marzo 28, 2024

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#Entrevista | “La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador”

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Entrevista al Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez

Por Edén Ulises Martínez

Como parte del Seminario de Historia Regional e Historia Cultural, que se llevó a cabo el 14, 15 y 16 de noviembre del 2018 en las instalaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, el Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez, de la Universidad Tecnológica de Pereira, presentó su investigación “Estudios sobre Prensa y Sociabilidades Cívicas en el Eje Cafetero, Colombia, siglo XX”.

Esta peculiar mezcla entre civismo e historia, entre las prácticas ciudadanas y la disciplina que estudia a los muertos, reflejada en su metodología al estudiar las sociedades de Pereira y Manizales, y tan poco usual en los seminarios de la facultad, despertó en mí una antigua obsesión que consideraba ya apagada: ¿existe la posibilidad de volver la historia relevante al tratar los problemas del presente?

Motivado por esta pregunta, que se llevan haciendo los historiadores y estudiantes de Clío desde Heródoto y Tucídides, pero que parece a veces ya tan oxidada, le pedí al Dr. Correa la siguiente entrevista, que trata un tema tan necesario como sensible: el de la utilidad de la historia.

Eden Martínez: En un mundo en el que pareciera que solamente se aprecia el conocimiento que produce tecnología, o que es utilitariamente “práctico”, ¿cómo mostrar que la historia tiene valor?

Jhon Jaime Correa Ramírez: Soy un convencido de que la historia le enseña a la persona que se interese por ella a ubicarse en el tiempo. Es decir, a reconocerse como un sujeto, un ser social, que no vive solamente en el presente, sino que está atado al pasado, a una serie de circunstancias, de procesos que le antecedieron. En ese sentido es muy importante que la historia parta de preguntas sobre el presente, referenciándolo al pasado. Esto es relevante no solo para los estudiantes de historia, sino que debería de serlo para la formación de un ingeniero, de un médico, de un abogado, de un comunicación social o periodista. Conocer el pasado permite establecer ciertas relaciones entre lo que está sucediendo y lo que ya sucedió, para que de esta manera podamos comprender la naturaleza de los cambios.  Me refiero a que (la historia) nos ayuda a vivir con una visión menos cortoplacista respecto a los fenómenos que nos abruman en el presente. Nos permite tener cierta pausa, aunque no se trata de ser lentos, o de sumirnos pasivamente en el pasado, sino que nos capacita —y esto se ha hecho socialmente a nivel colectivo— para generar una visión mucho más pausada, y mucho más crítica sobre nuestros múltiples devenires. Para esto convendría también proponer una historia más incluyente. Obviamente también ahí se rompe con la idea de las historias de bronce, de las historias monumentales de esos prohombres cívicos, de los héroes, para poder darle lugar a personajes más anónimos. Aquí en el caso de San Luis Potosí, (esos hombres son) los que tuvieron que ver con la industria del ferrocarril, con el sector industrial que vuelve a esta zona una región de mucha migración, hay que incluirlos, hay que hacer historia de los trabajadores y también de los grandes empresarios. En resumen, la historia debe tratar de dar cuenta de esos procesos que son tan cambiantes, más allá de si estudias historia o ciencias sociales.

Escultura de Tucídides

EM: Entiendo que, entre tus actividades docentes en la Universidad Tecnológica de Pereira, está dar clase de formación ciudadana. Desde una perspectiva cívica ¿se puede decir que la política reivindica al conocimiento histórico?

JJCR: Yo problematizo la formación ciudadana desde una perspectiva histórica, es decir, yo no dicto clase apegado a un manual de civismo o de buenas costumbres. Los estudiantes con los que trabajo en Colombia se están formando para ser profesores, hay que tomar en cuenta esto. Entonces yo trato de educarlos cívicamente, además de que cuestiono que sea solamente la escuela la institución encargada de formar ciudadanos, estos (los ciudadanos) se forman de muchas maneras en sus múltiples interacciones sociales, día, a día, ahí los medios de comunicación tienen un papel importantísimo, por ejemplo. Se deben problematizar los modelos cívicos basados en esa urbanidad de las buenas costumbres que definían un modelo específico de ciudadano y volverlo un poco más plural. Eso es lo más conveniente para las sociedades actuales, donde no hay crisis de valores sino una competencia de valores: lo que para los adultos es lo más preciado, lo más valorado, para los jóvenes puede ser insignificante. Aquí es donde entra el papel de la historia, que nos puede ayudar a no caer en radicalismos, ni en fundamentalismos. Resaltemos por ejemplo lo que dicen los franceses, que tien en definida a la historia como “la escuela del ciudadano”. El ciudadano toma lecciones, positivas, críticas, establece un diálogo intergeneracional, aunque sea un poco ficticio. Por eso en estos tiempos urge revisa las antiguas definiciones y acercarnos a la historia cultural, a la historia de las palabras, ya que los conceptos no están definidos por una racionalidad fría y puramente filosófica, sino que se delimitan por su funcionabilidad. Entonces la historia, a partir de esa nueva línea de investigación, nos puede ayudar a entender cómo esos pensamientos se han modificado. Por ejemplo, ¿qué significa ser de izquierda, o de derecha? o ¿qué significa hoy en día la palabra revolución, reforma, ciudadanía? Yo trato de incentivar que mis estudiantes puedan hacer lectura de su presente remitiéndose a su pasado, y que sepan también establecer un diálogo con las visiones del futuro: ¿qué es lo que hay que hacer? ¿hacía dónde hay que movernos? La historia no es la bola de cristal, pero es una herramienta de reflexión, eso es lo importante para las sociedades actuales, que no se las deje huérfanas, o montadas solamente en el tren del emprendimiento, de la competitividad, de la innovación, y que crean que de ahí en fuera ya no hay nada más, ¿cierto?

EM: Como lo dice, se vive en un ambiente de intranquilidad con respecto al futuro, parece que el ser humano ha perdido su rumbo, ya no tiene las mismas convicciones ideológicas. ¿Si el hombre no le encuentra sentido al futuro, será tal vez porque no voltea a ver lo suficiente a su pasado?

JJCR: Esa puede ser una primera explicación, lo temible es que hay otros que sí nos están vendiendo diferentes futuros, y al menos la historia debería servirnos de alerta. La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador, y esa es una de las múltiples crisis de la actualidad, la falta de una relación orgánica incluso con sus antepasados más recientes. Algunos jóvenes de ahora acaso saben de dónde viene la madre, pero del abuelo no saben nada. Ese espacio vacío lo está colonizando el neoliberalismo y sus teorías multiculturales, “todos somos iguales a pesar de las diferencias”. También están colonizando el futuro, las nuevas esperanzas, que son unas esperanzas con base en la competitividad, y que dejan de lado conquistas y luchas sociales del pasado. Ahora, por ejemplo, nosotros estamos en paro (la Universidad Tecnológica de Pereira) desde hace un mes y medio por defender la educación superior y los derechos de los profesores.

Herótodo, el otro padre de la Historia

EM: Esta lucha por rescatar el conocimiento histórico nos remite a las bases teóricas de la disciplina, su rigor que también es cuestionado, ¿pueden sus sustentos epistemológicos salvar a la historia de su crisis?

JJCR: La historia como disciplina ha vivido sucesivas crisis, eso no es nuevo, pero ha logrado mantener un aparataje crítico interno que le ha valido ser un referente importante dentro de las disciplinas de las ciencias sociales. (La historia) vivió la crisis del positivismo, la crisis del marxismo, y varias más internas, y ahora mismo estamos un poco acosados por los nuevos paradigmas, por la modernidad. En ese aspecto, por los métodos que utilizamos los historiadores, la historia ya era posmoderna hasta cierto punto. La historia como disciplina no se puede quedar pasiva, el enfoque que yo estoy tomando en mi universidad en Colombia, tiene que ver con sacar a la historia de su torre de conocimiento y permear los espacios de la sociedad: la calle, los gobiernos municipales e incluso los clubes de la élite.

EM: Hace poco leí lo siguiente en “El taller del historiador”, un libro de los 70 compilado por L.P Curtis Jr.: “La enseñanza y escritura de la historia ha llegado a ser una industria multimillonaria, con incontables ganancias marginales, especialmente si se está en ‘el buen campo”. Claro que eso fue hace cuarenta años y en mercado anglosajón, pero aún así cuesta imaginar a la historia académica como una industria que pueda producir ganancias vendiendo libros. ¿Cómo puede el historiador profesional acercarse al público? ¿cómo solucionamos el problema del rating de la historia?

JJCR: Ahí tenemos un reto enorme los historiadores, los docentes. El caso de los libros es una cosa difícil, porque además los profesionales de la historia tenemos que aprender a escribir. También se acumula al problema que muchos historiadores prefieren escribir en revistas especializadas por la cuestión de los puntos, en lugar de hacer un compendio interesante en un libro. Pongamos las nuevas oportunidades en las nuevas tecnologías. Como lo que viene proponiendo la historia pública: ¿cómo dialogamos los historiadores en las redes? ¿cómo podemos demostrar nuestras capacidades de investigación en un lenguaje más amable a la gente común? Hay que hacer biografías, historias urbanas, historias de barrio. Hay muchas posibilidades, y eso es lo que tratamos de hacer en Colombia, porque nos preocupa el divorcio entre la universidad y la pedagogía, entre el ciudadano común y la academia.

 

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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