado para que suenen todavía más agudos. La película te acerca a las expresiones de la madre en primer plano, mientras deja al niño convertido en un manchón desenfocado en el fondo de la imagen. No vemos nunca las “cosas terribles” que hace en la escuela, sólo vemos cómo los encargados de la escuela le describen al niño a su madre como si fuera un ente sin nombre capaz de llevar a la locura a los demás alumnos. Sus gritos se cortan en su punto más álgido para pasar, luego luego, a otra escena en donde está haciendo otro destrozo.

En ningún momento la directora de The Babadook consideró que su audiencia era estúpida, por lo que creó una experiencia visual que explicara cómo se siente la madre respecto a su hijo y es difícil no sentirse igual que ella en cada escena.

Supongo que crear toda esta experiencia visual fue un trabajo complicado, porque podría, no sé, haber creado dos o tres escenas en donde la señora se junta con su familia y todos le decían que nunca creyeron que sería madre o que no sabían que le gustaban los niños para que ella sólo se riera y se defendiera. Quizá eso hubiera sido mucho más efectivo, la verdad. Tal vez tener a alguien contándole cómo cuando era más joven no cuidó bien a un niño ajeno y se le cayó por las escaleras. Yo creo que así hubiera sido más creíble todo eso de tenerle miedo y odio a su hijo. O sea, ¿mostrar su estrés a través de trucos de cine? Eso es de amateurs. Los pros resuelven todo con diálogos, porque si no, la gente va a sentir ansiedad viendo una película de terror y, pues, ¿quién quiere sentir terror en una película de terror?

De igual forma, a lo largo de The Babadook la presencia del ser mencionado en el título de la obra es, por supuesto, una gigantesca metáfora relacionada a lo que siente la protagonista en su interior. Así funcionan estas películas con esperpentos infernales que acechan familias. Siempre son una metáfora. Mientras que en Huesera supuestamente representaba las ganas de no quedar embarazada de una persona que se aventó casi un año intentando quedar embarazada a través de incontables métodos, y que trabaja arduamente y feliz para darle la bienvenida a su hija, The Babadook representa la congoja y luto de haber perdido a alguien y cómo, si no enfrentas esos sentimientos a tiempo, te pueden consumir y convertir en un ser deleznable que, incluso, desea matar a sus seres queridos para sentir en paz. Y en ningún momento hay disonancia entre la metáfora y lo que los personajes expresan. Es como si, no sé, si hubieran pensado bien su historia antes de salir a grabar.

Además, la lógica interna de la historia (o sea, la narración sin tomar en cuenta las metáforas), también funciona. Si no sabes nada acerca de lo que representa el Babadook, sí parece una entidad que acecha a los más débiles mentales, que siempre ha existido y que siempre existirá. Sí funciona como espectro. Además, toda la pelea contra este mono suceda casi única y exclusivamente dentro de la casa en la que viven, haciendo sentir que es un problema localizado geográficamente, como si la casa estuviera embrujada. Así, la entidad pasa de ser una sombra que acecha a empezar a tener, poco a poco, injerencia en el mundo real mientras más metida este la mamá en las etapas del duelo.

Al final, todo se resuelve poniendo en uso las habilidades que los personajes ya tienen, y siguen una serie de situaciones lógicas que son fáciles de seguir y las únicas dudas que te dejan son las de “¿qué pasaría si…?” en las que te puedes divertir una vez terminada la película.

La conclusión realmente es buena, cosa extraña en una película de terror, en donde es exageradamente difícil llegar a un final satisfactorio. No necesitas brincos de lógica para justificarlos. En otras palabras, no se escribieron ellos mismos hacia una esquina de la que la única forma que supieron salirse fue decir “y la creatura se vence con cinco minutos de palmazos mientras hueles incienso” y se sintieron satisfechos con su mamada.

Mejor vean The Babadook. Está bonita, y también está en Prime Video.

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#4 Tiempos

Centenario del concierto de Sonido 13 en el Teatro de la Paz | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Para el mes de febrero de 1925, Julián Carrillo y sus alumnos tenían todo listo para interpretar por primera vez a nivel mundial música en fracciones de tono en un concierto programado en el Teatro Principal de la Ciudad de México, que promocionaba como el concierto en el cual: “por primera vez en el mundo se oirán en un concierto composiciones musicales con dieciseisavos, octavos y cuartos de tono, elementos conquistados por México en el año de 1895”.

En ese concierto se estrenaría la obra de Carrillo: “Preludio a Colón” que inauguraba la entrada a un nuevo universo musical; participarían también sus alumnos con composiciones en fracciones de tono basado en la teoría de Sonido 13 con obras de Soledad Padilla, Elvira Larios y Rafael Adame.

El domingo 15 de febrero de 1925 se tocaba por primera vez en el mundo música basada en la teoría musical de Sonido 13 desarrollada por el potosino Julián Carrillo. Después de este histórico concierto se programaba una gira nacional para dar a conocer el nuevo sistema musical, la cual iniciaría en la tierra natal de Julián Carrillo, San Luis Potosí, anunciándose la llegada del maestro al estado potosino y siendo recibido en Ahualulco, su lugar de nacimiento, en el mes de septiembre de 1925.

El gran concierto de Sonido 13 se efectuaría en el Teatro de la Paz el 13 de septiembre de 1925 para después recorrer la mayor parte del país. El concierto, al igual que aquel concierto inaugural en el Teatro Principal, tenía el carácter de demostración de las nuevas teorías y despedida al mismo tiempo, pues Julián Carrillo iría a radicar por un tiempo a Nueva York.

Carrillo fue declarado Huésped de Honor de la ciudad de San Luis Potosí y fue entusiastamente homenajeado por los artistas, estudiantes, y en general el pueblo potosino, como demostración de su sincero aprecio, como rezaba la nota periodística de Acción, el periódico de esa época en San Luis.

Producto de su visita a San Luis a ofrecer el concierto de Sonido 13 por primera vez en San Luis, el 24 de julio de 1925 se formó el Comité de los 13 pro Julián Carrillo con el objetivo de hacer promoción y organizar los festejos, el cual quedó formado por las siguientes personalidades potosinas: presidente, Juan H. Sánchez; vicepresidente, Lic. Manuel Rodríguez Martínez; tesorero, Juan Silos; secretario, Francisco Salazar; y vocales, señorita profesora Guadalupe Moreno, Rodrigo de G. Arriaga, señorita profesora Esther de Santiago, profesor Lino Gómez, José T. Nevares y Manuel R. Flores.

De los arreglos efectuados por este Comité se logró que el concierto en San Luis Potosí se realizara como prólogo a las fiestas patrias con el fin de que ese año tuvieran un esplendor inusitado

. La fiesta se pretendía que fuera doblemente memorable: evocadora de nuestras viejas tradiciones y demostrativa de las actuales glorias.

Carrillo dictaría una serie de conferencias sobre el Sonido 13 como preámbulo al gran concierto; su llegada a San Luis fue apoteótica, después de un cuarto de siglo regresaba a tierras potosinas para iniciar su gira nacional. La recepción que se dispuso en los andenes de la estación de ferrocarril fue grandiosa, a pesar de las inclemencias del tiempo. Distinguidas damas y honorables caballeros lo acompañaron desde la estación al Palacio del Ayuntamiento donde fue declarado huésped de honor.

El Teatro de la Paz sería el escenario del magno concierto de Sonido 13, el 13 de septiembre de 1925, donde se colocaría, en la entrada del recinto, una placa al Sonido 13 que sería retirada años después. Como instrumentistas microtonales participaron: Luis González y González, Manuel C. Ascencio, Luis G. Galindo, Rafael G. Adame, José M. Torres, Gerónimo Baqueiro Foster, Santos Carlos y José López Alavez (compositor de la popular Canción Mixteca).

En los coros participaron: María Sebastiana Ahedo, María García Ganda, Elvira Larios, Cecilia Larios, Soledad Padilla, María del Refugio Lomely, Guadalupe Solís, Anita Valderrama, Josefina Carlos, Marcelina Carlos, Amalia Tamayo, María de los Ángeles Ortiz, Josefina Buendía, Celia Jiménez, y los señores: Luis G. Galindo, Rafael G. Adame, Manuel C. Ascencio, Santos Carlos, Gerónimo Baqueiro Foster, Enrique Rodríguez, Tomás Ponce Reyes, José María Flores, Manuel León Mariscal, Antonio Hernández Montoya, José López Flores, Vicente T. Mendoza (famoso investigador de música popular mexicana) y José López Alavés autor de la célebre canción mixteca.

Seis años después, el 13 de septiembre de 1931 se volvió a celebrar un concierto de Sonido 13 dirigido por Carrillo y con obras clásicas de Mozart y Schubert, en el Teatro de la Paz donde se presentaba por primera vez la Orquesta Sinfónica de la Unión Filarmónica Potosina.

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#4 Tiempos

Elogio de la literatura | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

¡Qué tristes son los personajes de Iván Bunin (1870-1953), qué tristes casi todos sus cuentos! Hay en ellos un no sé qué, una nostalgia que embelesa al lector desde el momento en que toma el libro y que no lo abandona sino muchos días después de que lo deja.

Acabo de leer, precisamente hoy, la pequeña antología de sus relatos breves que publicó en 1924 la vieja editorial Calpe y cierro el libro con un suspiro que no sé si será de pena o de dolor. El escritor ruso lo sabe; por lo menos él no se engaña: la vida del hombre está llena de desamparo, de abandono, de tristeza.

El personaje de uno de estos relatos, al ver llegar a su casa a un amigo al que no veía desde hacía mucho tiempo –desde el tiempo en que combatieron juntos en la guerra de Crimea- lo saluda con los brazos extendidos, avanza hacia él y le dice lleno de júbilo: «¡Kovalev! ¿Estás vivo?». ¡Dios mío, qué pregunta! Así nos deberíamos saludar todos, pues la verdad es que nadie sabe si mañana aún estará aquí. A nuestro saludo habitual habría que agregarle una coma para que suene más sincero; no preguntar: «¿Cómo estás?», sino: «¿Cómo, estás?».

Entonces los amigos se abrazan, se besan según la usanza rusa y encienden el samovar mientras afuera, en la estepa, los elementos se enfurecen y la nieve cae sepultándolo todo. «Yakov Petrovich estaba de muy buen humor; pero en el fondo de su alma había nostalgia. Al día siguiente era Navidad…, y él estaba solo. ¡Gracias a Dios que Kovalev no lo había olvidado!». En realidad, Kovalev era el único que no había olvidado a este pobre viejo, pues todos a su alrededor o habían muerto o simplemente habían desaparecido de su vida sin dejar rastro.

¡De cuántas desapariciones puede ser testigo un hombre en el curso de una vida! Sí: envejecer es haber asistido a muchas muertes. «Todo ha pasado y ha desaparecido –dice Yakov Petrovich al amigo recién llegado, al único amigo que le queda-. ¡Cuántos parientes y compañeros tuve! ¡Todos están ahora bajo tierra!».

Sin que él se diera cuenta, el tiempo había pasado. ¿A qué hora crecieron los demás, en qué momento fueron haciéndose mayores y tomando cada uno su propio camino? ¡Huyeron como de puntillas, sin decir adiós! Y ahora, si no fuera por este viejo amigo que aún se acordaba él, Yakov Petrovich tendría que pasar las fiestas de Navidad como había pasado casi todas las horas de su ya larga existencia: solo.

En otro relato del mismo volumen un caballero se encontró por el camino a un anciano que comía en silencio y sin más compañía que los árboles y las piedras. Le preguntó:

«-¿Y tu mujer?

»-Hace seis años que murió –dijo el anciano.

»-¿Y tus hijos?

»-Tuve seis.

»-¿Viven?

»-No; todo han muerto.

»Y de nuevo calló –cuenta el hombre del caballo-, masticando con cuidado la patata. Mientras él estaba sentado y con los ojos bajos, yo examinaba su cara y pensaba: “¡Nunca conseguiré penetrar el misterio de su taciturna tristeza!”».

(Apenas termino de leer esta frase, me pongo de pie y busco entre mis libros la Antología del cuento triste que publicaron hace ya muchos años Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs; sólo quería comprobar una cosa: que hubiera en el libro por lo menos un cuento de Iván Bunin. Me digo a mí mismo mientras reviso el volumen: «Si no hay aquí, entre estas 600 páginas, un solo relato de este autor, pensaré que la selección ha sido hecha a la ligera

». Pero no. Ahí estaba, en efecto, el nombre de Iván Bunin; los recopiladores habían elegido uno de sus cuentos más famosos: El caballero de San Francisco. ¡Menos mal!).

En otro de sus relatos aparece un tal Basilio Chkut, y de él dice nuestro autor lo que sigue: «Era alto, ancho de hombros y encorvado. Toda su figura muestra aún el vigor de la estepa. ¡Pero qué triste está su cara! Ya está cerca de la tumba, pero jamás escuchará una palabra cariñosa».

¡Dios mío –pensé al cerrar el libro-, cuánta gente se va de este mundo sin haber escuchado jamás una palabra de afecto! Nunca hubo para ellos una sonrisa, una palmada en el hombro, una declaración de amor. Nada. ¿Qué hacen los que se mueven a su alrededor que parecen estar mudos? ¡Apenas si reparan en ellos! Y me pregunto: «¿He dicho a los que me son queridos cuánto importan para mí? ¿Se lo he dicho, o me he limitado a dejarles la tarea de que ellos por sí mismos lo adivinen?».

Antes de apagar la luz de mi cuarto –ya es noche cerrada, como siempre: no tengo otra hora para leer- pongo sobre el buró el libro de Iván Bunin y le acaricio las tapas en señal de gratitud. No fue, la de esta madrugada, una lectura infructuosa. Me recordó que cerca, muy cerca de mí, hay gente que aunque no me diga nunca nada, espera que abra la boca y les diga una palabra que les alegre el corazón. ¿Por qué nunca le he dicho a esta gente cuánto la quiero? ¡Sería demasiado injusto que se marcharan de este mundo sin que lo supieran de mi propia boca!

Y, finalmente, mientras apago la luz, sonrío satisfecho. Hoy la literatura me ha enseñado algo: que las gentes sufren porque están solas y que el tiempo pasa. Pero, ¿es que no lo sabía? Sí, lo sabía, pero aún no se me había ocurrido tomar las medidas pertinentes al caso.

¿Que no sirve de nada la literatura? ¿Que no sirve de nada? Vuelvo a sonreír, pensado en lo equivocados que están lo que esto dicen, cierro los ojos y me quedo dormido. ¡Ah, si no fuera por la literatura, qué poco sabríamos de nosotros mismos!

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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