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Dos fotografías de Ricardo Gallardo | Columna de Luis Moreno
HISTORIAS PARA PERROS CALLEJEROS.
Aunque en ninguna de las imágenes que aquí presento aparece Ricardo Gallardo, ambas lo retratan, pues como alguna vez escribió el gran Luis Costa Bonino: los secretarios, funcionarios o ministros de un gobierno no representan al pueblo, sino al gobernante que los colocó en el cargo. Hay dos polos del gobierno de Gallardo en los cuales se ubican Leonel Serrato, secretario de Comunicaciones y Transportes (en la primera imagen) y Elizabeth Torres, secretaria de Cultura (en la segunda):
Existe una administración que empezó a gobernar con tal vértigo que ha dejado cambios estructurales que parecían promesas vacías: la gratuidad en las placas y las licencias, el freno al aumento en las tarifas de agua y hasta la inhabilitación de Xavier Nava para ejercer cargos públicos durante 18 años.
Al otro lado hay una versión del gobierno que se mete en polémicas mínimas y, peor, que permite que crezcan hasta ser motivo de crítica social, porque sencillamente no puede admitir el error y operar para darles solución.
La foto de Leonel Serrato corresponde a la intervención que tuvo frente a lo permisionarios de los camiones urbanos, en la que durante 40 minutos machacó a los antiguos gobiernos, a la ambición de los empresarios del transporte, al mal servicio y a Enrique Galindo, para concluir con un contundente: «yo estoy obligado a decirles: ¡ni madres, no hay aumento a la tarifa!». En la fotografía, la cara de Margarito Terán también es protagonista, pues la expresión del líder de los camioneros narra la historia de un régimen que comienza a romperse en todos los niveles.
Cuentan que muy contra su voluntad, los permisionarios tuvieron que admitir que los camiones no tienen las condiciones para exigir un ajuste a la tarifa, y aceptaron el trato que les ofreció el gobierno estatal, en el que les dará un subsidio de 100 millones de pesos con el que deberán ofrecer transporte gratuito a estudiantes, instalar botones de pánico, cámaras de vigilancia e internet. Era un trato que no podían rechazar.
Con Leonel Serrato como representante, el gobierno de Gallardo se apuntó un éxito frente a la ciudadanía que le durará por lo menos un año.
Pasemos a la foto de Elizabeth Torres, esta fue tomada a mediados de diciembre del año pasado, durante un bazar navideño c elebrado en el Museo Casa del Rebozo , donde diversos asistentes señalaron que se permitió la presencia de negocios que comercian artículos de fabricación industrial (no artesanal) y que no corresponden a la tradición rebocera de Santa María del Río, aunque son vendidos como tal, por lo que pueden ser considerados como piratería. En la imagen, la secretaria porta una de esas prendas. El error es claro por parte de Araceli Navarro, titular del museo, pero también de Torres, quien no tomó acciones para solventarlo.
Desde que La Orquesta dio a conocer la situación, la titular de Cultura ha soltado en cada lugar donde sale el tema, el cuento de que esto se trata de politiquería de nuestra parte, cuando en realidad es solo el señalamiento de una falta. (Asunto del que nos ocupamos los que hacemos periodismo y no los administradores de televisoras).
A tales niveles escaló esto, que Marta Turok y Ana Terán, las dos expertas más importantes en el tema de los textiles tradicionales, criticaron con severidad lo ocurrido. ¿También a ellas las acusará de politiquería potosina?
Ahí no terminó, pues existe la versión de que Alejandra Frausto, secretaria de Cultura en el gobierno de López Obrador, pidió a Marina Núñez Bespalova, sub secretaria, indagar personalmente en lo ocurrido, por lo que se comunicó con Elizabeth Torres, quien le mintió al decirle que no estaba en su competencia la Casa del Rebozo, pues ese espacio depende de la Secretaría de Desarrollo Económico a cargo de Arturo Segoviano.
Al enterarse de la mentira, Frausto habría llamado la semana pasada al gobernador Ricardo Gallardo.
De esa llamada se desconoce el tono, pero nunca es buen augurio que una secretaria de estado llame a un gobernador para una aclaración. Ahora queda ver qué le parecen las fotos al gobernador, ¿se sentirá cómodo con ambas? ¿O en alguna no le gustará cómo salió?
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Ciudad
Saldo blanco en Villa de Pozos en festejos de 12 de diciembre
La coordinación entre Guardia Civil Municipal y Protección Civil garantizó actividades y celebraciones religiosas en orden
Como parte de la vigilancia implementada durante las celebraciones del 12 de diciembre, el Gobierno Municipal de Villa de Pozos, a través de la Guardia Civil Municipal y la Dirección de Protección Civil, reportó saldo blanco gracias a los operativos preventivos y de supervisión desplegados en diversas zonas de la localidad, con el objetivo de salvaguardar la integridad de la ciudadanía.
La Dirección de Policía Vial de la Guardia Civil Municipal informó que, durante los recorridos de vigilancia, únicamente se desactivaron dos bailes callejeros, uno ubicado en las calles Ciriaco Cruz y Benito Juárez y otro en la calle 32 en la colonia Prados de San Vicente Segunda Sección, acciones que se llevaron a cabo de manera ordenada y sin incidentes.
Por su parte, la Dirección de Protección Civil destacó que, gracias a la presencia permanente de los elementos en templos y zonas de alta afluencia, así como a la pronta capacidad de respuesta, las celebraciones religiosas se desarrollaron con normalidad, en un ambiente de orden y sin riesgos para las y los asistentes.
El Gobierno Municipal de Villa de Pozos resaltó que la coordinación interinstitucional fue fundamental para garantizar la seguridad durante esta fecha de gran relevancia, al permitir que habitantes y visitantes celebraran el 12 de diciembre de manera tranquila y segura, siempre comprometidos con la prevención y el bienestar de la población.
Ayuntamiento de SLP
Demanada contra el Ayuntamiento asciende a 300 mdp por caso RICH
Galindo señaló que tras el accidente, el municipio actuó de inmediato sancionando al responsable del evento e inhabilitó a los organizadores
Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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