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El robo de arte en SLP: un problema que pasa desapercibido
En el estado se han denunciado al menos cinco casos, sin consecuencias para los responsables, con poca voluntad y claridad de autoridades culturales y de seguridad
Por: Bernardo Vera
San Luis Potosí es una entidad reconocida por su amplia riqueza cultural, y por ser uno de los sitios con valiosas piezas de arte en sus diferentes formatos, ya sea en museos, recintos culturales, dependencias y centros religiosos, siendo estos últimos donde más se ven reflejados. Sin embargo, muchas veces, ni su cercanía con la autoridad o con la fe, los exime de ser víctimas de sustracción indebida de obras y piezas artísticas que en el mercado ilícito adquieren mayor valor cultural, y por supuesto, económico.
De acuerdo a información del periódico El Universal, publicada en junio de este año, San Luis Potosí se ubicó como el segundo estado con más denuncias por el robo de arte sacro –obras de arte relacionadas con la religión católica– entre 2015 y 2023. Esto de acuerdo a los datos solicitados por el diario de circulación nacional al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en la entidad se emitieron 5 denuncias por sustracción de este tipo de obras en el periodo antes señalado.
Algunas de las denuncias presentadas por estos robos, incluyen una correspondiente a 2020, tras la desaparición del cuadro “El Calvario”, del templo de San Francisco de Asís, de la capital; otro de ellos refiere a la sustracción de piezas del Museo de Arte Sacro, en ese mismo año; en marzo de 2021, se reportó el robo de seis óleos; y otro de ellos en 2022, cuando se reportó el robo de una escultura de San José de Bledos, en Villa de Reyes, cuyo valor era cercano a los 150 mil pesos.
El 27 de junio pasado se registró otro caso en Armadillo de los Infante, cuando se reportó el robo de una pintura con la imagen de Nuestra Señora de la Asunción, posiblemente de fines del siglo XVII. El propio Comité de Restauración del Templo de Pozo del Carmen AC confirmó este hecho y dio a conocer que no era la primera vez que ocurría, pues en años anteriores se sustrajeron al menos otras seis pinturas del retablo y una escultura de roca de la Virgen del Carmen.
Pero, ¿qué es el robo de arte?
Hugo Cotonieto Santeliz, titular del Centro INAH en San Luis Potosí, mencionó que el delito de robo de arte existe de acuerdo a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos.
“Los bienes culturales o de arte, se consideran como monumentos históricos o artísticos, de acuerdo a la fecha de facturación, el tema expresado o Concepto, los materiales utilizados en su facturación, su ubicación y uso dentro de un monumento histórico. Por tanto, el robo de estos, su tráfico ilegal o cualquier acción que ponga en riesgo su integridad se contempla en el capítulo VI de las Sanciones de esta ley federal, en sus disposiciones 50, 51, 52, 53, 53 bis”, mencionó Cotonieto Santeliz.
José Luis Ruiz Contreras, titular de la Fiscalía General del Estado de San Luis Potosí (FGESLP), se pronunció en relación al robo cometido en Armadillo de los Infante en junio pasado, y señaló que estos casos son atraídos directamente por las autoridades federales, como la Fiscalía General de la República (FGR).
Carlos Joaquín Ramírez, artista visual, diseñador gráfico y especialista en temas de arte, habló para este medio, y explicó que una de las principales trabas en cuanto al robo de arte es que en México no existen los castigos suficientes ni la tipificación del delito de robo de arte. Ello, pese a que la Unesco lo reconoce bajo la figura de Tráfico Ilícito de Bienes Culturales, y que representa el tercer lugar de actividades ilegales en el mundo. “No está penalizado el ser ladrón; ni copiar, ni robar, ni vender obra apócrifa. No hay leyes muy claras sobre esto”.
El especialista contó que el robo de arte ha sido una actividad practicada por personas de todos los sectores: desde un ciudadano común hasta funcionarios pertenecientes a las instituciones de cultura.
“Yo recuerdo de un taquero que robó un cuadro de una iglesia, porque se lo había comprado a una señora; lo agarraron y estuvo un día en la cárcel. Hay una colección de arte aborigen que donó un artista a un centro cultural en Venado; cuesta alrededor de un millón de dólares, la trasladaron en una caja de una lavadora y esa obra la quería adquirir Francisco Toledo cuando vivía; se compró en una subasta de arte en Nueva York por un artista de origen potosino y lo donó como Patrimonio Cultural Universal a San Luis Potosí. Esa colección nunca apareció. No está ni registrada, no hay fotografías de cada pieza y se exhibió en un en un centro cultural en Venado, abiertamente, donde no había policías. Es decir, tú podías agarrar una pieza, llevártela y nadie iba a decirte nada ”, mencionó.
Carlos Ramirez contó que en casos más extremos, los adquisidores de estas piezas suelen radicar fuera de la entidad potosina, e incluso del país, y solicitan piezas específicas a través del mercado negro. Sin embargo, también debido a la ignorancia de los atracadores, no en todos los casos logran vender las piezas, pues los verdaderos coleccionistas solicitan documentación de autenticidad de las obras de arte.
Por su parte, Hugo Cotonieto coincidió en que muchas de estas piezas van a parar a subastas internacionales, o a colecciones privadas de obras de arte.
“Los ladrones pudieron haber estudiado bien la dinámica del resguardo, el cuidado y la ubicación, allegándose de información de múltiples fuentes. Cabe la posibilidad que sean encargados por coleccionistas; que sean robos ‘por pedido’. También, dado las experiencias de múltiples piezas históricas y arqueológicas que han sido robadas, son destinadas para su venta en subastas”, apuntó
Casos en San Luis Potosí
El cine y televisión han mitificado el robo de arte como una actividad exageradamente lucrativa, difícil de ejecutar, y llena de tramas con organizaciones criminales mundiales de alto nivel. Sin embargo, Carlos Joaquin Ramírez explicó que en la vida real no ocurre así.
“Las redes sociales y los programas donde compran y venden cosas antiguas van influyendo en la comunidad, y creen que robarse un cuadro y ponerlo a venta es bien fácil. Hay muchos coleccionistas de arte sacro, pero también sé que hay muchos coleccionistas que no comprarían una obra robada. Los buenos coleccionistas ni siquiera le compran a un particular, lo compran a través de galerías, porque necesitan tener el documento, su acta de nacimiento, haz de cuenta de cada cuadro y la historia de cómo ha pasado en mano a mano”, explicó
De acuerdo al testimonio de Carlos Ramírez, uno de los sitios donde se comete el robo de arte es al interior de las propias instituciones encargadas de la difusión cultural o preservación de estas piezas, y donde pocas veces existen consecuencias. Tal como ocurrió en uno de los casos en la propia entidad potosina.
“En el Centro de las Artes se robaron la medalla de oro de Julián Carrillo, una medalla que ganó en Francia. Se denunció el robo y no se procedió a nada. Se la dieron a Julián Carrillo por su trabajo en la música, por el estudio del sonido 13. Sus familiares donaron todo lo que tenían en el departamento de la Ciudad de México con un montón de cosas personales, entre ellos 13 pianos al Centro de las Artes. Entre sus condecoraciones, esa medalla era la más importante por el valor económico y por el reconocimiento que le hicieron en otro país. Fue alrededor de 2012; el responsable firmó de que recibió la obra, lo acusaron de robo y no dijo nada, entonces no procedió”.
Por su parte, Cotonieto Santeliz manifestó que trabajan de manera cercana con autoridades de seguridad mediante labores de concientización a los custodios legales por medio de pláticas, asesorías y folletos donde se tratan temas relevantes para la adecuada custodia y resguardo, así como de las medidas de conservación para evitar su deterioro.
“El INAH tiene toda la obra histórica asegurada y en casos de siniestros, presentan la demanda correspondiente en la fiscalía. Con la documentación requerida, acta de hechos, el avalúo y su dictamen respectivo de los daños ocasionados, se realizan los trámites ante la aseguradora y se da seguimiento hasta que el daño se haya resarcido” mencionó el titular del Centro INAH en San Luis Potosí.
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP
La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento
Por: Redacción
La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.
El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.
El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.
La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.
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