abril 23, 2024

Conecta con nosotros

#Si Sostenido

Cuando Bretón visitó a Trotsky | Columna de Eden Martínez

Publicado hace

el

Trotsky

Funambulista

 

A Leonardo Padura

La crítica estalinista, detractores y enemigos ideológicos, por más encono y disgusto que sintieran por él, no fueron nunca capaces de decir que Trotsky era tonto. El judío ucraniano, conocido por ser de los pocos que podían hacer cambiar de opinión al mesiánico Lenin, y quien fuera dirigente del ejército rojo y miembro destacado del politburó, poseía tan penetrante capacidad intelectual que tenía fama de enfermar físicamente a sus interlocutores o rivales de debate. A esta peculiar manera de noquear, Jean Van Heijenoort, matemático, secretario y jefe de guardaespaldas del antes líder bolchevique, le llamó “el soplo de Trotsky en la nuca”.

Después de haber vivido su exilio en la isla turca de Büyükada, en el pueblo francés de Barbizón y en Hønefoss, Noruega —dónde su casa fue asaltada por un grupo nazi—, el ruso decidió aceptar la oferta de refugio que le presentó el presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Trotsky llegó al puerto de Tampico en diciembre de 1936, acompañado por su esposa Natalia y algunos secretarios personales, dónde los recibió una comitiva alegre, presidida por los marxistas norteamericanos Max Shachtman y George Novack y donde se encontraba también su futura amante, la pintora mexicana Frida Kahlo. En la comida, que fue copiosa, los paladares siberianos sucumbieron ante un mole poblano que resultó picar más de la cuenta, y para quitarse lo enchilados tomaron vino tinto, mezcal oaxaqueño y agua de frutas.

Los Trotsky vivieron por un tiempo en la Casa Azul de Frida y Diego Rivera[1], que en ese entonces era un nido de artistas, escritores y políticos. De esta manera el antiguo líder de la Revolución de Octubre lograba sobrellevar su exilio participando en algunos debates y manteniendo conversaciones sobre los temas que lo apasionaban: la misión histórica de los obreros del mundo, y el gran mal que el régimen presidido por Stalin le causaba a dicha misión. Mientras permaneció en la casa de los pintores el soviético se dio pocos momentos de descanso, su increíble fortaleza física le permitía gestionar actividades políticas y periodísticas, mantener una labor epistolar constante, al mismo tiempo que enfrentaba a distancia los cada vez peores embates que recibía desde Moscú.

En 1938 el ajetreo de la casa llegó a su cenit: el líder del movimiento surrealista, André Bretón, avisó sobre su pronta visita a México con la intención de realizar una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios, en rechazo a la internacional comunista, y que sirviera como una alternativa revolucionaria para los artistas que no sintieran simpatía por el régimen soviético de Stalin. Varios pintores y escritores, como el poeta francés Louis Aragón, habían desertado del surrealismo –o habían sido expulsados— y se habían anexado a diferentes partidos obreros de Europa, por lo que Bretón temía que el arte se volviera panfletario, un brazo propagandístico del Kremlin donde no hubiera cabida para la verdadera originalidad y rebeldía.

Su visita a México era parte fundamental de este esfuerzo, donde se reuniría con Diego Rivera y Lev Davídovich Bronstein[2] —la participación de este último se trató de ocultar por un tiempo— para redactar las premisas del documento que sería la base de la Federación, el Manifiesto por un arte independiente y revolucionario. Imaginen a los dos personajes[3] hablando de arte y revolución, dos necios que se necesitaban mutuamente. El césar de un movimiento que quería desprender la creación de la racionalidad vis a vis con el formulador de la revolución permanente.

La primera sesión ocurrió sin altercados. Pero poco a poco comenzaban a surgir complicaciones en el diálogo —que seguramente se llevó a cabo en un fluido francés— y surgieron aquí y allá puntos ideológicos muertos. ¿El arte podía ser completamente libre y al mismo tiempo no traicionar a la revolución proletaria? Trotsky, al contrario de lo que su figura autoritaria sugería, mantuvo duramente que “todo debe estar permitido en el arte”. Bretón estuvo de acuerdo, pero precisó: “todo, menos que atente contra la revolución proletaria”. ¿Podría encontrarse el punto medio? Quizá no, pero los seguía uniendo el desprecio hacia aquellos que alababan el arte de Estado de la Unión Soviética, desconociendo los campos de trabajo y viviendo en departamentos de lujo en Londres y París. Hablaron de Gorki, Maiakovski, Romain Rolland, de Rolland y Malraux, para ellos todos ejemplos claros de la degeneración estalinista.

No dudaría mucho la paz. Llegó el día en que Trotsky pidió a Bretón el borrador del Manifiesto, ya que por el estado alarmante de la situación europea era urgente que se concluyera y comenzara a circular. El francés admitió que se sentía fatigado, que no contaba con la energía suficiente para terminar de redactar un documento tan difícil aunque sus ánimos se lo demandaran. Trotsky explotó en ira, le reclamó al surrealista su falta de compromiso, su predisposición natural al ocio y su incapacidad de comprender la importancia de que dicho documento fuera terminado. Bretón intentó mantenerle el tono y la mirada al fundador del ejército rojo, y respondió que no se podía vivir cada momento, todo el tiempo, conservando siempre altos el ímpetu y la pasión, que simplemente aquel comportamiento no era natural, a veces había que descansar. Mientras intercambiaban argumentos la conversación se volvía cada vez más áspera y comenzaba a notarse cómo incrementaba la incomodidad del invitado. Finalmente, la discusión terminó por la intervención milagrosa de Natalia Sedova

, quién se unió al equipo del surrealista justo a tiempo intercediendo por él.

La mañana siguiente Diego Rivera informó a Lev Davídovich que algo muy extraño había ocurrido, Bretón no podía moverse de su recámara y mostraba signos de inusual fatiga física y mental: le había dado afasia, que es la pérdida de la capacidad del habla debida a alguna alteración en las áreas del cerebro que se encargan del lenguaje. Sus doctores pidieron que guardara reposo absoluto y su esposa Jaqueline, que lo acompañaba, le pidió que evitara por varios días conversar con el ex revolucionario. Como lo menciona Eduardo Padura en El hombre que amaba a los perros, “no todos podían vivir día y noche enfrentados a la suma de los poderes del mundo: al fascismo, al capitalismo, al estalinismo, al reformismo, a los imperialismos, a todas las religiones y hasta al racionalismo y el pragmatismo. Si un hombre como Bretón le confesaba que él estaba fuera de su alcancé y se quedaba paralizado, Lev Davídovich tenía que entenderlo: el culpable no era Bretón sino el camarada Trotski que había resistido lo que había tenido que resistir en esos años porque era un animal de otra especie”.

Cuando Bretón pudo continuar —era un interlocutor duro de derribar—, el 10 de julio de 1938, las familias del poeta y del exiliado fueron a dar un paseo a Pátzcuaro con Diego Rivera como guía, donde comieron el famoso pescado del lago que el francés llamó “los peces de André Masson”. Su relación volvió a reestablecerse y lograron pasar un buen rato juntos discutiendo algunas de las ideas que habían quedado pendientes y atando algunos de los cabos sueltos, esta vez de una manera más cortés y liviana.

El 25 de julio quedó por fin terminado el Manifiesto, primer paso para formar la Federación de Artistas Revolucionarios e Independientes —que después sería apoyada por Yves Tanguy, Benjamin Péret, Andre Masson, Victor Serge, Marcel Martinet, Ignazio Silone, Herbert Read e incluso por George Orwell—. La fiesta de despedida para Bretón y Marguerite fue conocida por sus rarezas, Trotsky no participó mucho en el festejo, pero tampoco lo arruinó, y Diego Rivera no dudó en emborracharse con mezcal, el “más surrealista de los licores”. Tal vez para hacerle el juego al poeta francés, a quién todo en México le parecía “lo más surrealista de todo”.

La Federación no logró mantenerse por mucho tiempo, pero Bretón y Trotsky continuaron enviándose cartas. La estancia del ex revolucionario en México no fue, como muchos sabemos, un cuento de placer y de victorias, sino un thriller político-policiaco, una historia de espías y contra espías que contó entre sus momentos más descabellados con un intento de asesinato liderado por un muralista[4] y que culminó, en 1940, con el homicidio del líder soviético a manos de un belga —que resultó ser español— lo suficientemente loco para utilizar un piolet como arma. Por lo menos para los Trotsky, México demostró ser el país más surrealista del mundo.

Si le interesa el tema, lea usted “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura, publicado por Tusquets, y “Trotsky, el poeta armado”, de Isaac Deutscher, de editorial ERA ( un poco difícil de conseguir).

[1] Aunque Diego Rivera había sido ya expulsado del Partido Comunista Mexicano su casa no dejó de ser un centro de convenciones.
[2] Nombre de nacimiento de León Trotsky.
[3] El rumor dice que Diego Rivera no quiso participar en el debate teórico, le dejó el trabajo mental al ruso pero el documento contaría con su firma.
[4] En la madrugada del 24 de mayo de 1940, un grupo armado comandado por el pintor y muralista mexicano José Alfaro Siqueiros intentó asesinar al refugiado político ruso, disparando por 20 minutos a su casa en la Calle Viena, Coyoacán.

También lee: La verdad nos hará libres: el internet como herramienta contra el totalitarismo | Columna de Eden Martínez

#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

También lee: Celebración del año nuevo chino Dragón de Madera 2024 | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

También lee: ¿Hay feria de la enchilada en Suiza? El caso de Turquía | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

Publicado hace

el

VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado
    , pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

También lee: La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam

Continuar leyendo

Opinión