abril 20, 2024

Conecta con nosotros

#Si Sostenido

Envidia | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

envidia

LETRAS minúsculas

 

«La envidia –definió San Agustín (354-430) al comentar la epístola paulina dirigida a los gálatas- es un dolor del ánimo que ocurre cuando vemos que alguien, a quien consideramos indigno, alcanza un bien, aun cuando nosotros no lo procurásemos».

Para decirlo con nuestra pobres palabras, una persona envidiosa es aquella a la que le duele en el alma, en el corazón, en los tuétanos y en todo el cuerpo la prosperidad, los talentos y los pequeños y grandes éxitos de cierta persona a la que conoce muy bien y a la que en el fondo quisiera parecerse.

El envidioso trabaja metódicamente y no fija su mirada sino en un uno a la vez. «De entre todos los nombres que envidie –observa perspicazmente Angus Wilson (1913-1991)-, siempre habrá uno que lo persiga y amargue adonde quiera que vaya». Uno, no dos. De éste ha llegado a saberlo todo, o casi todo. No es improbable que conozca su número telefónico, el día de su cumpleaños, el nombre de sus hijos, el password de su cuenta en Hotmail y hasta la clave secreta de sus tarjetas bancarias.

El envidioso no ve a su rival: lo espía

. Lleva una cuenta mental exactísima de las veces que el jefe le palmeó en el hombro, de las veces que le sonrió la secretaria de a lado (de quien antes ni siquiera había notado la existencia, pero a la que en adelante tratará de seducir para que a él también le sonría), de la cantidad de llamadas que recibió en el transcurso de una mañana y de muchas otras cosas igual de insignificantes. De él se podría decir que nada del envidiado le es ajeno. Cuenta sus idas y venidas, hace preguntas aparentemente inocentes a terceros acerca de su vida privada y finge un desinterés rayano en la insolencia cuando se refiere a aquel al que secretamente admira. Dice a sus amigos a la hora del café:

-Tengo entendido que… ¿Cómo me dijeron que se llamaba?

Finge que ni siquiera lo conoce, que ni siquiera recuerda su nombre, pero, ¡ay!, si todos supieran…

Si a éste le aumentan el sueldo, el envidioso se queja del suyo, que siempre le parecerá miserable; si se compró un automóvil más nuevo o más caro que el que ya tenía, al envidioso le duele, porque, según él, nunca ha tenido uno igual y, al parecer, ni lo tendrá. «¿Por qué la vida es tan madre con unos y tan madrastra con otros?», se pregunta lleno de rabia al estrujar un papel. Si el otro tiene los ojos azules, el envidioso increpa a la naturaleza por haberle dado a él, precisamente a él, unos ojos ordinariamente negros. Se dice a sí mismo en el baño a la hora del aseo: «Los antepasados de mi madre tenían todos ojos verdes. ¡Maldita sea! ¿Por qué tuvieron que influir tanto en mí los genes de mi padre?».

Si oye que alguien alaba alguna virtud o hazaña de su enemigo, el envidioso interviene de inmediato para poner remedio: «¡Oh! –exclama-, no es para tanto. Es verdad que no podemos restar méritos a ese individuo, pero debemos tomar en cuenta que, dadas las circunstancias…». En el fondo también él está de acuerdo con todo lo que dice el panegirista, pues no en balde admira a su contrario.

La envidia empequeñece al hombre, decía Casiano, y esto lo explicaba del siguiente modo: «El envidioso, por lo mismo que se abandona a la envidia, demuestra su pequeñez y complejo de inferioridad, ya que su envidia atestigua que es mayor aquel cuya prosperidad le entristece y saca de quicio» (Instituciones V, 22).

En la misma medida en que se dedica a observar al otro, el envidioso deja de observarse a sí mismo. Sabe de las riquezas que ha recibido aquél –el afortunado, el enemigo-, pero de las que ha recibido él no sabe absolutamente nada. Éstas se le escapan, no las ve, le pasan inadvertidas. «¿Cuáles riquezas?», pregunta indignado cuando alguien le menciona alguna de ellas. Porque su rival es rico, él se imagina a sí mismo necesariamente pobre: su riqueza lo empobrece. Si aquél tiene una casa bonita y espaciosa, éste no piensa en la suya, que también podría ser bonita y espaciosa: a él le desagrada por el hecho de ser suya, como desea la otra por el hecho de ser ajena.

Una observación más: el envidioso puede ser todo lo tenaz que se quiera, pero es muy poco original: no innova ni inventa, sino que se limita a repetir lo que ha visto que el otro, su envidiado, suele hacer. Como puede, y si puede, frecuenta los mismos clubes, maneja los mismos autos, fuma la misma marca de cigarrillos y compra las mismas marcas tanto de corbatas como de pantalones y perfumes. Lo único que no hace, por evidentes motivos de decoro y dignidad, es reírse de los mismos chistes.

Los viejos tratados de ascética y moral decían que la envidia faltaba a la caridad, pues en vez de alegrarse de la prosperidad del prójimo se entristecía. Pienso que más que faltar a la caridad, la envidia falta a la justicia. En el fondo, el envidioso piensa siempre que Dios es injusto por haber repartido sus bienes de manera muy desigual. A los otros les ha dado mucho, mientras que a él no le ha dado absolutamente nada.

Confesaba al final de su vida el personaje de una novela de Silvina Bullrich (1915-1990), la novelista argentina: «Mi error fue creerme más mediocre de lo que soy». Pues bien, tal es el error de todo envidioso: creerse más mediocre de lo que es. Ya lo hemos dicho: su vicio lo empequeñece. ¡Ah, si se decidiese a hacer una lista de las cosas buenas y bellas que posee, si se decidiera a ser él mismo, acaso terminaría haciendo un descubrimiento que le cambiaría la vida! Pero mientras no la haga, tendrá que resignarse a ser el pobre hombre que en la actualidad se limita a ser.

También lee: Tristeza | Columna de Juan Jesús Priego

#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

También lee: Celebración del año nuevo chino Dragón de Madera 2024 | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

También lee: ¿Hay feria de la enchilada en Suiza? El caso de Turquía | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado
    , pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

También lee: La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

Opinión