julio 4, 2025

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#4 Tiempos

The Babadook o “la película de 2014 que es huesera, pero bien hecha” | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

Disclaimer: no voy por la vida pensando todo el tiempo en el bodrio que fue Huesera. Tampoco camino por las calles tomando de los hombros a cualquier persona que se me ponga en frente para agitarle y gritarle en la cara que “¡Huesera es una película horrible!” Eso solo ha pasado, a lo mucho, tres veces. Y ya me encargué de las subsecuentes multas. La verdad es que ni siquiera me atrevería a contarla entre mis 10 películas más odiadas de la historia (digo, también está difícil hacer cosas más cutres que Ánima Estudios o Zack Snyder), pero sí fue una película que me hizo enojar muchísimo, sobre todo por la manera tan pitera en la que decidieron resolver el conflicto y convertir su “película sobre el embarazo” en una historia sobre cómo “las lesbianas se merecen todo lo malo que les suceda” porque eso de las metáforas visuales nomás no se les da.

Lo que sí pasó fue que, mientras más tiempo pasaba viendo The Babadook, más me daba cuenta que esto era exactamente la película que querían hacer en Huesera pero que nada más no les salió. Pero nada.
Ambas películas tienen como protagonista a una madre cuyo principal arco a lo largo de la película la involucra a ella odiando con toda el alma a su hijo debido a una serie de traumas que viene cargando desde hace mucho tiempo. Y, en ambos casos, este trauma termina viéndose reflejado como una criatura sobrenatural que le ataca y hace de su vida un infierno, llevándola al extremo de querer acabar con la vida de su vástago. Pero, mientras en la película mexicana se les olvidó todo esto de que los actores pueden contar gran parte de la historia con sus expresiones, sus diálogos, o su forma de actuar, mucho menos recordar que el trabajo de una película es el de contar historias a través de lo visual, The Babadook logra ponerte en los zapatos de su protagonista desde el principio sin tener que recurrir a diálogos clichés que no aportan nada.

Por ejemplo, durante los primeros 20 minutos de la película, ésta se empeña en hacerte odiar por completo la existencia de un niño de seis años que lo único que está haciendo es ser niño. Grita, corre, llama la atención de su mamá todo el tiempo, se la pasa abrazándola, y lo único que quiere es que le lean cuentos antes de dormir. Se puede decir que es un poco molesto el chamaco pero, pues, ser molesto es la mitad del punto de ser un niño, así que tampoco es como que lo podamos juzgar demasiado por ello.

Lo genial es que le película en sí te condiciona a aborrecerlo. Como todo está contado desde el punto de vista de la mamá, visual y sonoramente, todas las acciones del niño están intensificadas de una manera exagerada cada vez que está en escena. O sea, no solo grita que quiere algún capricho, sus gritos están sobrepuestos a cualquier otro sonido o soundtrack, dejando detrás de si ecos o con el pitch aumentado para que suenen todavía más agudos. La película te acerca a las expresiones de la madre en primer plano, mientras deja al niño convertido en un manchón desenfocado en el fondo de la imagen. No vemos nunca las “cosas terribles” que hace en la escuela, sólo vemos cómo los encargados de la escuela le describen al niño a su madre como si fuera un ente sin nombre capaz de llevar a la locura a los demás alumnos. Sus gritos se cortan en su punto más álgido para pasar, luego luego, a otra escena en donde está haciendo otro destrozo.

En ningún momento la directora de The Babadook consideró que su audiencia era estúpida, por lo que creó una experiencia visual que explicara cómo se siente la madre respecto a su hijo y es difícil no sentirse igual que ella en cada escena.

Supongo que crear toda esta experiencia visual fue un trabajo complicado, porque podría, no sé, haber creado dos o tres escenas en donde la señora se junta con su familia y todos le decían que nunca creyeron que sería madre o que no sabían que le gustaban los niños para que ella sólo se riera y se defendiera. Quizá eso hubiera sido mucho más efectivo, la verdad. Tal vez tener a alguien contándole cómo cuando era más joven no cuidó bien a un niño ajeno y se le cayó por las escaleras. Yo creo que así hubiera sido más creíble todo eso de tenerle miedo y odio a su hijo. O sea, ¿mostrar su estrés a través de trucos de cine? Eso es de amateurs. Los pros resuelven todo con diálogos, porque si no, la gente va a sentir ansiedad viendo una película de terror y, pues, ¿quién quiere sentir terror en una película de terror?

De igual forma, a lo largo de The Babadook la presencia del ser mencionado en el título de la obra es, por supuesto, una gigantesca metáfora relacionada a lo que siente la protagonista en su interior. Así funcionan estas películas con esperpentos infernales que acechan familias. Siempre son una metáfora. Mientras que en Huesera supuestamente representaba las ganas de no quedar embarazada de una persona que se aventó casi un año intentando quedar embarazada a través de incontables métodos, y que trabaja arduamente y feliz para darle la bienvenida a su hija, The Babadook representa la congoja y luto de haber perdido a alguien y cómo, si no enfrentas esos sentimientos a tiempo, te pueden consumir y convertir en un ser deleznable que, incluso, desea matar a sus seres queridos para sentir en paz. Y en ningún momento hay disonancia entre la metáfora y lo que los personajes expresan. Es como si, no sé, si hubieran pensado bien su historia antes de salir a grabar.

Además, la lógica interna de la historia (o sea, la narración sin tomar en cuenta las metáforas), también funciona. Si no sabes nada acerca de lo que representa el Babadook, sí parece una entidad que acecha a los más débiles mentales, que siempre ha existido y que siempre existirá. Sí funciona como espectro. Además, toda la pelea contra este mono suceda casi única y exclusivamente dentro de la casa en la que viven, haciendo sentir que es un problema localizado geográficamente, como si la casa estuviera embrujada. Así, la entidad pasa de ser una sombra que acecha a empezar a tener, poco a poco, injerencia en el mundo real mientras más metida este la mamá en las etapas del duelo.

Al final, todo se resuelve poniendo en uso las habilidades que los personajes ya tienen, y siguen una serie de situaciones lógicas que son fáciles de seguir y las únicas dudas que te dejan son las de “¿qué pasaría si…?” en las que te puedes divertir una vez terminada la película.

La conclusión realmente es buena, cosa extraña en una película de terror, en donde es exageradamente difícil llegar a un final satisfactorio. No necesitas brincos de lógica para justificarlos. En otras palabras, no se escribieron ellos mismos hacia una esquina de la que la única forma que supieron salirse fue decir “y la creatura se vence con cinco minutos de palmazos mientras hueles incienso” y se sintieron satisfechos con su mamada.

Mejor vean The Babadook. Está bonita, y también está en Prime Video.

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#4 Tiempos

El sabor uruguayo del futbol potosino | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El futbol potosino ha tenido muchos rostros, muchas etapas y muchas nacionalidades que han dejado su huella. Pero si hay una que ha sabido ganarse el respeto en la cancha y el cariño en la tribuna, es la uruguaya. No hablo solo de entrega, hablo de carácter, de identidad, de jugadores que supieron ponerse el equipo al hombro cuando San Luis más lo necesitaba.

Hoy que el nombre de Juan Manuel Sanabria suena con fuerza por razones fuera del césped, vale la pena recordar a los uruguayos que eligieron a San Luis, que se partieron el alma con esta camiseta, y que con su futbol dejaron una marca imborrable.

Sanabria, quien hasta hace poco fue capitán, referente, y para muchos el nuevo símbolo del Atlético de San Luis, rechazó irse al América. ¿Por qué? Eso solo lo sabe él. Pero mientras unos dudan, otros lo hubieran dado todo por una oportunidad así. Y sin embargo, eligió a San Luis. Eso dice mucho.

Marcelo Guerrero, aquel mediocampista ofensivo que llegó en los años dorados del primer San Luis en Primera. El “Colo” no era un crack mediático, pero tenía talento en los pies y visión en la cabeza. Fue clave en el subcampeonato del Clausura 2006. Ese torneo, donde estuvimos a nada de ser campeones, tuvo mucho del futbol uruguayo. Mucho de Marcelo.

Sebastián Abreu, el “Loco”, pasó brevemente por San Luis pero dejó su sello. Llegó con la fama de goleador nato y aunque no tuvo su mejor etapa, su presencia bastó para sacudir vestidores. Un delantero con personalidad, de esos que no se esconden. Un verdadero referente del futbol uruguayo que, aunque por corto tiempo, defendió los colores potosinos.

Más recientemente, Facundo Waller, otro charrúa que entendió lo que significa este equipo. Su paso por San Luis no solo fue destacable, fue vital. Contundente, técnico, siempre con una actitud ejemplar. Fue de los pocos que en temporadas grises mantuvo el nivel. Un volante moderno, de ida y vuelta, que mostró garra y calidad.

Pero no todos los nombres quedaron grabados en los reflectores. Algunos fueron más discretos, pero no menos importantes. José Enrique García, volante de contención, fue uno de esos gladiadores silenciosos a inicios de los 2000. Siempre cumplidor, sin lujos pero con un orden táctico que todo técnico valora.

Andrés Silva, central uruguayo que también pasó por San Luis en esa época, destacaba por su fortaleza física y su agresividad defensiva. No era un defensa sutil, pero sí un tipo al que no le temblaban las piernas en los partidos complicados. Le tocó vivir años de transición en el club, pero siempre rindió.

Uno que sí fue diferente fue Lorenzo Unanue, que llegó en los años 80, cuando San Luis todavía tenía una identidad más modesta pero una gran ambición. Unanue era fino, creativo, y marcó diferencia en una liga que no siempre apreciaba el talento extranjero. Fue de los grandes uruguayos que se puso esta camiseta, y su huella permanece en quienes lo vieron jugar.

A lo largo de las décadas, han sido los jugadores charrúas quienes más han entendido el código del fútbol en esta tierra: sacrificio, dignidad, talento sin soberbia. Y entre todos ellos, hay un nombre que no se discute: Nery Castillo, el más grande jugador uruguayo que ha pisado una cancha en San Luis.

Nery jugó en el Atlético Potosino durante los años más vibrantes del fútbol en la capital. Era extremo, rápido, elegante. Pero más que sus cualidades técnicas, lo que hacía diferente a Castillo era su entrega. El estadio Plan de San Luis rugía cuando tomaba la pelota. Marcaba diferencias, no solo con goles, sino con personalidad. Fue ídolo, fue referente y fue parte fundamental de una etapa que marcó a toda una generación. Su legado va más allá de la cancha: sembró en San Luis una identidad, una conexión con Uruguay que permanece hasta hoy.

El fútbol potosino no tiene la vitrina de otros equipos, pero sí tiene historia. Y en esa historia, los uruguayos han sido piezas importantes. Jugaron, ganaron, perdieron, sudaron esta camiseta como si fuera suya de nacimiento. Por eso, cuando uno ve a un jugador uruguayo en San Luis, ya sabe que algo bueno puede pasar. Porque si algo saben hacer los charrúas, es dejarlo todo en la cancha. Y a veces, eso es más importante que cualquier fichaje.

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Jorge Echevarría y su taller de Sonido 13 | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

De la mano de Oscar Vargas y David Espejo, los alumnos del maestro Julián Carrillo, y principalmente bajo el cobijo de la hija del maestro, Dolores Carrillo, Jorge Echevarría Chávez aprendió el sistema musical del Sonido 13 y tomó el destino de tocar música en el sistema de Sonido 13 de Julián Carrillo, convirtiéndose en uno de los principales difusores de la obra microtonal de Julián Carrillo. Desde 1979 ha sido promotor de la obra del compositor potosino dando conferencias y conciertos en diversos foros y universidades. También ha ejercido la docencia y ha sido catedrático en diversas escuelas, centros culturales y universidades del país. Ha sido director de varias agrupaciones musicales juveniles.

Como parte de su formación en el nuevo sistema musical de Carrillo se involucró en la construcción de instrumentos en cuartos, octavos y dieciseisavos de tono, participando en la construcción de arpas micro interválicas que desarrollaron los alumnos de Carrillo Oscar Vargas, David Espejo y Ramón Guerrero Aspero y construiría posteriormente su flauta para cuartos de tono con la cual basa sus interpretaciones de Sonido 13 con el grupo de formara con el nombre ITZA CAYUM que es un grupo que ha sido trazado por la música, recordando el conocimiento de notas y frases. La inspiración surge de instrumentos ancestrales para crear nuevas formas de expresión musical… expandiendo el espectro sonoro, empoderando en cada nota y pieza. Esta profunda fuente de tradición e innovación encuentra una voz moderna en Jorge Echavarría, miembro clave del reconocido grupo Paraphernalia. (PoF)

Jorge Echevarría Chávez realizó sus estudios musicales en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México como instrumentista en flauta transversal; también en la escuela de música José F. Vázquez; el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México, y estudió armonía contemporánea en el Sindicato de Música de la Ciudad de México.

En los últimos años han sido frecuentes sus visitas a San Luis Potosí para impartir cursos y conferencias, así como hacer composiciones con sus talleristas de música original en el sistema de Sonido 13. En particular participó en nuestro programa de conmemoración del 140 aniversario del nacimiento de Carrillo en 2015, registrando su participación en la serie documental 13 Conceptos del Sonido 13 que puede consultarse en youtube, así como su participación el programa de conferencias públicas La Ciencia en el Bar en particular con el tema la revolución musical del Sonido 13,

Sobre este tema estará en el mes de septiembre en San Luis Potosí impartiendo el taller, La revolución Musical del Sonido 13, el cual tiene el objetivo de desarrollar los conocimientos necesarios para componer e interpretar música en microintervalos, a través del uso del sistema general de escritura musical de Julián Carrillo. Este taller está dirigido a músicos de cualquier diversidad instrumental, con conocimientos básicos de solfeo y teoría musical general.

Este taller es una buena oportunidad para acercarse al sistema de Sonido 13 y experimentar ese universo musical fantástico que desarrolló el maestro potosino Julián Carrillo creando un nuevo universo sonoro que permite crear nuevas sensaciones estéticas.

Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Julián Carrillo y el 130 aniversario del experimento fundacional del Sonido 13. Que mejor manera de festejarlos participando en el taller de Jorge Echevarría sobre la revolución musical del Sonido 13.

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Variaciones sobre el mismo tema | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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Cuenta Simone de Beauvoir (1908-1986) al comienzo de su ensayo Pirrus et Cineas que una vez Pirro, el general, hacía en voz alta proyectos de conquista:

“-Primero someteremos Grecia –decía.

“-¿Y luego? –le preguntó Cineas, el filósofo, que estaba por allí cerca y lo escuchaba con atención.

“-Luego conquistaremos África.

“-¿Y después de África?

“-Después de África pasaremos a Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia.

“-¿Y después? –volvió a preguntar el filósofo.

“-Después iremos a la India.

“-¿Y después de la India?

“-¡Ah! –exclamó Pirro-. Descansaré.

“-¿Y por qué no descansas de una vez?

“Cineas –comenta la novelista filósofa- parece sabio. ¿Por qué partir si es para volver? ¿A qué comenzar si hay que detenerse? Y, sin embargo, si no decido en primer término detenerme, me parecerá aún más vano partir. ‘No diré A’, dice el escolar con empecinamiento. ‘¿Por qué?’. ‘Porque después de eso habrá que decir B’. Sabe que, si comienza, no terminará: después de B será el alfabeto entero, las sílabas, las palabras, los libros, los exámenes y la carrera; a cada minuto, una nueva tarea que lo arrojará hacia una nueva tarea, sin descanso. Si no se termina nunca, ¿para qué comenzar?… Pero en tanto que permanezca vivo –dice Pirro- es en vano que Cineas me hostigue, diciéndome: ‘¿Y después? ¿Para qué?’. A pesar de todo, el corazón late, la mano se tiende, nuevos proyectos nacen y me impulsan hacia adelante”.

Quién tiene la razón: ¿Pirro o Cineas? Quizá los dos: Cineas advirtiéndole que el punto de partida no está nunca lejos del punto de llegada y que no es preciso conquistar el mundo para tomarse un descanso. Pero, ¿cómo descansar sin haber antes conquistado el mundo, es decir, sin haberse  cansado? Pirro, pues, tampoco se equivocaba: no es lo mismo descansar antes que descansar después. Antes, el descanso es pereza; después, es recompensa.

“¿Conoces la historia del napolitano? –pregunta ahora Christiane Rochefort (1917-1998) por boca de uno de los personajes de Les Stances à Sophie-. El milanés lo ve tirado al sol y le dice:

“-¿Por qué no trabajas? Así tendrías dinero.

“-¿Y luego? –pregunta el napolitano.

“-Te comprarías una casa.

“-¿Y luego?

“-Llevarías e ella a una mujer, ascenderías en la escala social, te enriquecerías.

“-¿Y luego?

“-Y luego –dice el milanés- podrías pasar las vacaciones al sol.

“Y el napolitano responde:

“-¡Pero si ya estoy al sol!”.

En este caso nos parece mucho más sabio el napolitano que el milanés, pues éste sólo piensa en el dinero, en una casa con alberca y amplios jardines: en una comodidad, en fin, que aquél ya goza sin tener que molestarse. ¿Tanto trabajo, tanto desvelo para luego tirarse sol? Bien, él ya está al sol, y no desea sino una sola cosa: que lo dejen en paz.

Si trabajamos únicamente para “ganar”, el napolitano tiene razón. Pero los hombres no sólo trabajamos para “ganar”, sino, ante todo, para ganarnos a nosotros mismos: para que el mundo gane algo y sea un poco más rico con los frutos de nuestra acción. Eso fue lo que se le olvidó decir al milanés: y, por lo tanto, perdió justamente la partida.

Para terminar, he aquí otra historia del mismo tenor. La cuenta Giovanni Papini (1881-1956) en un capítulo de su libro Palabras y sangre. Iba un hombre caminado por la orilla de un río –imagino que sería el mismo Papini- cuando vio a un joven que se disponía a echar las redes:

-¿Por qué haces eso? –preguntó el paseante.

“-Para coger peces –respondió el pescador.

“-¿Y para qué quieres coger peces?

“-Para venderlos.

“-¿Y qué haces con el dinero que obtienes?

“-Compro pan, vino, aceite, vestidos, zapatos y todo lo demás.

“-¿Y para qué compras todas esas cosas?

“-Para vivir.

“-¿Y para qué quieres vivir?”.

He aquí una pregunta realmente filosófica: “¿Para qué quieres vivir?”. Una vez que hemos respondido a esta pregunta y sabemos la respuesta, nuestro obrar tendrá sentido, pero únicamente hasta entonces y nunca antes.

El pescador se quedó callado. Y como no supo qué responder, se limitó a decir: “Para pescar”. Ignoraba para qué hacía, en el fondo, lo que hacía. Su vida era un círculo vicioso, un malentendido. 

“¿Para qué quieres vivir?”. Es preciso responder. Y sólo hasta que lo hagamos también nuestro descanso formará parte del plan, y tendremos paz. Nuestro corazón no nos acusará de haber gozado de una tarde libre, ni nos reprochará por habernos tomando unas breves vacaciones. Seremos, entonces, los hombres más sabios. Y también los más tranquilos. 

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